jueves, 31 de julio de 2008

Lucha contra el hambre. Mt 14, 13 - 21

Este domingo la liturgia nos trae el conocido pasaje evangélico de la multiplicación de los panes. Es probablemente uno de los textos más conocido en el mundo, pero al mismo tiempo el menos aceptado por las políticas económicas y sociales de los países y culturas. Veamos el texto destacando cuatro ideas.

1.“Al enterarse, Jesús se fue de allí” (v. 13)

.“Sanó a los enfJesús se entera del asesinato de Juan el Bautista, a quien admiraba profundamente por su coraje y perseverancia para denunciar las injusticias, especialmente de los poderosos. Con la muerte de Juan se acaban los bautismos en el Jordán, se dispersan sus discípulos y huyen, pues corren peligro. El Evangelio nos dice que Jesús al enterarse de lo sucedido se fue de allí. ¿Por qué se fue? No olvidemos que Jesús, aunque es el gran liberador y salvador, también es verdadero hombre. Jesús era discípulo de Juan, al morir el que fue su maestro siete temor, huye y se esconde.

Muchos de nosotros, aún sabiendo que estamos aquí por Dios y para Dios, nos dejamos impresionar por el liderazgo de hombre y mujeres que luchan incansablemente por una causa justa; sin embargo cuando matan a éstos nos desilusionamos, pensamos que todo está perdido, preferimos salir corriendo y dejar la lucha. A Jesús le pasó así, ¿A usted también le ha pasado alguna vez?

2.“Pero lo supo la multitud ... Jesús sintió compasión” (v. 13. 14)

Jesús quiere esconderse, estar sólo y ponerse a salvo, pero el Padre tiene pensada para Él otra cosa. En Israel la desigualdad social y religiosa, la opresión y la exclusión que aplastaba principalmente a los pobres, redundaban básicamete en dos realidades, y ante ellas sólo dos opciones claras: la enfermedad y el hambre, para las cuales sólo hay dos opciones: dejarse morir o luchar por vivir. Los que se enteraron que Jesús iba hacia la otra orilla, confiando en Él, lo siguieron a pie desde los poblados. No sabemos qué tan distantes estarían esos pueblos, pero si sabemos que los que lo siguieron eran personas enfermas y hambrientas, es decir, personas débiles que no se quedaron de brazos cruzados, estas personas pobres nos dan toda una catequesis, pues la solución a los problemas más hondos del ser humano la encontramos en Jesús y no importa el sacrificio que tengamos que pasar para llegar hasta Él. Sin embargo, no olvidemos que Jesús está huyendo, lo que menos busca en ese momento es aparecer como otro Juan Bautista y también ser asesinado, pero su corazón se deja enternecer al ver esa multitud necesitada. Jesús se olvida de si mismo y de su seguridad, siente compasión y desde ese momento vuelve a la lucha.

La presencia de los pobres nos recuerda que nosotros no estamos en este mundo ni para cuidarnos ni para seguir a líderes carismáticos, por muy luchadores que sean, pues al ser éstos asesinados símplemente terminariamos por dispersarnos. Los pobres nos buscan a cada uno de nosotros, tocan nuestras puertas, nos piden dinero en los buses, nos asaltan en los mercados y se nos acercan en los seminarios, en las casas curales y en los conventos en busca de ayuda. Los pobres nos dicen: “ayúdame”. Jesús recibió sus gritos de auxilio y cambió de plan, ¿Nosotros hacemos lo mismo?

3.“Sanó a los enfermos” (v. 14)

Una vez que Jesús siente compasión comienza su acción. El primer paso fue dar solución a lo más urgente: la enfermedad, último escalón de la muerte. En Israel ser enfermo era toda una desgracia, pues además de sufrir los males físicos y la angustia de una muerte temprana, se sufría también la exclusión social y religiosa. Los leprosos, por ejemplo, eran expulsados de las ciudades y se les enviaba hacia poblados inhóspitos y olvidados. Jesús, compasivo, va hacia ellos y los cura, acaba con su exclusión, con sus males físicos y con todas sus angustias, les devuelve la esperanza y la felicidad.

En nuestro mundo neoliberal-global la salud es un problema peor que hace 2000 años. En tiempos de Jesús se excluía a quien no se podía sanar, hoy se excluye desde el momento mismo que el enfermo “no tiene” para pagar por su salud; entre el médico y los enfermos hay empresas voraces y sedientas de dinero que han encontrado en los hospitales, seguros y clínicas espacios para adquirir dinero; a medida que hay más privatización aumentan las muertes a temprana edad. ¿Qué estamos haciendo nosotros frente a esta realidad? Tarde o temprano podremos ser víctimas del sistema, ¿Será hasta este momento que comprenderemos que debemos hacer algo o simplemente dejaremos que las cosas sigan así?

4.“Comieron todos, quedaron satisfechos” (v. 20)

Jesús da otro paso: acabar con el hambre. Curar a los enfermos es una acción necesaria y urgente, pero no resuelve el problema, pues los mismos sanados por Jesús volverán a enfermarse. El problema de la enfermedad está en el hambre y el problema del hambre está en el egoísmo. A esto es a lo que Jesús apunta en su acción.

Los discípulos al ver que anochecía y que tanta gente hambrienta los acompañaba, simplemente proponen: “despide a la multitud para que vayan a los pueblos para comprar algo” (v. 15). Los discípulos se sienten impotentes para solucionar el problema y optan por el famoso “sálvese el quien pueda”. Jesús, sorprendentemente, les dice: “denles ustedes de comer” (v. 16). Para los discípulos la propuesta de Jesús es absurda, ellos también son pobres, no tienen para alimentar a todos, símplemente tienen “cinco panes y dos pescados” (v. 17), con los cuales podrían comer ellos y Jesús.

En nuestras casas nos pasa como a los discípulos, aun cuando nos duele ver a personas hambrientas no nos sentimos capaces de solucionar su hambre. Si un día invitamos algún pobre a nuestra mesa, otro día no podemos, si un día tenemos mucho dinero para hacer una cena grande e invitar a todos los pobres que conocemos, otro día no tenemos. Lo que sucede es que tanto los discípulos como nosotros pensamos que la solución del hambre está en tener suficiente dinero para dar de comer a los hambrientos, sin embargo Jesús nos enseña que ese no es el camino.

Cuando los discípulos dijeron que sólo tenían cinco panes y dos pescados, Jesús rápidamente les dijo: “Tráiganlos”. Para solucionar el hambre es necesario el desprendimiento y el compartir. Los discípulos tenían esos cinco panes y dos pescados para ellos, pero ahora, aunque no entienden, se los dan a Jesús para que los comparta con esa gran multitud, quizá todos queden con hambre, pero lo importante es que todos coman. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, dio gracias a Dios porque entre los hombres y las mujeres todavía hay personas que se desprenden de lo poco que tienen para compartirlo con sus hermanos, luego de dar gracias a Dios parte los panes y los peces y se los devuelve partidos a sus discípulos para que los den a la multitud. Este cuadro puede ser visto como la máxima desgracia de un pueblo, lo poquito que tenían, ahora se parte, se hace más pequeño y más insignificante, si antes con esos cinco panes y dos pescados los discípulos y Jesús apenas podrían sobrevivir, verlos ahora partidos para ser entregado a miles es motivo de tristeza. Sin embargo, Jesús ve las cosas de otro modo y da gracias, no le importa comer menos o asegurar su sustento, lo que le importa es que lo poquito que cada uno tenga sea compartido.

Jesús no es el que entrega los pedacitos de pan y de pescado a la multitud, lo hacen sus discípulos. Sólo los verdaderos discípulos de Jesús serían capaces de entregar equitativamente lo que su maestro les ha dado. Para acabar con el hambre no basta con que los que tienen se desprendan, sino que es necesario que nadie acapare, que todo sea entegado por igual a todos, que la solidaridad domine y se propague. De este modo, no sólo unos pocos se desprenderán, sino todos y no sólo unos pocos lucharán porque todos reciban, sino todos.

Luego de la distribución nadie quedó con hambre. Ahora todos pueden devolverse sanos y satisfechos, ¿pero allí habrá acabado el hambre y la enfermedad? El evangelio nos dice que “recogieron las sobras y llenaron doce canastos” (v. 20). Ahora es tarea de cada uno de esos hombres, mujeres y niños llevar esos pedacitos de pan y pescado compartidos a sus pueblos, ahora les toca a cada uno de ellos extender la obra compasiva y solidaria en la lucha contra el hambre, ahora sí pueden irse a sus pueblos para repetir la obra que Cristo ya hizo con ellos.

Si al leer esta pequeña reflexión y releer el evangelio no despierta en nosotros el deseo de luchar contra el hambre desde el proyecto de la solidaridad, es que el evangelio no ha sido para nosotros Palaba que da Vida. Pidamos a Dios que nosotros seamos los primeros en dejarnos tocar por este evangelio y así demos, alegremente, nuestros cinco panes y dos peces.

sábado, 26 de julio de 2008

El Reino de los Cielos: Un tesoro que se puede adquirir. Mt 13, 44 - 52

El Evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario debe ser interpretado de forma similar a los Evangelios de los domingos XV y XVI: los tres textos conforman la mayor parte del capítulo 13 de San Mateo, donde Jesús intenta explicar por medio de parábolas cómo es y en que consiste el Reino de los Cielos.

El versículo 1 de este capítulo nos cuenta que Jesús salió de su casa y fue a sentarse cerca del lago. Se reunió mucha gente en torno a Él, por lo que se vió en la necesidad de subirse en una barca y se sentó, la gente lo escuchaba de pie en la orilla, se puso a enseñarles y les explicó muchas cosas por medio de parábolas: la de los diferentes terrenos donde el sembrador tira la semilla (domingo XV), la de la cizaña sembrada por el enemigo en medio del sembrado del trigo, la de la semilla de mostaza y la de la levadura en las medidas de harina (domingo XVI). Las parábolas del tesoro escondido, la perla fina, la red que atrapa toda clase de peces y la del dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas ya no se encuentran dirigidas a la multitud sino a los discípulos. Desde el versículo 36 el auditorio se reduce, pero se puede considerar este texto como parte de la misma unidad temática del capítulo 13.

A continuación, tres ideas respecto al Evangelio:

Tesoro escondido o la perla fina.

Jesús recurre a ejemplos prácticos, sencillos y cercanos para hacer que sus discípulos comprendan el valor del Reino de los Cielos y las renuncias que exige (también hace lo mismo con nosotros). ¿Quién fuese capaz de resisitir a la tentación de adquirir un terreno, donde se tiene la certeza de que hay un tesoro escondido o una piedra de mucho valor? Con seguridad venderíamos todo y “empeñaríamos hasta la madre”.

El Reino de Dios es ese tesoro escondido o esa perla fina, su valor no se mide cuantitativamente en números, su valor es superior y sólo quien lo descubra auténticamente estará dispuesto a dejarlo todo para adquirir ese maravilloso tesoro. ¿Podremos descubrir ese tesoro? Permitiéndonos el encuentro con Jesús, o permitir que Jesús nos encuentre, esto se puede dar de muchas maneras, sólo basta echar un atento vistazo a nuestra vida: una buena lectura que nos suscitó buenos pensamientos, el encuentro con una maravillosa persona que nos supo dar un buen consejo o simplemente que nos tocó con su testimonio de vida, el haber participado en un retiro espiritual o una convivencia, el haber ayudado con alguna buena obra de caridad, algún bello momento de nuestra vida o alguno doloroso como la pérdida de un ser amado o una efermedad... etc; cualquiera de estos momentos es propicio para un auténtico encuentro con Jesús, se necesita de nuestra disposición y buena voluntad y una vez vivido ese auténtico encuentro no habrá espacio para las dudas: ¡habremos encontrado un maravilloso tesoro, el mejor tesoro del mundo!

Ahora toca entonces vender todo para adquirir ese tesoro tal como lo haría el campesino o el comerciante. ¿En qué consiste “vender todo”? En ser radicales en nuestra opción por vivir en ese Reino, renunciar a todo lo que nos impide vivir como Jesús quiere. Implica, entonces, renunciar a esas ataduras que no nos dejan ser libres: nuestras seguridades, egoísmos, orgullos, pobrezas, esas pocas cosas materiales que se nos van convirtiendo en imprescindibles, todos esos pecados o pecadillos que nos hacen esclavos... ¿Estás dispuesto a asumir el costo de ese tesoro o esa perla?

Al cesto o de regreso al mar.

¿En qué va a parar todo esto? Jesús responde con una última parábola: la de la red echada al mar que atrapa todo clase de peces. Los pescadores, una vez llena la red, la sacan y clasifican su pesca, los buenos van al cesto y los malos son arrojados nuevamente. A esta parábola puede asignársele el mismo significado de la cizaña en medio del trigo. Los peces buenos (o el trigo) son todos aquellos que asumieron los costos sin importar los sacrificios y persecuciones para adquirir el tesoro escondido o la perla fina, es decir, el Reino de los Cielos. Los peces que son arrojados (o la cizaña que es arrancada y tirada al fuego) son todos aquellos que, aún habiendo encontrado el tesoro o la perla fina, tuvieron miedo de asumir las consecuencias, se hicieron los de la “vista gorda” y oídos sordos, son los cobardes que prefirieron continuar viviendo en su mediocridad, en su completa indiferencia, amañados en lo cotidiano, en sus muchas o pocas comodidades. Si la red te atrapa, ¿Dónde crees que vas a ir a parar, al cesto con los peces buenos, o serás arrojado de nuevo al mar?

¿Lo han entendido todo?

Al cerrar el capítulo 13, Jesús pregunta: ¿Lo han entendido todo? Sus interlocutores responden afirmativamente y concluye con otra parábola más: el que se hace su discípulo se parece al dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. Es una clara invitación para que una vez hechos sus discípulos sepamos conservar todo aquello bueno que poseemos y nos puede ser útil en la vivencia y construcción de ese Reino, pero también a que sepamos desechar, sin temores, todo aquello inservible e inútil para ese Reino.

A modo de conclusión se puede decir lo siguiente:
El Reino se ha de convertir en el único valor absoluto para quien lo descubre, en la mayor riqueza para quien decida ser seguidor de Jesús.
No se entra al Reino de los Cielos por los propios méritos, sino que es un don que se ofrece y que pide una respuesta.
La causa del pobre y del excluido es el criterio de discernimiento que hará posible todo tipo de renuncia y toda búsqueda incansable del Reino de los Cielos.

Y para concluir, una pregunta atendiendo a todo el capítulo 13 de San Mateo:
¿Lo han entendido todo?

sábado, 19 de julio de 2008

Las Parábolas del Reino: El proyecto de Dios se edifica desde lo sencillo y humilde. Mt 13, 24 - 43.

El Evangelio del domingo XVI del tiempo ordinario se halla directamente enlazado con el del domingo anterior: Jesús enseña qué es el Reino de los Cielos, por medio de parábolas, a la gente y a sus discípulos. La reflexión de este domingo se esbozará en cuatro ideas:

La cizaña: el pecado y la gracia


La parábola de la cizaña nos hace reconocer a nosotros (as)- tanto como a los discípulos de hace veintiún siglos-, las realidades del pecado y la gracia presentes en nuestro mundo. No se puede cerrar los ojos ante la cizaña de nuestro planeta: explotación por parte de los acaparadores de tierras, veredas y cantones; manipulación de las voluntades a través de los medios de comunicación masivos y gobiernos que se enriquecen a costillas del sufrimiento del Pueblo. También se debe reconocer el pecado personal: egoísmo, venganza e infidelidades de toda índole.

Junto a esta realidad de muerte que nos embarga se encuentra también una realidad de gracia, que nos habla del paso de Dios en nuestra historia: Él actúa por medio de muchas personas que hacen el bien, que se preocupan por los demás, que toman como suya la causa de los pobres y luchan con todas sus fuerzas por la justicia y la paz. Inclusive, en una misma persona se encuentran en duelo mortal estas realidades del pecado y la gracia, a los seres humanos nos falta ser coherentes como lo fue Jesús y nadie puede llamarse bueno antes de que acabe su vida... puede ser que una falsa humildad lleve al más fecundo para el Reino a convertirse en cizaña. No se debe olvidar que vivimos entre el pecado y la gracia y sólo la ayuda de Dios nos motivará a perseverar hasta el final.

La semilla de mostaza: el Reino de los cielos se edifica desde lo sencillo y humilde


La semilla de mostaza expresa con claridad impresionante qué es el Reino de los Cielos: es esa semilla pequeña e insignificante, que de tan pequeña que es parece que nunca va a germinar, pero poco a poco llega a ser un árbol grande y robusto que da seguridad, en cuyas ramas los pájaros ubican sus nidos.

El Reino de los Cielos es anti Hollywood, no se lleva a cabo con grandes realizaciones cinematógraficas, ni con fuerza de tanques, ni con violencia desmesurada, ni con vencedores ni vencidos; poco a poco va transformando la vida de quienes le quieren acoger, de quienes son tierra fecunda, de quienes con su vida y testimonio van cambiando poco a poco el antirreino en Reino.

Nunca se debe olvidar que el Reino de los Cielos tiene unos destinatarios concretos: los pobres, los olvidados, los excluidos. Al reconocer la Buena Noticia del Reino, ellos (ellas) se convierten en los pájaros que ubican sus nidos en ese árbol fuerte y servicial. Los demás seres humanos sólo podrán encontrar a Dios desde el servicio a los más pequeños, sabiendo que la hermandad es posible cuando hay conversión verdadera y acogida real de los que sufren. La felicidad de todos es posible si todos (as) nos posamos confiados (as) en el árbol del Reino y asumimos radicalmente sus valores para nuestra existencia personal y colectiva.

La levadura: se necesita sólo un poco para hacer fermentar toda la masa

El Reino de los Cielos no necesita ser un totalitarismo, ni un imperio, ni una institución que lo controle todo, sólo necesita ser un poco de levadura para fermentar toda la masa. La levadura es el proyecto del Reino con todos sus valores, sus potencialidades y realizaciones y la masa es el mundo: variado, complejo y crucificado por el hambre, la guerra y la injusticia social.

Toda la Constitución Dogmática Gaudium et Spes es una exhortación a los cristianos del mundo a ser esa “levadura” que fermente la masa, pero su novedad consiste en que no se dirige solamente a los cristianos sino también a “todos los hombres” y siente como propias las angustias y las alegrías del mundo.

El proyecto del Reino de los Cielos anunciado por Jesús rebasa- incluso- los límites de la Iglesia y se expande a todas las personas que aunque no son “creyentes”, son en su obrar más cristianos que muchos que decimos serlo porque vamos a misa o participamos piadosamente en los rosarios y damos catequesis.

San Vicente de Paúl y todo su carisma es de acción, de ir directamente a los pobres, de ser “levadura”, es decir, de estar en cada instante de la existencia fermentando la masa de un mundo difícil, excluyente social y económicamente, devorador de la ecología y de la vida humana.

¡A edificar el Reino de los Cielos!

Los cristianos (as) no podemos quedarnos de brazos cruzados, debemos saber escuchar las enseñanzas de Jesús y vivir estas parábolas en nuestra vida cotidiana; no hay duda de que ser trigo, vivir en las ramas del árbol de mostaza y ser levadura traerá muchos dolores de cabeza, mucha persecución y muerte; con seguridad, nos crucificarán a la par de Jesús en la cruz de la historia y junto a las mayorías populares que tratan de sobrevivir dramáticamente; pero, a fin de cuentas, eso es entender el Evangelio de este domingo.

¡Cómo nos gustaría que la historia fuese más romántica y la cruz menos pesada! ¡Pero no es así y es necesario luchar por edificar el Reino de los Cielos desde los caminos sencillos y humildes! Es posible que seamos expulsados de muchos lugares, hasta de la iglesia en nombre de Dios, pero nuestra lucha no puede detenerse ya si en verdad nos hemos convertido. Jesús está a nuestro lado y nos ayuda a llevar la cruz de cada día.

¡Ánimo, nos espera aún mucho trabajo!

domingo, 13 de julio de 2008

Sembremos la semilla del Reino a tiempo y a destiempo. Mt 13, 1 -9. 18 - 23

Hoy, décimo quinto domingo del tiempo Ordinario, la liturgia nos trae el famoso texto del Sembrardor que tira la semilla en distintas tierras, pero que no puede esperar de todas ellas la bondad de un fruto abundante. Es un texto muy trabajado en nuestros pueblos latinoamericanos, sobre todo en los ambientes misioneros. Para analizarlo destacaremos siete ideas.

1. "Salió Jesús de casa y ..." (v. 1) "salió un sembrador a sembrar" (v. 3)

Jesús es el sembrador por excelencia, dejó su condición divina y se vino al mundo no a recibir honores, sino desprecios, insultos, traiciones, negaciones y hasta la muerte. Vino al mundo con un sólo objetivo: cumplir la voluntad del Padre, instaurar el Reino de los Cielos en la tierra. Sin embargo, Jesús sabía que Él solo no podía ni terminaría la obra; era necesario que otros la continuaran y apoyaran, entonces comenzó a regar la semilla.

No todos acogieron la semilla del Reino de la misma manera, no todos se convirtieron posteriormente en sembradores, sino que muchos desaparecieron y se olvidaron de la Buena Noticia. ¿Seremos nosotros de esos? ¿De qué modo la estamos recibiendo?

2. "Unas semillas cayeron junto al camino" (v. 4) "Si uno escucha la Palabra del Reino y no la entiende, viene el Maligno y le arrebata lo sembrado en su corazón" (v. 18)

Escuchar la palabra del Reino y no entenderla, es quedarse estudiando la Palabra todo el tiempo y nunca ponerla en práctica. Aquí entran todos esos que gastan horas y horas en el estudio de la Escritura, se vuelven especialistas en griego y hebreo bíblico, en exégesis, hermenéutica, apologética y tipología, leen un sinnúmero de libros de teología y comentarios bíblicos; pero, no son verdaderos apóstoles ni mucho menos sembradores, son casi como el Maligno que conoce bien la voluntad de Dios, pero no le interesa para nada. Nosotros debemos evitar caer en este riesgo, no podemos quedarnos en lo academicista, no podemos seguir leyendo la Biblia desde nuestro escritorio, sino en medio de las visitas familiares, de los grupos bíblicos y de las Comunidades Eclesiales de Base.

3. "Otras cayeron en terreno pedregoso con poca tierra" (v. 5). "es el que escucha la palabra y la recibe enseguida con gozo; pero no tiene raíz y es inconstante. Llega la tribulación o persecución por causa de la palabra e inmediatamente falla." (v. 20-21)

Escuchar la Palabra del Reino y recibirla enseguida no garantiza una buena siembra. La Palabra del Reino debe ir penetrando poco a poco en cada uno de nosotros, no es posible ser apóstoles sin proceso, sin maduración, sin reflexión, sin experiencia y sin crisis; como sembradores estamos llamados a optar por acompañar a las comunidades respetando sus procesos de evangelización, no podemos pretender que en un año o dos existan comunidades de laicos comprometidos; por esta misma razón, tampoco podemos darnos por vencido fácilmente si vemos que los resultados son escasos, inclusive nulos, no todo está perdido, quizá es parte del proceso de la comunidad.

4. "Otras cayeron entre espinos" (v. 7) "es el que escucha la palabra; pero las preocupaciones mundanas y la seducción de la riqueza lo ahogan y no da fruto" (v. 22)

Es el que escucha la Palabra pero no le da prioridad. La Palabra de Dios exige ser la primera de todas las palabras, de otro modo, nunca producirá su fruto en nosotros. Quien ha escuchado la Palabra y comienza a comprometerse, rápidamente recibe otras otras palabras como: "no te esforcés tanto, otros no lo hacen", "hablá pero sé prudente, más hacés vivo que muerto", "no hablés de lo que no vivís", "es verdad, eso dice la Palabra, pero vos sos humano y también fallás", etc. Estas palabras van flexibilizando la radicalidad del Evangelio, van convirtiendo rápidamente en un misionero, un presbítero o un obispo acomodado.

5. "Otras cayeron en tierra fértil y dieron fruto" (v. 8) "es el que escucha la Palabra y la entiende. Éste da fruto" (v. 23)

El que escucha la Palabra y la pone en práctica es el que en verdad la entiende. Los mejores predicadores de la Palabra son aquellos que con su testimonio de vida demuestran que Dios existe y sigue hablando. Éstos son los que han aceptado la propuesta de la Buena Noticia e igual que Jesús están dispuestos a morir por ella. Jesús regó la semilla hasta la muerte, aun sin saber si alguna de esas semillas iba a caer en tierra buena. Del mismo modo debemos hacerlo nosotros, tengamos la seguridad de que los frutos vendrán aunque nosotros no los miremos: el éxito de la misión no está en obtener frutos, sino en nunca haber dejado de regar la semilla.

6. "Unas ciento, otras sesenta, otras treinta" (v. 8)

La semilla que cae en tierra buena, gracias a la bondad de Dios, produce frutos inimaginables, más de lo que cualquiera de nosotros puede pensar. El problema, sin embargo, está en que no sabemos cuándo producirá frutos y por eso muchas veces pensamos que estamos perdiendo el tiempo. Ante esta realidad, es necesario que entremos en la dinámica del gran sembrador, Jesucristo: vino a salvar el mundo, derrotó la muerte, sembró la gran semilla del Reino; pero, todavía hay muerte, egoísmo, injusticia, es decir, aún el gran fruto de la Vida no ha crecido totalmente. Al igual que Jesús, hagamos nuestra parte y dejemos que los demás hagan la suya.

7. "El que tenga oídos que escuche" (v. 9)

El Evangelio de hoy va a ser leído por millones de personas en el mundo, entre ellas el Papa Benedicto XVI, las Conferencias Episcopales, los cléricos y laicos, los ateos, etc.; pero, no todos escucharán, sino aquellos que estén dispuestos a poner en práctica esa Palabra. Muchos de nosotros emplearemos este texto en una Lectio Divina, en una celebración de la Palabra, en una dinámica de grupo, en un diálogo entre amigos, pero debemos evitar de quedarnos en la sola letra y huir de no penetrar en el espíritu revolucionario que ella siempre engendra.

viernes, 4 de julio de 2008

Vengan a Mí todas las personas que están cansadas de la opresión y la injusticia... Mt 11, 25 - 30.


Seguramente ustedes, al igual que nosotros, continúan soñando que el mundo, algún día no muy lejano, será mejor. Sin duda alguna, nuestra fe nos impulsa a mantener la esperanza a través de nuestro amor efectivo y contínuo, en favor de la justicia y la vida. Sabemos muy bien que construir el Reino no es fácil, pero también tenemos la certeza que contamos con la gracia y la fuerza del Espíritu de Dios.

El texto del Evangelio de Mateo nos presenta a Jesús orando al Padre. Es una oración muy sencilla y profunda, en la que expresa una verdadera revolución: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.”

¿En dónde está lo revolucionario? Veamos. En aquél tiempo, al igual que ahora, tendemos a creer que las personas que más han estudiado, las más sabias, las de mejores punteos, quienes saben de Teología, el papa, los obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, son quienes más saben de Dios. Por tanto, la gente que llamamos comúnmente “sencilla”, creemos que es ignorante, que le es imposible conocer verdaderamente a Dios. Allí entran todas aquellas personas que son descalificadas eclesial y socialemente, las que son consideradas como ignorantes, quienes son marginadas o excluidas; la gente pobre.

Para San Vicente de Paúl, la sencillez es la virtud que tiene relación directa con el vivir desde la verdad, la transparencia, sin doblez. Para él, esta virtud es la que permite conocer a Dios de forma auténtica y profunda. Por ello llegó a afirmar contundentemente que “en los pobres se encuentra la verdadera religión”. Es en medio de los pobres, donde Vicente de Paúl encontró a Jesucristo y utilizó la comparación de una medalla, en donde de un lado estaban los pobres y del otro Jesucristo, pero era una sola medalla.

Desde el Evangelio, nos atrevemos a afirmar que sólo en las personas pobres, nos encontramos con nosotros mismos y con Jesucristo. Entonces, si deseamos conocer la voluntad de Dios, conocer todo lo que ha sido escondido a los sabios y entendidos del mundo, debemos ser sencillos, insertarnos en la realidad concreta de los pobres y asumir ese mismo espíritu que no pretende saber a partir de conocimientos intelectuales, sino desde la experiencia de la transparencia, la verdad, desde la realidad que les crucifica y les condena a una muerte anticipada e injusta.

Como lo hemos reiterado en otras ocasiones, no por el hecho de ser pobres, estas personas dejan de ser pecadoras e injustas, simplemente son la negación de la historia humana. Son las personas en quienes Dios decidió inaugurar el Reino y desde las cuales ese Reino llegará a toda la humanidad. Esa fue la opción de Jesús, y por tanto es la de cualquiera que se atreva y decida a ser su seguidor.

Como bien dice el dicho popular, “más claro no canta un gallo”, Jesús expresa que su Padre le “ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.” Y, ¿quiénes son esas personas a las cuales Jesús ha querido darlo a conocer? Los sencillos, los pobres, los marginados, los excluidos. Los no ser humanos del mundo. Los invisibilizados del mundo.

Existen millones de personas que están cansadas de tanto trabajo impuesto, de trabajar mucho y seguir muriéndose de hambre; muchas personas cansadas de tanta injusticia, de tanto luchar por la construcción del Renio y encontrarse con tanta persecución, violencia y muerte. Son personas que se sienten agobiadas, muchas veces sin fuerzas para dar un paso más; personas que tienen fe, pero que en medio de las situaciones dramáticas y extremas de la vida, les cuesta descubrir a Dios. Este es el cansancio de la guerra, del narcotráfico, de la corrupción, de las injustas leyes de Estados Unidos y otros países desarrollados económicamente hablando, pero subdesarrollados en solidaridad, fraternidad, calidad humana y sentido de justicia.

Jesús nos dice: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo les haré descansar. Acepten el yugo que yo les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros.” El descanso lo encontramos en Jesús y el Reino de Dios. En Él se funda esta vivencia de la justicia, la solidaridad, la paz y tantos valores que harán que el ser humano pueda vivir en plenitud y descansar de todo lo que les agobia.

Aceptar ese yugo que ofrece Jesús significa aceptar el compromiso de seguirle, de ser discípulos y misioneros y continuar la construcción del Reino en la historia. El yugo es asumir las Bienaventuranzas hasta las últimas consecuencias: insultos, persecución, calumnias y muerte. Es un yugo que nos hace rechazar todo lo que atente contra la vida, en especial de las personas más vulnerables. No es un aceptar pasivo todo el Anti-Reino y cruzarse de brazos ante el pecado personal y social. Es un aceptar tranformador a partir de Jesucristo. Este yugo y esa carga que nos pone Jesús se vuleven ligeras porque Él mismo va con nosotros cargando, dando fuerza y animando en el camino.

La vida es difícil en Latinoamérica, vemos en México, Guatemala, Colombia y otros la realidad dramática, violenta y deshumanizadora del narcotráfico. El conflicto armado interno en Colombia, que en estos momentos ve crecer la esperanza de una realidad de paz, después del rescate de 15 personas secuestradas y el debilitamiento de las FARC, pero que acarrea millones de víctimas. Vemos la terrible crisis económica que se vive en toda la Patria Grande, debido al encarecimiento del petróleo y a la crisis estadounidense. Los miles de personas que a diario emigran hacia Estados Unidos y los miles que son deportados o no pueden llegar a dicho suelo.

La realidad nos apremia, nos invita a asumir el compromiso bautismal de llevar el yugo y la carga que Jesús nos da. Nuestra misión es llevar nuestros pueblos cansados y agobiados por el Anti-Reino, a que descancen en Jesucristo.

Que Vicente de Paúl y Monseñor Romero, santos que asumieron su compromiso de fe desde sus respectivas épocas y realidades, nos inspiren y motiven a continuar construyendo ese sueño que nos quita el sueño: El Reino de Dios y su justicia.

miércoles, 2 de julio de 2008

Celo apostólico: El proyecto de liberación se edifica con la sangre de los mártires. Mt 16, 13 - 19

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús haciéndole una pregunta vital a los discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo” (v.15) Pedro contestó: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”(v.16). La respuesta que Pedro brinda a Jesús se enmarca dentro de la llamada crisis galilea. Esta crisis consistió en un período de desesperanza y angustia que vivió Jesús tras los resultados adversos del primer año de su ministerio público: el pueblo no se volvió a Dios, los poderosos endurecieron sus posturas radicales y se desató la persecusión contra Él y sus discípulos.

De boca de Pedro Jesús recibe una confirmación, es Dios mismo por los labios de Pedro quien le dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”, es decir, sigue adelante, sigue instaurando mi proyecto de justicia aunque el pueblo no se convierta, aunque sus jefes te persigan para matarte, aunque sientas que ya nada tiene sentido.

Jesús sabe escuchar y reconoce en la respuesta de Pedro la voz de su Padre: “Feliz eres, Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (v.17). Jesús comprende que Pedro ha hablado en nombre de Dios y que su fe es tan grande que puede sostener a los demás: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo”.

Este domingo celebramos la solemnidad de San Pedro y San Pablo, los pilares evangelizadores del cristianismo. Ellos son el modelo del misionero, nunca se cansaron de proclamar la Buena Noticia de Jesucristo a todas las personas y a todos los países.

¿Qué caracterizó las vidas apostólicas de Pedro y Pablo? San Vicente de Paúl aporta la respuesta: el celo por las almas o celo apostólico. Para San Vicente el celo es un amor ardiente, estar disponible a ir a donde sea para hablar acerca de Cristo, aun en circunstancias difíciles; disponibilidad para morir por Él. Es un amor afectivo y efectivo (en sacrificio). Para Robert Maloney, vigésimo tercer Superior General de la Congregación de la Misión, el celo se expresa también hoy en el martirio.

Pedro y Pablo son mártires. Los aportes de ambos para las primeras comunidades cristianas son invaluables. No tuvieron miedo de ir por todas las ciudades y rincones del imperio romano anunciando que Jesús de Nazaret es el Cristo, que su sacrificio genera salvación, que su proyecto salvífico del Reino de los Cielos se puede hacer posible en la tierra. Pero algo más se añade a su trabajo apostólico, fueron creando Iglesia: comunidad que se reúne en torno a Jesucristo para celebrar con él la vida y la esperanza y para vivir un proyecto de liberación. Cuando en este Evangelio Jesús le dice a Pedro que sobre él edificará su Iglesia, sin duda no se refiere a la Iglesia Católica como institución ni mucho menos a la primacía del obispo de Roma sino a algo más significativo: Sobre la fe de Pedro se fundaría la comunidad de creyentes que vivirían en adelante nuevos caminos de fraternidad, lejos de la violencia y la separación de cualquier índole.

¿Qué tiene que ver con nosotros este Evangelio, esta solemnidad y el celo apostólico?

Este Evangelio nos mueve a hacer la misma confesión de fe que Pedro hizo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios Vivo” y que haciéndola vivamos de acuerdo a ella anunciándole al mundo que en el mesianismo de Jesús (instaurador de paz y justicia) se encuentra el camino de la liberación.

En la primera lectura de este domingo Pedro es liberado de la cárcel por el Ángel del Señor, donde se encontraba esposado y muy bien vigilado; en la segunda lectura Pablo comenta a Timoteo que ha librado la buena lucha, que le espera la corona merecida que no sólo es para él sino para “todos los que tengan amor a su venida” (a la venida de Jesucristo). Esta última expresión de Pablo es una auténtica invitación a los cristianos de todos los tiempos para que libren esa buena lucha. Algo debemos saber: una de las notas esenciales de la Iglesia es la persecusión. El Evangelio del domingo anterior lo decía con una firmeza impresionante: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo”. A Pedro y a Pablo los asesinó el emperador Nerón entre los años 60-65 d.C. sin embargo, el mensaje que portaban sigue en la historia, ni los poderes de la muerte lo pueden detener, como tampoco podrán acabar con la Iglesia del Señor que no se queda estática, sino todo lo contrario: se solidariza con los pobres y comparrte con ellos techo y pan, dándoles en su fraternidad el lugar que se merecen y que el sistema de capitalismo idolátrico en que vivimos les ha arrebatado con violencia y a costa de sangre inocente.

¿Sentimos el amor ardiente de anunciar a Cristo a dónde sea, en las circunstancias más difíciles y estamos dispuestos a morir por Él? Es necesario dejarnos interpelar por el celo apostólico y analizar si en verdad lo tenemos.

En este momento particular de la historia de Latinoamérica el celo apostólico es extremadamente necesario. Los pobres necesitan que les ayudemos a romper sus cadenas, que nos insertemos con ellos en los barrios marginales donde la miseria, la injusticia y la violencia son el pan de cada día y que en los campos nos solidaricemos con ellos para enfrentar los efectos de la crisis económica que se vive en la región. La evangelización se hace en primer lugar por medio de la palabra, pero se debe recordar que el anuncio de Cristo muerto y resucitado es también el anuncio de que el ser humano condenado a la muerte también puede resucitar en Cristo quien es el eterno viviente. El anuncio de Pedro y Pablo fue un anuncio no en el aire sino con los pies bien puestos en la tierra, como en verdad debe ser ahora la evangelización: sino cambia las estructuras sociales y políticas de este mundo idolátrico será “bello poema” pero no Palabra del Señor capaz de demoler la muerte y edificar sobre sus ruinas la vida digna para todos, especialmente para los marginados de la historia.

Finalmente recordemos la premisa básica de la acción pastoral de la Iglesia: “La acción pastoral de la Iglesia tiene como nota esencial ser misionera”. ¿Hemos considerado en nuestra vida la posibilidad de ir a otros sitios vulnerados a anunciar a Cristo? Si no lo hemos considerado no nos llamemos cristianos porque nos falta mucho para autodenominarnos de tal manera. Pedro y Pablo nos recuerdan con sus testimonios martiriales que la vida cristiana es servicio en entrega y sacrificio y quien no esté dispuesto a ello aún no ha puesto al centro de su vida al Señor de la Historia.

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