martes, 21 de agosto de 2018

CREDO VICENTINO


Puebla México
1.       Creemos que somos felices construyendo el Reino aun en medio de las pruebas.

2.       Creemos que los discípulos estamos llamados a iluminar y ser sal para el mundo dado nuestras vidas.

3.       Creemos que la Ley de Dios nos da plenitud de vida y coherencia para ser a la vez mensajeros y el mensaje.

4.       Creemos que quien vive la vida fraterna va mas allá de los que se le pide teniendo como base le perdón, a manera de amigos que se quieren bien.

5.       Creemos que la caridad, la oración y el ayuno vividos en sencillez y humildad nos llevan a vivir como hermanos reconociendo a Dios por Padre.

6.       Creemos en la Divina Providencia,  y como vicentinos nos ocupamos de las cosas de Dios y del Reino y el hará las nuestras.

7.       Creemos que para hacer la corrección fraterna debemos tener mansedumbre y mortificación personal y comunitaria.

8.       Creemos que un vicentino de oración es capaz de todo, si persevera, si da fruto, si se salva, si es caritativo, etc. es gracias a la oración.

9.       Creemos que el verdadero discípulo trata a los demás con respeto y amor para evangelizar.

10.   Creemos que entrar por la puerta estrecha es vivir la mortificación, la renuncia, la fidelidad y la claridad por las opciones.
11. Creemos que para vivir la verdad, la sinceridad y la transparencia para dar fruto, debemos ser sanos, sabios y santos con la gracia de Dios.
12.
Creemos que para hacer la voluntad del Padre, manifestada en Jesucristo por la acción del Espíritu Santo debemos edificar nuestras vidas sobre la Palabra de Dios que es roca firme no como las máximas del mundo.
¡¡Abbá!! ¡¡Amén!! ¡¡Shalóm!!

jueves, 7 de junio de 2018

SIN TITULO

Sábado, 8 de diciembre

Hoy quemé tu carta. La única carta que me escribiste. Y yo te he estado escribiendo(sin que tú lo sepas) día a día. A veces con amor, a veces con desolación, otras con rencor. 
Tu carta la conozco de memoria: catorce líneas, ochenta y ocho palabras, diecinueve comas, once puntos seguidos, diecisiete acentos ortográficos y ni una sola verdad.

José Emilio Pacheco

jueves, 24 de mayo de 2018

PENTECOSTES JUAN 20


Soplo de Dios sobre discípulos acobardados Jn 20, 19-23


Después de cincuenta días de la celebración de la Pascua hemos llegado a la Solemnidad de Pentecostés, en la cual celebramos la presencia del Espíritu Santo en la comunidad de los seguidores de Jesús.

Pentecostés debía ser, para los judíos pobres, día de imnensa alegría, ya sea porque se compartía el alimento, porque se recordaba la Alianza del Sinaí o porque se celebra el Jubileo, es decir, la condonación de todas las deudas, la recuperación de las tierras perdidas y la obtención de la libertad para los esclavos. Sin embargo todo esto quedó en la utopía de Israel, en los sueños de un pueblo que deseaba que todos fueran iguales. Por desgracia siempre los poderosos de la historia se encargan de hacer valer las leyes, pero a su propia conveniencia.

En nuestros países de América Latina, firmantes de la Declaración Internacional de los Derechos Humanos, a través de las Constituciones y las Leyes intentan aplicar los treinta artículos a sus respectivas sociedades. Sin embargo la brecha entre ricos y pobres cada vez aumenta más. Se habla de “salario mínimo”, pero éste, además de no ser suficiente para el sostenimiento de una familia, tampoco es accesible a todos. De lo que no se habla es de “salario máximo”, por eso casi no es motivo de escándalo que un fútbolista sea contratado por casi 100 millones de euros, mientras mil cuatrocientos millones de trabajadores no logran ganar ni dos euros al día, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Jesús de Nazaret, al darse cuenta de todo el abuso y la corrupción que cometían los poderosos de su tiempo, no pudo quedarse de brazos cruzados; sintió que debía hablar y hacer algo por cambiar esa historia. Comenzó toda una lucha junto con otros hasta las últimas consecuencias. Trató de instaurar un nuevo orden social donde no continue la falsa paz impuesta a base de armas, sino la verdadera paz, la que es fruto de la justicia y la misericordia. Al final fue asesinado en tiempos de Poncio Pilato, Anás y Caifás, y con su muerte murió también la esperanza de los pobres de Israel. Sin embargo Jesús había prometido que volvería y enviaría su Espíritu para que no abandonaran la lucha inicada por Él. Es así que al tercer día de su muerte, Dios, que levanta del polvo al desvalido y hace justicia al pobre, lo resucitó de entre los muertos, comenzando así toda una nueva historia, una nueva creación.

Mientras tanto los poderosos de Israel, no se sienten tranquilos con la sola muerte de Jesús, sino que  desean exterminar de una vez y para siempre con todo aquello que quedara de Él, de la “plaga” del movimiento de Jesús. Es así que los primeros en ser buscados fueron los seguidores directos de Jesús: los discípulos. Algunos valientemente continuaron la obra, pero otros, ante los asesinatos, empezaron a acobardarse y echarse para atrás. El texto bíblico precisamente nos relata ese momento. Los discípulos están aterrorizado, temen abrir las puertas y correr la misma suerte que su maestro. La consecuencia más grave de este temor es el abandono definitivo de la lucha iniciada por Jesús, y por consiguiente el triunfo de la injustica sobre la justicia.

Hoy la Iglesia vive una experiencia parecida, pero quizá peor. Ella, actualmente, no tiene necesidad de cerrar sus puertas, pero no por valentía, sino porque al no estar comprometida con la lucha de Jesucristo no es perseguida por nadie. El carácter profético de denuncias de las injusticias y anuncio de un nuevo mundo ha desaparecido casi por completo; son pocos los laicos, religiosos o clérigos que se compromenten en serio con esta causa. Sin embargo, la comunidad, con miedo o sin miedo, sigue reuniéndose en torno a la fe en el resucitado. Esto es un signo de esperanza.

Jesús se presentó en medio de la comunidad cuando precisamente ellos estaban reunidos, aunque con las puertas cerradas, aterrorizados y paralizados. Su presencia resucitada les devuelve la alegría, les recuerda que su lucha por la Paz no se detiene ni con la muerte, les hace saber que tienen una misión que cumplir: continuar la obra de Jesús hasta las últimas consecuencias, al igual que Él. Por último, su presencia resucitada en medio de esa comunidad de discípulos desanimados, desalentados, cansados y acobardados, sopla sobre ellos el mismo espíritu que animó a Jesús de Nazaret, el mismo fuego que lo abrazó por dentro y le llevó a actuar en contra de todas las injusticias. Si esto no los motiva a abrir las puertas y continuar la lucha ¿Qué podrá hacerlo?

Actualmente la Iglesia sigue reuniéndose en torno al Resuctiado, por ello, a pesar de sus miedos o de sus incoherencias, sigue y seguirá engendrando hombres y mujeres realmente tocados y tocadas por el soplo de Jesús de Nazaret. Así lo constatamos en nuestra historia eclesial. Nadie puede negar que la Iglesia, aunque no toda ella, sigue siendo signo de contradicción con el mundo injusto e inhumano, sigue oponiéndose a las estructuras de poder, sigue llamando al cambio de mentalidad de los poderosos, sigue siendo piedra en el zapato de los proyectos de muerte y sigue apoyando la reivindicación de los proyectos de vida.

Ánimo hermanos y hermanas, sabemos que las palabras de Jesús siempre son exigentes y no admite reservas ni traiciones; abramos las puertas y luchemos en serio por instaurar en el hoy de nuestra historia esa paz con justicia que anhelaba Jesús para su pueblo y hoy, a través de nosotros, lo anhela para el nuestro. Pidamos a Dios nos dé ese mismo Espíritu para poder decir con Jesús e Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mi, porque Él me ha ungido para anuniciar la buena noticia a los pobres” (Cf. Lc 4, 18-20).

martes, 24 de abril de 2018

LLAMADO A LA SANTIDAD PAPA FRANCISCO I PARTE

Este post estará dedicado a resaltar la ultima Exhortación Apostólica del Papa Francisco, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, titulada en latín: "Gaudete et Exsultate"

SINFONIA SANTA

A manera de resumen:

1. «Alegraos y regocijaos» (Mt 5,12), dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa. El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. En realidad, desde las primeras páginas de la Biblia está presente, de diversas maneras, el llamado a la santidad. Así se lo proponía el Señor a Abraham: «Camina en mi presencia y sé perfecto» (Gn 17,1).
2. Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades.
Capitulo Primero: El llamado a la Santidad
6. No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente»(Lumen Gentium 9). El Señor, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Por eso nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo.
11. «Cada uno por su camino», dice el Concilio. Entonces, no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros. Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (cf. 1 Co 12, 7), y no que se desgaste intentando imitar algo que no ha sido pensado para él.
14. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos.
15. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cf. Ga 5,22-23).
16. Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: «No, no hablaré mal de nadie». Este es un paso en la santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad.
20. Esa misión tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor.
21. Así, cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo.
22. Para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles... Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona (HANS U. VON BALTHASAR, “Teología y santidad”, en Communio 6 (1987), 486-493.).
23. ...Pregúntale siempre al Espíritu quéespera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar,para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión...
25. Como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos. Cristo mismo quiere vivirlo contigo, en todos los esfuerzos o renuncias que implique, y también en las alegrías y en la fecundidad que te ofrezca. Por lo tanto, no te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de ti en ese empeño.
26. ...Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión.
27... Se olvida que «no es que la vida tenga una misión, sino que es misión» (XAVIER ZUBIRI, Naturaleza, historia, Dios, Madrid 19993, 427.).
32. No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad.
33.  En la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve más fecundo para el mundo.
34. No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos» (La mujer pobre, II,27).

Capítulo Segundo: Dos Enemigos sutiles de la Santidad

35. ...El gnosticismo y el pelagianismo. Son dos herejías que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que siguen teniendo alarmante actualidad. Aun hoy los corazones de muchos cristianos, quizá sin darse cuenta, se dejan seducir por estas propuestas engañosas.
36. El gnosticismo supone «una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 94: AAS 105 (2013), 1059).
40. A veces se vuelve especialmente engañosa cuando se disfraza de una espiritualidad desencarnada. Porque el gnosticismo «por su propia naturaleza quiere domesticar el misterio» (Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el centenario de la Facultad de Teología (3 marzo 2015): L’Osservatore Romano (10 marzo 2015), p. 6), tanto el misterio de Dios y de su gracia, como el misterio de la vida de los demás.
41. Quien lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de Dios.
42. Tampoco se puede pretender definir dónde no está Dios, porque él está misteriosamente en la vida de toda persona, está en la vida de cada uno como él quiere, y no podemos negarlo con nuestras supuestas certezas. Aun cuando la existencia de alguien haya sido un desastre, aun cuando lo veamos destruido por los vicios o las adicciones, Dios está en su vida. Si nos dejamos guiar por el Espíritu más que por nuestros razonamientos, podemos y debemos buscar al Señor en toda vida humana. Esto es parte del misterio que las mentalidades gnósticas terminan rechazando, porque no lo pueden controlar.
Límites de la razón
44. En realidad, la doctrina, o mejor, nuestra comprensión y expresión de ella, «no es un sistema cerrado, privado de dinámicas capaces de generar interrogantes, dudas, cuestionamientos», y «las preguntas de nuestro pueblo, sus angustias, sus peleas, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones, poseen valor hermenéutico que no podemos ignorar si queremos tomar en serio el principio de encarnación. Sus preguntas nos ayudan a preguntarnos, sus cuestionamientos nos cuestionan» (Videomensaje al Congreso internacional de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina (1-3 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 980).
46. San Buenaventura, por otra parte, advertía que la verdadera sabiduría cristiana no se debe desconectar de la misericordia hacia el prójimo: «La mayor sabiduría que puede existir consiste en difundir fructuosamente lo que uno tiene para dar, lo que se le ha dado precisamente para que lo dispense. [...] Por eso, así como la misericordia es amiga de la sabiduría, la avaricia es su enemiga» (Los siete dones del Espíritu Santo 9,15). «Hay una actividad que al unirse a la contemplación no la impide, sino que la facilita, como las obras de misericordia y piedad» (ID., In IV Sent., 37, 1, 3, ad 6).
 48. Porque el poder que los gnósticos atribuían a la inteligencia, algunos comenzaron a atribuírselo a la voluntad humana, al esfuerzo personal. Así surgieron los pelagianos y los semipelagianos. Ya no era la inteligencia lo que ocupaba el lugar del misterio y de la gracia, sino la voluntad. Se olvidaba que «todo depende no del querer o del correr, sino de la misericordia de Dios» (Rm 9,16) y que «él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
50. En el fondo, la falta de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en un camino sincero y real de crecimiento (Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038.).
55. Esta es una de las grandes convicciones definitivamente adquiridas por la Iglesia, y está tan claramente expresada en la Palabra de Dios que queda fuera de toda discusión. Así como el supremo mandamiento del amor, esta verdad debería marcar nuestro estilo de vida, porque bebe del corazón del Evangelio y nos convoca no solo a aceptarla con la mente, sino a convertirla en un gozo contagioso. Pero no podremos celebrar con gratitud el regalo gratuito de la amistad con el Señor si no reconocemos que aun nuestra existencia terrena y nuestras capacidades naturales son un regalo. Necesitamos «consentir jubilosamente que nuestra realidad sea dádiva, y aceptar aun nuestra libertad como gracia. Esto es lo difícil hoy en un mundo que cree tener algo por sí mismo, fruto de su propia originalidad o de su libertad» (LUCIO GERA, “Sobre el misterio del pobre”, en P. GRELOT-L. GERA-A. DUMAS, El Pobre, Buenos Aires 1962, 103).
57. Todavía hay cristianos que se empeñan en seguir otro camino: el de la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana y de la propia capacidad, que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y elitista privada del verdadero amor. Se manifiesta en muchas actitudes aparentemente distintas: la obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial.
58. Muchas veces, en contra del impulso del Espíritu, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. Esto ocurre cuando algunos grupos cristianos dan excesiva importancia al cumplimiento de determinadas normas propias, costumbres o estilos.
59. Sin darnos cuenta, por pensar que todo depende del esfuerzo humano encauzado por normas y estructuras eclesiales, complicamos el Evangelio y nos volvemos esclavos de un esquema que deja pocos resquicios para que la gracia actúe.
60. En orden a evitarlo, es sano recordar frecuentemente que existe una jerarquía de virtudes, que nos invita a buscar lo esencial. El primado lo tienen las virtudes teologales, que tienen a Dios como objeto y motivo. Y en el centro está la caridad. San Pablo dice que lo que cuenta de verdad es «la fe que actúa por el amor» (Ga 5,6). Estamos llamados a cuidar atentamente la caridad: «El que ama ha cumplido el resto de la ley […] por eso la plenitud de la ley es el amor» (Rm 13,8.10). «Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5,14).

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