viernes, 24 de octubre de 2008

Amor cristiano: Amor eficaz en la historia. Mt 22, 34 - 40.

Siguiendo la secuencia de los textos del Evangelio de Mateo de los domingos anteriores, el contexto de polémica y persecución no ha variado. Todos los grupos reconocidos de poder social, económico, político y religioso expresan su inconformidad ante el Evangelio enseñado con hechos y palabras por Jesús. Es claro que Jesús les incomoda porque les denuncia toda la podredumbre que llevan dentro, su complicidad en la práctica de la injusticia y la opresión al pueblo. También les produce un fuerte choque el anuncio que Jesús les hace para que se conviertan y descubran el verdadero rostro de Dios. No era posible que Jesús, un “simple laico” (en términos actuales), que no pertenecía a ninguno de esos grupos de poder, les dijera que necesitaban convertirse pues, al fin y al cabo, ellos creían que “cumplían la voluntad de Dios expresada en la ley”.

En esta ocasión, después que Jesús dejó con la boca tapada a los saduceos, se volvieron a reunir los fariseos y, uno de ellos, que era doctor en la ley, es decir, experto en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, con una actitud maliciosa le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el precepto más importante en la ley?” Es obvio que este experto en la ley sabía muy bien la respuesta, no preguntó porque no sabía sino para probar a Jesús, pues alguien que es experto en algo y pregunta a otra persona lo que ya sabe, lo hace únicamente porque pretende humillar, demostrar cuánto sabe y su superioridad sobre la otra persona. Además, le llama “maestro”, con lo cual deja ver su hipocresía, pues quien llama “maestro” a alguien es porque quiere dejarse enseñar por esa persona y ser su seguidor, su discípulo.

La respuesta de Jesús fue más de lo que esperaba el doctor de la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Hasta aquí era la respuesta que él esperaba, pero Jesús agrega: “Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen la ley entera y los profetas”.

En esos tiempos, la religiosidad judía estaba regida por la ley que constaba de 613 preceptos, normas o mandatos. Para ser una persona “justa” se debían practicar todos. Por tanto, sólo podían ser justas aquellas personas que conocieran esos 613 preceptos y esa posibilidad estaba reservada para los hombres, no para las mujeres, y de entre ellos, sobre todo, a quienes pertenecían a los grupos selectos de poder (social, económico, político y religioso) del pueblo judío.

Por ello, los pobres, los enfermos, los marginados, los no judíos, etc., estaban condenados a ser los “pecadores” por no cumplir con esos 613 preceptos que eran un verdadero yugo, una gran carga pesada; pues no tenían fácil acceso a su estudio y eso les merecía la condena de Dios y jamás podían ser reconocidos como justos ante Él. Estaban condenados por “ser ignorantes” y por ser pobres, es decir, por no pertenecer a sus grupos selectos “escogidos por Dios”.

Es escandaloso que el segundo precepto que Jesús le da al doctor de la ley, le diga que es “equivalente” al primero. Jesús le expresa a este experto en religión y fe, que el amor a Dios tiene el mismo valor que el amor al prójimo y el amor a sí mismo. Como dice Luis Alonso Schökel, “Para Jesús, el fundamento de la relación con Dios y con el prójimo es el amor solidario”. No se puede separar el amor a Dios del amor al ser humano.

A este experto de la ley y a los fariseos les chocó fuertemente que sus 613 preceptos moralistas y legalistas se sintetizaran en el amor. Toda la Escritura (eso lo debería saber un experto) se resume en el amor. Por eso San Pablo afirma que la ley de todo cristiano es el amor (Rm 13, 9-10 y Gál 5, 14); y en 1 Co 13, que es un himno al amor, expresa que se puede hasta dar la vida pero si no se tiene amor de nada sirve.

En primer lugar, debemos cuestionarnos en nuestra relación personal y comunitaria con Dios, pues puede pasarnos que nuestro culto muy fervoroso y cumplidor de ritos y preceptos no esté respaldado por la vida y se convierta, entonces, en un culto idolátrico. Por ello, la práctica del amor y la justicia es el criterio máximo de la bondad moral, por encima de cualquier culto o sacrificio. Nuestra celebración eucarística es un culto idolátrico sino está respaldado por nuestra práctica del amor y la justicia en medio del mundo en que vivimos. Si somos simples espectadores de las injusticias y del pecado, sin compromiso, sin sudar y sin cansarnos por transformar la realidad, somos unos idólatras que, en realidad amamos la ley y nuestro culto, pero no amamos a Dios ni al prójimo.

Jesús está proponiendo la práctica del amor, especialmente “con estos mis hermanos más pequeños”, como el criterio fundamental de salvación (Mt 25, 31-46; Lc 10, 25-37). Este criterio pasa por encima de las fronteras de credo, culto o religión.

Por eso, la “verdadera gloria de Dios” no se manifiesta principalmente en los dogmas bien proclamados, sino en el amor bien practicado, que se traduce en “que el ser humano tenga vida” (San Ireneo), en “que el pobre tenga vida (Monseñor Romero).

En América latina, esta práctica efectiva del amor se traduce en la opción por los migrantes y la marginación; la prostitución y la infancia abandonada; la educación y la política alternativa; los campesinos y la tierra; los desempleados y el trabajo digno; la pastoral indígena y afroamericana; las personas desplazadas por la violencia y la organización para la búsqueda de la paz; etc.

Como personas seguidoras de Jesucristo, la necesidad de un amor eficaz en la historia misma nos empuja a la búsqueda continua de una espiritualidad arraigada en la realidad y con compromiso a partir de las necesidades concretas de la otra persona. “El mundo de los pobres – decía con agudeza monseñor Romero- nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano (...) que debe ser ciertamente gratuito pero debe buscar la eficacia histórica”.

¿Qué hacer ante la realidad de las personas desplazadas en Colombia a causa de la violencia generada por la guerrilla, los paramilitares y el ejército nacional?

¿Qué hacer ante la peligrosa realidad del narcotráfico que se está viviendo en México?

¿Qué hacer ante el abuso que cometen las transnacionales de minería en Centro América, en especial en Guatemala, y ante la complicidad del Gobierno?

¿Qué hacer ante la difícil situación que viven los emigrantes en Estados Unidos?

¿Qué hacer ante las políticas económicas mercantilistas, que empobrecen más a nuestro pueblo, se roban nuestros recursos y favorecen sólo a las clases ricas y privilegiadas de nuestra América latina?

Si dejamos pasar todo esto sin comprometernos, somos unos idólatras que no amamos a Dios ni al prójimo, menos a nosotros mismos y nos convertimos en cómplices del pecado, de la injusticia, de la muerte.

¿Qué hacer ante las personas cristianas, que pertenecen a nuestra iglesia, y que legitiman y justifican la injusticia y la opresión y se cruzan de brazos? ¿Amarán realmente a Dios y al prójimo? ¿Lo haces tú?

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