viernes, 24 de octubre de 2008

Amor cristiano: Amor eficaz en la historia. Mt 22, 34 - 40.

Siguiendo la secuencia de los textos del Evangelio de Mateo de los domingos anteriores, el contexto de polémica y persecución no ha variado. Todos los grupos reconocidos de poder social, económico, político y religioso expresan su inconformidad ante el Evangelio enseñado con hechos y palabras por Jesús. Es claro que Jesús les incomoda porque les denuncia toda la podredumbre que llevan dentro, su complicidad en la práctica de la injusticia y la opresión al pueblo. También les produce un fuerte choque el anuncio que Jesús les hace para que se conviertan y descubran el verdadero rostro de Dios. No era posible que Jesús, un “simple laico” (en términos actuales), que no pertenecía a ninguno de esos grupos de poder, les dijera que necesitaban convertirse pues, al fin y al cabo, ellos creían que “cumplían la voluntad de Dios expresada en la ley”.

En esta ocasión, después que Jesús dejó con la boca tapada a los saduceos, se volvieron a reunir los fariseos y, uno de ellos, que era doctor en la ley, es decir, experto en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, con una actitud maliciosa le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el precepto más importante en la ley?” Es obvio que este experto en la ley sabía muy bien la respuesta, no preguntó porque no sabía sino para probar a Jesús, pues alguien que es experto en algo y pregunta a otra persona lo que ya sabe, lo hace únicamente porque pretende humillar, demostrar cuánto sabe y su superioridad sobre la otra persona. Además, le llama “maestro”, con lo cual deja ver su hipocresía, pues quien llama “maestro” a alguien es porque quiere dejarse enseñar por esa persona y ser su seguidor, su discípulo.

La respuesta de Jesús fue más de lo que esperaba el doctor de la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Hasta aquí era la respuesta que él esperaba, pero Jesús agrega: “Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen la ley entera y los profetas”.

En esos tiempos, la religiosidad judía estaba regida por la ley que constaba de 613 preceptos, normas o mandatos. Para ser una persona “justa” se debían practicar todos. Por tanto, sólo podían ser justas aquellas personas que conocieran esos 613 preceptos y esa posibilidad estaba reservada para los hombres, no para las mujeres, y de entre ellos, sobre todo, a quienes pertenecían a los grupos selectos de poder (social, económico, político y religioso) del pueblo judío.

Por ello, los pobres, los enfermos, los marginados, los no judíos, etc., estaban condenados a ser los “pecadores” por no cumplir con esos 613 preceptos que eran un verdadero yugo, una gran carga pesada; pues no tenían fácil acceso a su estudio y eso les merecía la condena de Dios y jamás podían ser reconocidos como justos ante Él. Estaban condenados por “ser ignorantes” y por ser pobres, es decir, por no pertenecer a sus grupos selectos “escogidos por Dios”.

Es escandaloso que el segundo precepto que Jesús le da al doctor de la ley, le diga que es “equivalente” al primero. Jesús le expresa a este experto en religión y fe, que el amor a Dios tiene el mismo valor que el amor al prójimo y el amor a sí mismo. Como dice Luis Alonso Schökel, “Para Jesús, el fundamento de la relación con Dios y con el prójimo es el amor solidario”. No se puede separar el amor a Dios del amor al ser humano.

A este experto de la ley y a los fariseos les chocó fuertemente que sus 613 preceptos moralistas y legalistas se sintetizaran en el amor. Toda la Escritura (eso lo debería saber un experto) se resume en el amor. Por eso San Pablo afirma que la ley de todo cristiano es el amor (Rm 13, 9-10 y Gál 5, 14); y en 1 Co 13, que es un himno al amor, expresa que se puede hasta dar la vida pero si no se tiene amor de nada sirve.

En primer lugar, debemos cuestionarnos en nuestra relación personal y comunitaria con Dios, pues puede pasarnos que nuestro culto muy fervoroso y cumplidor de ritos y preceptos no esté respaldado por la vida y se convierta, entonces, en un culto idolátrico. Por ello, la práctica del amor y la justicia es el criterio máximo de la bondad moral, por encima de cualquier culto o sacrificio. Nuestra celebración eucarística es un culto idolátrico sino está respaldado por nuestra práctica del amor y la justicia en medio del mundo en que vivimos. Si somos simples espectadores de las injusticias y del pecado, sin compromiso, sin sudar y sin cansarnos por transformar la realidad, somos unos idólatras que, en realidad amamos la ley y nuestro culto, pero no amamos a Dios ni al prójimo.

Jesús está proponiendo la práctica del amor, especialmente “con estos mis hermanos más pequeños”, como el criterio fundamental de salvación (Mt 25, 31-46; Lc 10, 25-37). Este criterio pasa por encima de las fronteras de credo, culto o religión.

Por eso, la “verdadera gloria de Dios” no se manifiesta principalmente en los dogmas bien proclamados, sino en el amor bien practicado, que se traduce en “que el ser humano tenga vida” (San Ireneo), en “que el pobre tenga vida (Monseñor Romero).

En América latina, esta práctica efectiva del amor se traduce en la opción por los migrantes y la marginación; la prostitución y la infancia abandonada; la educación y la política alternativa; los campesinos y la tierra; los desempleados y el trabajo digno; la pastoral indígena y afroamericana; las personas desplazadas por la violencia y la organización para la búsqueda de la paz; etc.

Como personas seguidoras de Jesucristo, la necesidad de un amor eficaz en la historia misma nos empuja a la búsqueda continua de una espiritualidad arraigada en la realidad y con compromiso a partir de las necesidades concretas de la otra persona. “El mundo de los pobres – decía con agudeza monseñor Romero- nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano (...) que debe ser ciertamente gratuito pero debe buscar la eficacia histórica”.

¿Qué hacer ante la realidad de las personas desplazadas en Colombia a causa de la violencia generada por la guerrilla, los paramilitares y el ejército nacional?

¿Qué hacer ante la peligrosa realidad del narcotráfico que se está viviendo en México?

¿Qué hacer ante el abuso que cometen las transnacionales de minería en Centro América, en especial en Guatemala, y ante la complicidad del Gobierno?

¿Qué hacer ante la difícil situación que viven los emigrantes en Estados Unidos?

¿Qué hacer ante las políticas económicas mercantilistas, que empobrecen más a nuestro pueblo, se roban nuestros recursos y favorecen sólo a las clases ricas y privilegiadas de nuestra América latina?

Si dejamos pasar todo esto sin comprometernos, somos unos idólatras que no amamos a Dios ni al prójimo, menos a nosotros mismos y nos convertimos en cómplices del pecado, de la injusticia, de la muerte.

¿Qué hacer ante las personas cristianas, que pertenecen a nuestra iglesia, y que legitiman y justifican la injusticia y la opresión y se cruzan de brazos? ¿Amarán realmente a Dios y al prójimo? ¿Lo haces tú?

Jesus: contra la hipocresía religiosa, a favor de la solidaridad humana. Mt 22, 15 - 21.

El Evangelio del XXIX domingo del tiempo ordinario nos relata el famoso pasaje donde Jesús dice: “Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”. Se debe recordar que este encuentro con los discípulos de los fariseos y los herodianos tuvo para Jesús graves repercusiones, precisamente, tergiversando sus palabras las autoridades religiosas de su tiempo le acusaron de exhortar al pueblo a no pagar el tributo al César (es decir, de rebelión), cuestión que fue creída por el Pretor Romano y determinante para que Jesús fuese condenado a morir en la cruz.

Creemos que es necesario, antes de aplicar el texto a nuestra realidad, rastrear el contexto de este Evangelio propuesto por la liturgia para hoy.

Jesús: Contra la hipocresía religiosa

Aproximadamente, hacia el año 64 a.C el pueblo de Israel cayó en manos del Imperio Romano, pero hacía mucho tiempo que no vivía en libertad. La caída en manos de Babilonia (587 a.C) y el exilio de los israelitas en dicho país terminaron con la monarquía y con la autonomía política que poseía. Así, Israel pasó de mano en mano: de los babilonios a los persas, de los persas a los griegos y finalmente, de los griegos y todas las variantes de su poder, a los romanos.

Israel se dio cuenta, en medio de la opresión que vivía, de que su único rey era Yahvé, por esta razón los sacerdotes, escribas y fariseos eran tan importantes, ya que eran los mediadores entre Dios y el Pueblo; el signo de fidelidad de este pueblo a su Dios era el cumplimiento de la Ley de Moisés. Sin embargo, durante el tiempo de Jesús, estos “mediadores”habían hecho consistir la ley en una observancia sin sentido, habían reducido la ley al cumplimiento de un número elevado de mandamientos y prescripciones. El pueblo, vivía en una observancia opresora y esclavizante de la Ley de Moisés, que se hallaba totalmente desvirtuada.

Por otro lado, el poder romano se hacía sentir en el pueblo israelita a través de la elevada cuota de impuestos que los ciudadanos debían pagar al imperio, cuyo canal regular eran intermediarios usureros y ladrones; y también por la ocupación de las tropas romanas en los territorios conquistados.

En conclusión, el pueblo israelita se hallaba oprimido desde los frentes más relevantes de su quehacer cotidiano: la práctica religiosa y el desarrollo de su vida civil.

Jesús, durante su ministerio público, confrontó directamente a los “mediadores” echándoles en cara sus injusticias, su enriquecimiento a costillas del pueblo (porque también recibían los impuestos del templo) y la desviación de la religión del paradigma de la justicia y la equidad para con el pueblo sufriente. Por otra parte, a Jesús no le interesaba derrocar al Imperio Romano, sino que el Pueblo de Israel se volviera a Dios, es decir, que viviera en su Reinado.

¿En qué consiste el Reino de los Cielos? En que la voluntad de Dios se haga “en la tierra como en el cielo”, que los seres humanos puedan vivir en la libertad y en la felicidad. Pero, Jesús sabía perfectamente que para que fuese posible la Voluntad de Dios en la tierra era necesario llevar a cabo una profunda liberación del ser humano de todo aquello que le hacía infeliz y esclavo. Por ello, Jesús vino a liberar a los oprimidos y a mostrarles los nuevos caminos de la solidaridad. Jesús deseaba que todos los seres humanos se tratasen como hermanos, que los egoísmos de los acaparadores (muy ricos en los tiempos de Jesús) se acabasen y compartiesen con los más pequeños; sobre todo, que nadie manipulase a Dios para sus intereses, porque los pequeños- sus preferidos- estaban en verdad excluidos por la religión de aquellos tiempos, por el contrario, Jesús les acogió sin ningún prejuicio, mostrándoles el amor de Dios.

En este Evangelio se observa que dos grupos poderosos (fariseos y herodianos) se han aliado para tenderle una trampa a Jesús, se advierte que la actitud profética de Jesús amenazaba seriamente el poder de éstos y desenmascaraba su falsa piedad.

Último detalle acerca del contexto: Se debe recordar que el Evangelio de Mateo tiene unos destinatarios concretos y ellos son los judíos conversos al cristianismo. Para nadie es un secreto que la situación de estos cristianos se fue complicando poco a poco hasta llegar el año 70, fecha en que los romanos destruyeron Jerusalén. El seguimiento de Jesucristo en estos cristianos se encontraba “entre la espada y la pared”, es decir, entre los judíos que les perseguían y expulsaban con “rabia” y entre los romanos que les oprimían civilmente y les martirizaban por su fidelidad al proyecto del Reino de los Cielos y su actitud confrontativa ante las pretensiones del emperador de tener poder ilimitado hasta querer ser considerado dios.


Jesús: A favor de la solidaridad humana

Ahora, nos compete a los cristianos del presente traer este texto a la realidad. Es cierto que la expresión de Jesús: “Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”, puede interpretarse como una invitación del Señor a ser buenos ciudadanos y cristianos, pero esta sería una interpretación muy superficial. Los fariseos y herodianos habían aceptado la alianza con el poder establecido a costa de alejarse de Dios y manipularlo, nótese que Jesús los pone ante una disyuntiva: dar al César lo que le compete es no dar a Dios lo que le corresponde por derecho, en su estructura más profunda este texto ¡No hace un llamado a la “equidad” y a quedar bien ante todos, sino a definirnos... de qué lado estamos! La voz profética de Jesús es para los poderosos de su tiempo, para los judíos conversos al cristianismo y para nosotros.

Jesús desea que nos manifestemos a favor de Dios, que no aceptemos competencia de otros proyectos de muerte en nuestro seguimiento, porque estos proyectos son dioses que compiten con el Dios de la Vida. Jesús nos exhorta a que no vivamos resignados a dar tributo al sistema de muerte, que se alimenta de la sangre de los inocentes.

El Señor nos pide que luchemos en contra de la hipocresía religiosa y nos promulguemos con nuestra vida a favor de la construcción del Reino de los Cielos en la tierra, es decir, a favor de una solidaridad nunca antes vista a favor de los oprimidos. Esta solidaridad, nos lleva a ser cristianos con actitud política bien definida, sin medias tintas, sino parcial y decidida a destruir los egoísmos del mundo, acabar con el sistema de muerte y luchar por el establecimiento de relaciones humanas justas.

San Vicente de Paúl hizo lo mismo que Jesús, en él encontramos a un auténtico cristiano que creyó en este proyecto de solidaridad y elevó a los pobres del suelo al cielo, hasta llegar a considerarlos Jesús mismo. En Latinoamérica, muchas personas luchan por la solidaridad humana y son perseguidos por los césares modernos que aman el poder y están dispuestos a derramar la sangre de todo el mundo, si fuese necesario, para mantener su estatus. Recordemos que a Jesús le costó la vida esta exhortación y a nosotros, seguidores, ¿Nos podría costar menos?

¡Ojalá nos definamos, como Jesús lo estuvo, está y estará a favor de la vida y la felicidad de todos, en especial de los infelices de este mundo! ¡Ojalá amemos más allá de nuestros propios mandamientos y prescripciones!

domingo, 12 de octubre de 2008

Un banquete para todos. Mt 22, 1 - 14.

"El Señor Todopoderoso ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos añejados, manjares deliciosos, vinos generosos" (Is 25, 6).

Antes de empezar la reflexión del Evangelio de este domingo XXVIII del tiempo ordinario, conviene anotar algunos detalles que nos pueden ayudar para comprender mejor el texto. En este domingo la liturgia nos propone otra parábola, que pretende revelarnos detalles nuevos acerca del Reino de los Cielos, por eso no debe ser leída y entendida de forma aislada, sino en unión con las parábolas que hemos meditado en los tres domingos anteriores; La del hacendado que contrató trabajadores para su viña y a todos les pagó lo mismo, empezando por los ultimos y terminando por los primeros; la del hombre que envió a sus dos hijos a trabajar en su viña; y la del hacendado que arrendó su viña a unos viñadores asesinos.

Un segundo detalle que consideramos importante saber para comprender estas parábolas sobre el Reino de los Cielos tiene que ver con los destinatarios a los cuales escribió Mateo y las circunstancias que ellos estaban viviendo. Mateo escribe para las comunidades de la segunda generación cristiana, quienes eran conscientes de su identidad, compuesta por judíos y paganos, con dos situaciones nuevas: los cristianos viejos creían tener asegurada la salvación, pero la predicación de la Buena Noticia era mejor acogida entre los paganos que entre los judíos. Un tercer detalle tiene que ver con una síntesis que cada uno de nosotros debe elaborar a partir de estas parábolas, que aunque, meditadas de forma fragmentaria se hallan enfocadas hacia un mismo tema, para no creer que se está repitiendo lo mismo y no hay aportes nuevos.

Teniendo presente los detalles antes mencionados, y sin perderlos de vista, adentrémonos en la meditación del Evangelio propuesto para este domingo.

Un banquete de bodas.
Jesús compara el Reino de los Cielos con un banquete que ofrece un rey para celebrar la boda de su hijo, y aunque en la parábola pasan inadvertidos los homenajeados del banquete, porque se concentra en los invitados, conviene que notemos quién es el rey, quién su hijo y quién la esposa. El rey que celebra e invita al banquete es Dios, el hijo que se ha casado es Jesús y su esposa la Iglesia. De esta manera, Mateo nos hace ver el Reino de los Cielos como un gran banquete mesiánico.

Los invitados al banquete.
El rey tiene dos clases de sirvientes para llamar a los invitados. A su vez, encontramos tres clases de invitados: los que se autoexcluyen para atender sus intereses personales, los que asesinan a los sirvientes y finalmente, los buenos y malos que se encuentran en los cruces de los caminos y que inicialmente no habían sido tenidos en cuenta para participar del banquete. Los sirvientes que salen a llamar a los invitados son los profetas del Antiguo Testamento o los misioneros de cuyo martirio nos da fe el libro de los Hechos de los Apóstoles; los invitados son, en primer lugar, el pueblo de Israel que hacía caso omiso de la predicación de sus profetas y ministros, e incluso los mataron y en segundo lugar, los paganos, que ajenos a la revelación de Dios a su pueblo elegido, aceptaron la invitación a la conversión, pero también aquí entran los marginados de Israel, la gente de los oficios y situaciones despreciables.

El banquete está preparado.
Tres veces insiste el relato en que el banquete está preparado. Esto reitera la idea que tenían las primeras comunidades acerca de la inminente llegada del fina de los tiempos y de la instauración definitiva del Reino de los Cielos.

El rey se indignó y envió sus tropas.
El rey, indignado por este rechazo a su invitación, envió sus tropas para acabar con aquellos asesinos e incendiar su ciudad. Este detalle de la párabola hace referencia a la invasión, saqueo y posterior destrucción de la cuidad de Jerusalén en el año 70, a manos del Imperio Romano. Para las primeras comunidades cristianas este acontecimiento histórico era un castigo de Dios para los judíos de la época, que no aceptaron la invitación a la conversión y les perseguían con ahínco.

Un convidado sin traje apropiado.
Según una costumbre antigua, el rey solamente entraba después de haber comenzado el baquete. Cuando él entró observó uno de los convidados sin el traje apropiado, se dirige a él y le pregunta ¿ cómo entró sin tener el traje propio para la ocasión? Él comensal enmudeció. Entonces el rey ordenó a sus guardias que lo ataran de pies y manos y lo echaron fuera, a las tinieblas. El comensal sin el vestido apropiado es un simbólico aviso para los cristianos de origen pagano para que también ellos asuman con plena radicalidad su nueva condición de vida. Los pecadores son invitados pero se espera que se conviertan, el traje apropiado representa una vida convertida llena de buenas obras y una vivencia del amor a Dios que se hace manifiesta en el amor a nuestros hermanos. Quien no esté dispuesto a usar este traje puede ser excluido del banquete.

Esta parábola representa una explicación de Mateo -para las primeras comunidades- acerca de la entrada de los paganos en la Iglesia, una exhortación a dichas comunidades para que renueven y confirmen cada día, con obras, su llamado a la vida cristiana. También expresa el rechazo del mensaje de Jesús por parte de los líderes del pueblo judío y la acogida que le dieron los marginados y paganos. También es una advertencia para los cristianos más viejos, de que no es suficiente haber aceptado la invitación para entrar en le Reino de los Cielos, sino vivir practicando las enseñanzas de Jesús.

Muchos invitados pero pocos elegidos.
Después de este minucioso análisis de la parábola “el banquete de bodas” debemos preguntarnos ¿Qué dice para nuestra vida personal y comunitaria? En otras palabras, intentemos hacer una actualización.

Consideramos que en el contexto de una pronta finalización del año litúrgico y civil esta parábola nos habrá de poner de frente al espejo de la autoevaluación personal y comuntariamente, (como quien se mira reiteradas veces en el espejo para estar completamente seguro de que usa el traje adecuado para la ocasión) y mirar allí el traje que estamos usando y con el cual podríamos asistir al banquete de bodas. ¿Realmente estamos usando el traje adecuado o nos hemos puesto cualquier vestido con apariencia de ser bello y fino? ¿Nos hemos revestido de Cristo? Ciertamente hemos sido invitados pero, ¿Seremos dignos de ser elegidos? Usar el traje adecuado para el banquete de bodas es revestirse de Cristo, revestirse de Cristo es vivir de acuerdo a su Evangelio, que en últimas se resume en amar a Dios en cada uno de los hermanos que están a nuestro lado, significa vencer los temores que nos hacen cobardes y nos dejan estáticos, dejar los silencios que nos hacen complices o indiferentes ante la realidad de los que sufren, perdonar y dejarse perdonar, vivir coherentemente según el mandato evangélico, luchar incansablemente por la justicia y la paz.

Esta autoevaluación nos tiene que poner en marcha hacia el horizonte del año nuevo, que lentamente se acerca, para empezar desde ya a proyectar todo aquello que debemos mejorar, que debemos cambiar o que aún nos falta por hacer. Tenemos que empezar a preparar creativamente las acciones que en el futuro inmediato realizaremos en los diferentes frente de nuestra labor como discípulos y misioneros, en lo apostólico, en lo profético, en lo espiritual, en lo social, en la familia, en el trabajo.

Dios ha llamado a todos a participar en el banquete del Reino, pero sólo serán admitidos aquellos que hayan respondido a la invitación cambiando su estilo de vida. ¿Usted ya asumió el reto de la conversión?

Oremos en esta segunda semana del mes de las misiones por todos los misioneros que generosamente entregan su vida al servicio de la evangelización en el continente africano.

Viñadores dignos o indignos. Mt 21, 33 - 43.

Los Evangelios de los domingos anteriores presentan a un Jesús que ha sido probado por los jefes religiosos de ese tiempo, pero que sagazmente ha sorteado esas situaciones. El Evangelio de este domingo es una de las muchas parábolas que ha relatado para mostrar el sufrimiento que el Mesías tenía que padecer y la terquedad de un pueblo que no lo reconoce como el Hijo de Dios

En esta ocasión, Jesús relata la parábola de un hombre que plantó una viña en su hacienda y luego la arrendó a unos viñadores para que la administraran. Al momento de llegar la primera cosecha envió unos criados para recoger los primeros frutos. Los viñadores asesinaron vilmente a uno, hirieron a otro y apedrearon al último; después envió a otros e hicieron lo mismo. El dueño de la viña tomó por última opción enviar a su propio hijo creyendo que lo respetarían, pero al llegar a la viña lo arrojaron fuera de ella y lo mataron.

Jesús lanza una pregunta a los que le escuchaban, en especial a los jefes de los sacerdotes y de los fariseos, ¿Qué hará el dueño de la viña con esos viñadores? El público responde con algunas afirmaciones que no son acordes con lo que dice Jesús: “No han leído nunca las escrituras: la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular, es un milagro patente, es el Señor quien lo ha hecho”. De esta forma da a entender a los jefes de los fariseos y de los sacerdotes que es Él quien será desechado y que ese Padre entregará su viña a otros para que la administren y den mejores frutos. Es así como se intensifica la persecución contra Él.

Jesús, en su parábola, quiere mostrar tres aspectos importantes:

Dios que habló a través de los profetas a su pueblo y no lo escucharon.
El Padre envía a sus profetas para anunciar la salvación, pero este pueblo necio y testarudo no los reconoce, los apedrea, los hiere y los mata. Es un pueblo al que Dios quiso revelarle su amor, pero, en su ceguera, no supo dar los frutos que les pedía el Señor.

El Padre que envía a su propio Hijo a una generación que tampoco lo reconoce.
Dios mismo se hace hombre, se rebaja a la condición humana para acercarse al hombre y desde allí es donde el Señor planta su obra.

La viña que tienen los viñadores se les arrebatará por no dar buenos frutos
El deseo del dueño de la viña es dar a otros la administración, para que den buenos frutos, es decir, Dios quita la viña a los que creen que la salvación es para unos pocos y la entrega a los pobres, prostitutas, gentiles, paganos… a los que no cuentan para la sociedad.

¿Hoy, qué dice esta parábola para los cristianos?

Muchos hombres y mujeres han seguido el proyecto de Jesús en sus vidas, han anunciado y profesado públicamente el nombre del Señor a costa de sus propias vidas, así lo experimentaron los primeros cristianos a través del martirio y así lo experimentan otros tantos en la actualidad, personas que no pertenecen al santoral de la Iglesia, pero que en medio de la clandestinidad han trabajado por el Reino de Dios: sacerdotes en lugares de conflicto armado, religiosas y religiosos que viven la persecución, laicos comprometidos que son asesinados por anunciar la verdad en un mundo lleno de viñadores homicidas que no aceptan el mensaje de salvación.

En la sociedad, pues, hay muchos viñadores asesinos, quienes matan o desplazan los campesinos, extorsionan a los más pobres, abusan moral y físicamente de los niños y hacen otras cosas más contra la vida. Los pequeños, ultrajados y asesinados hoy, son los hijos del dueño de la vida, los crucificados de nuestra historia.

Los profetas antiguos y modernos han visto el sufrimiento de su pueblo y han sido atacados por los grandes viñadores, que se creen con la autoridad de pasar por encima del otro. Estos profetas han sido aniquilados por causa de la falsedad. Mientras tanto, los cristianos seguimos pasmados ante esta realidad que reclama un compromiso más radical.

El compromiso del cristiano debe estar en reconocer a Jesús presente en el Otro: en el que sufre, en el abandonado, el desplazado… y así no caer en el error de los viñadores, asesinando, ultrajando y apedreando a Jesucristo en la persona de los pobres. El compromiso reside en estar atentos a la realidad y en anunciar y testimoniar la verdad de Dios. El compromiso está en dar frutos y no ser viñadores estériles, mas bien humildes en la construcción de la viña fecunda del Reino.

¿Seremos viñadores homicidas que no damos frutos dentro de nuestra Iglesia y sociedad?

Oremos por nuestro amigo José Adilio Menjívar, fundador del Amigo de los Pobres, quien se halla de duelo por el asesinato de su hermano, a causa de la violencia en El Salvador. Pidamos por él y por El Salvador, para que la violencia estructural que genera todas las demás violencias pueda convertirse en Reino de Dios.

Tu voluntad. Mt 21, 28 - 32.

¡Qué duro y difícil es hablar
a seminaristas, monjas y curas!
creen que por mucho estudiar
Tradición, Escritura y rezar,
en primer lugar el Reino heredarán.

Lo mismo pasa con mucha gente,
que dice que a Cristo se convierte,
que lo ama y acepta totalmente,
que en un impulso dijo: “Presente”
¡Nadie con mayor santidad que ellos!

Los Sumos sacerdotes y ancianos
de sí mismos pensaban lo mismo
y como eran, supuestamente, “santos”,
del Templo y la Ley fueron encargados,
¿Por quién? ¿Por Dios? No, por ellos mismos.

Estas personas tan elevadas,
y muy bien plantadas,
se ven fuertemente amenazadas
cuando son descubiertas en su mentira
porque de santos no tienen nada.

Juan el Bautista en esto fue clave,
enseñó el camino verdadero
y denunció a Herodes, el grande.
Creyeron en él sólo los despreciables:
publicanos y prostitutas se convirtieron.

Por su terquedad, sus exigencias de conversión
y pertenecer a la baja sociedad,
Juan Bautista no fue escuchado por la “autoridad”
sino perseguido y puesto en prisión.

Terminaron por decapitarlo,
queriendo acallarlo para siempre
pero, ¡Aquí está otro fastidiando,
al Templo de Yahvé ha entrado
aclamado como Mesías de las pobres gentes!

Echó del Templo a comerciantes,
a cambistas y vendedores
y a quienes se creían importantes,
¡Esos de puestos sacerdotales!
los desautorizó por ladrones.

¡Qué fastidio tratar con perfectos,
tan impecables, tan excelentes
que Dios no tiene en ellos efecto,
pertenecen al linaje selecto
de los santurrones vivientes!

Jesús pone las cosas en orden inverso,
aquí los últimos son los primeros,
el Reino es para los excluidos
y no para fieles cumplidores
de sus propias leyes y preceptos.

Además de creerse los primeros
estos santurrones y perfectos
cierran las puertas a “pecadores”,
creando excluyentes religiones,
¡Los brazos de su dios a nadie acogen!

Creen que lo importante es cumplir
normas, liturgias y estatutos
“los publicanos no son dignos de vivir,
y a prostitutas, ni palabra dirigir”,
-dicen ancianos y sacerdotes-.

Para el Reino de la vida
ya nada puede ser así,
el más grande no es el que la ley diga
sino quien la voz del Padre medita
y para los otros hace vivible la vida.

Hoy, ¿Quiénes son los peores?
¿Serán los violentos o asesinos?
¿Serán los políticos ladrones?
¿Serán las prostitutas de la Calle 12?
¿O los temidos guerrilleros?


Hoy, ¿Quiénes son los mejores?
¿Será George Bush y “su democracia”?
¿Uribe, Daniel, Chávez, o uno de esos grandotes?
¿Serán los jerarcas de la Iglesia?
¿Serás vos, con tu perfección y arrogancia?

“El amigo de los pobres”, nosotros,
no tenemos ningún derecho
de sentirnos los primeros, ni tampoco de [vernos como el rostro:]
De Cristo liberador,
De Cristo salvador,
De Cristo justiciero.

Y a vos, que nos leés cada día,
sólo te pedimos dos cosas:
que no seás fariseo moderno-farisea moderna
y que seás hombre o mujer de vida,
para vivir en la Voluntad inversa de este Dios [misericordioso.]

San Vicente de Paúl y la Catequesis. (Especial de la fiesta de San Vicente de Paúl)

“Vayan pues y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a guardar todo lo que yo les he mandado” (Mt 28, 19 – 20a). La Iglesia obedeciendo al mandato de su fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres (CIC 849). Por tanto “Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer dicípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el cuerpo de Cristo (CIC 04).

El actual catecismo, en el numeral 5, define la catequesis como “una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristina, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con mira a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana”.

Esta tarea tan importante y fundamental para la Iglesia a lo largo de su historia, también fue importante para San Vicente de Paúl en su momento histórico, la época que le correspondió vivir; la recomendó a sus misioneros y la legó como tarea de la Cogregación de la Misión; decía el señor Vicente que el dar catecismo a los pobres, a los niños y a las demás personas con quienes nos encontremos de viaje o en casa, o en las misiones, es una práctica que se ha realizado desde el comienzo de la fundación de la compañía. En una conferencia pronunicada por el mismo Vicente el 17 de noviembre de 1656, expresaba: “los sacerdotes, clérigos o hermanos coadjutores, si se encontraban con algún pobre, con algún niño, con algún buen hombre, hablaban con él, veía si sabía los misterios necesarios para la salvación; y si se daba cuenta que no los sabía, se los enseñaba”.

Para San Vicente era muy importante que los misioneros y en especial los aspirantes a las órdenes sagradas se prepararan adecuadamente para su ministerio. En una conferencia del 5 de agosto de 1659, perdicada en San Lázaro, afirma que allí se practican cosas que eran comunes en los demás seminarios tales como las repeticiones de oración, el canto, el estudio de la teología... pero había otras que no, como la práctica de la administración de los sacramentos, el método para predicar y catequizar, la teología moral, las rúbricas del misal y del breviario, y, pide por lo tanto, que el tiempo que falta para las ordenaciones se dedique para prácticar los ejercicios que se hacen en los demás seminarios y agrega más adelante “Decíamos que estudiaríamos también el método de predicar la catequesis; pero esto sería insuficiente, si no lo practicásemos”. San Vicente era un hombre práctico y sabía que no era suficiente con saber todas esas cosas, además se hacía necesario prácticarlo.

También a las Hijas de la Caridad les legó esta bella labor. En una conferencia del 9 de febrero de 1653 sobre el espírtu de la compañía les decía: “por consiguiente tenéis que llevar a los pobres dos clases de comidas: la corporal y la espiritual, esto es, decirles para su instrucción alguna buena palabra de vuestra oración, como serían cinco o seis palabras, para inducirles a que cumplan con sus deberes de cristianos y a practicar la paciencia. Dios os ha reservado para esto”. Y no sólo a los pobres enfermos, sino también a los niños, en especial a los niños pobres que no podían ir a las instituciones de las Ursulinas (fundadas por Santa Angela Merici en 1535 y quienes tenían casas grandes y ricas para la instrucción de las niñas): “Vuestra compañía, mis queridas hermanas, tiene también la finalidad de instruir a los niños en la escuelas en el temor y amor de Dios”.

En una conferencia del 8 de diciembre de 1658 podemos descubrir lo importante que era para el Señor Vicente que las Hijas de la Caridad se prepararan adecuadamente para hacer las catequesis: “Entre tanto exhorto a nuestras hermanas a que se ejerciten en hacer bien el catecismo. Si las que están en las parroquias saben de algún sitio donde se haga bien, tienen que preocuparse de ir a escucharlo, cuando sea posible”, y concluye afirmando que “Hemos de procurar formarles bien para que tengáis el catecismo con los niños”. Al año siguiente, el 16 de marzo, en otra conferencia explicando el artículo 17 de las reglas que trata sobre las ocupaciones de los días domingos y festivos, Vicente les recomienda a las Hermanas: “Teneís que reservar las horas que otros días dedicaís al trabajo para tener el catecismo o las demás cosas que os señala la regla”, en la misma conferencia explica cómo hacer ese catecismo “que haya una que haga las preguntas y otra que conteste, y que esto se haga en presencia de la superiora; y si no está la superiora, la que presida en lugar suyo le expondrá más tarde todo lo que ha pasado”.

Debemos tener en cuenta que para San Vicente fue muy importante el Conilio de Trento (1545 a 1563) y se preocupó para que se llevará a la práctica en la Iglesia de Francia en su época y en toda la Iglesia universal. Este Concilio le dio una gran prioridad en sus constituciones y sus decretos a la catequesis; fue este concilio el que suscitó en la Iglesia una organización notable de la catequesis (CIC 9). Desde esta perspectiva es comprensible la preocupación de Vicente de Paúl por que la Compañía de las Hijas de la Caridad y la Congregación de la Misión tuvieran entre ssu actividades misioneras un espacio para la catequesis con las personas que lo necesitan.

¿De qué nos sirve saber todo esto? Esta es seguramente la pregunta que en este momento nos asalta, y más aun teniendo en cuenta que muchos de nuestros lectores no son ni Hijas de la Caridad ni misioneros de la Congregación de la Misión. De todas maneras creemos que hay mucha riqueza por descubrir en San Vicente, y aunque los textos y palabras que anteriormente referimos del señor Vicente están dirigidas a las religiosas y los misioneros, estamos convencidos que también tiene algo qué decirnos a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI.

Seguramente muchos de nosotros estamos empeñados en la construcción del Reino de Dios y por eso hemos asumido de una o de varias maneras compromisos que nos llevan por el camino hacia la consecución de ese gran objetivo, algunos son más radicales otros un tanto “tibios”, pero todos unidos por un mismo sentir y un mismo soñar. Frente a todo esto, la reflexión sobre San Vicente nos tiene que ubicar en otra dimensión que a lo mejor nos sorprenderá al caer en la cuenta de ello, y es que si bien la caridad material nos urge, la espirtual no está relegada a un segundo plano, o carece de importancia frente a la primera, es decir que, si bien nuestra premura por dar pan al hambriento, agua al sediento , ropa al desnudo... nos urge sin dar tiempo a excusas a otras prioridades, también la necesidad de compartir lo que sabemos acerca de la Palabra de Dios, de enseñar la doctrina de la Iglesia, de dar razón de nuestra fe, de dar un buen consejo, iluminar con la oración... nos debe urgir como la anterior. No se trata de buscar cual debe ser prioritaria, sino ser concientes que la una debe ir unida a la otra.

Tenemos que destacar otro detalle que es valiosos para todos los que buscamos un mundo más justo y más humano. Así como para compatir lo material necesitamos de lo material, de lo poco o lo mucho que Dios nos ha dado, o tenemos que ir tocando puertas y corazones para conseguir lo que necesitamos, de la misma manera para dar de lo espiritual necesitamos llenarnos de lo espiritual, y también aquí tenemos que buscar y tocar puertas para llenarnos de eso, “nadie da de lo que no tiene”, por eso si queremos dar unas buenas enseñanzas catequéticas tenemos que apreder también buenas enseñanzas catequéticas. Desde aquí adquiere mucho valor los grupos de formación bíblica, los grupos de oración, los grupos que leen y meditan la palabra de Dios, la participación frecuente de la eucaristía, las diferentes charlas, conferencias y demás orientadas hacia el crecimiento espiritual de las personas. No se trata de un espirtualismo, o de ponernos a estudiar a fondo las grandes cuestiones teológicas, sino de saber dar razón, desde nuestra sencillez, de aquello en lo que creemos y, desde luego, poder tranmitirlo a los demás, en especial a los pobres que esperan de nosotros mucho más que una ayuda material.

Finalmente valdría la pena recomendar la lectura de una plática que San Vicente orientó a los pobres de el “Nombre de Jesús”. Allí descubrimos al Vicente catequista, su pedagogia, su cariño para con sus catequisandos, su sencillez para hablar y hacerse entender, su creatividad para recurrir a ejemplos sencillos, su método: pregunta y respuesta. Además acompaña su enseñanza con una oración al inicio y al final de la catequesis. Esta plática se puede leer en “Las Obras Completas de San Vicente de Paúl”, tomo X páginas 200 a 205.

¿Por qué nos duele tanto la gratitud de Dios? Mt 20, 1 - 16.

San Mateo nos presenta a lo largo de todo su Evangelio, una serie de parábolas con las que Jeśus quiere enseñarnos lo que es el Reino de los Cielos. El texto de hoy, precisamente, nos brinda una parábola más sobre esta realidad, justo antes del tercer y último anuncio de la pasión y resurrección.

Es interesante tener presente que Jesús nunca da un concepto o una definición del Reino de los Cielos, simplemente dice: “El Reino de los Cielos se parece a... ”; lo cual deja siempre abierta la posibilidad a la respuesta que podamos dar. Claro está que esa respuesta sí tiene un marco amplio dentro del cual no se puede salir: El Evangelio.

Jesús comienza diciendo: “El Reino de los Cielos se parece al dueño de una finca que salió de mañana a contratar trabajadores para su viña...” Debemos notar que la comparación es entre el “Reino de los Cielos” y el “dueño de una finca”. Lo que quiere decir que todo lo que sucede a partir del dueño de la finca nos da la clave sobre el Reino de los Cielos. Por ello, antes de pretender poner nuestros propios esquemas y prejuicios a lo que creemos sobre el Reino de los Cielos, tenemos la invitación a dejarnos sorprender por lo que vamos a descubrir en la narración de la parábola.

Con las personas que encontró por la mañana, el dueño de la finca cerró trato, ofreciéndo pagarles el salario justo por un día de trabajo (una moneda de plata). Luego les dio las indicaciones necesarias y los envió a la finca. Luego repitió la misma acción a media mañana, a mediodía, a media tarde, y a todos éstos ofreció pagarles lo que corresponda. Finalmente, como a las cinco de la tarde, ya próximo a oscurecer, encontró a los últimos que no tenían trabajo y les dijo: “¿Qué hacen aquí ociosos todo el día sin trabajar? Le contestan: Nadie nos ha contratado. Y él les dice: Vayan también ustedes a mi viña”. A éstos últimos, el texto del Evangelio no dice que el dueño les haya ofrecido pagarles algún salario.

Al parecer, en esa finca había mucha necesidad de trabajadores o, dicho de otra manera, había mucho trabajo por hacer y, además, urgente. Fácilmente nos podemos imaginar que la cosecha estaba, como popularmente se dice, “en su punto”, lista para ser recogida, y si se espera un día más, es casi seguro que se pierde la cosecha. La parábola nos sugiere que en ese lugar había trabajo para toda persona que lo necesitara.

Bien, lo cierto es que al finalizar el día, el dueño de la finca le pidió al capataz que reuniera a todos los trabajadores y que les pagara el salario de un día trabajo, comenzando por las personas que contrató de último hasta los que contrató primero por la mañana. Grupo por grupo fueron pasando a recibir su paga, pero el grupo de los primeros, los que fueron contratados por la mañana, esperaban recibir más, porque les pareció injusto que el dueño les pagara lo mismo a todos. No podían comprender cómo el dueño era capaz de dar el mismo salario a los que habían trabajado de sol a sol y a los que fueron contratados a las cinco de la tarde. Por justicia, podrían pensar ellos, nos corresponde más salario. O bien, podrían pensar que les hubiera convenido más descansar una parte del día y luego ser contratados al atardecer, porque de todas maneras hubieran ganado la misma plata.

Entonces, el dueño de la finca le contestó a uno de ellos: “Amigo, no estoy siendo injusto: ¿no habíamos cerrado trato en el salario justo por un día de trabajo (una moneda de plata)? Entonces toma lo tuyo y vete. Que yo quiero dar al último lo mismo que a ti. ¿O no puedo yo disponer de mis bienes como me parezca mejor? ¿Por qué tomas a mal que yo sea generoso?”

Definitivamente, el dueño de la finca no fue injusto con los que contrató primero, pues habían hecho un trato y, tanto el dueño como los trabajadores, cumplieron con lo acordado.

¿Qué podemos decir del Reino de los Cielos a partir de esta parábola? Podemos decir muchas cosas interesantes sobre ello, pero en el fondo no estaríamos de acuerdo. Es estúpido pensar que el dueño de una finca le pague lo mismo al que trabajo ocho o diez horas diarias que al que sólo trabajó una. Debe estar loco o le sobra la plata o se está burlando de la gente o es injusto o es alguien que fomenta la flojera de la gente o... Tantas cosas como éstas o peores nos podemos imaginar.

Nos es casi imposible creer que pueda existir alguien tan generoso que sea capaz practicar una justicia que no encaja con lo que yo creo que es la justicia. Parece que el trabajo de los últimos fue penar buscando trabajo o esperando ser contratados, porque a esa hora del día cualquiera ha perdido la esperanza de que alguien lo contrate. Por tanto, podríamos decir que el Reino de los Cielos es algo estúpido, algo que no es lógico, pues utiliza criterios distintos de justicia. Lo cierto es que el Reino de los Cielos es como el relato de esta parábola. Seguramente nos sorprendió, nos dejó con la boca abierta, chocó de frente con nuestros esquemas y creencias, con nuestros prejuicios.

¿Por eso es que nos molesta tanto que Dios sea tan generoso y bueno? ¿Preferiríamos que fuera como los patrones que pagan según se trabaja y que explotan y oprimen? ¿Nos gustaría más que Dios fuera el capataz que se fija en los atributos, en quiénes son los primeros y quiénes los últimos para tratarlos de esa manera a la hora de la paga?

Es fácil entender la razón por la cual mataron a Jesús, ¿cómo es posible que venga a enseñar que Dios es así? Eso cuestionó la estructura religiosa y social de aquél tiempo, no era posible que Dios fuera tan generoso y tan bueno, que amara igual a publicanos, prostitutas, pobres, enfermos y excluidos, y al grupo selecto de maestros de la ley, levitas, sacerdotes y saduceos, la gente supuestamente más religiosa y cercana a Dios.

Dios no puede ser así, aunque eso esté escrito en el Evangelio y lo haya enseñado Jesús. Debe haber algún error, porque si eso es así, es muy probable que yo no sea una persona cristiana como siempre he creído, pues me paso condenando a mucha gente que considero mucho más pecadora que yo y, por tanto, inmerecedora del amor de Dios. De ser cierto que Dios es tan bueno y generoso, entonces yo puedo ser un cristiano que alimenta el sistema imperante en el que todo es pura retribución, y dan según doy. Yo puedo ser un cristiano que condeno a mucha gente a vivir en la marginación o hasta en la exclusión, diciendo que esa es la voluntad de Dios. Este texto desenmascara nuestra actitud farisea, pues podemos creer que por ser catequistas, religiosos, sacerdotes, monjas, líderes comunitarios, etc., merecemos una mejor paga de Dios que la del resto de la gente publicana y pecadora.

“El trabajo en la finca es abundante y urgente. Hay trabajo para todos.”Si dejaramos por un lado nuestros esquemas y prejuicios sobre Dios, seríamos más solidarios, seríamos buenos y generosos como nuestro Padre Dios. Nuestra opción radical serían los más pobres y sufrientes de nuestros pueblos y responderíamos con gratitud a Dios, no por interés. Dejaríamos de pensar en qué más le podemos sacar a Dios de acuerdo a nuestra conveniencia. Dejaríamos a Dios ser Dios y no buscaríamos manipularlo ni encadenar la gracia. Si dejaramos a Dios ser Dios seríamos profetas capaces de quebrar el sistema imperante, nos perseguirían por ir contra corriente, pero le haríamos una herida de muerte a la muerte, al pecado, a la injusticia.

¡Lástima que nos duela tanto la generosidad de Dios!

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