martes, 4 de noviembre de 2008

YO SOY - MOISÉS - EL MANÁ. Jn 6, 51 - 58.

Hoy, XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, celebramos el día de los difuntos, es decir, de los que, según nuestra fe, han resucitado a la vida nueva del Reino de Dios de un modo pleno. El Evangelio, precisamente, va a hacernos reflexionar sobre ese camino hacia la vida plena. Para comprender el Evangelio proponemos como línea hermenéutica de fondo el Éxodo. Por eso, primero haremos alusión a algunos pasajes de ese libro; segundo, a partir de él, interpretaremos el evangelio, y para terminar, actualizaremos el texto.

1. El Éxodo.
Israel era esclavo en Egipto, pero no perdía la esperanza de la liberación que el Señor le daría por medio de un libertador hebreo. Fue entonces cuando Dios llamó a Moisés, en medio de la zarza y le dijo: “Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus sufrimientos. Yo he descendido para librarlos de la mano de los egipcios y para sacarlos de aquella tierra y llevarlos a una tierra buena y amplia, una tierra que fluye leche y miel.” (Ex 3, 7-8)

El Señor ha descendido para liberar a Israel de la mano de los Egipcios esclavistas y llevarlos a una tierra buena y amplia. El Señor va actuar, pero mediante un hombre hebreo llamado Moisés, a quien pide no esperar más, pues es el tiempo de Yhwh: “Vé, pues, yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel.” (Ex 3, 10). Moisés es el libertador enviado por el Padre, es quien encarna al Señor que ha descendido para liberar.
Moisés acepta la misión encomendada, pero hace una petición: “Supongamos que yo voy a los hijos de Israel y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros." Si ellos me preguntan: "¿Cuál es su nombre?", ¿qué les responderé?” (Ex 3, 13). Entonces la voz le dijo: “Yo soy el que soy. -Y añadió-: Así dirás a los hijos de Israel: "Yo soy me ha enviado a vosotros." (Ex 3, 14).

El Señor es Yo soy. Y el Yo soy que descubren Moisés y el pueblo israelita, esclavo en Egipto, es un Señor que promete libertad. Yo soy, por tanto significa: “yo soy el libertador”, “yo soy el que escucha el clamor del pueblo”, “yo soy el que no se queda de brazos cruzados de frente a la injusticia de su pueblo”, “yo soy es el que va actuar directamente a través de Moisés”.

Moisés, la encarnación de Yo soy, inicia su misión. Comunica lo que Yo soy hará con Israel y con Egipto. Luego de los conocidos diálogos entre el Faraón y Moisés, acompañados de las famosas plagas, el pueblo de Israel sale de Egipto, dejando atrás la esclavitud y la opresión. Atravesar el Mar Rojo será siempre, para ellos, el símbolo más importante de Victoria. Sin embargo, esta victoria nunca termina de realizarse. Salir de Egipto era importante, pero ahora es más importante llegar a la Tierra Pormetida, no sin antes atravesar el desierto; donde el hambre y la sed se hacen presente. Como siempre no faltan los cobardes, que al ver la exigencia dicen: “¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud.” (Ex 16, 2-3). Moisés, como padre compasivo, clama a Yo soy para que éste les mande un alimento que los conserve hasta la entrada en la Tierra Prometida. Y Yo soy les envió lo mejor que tenía: el maná. Muchos rechazaron ese pan, pero los que lo recibieron lograron caminar hasta el final: “Los hijos de Israel comieron el maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada. Comieron maná hasta que llegaron a la frontera de la tierra de Canaán.” (Ex 16, 35). El libro del Éxodo, como todo el Pentateuco, termina a las puertas de la Tierra Prometida.

2. El evangelio.
El evangelio de hoy es casi un resumen del Éxodo en pocas líneas, pero con novedades. La figura más importante es Jesús. Él dirige estas palabras estando en una sinagoga de Cafarnaún (Jn 6, 59). La sinagoga, aquí, es símbolo del poder político y religioso que ha olvidado la Palabra de Dios que pedía: amor preferencial por las viudas, los huérfanos y los peregrinos, en síntesis, por los pobres. Los liberados de Egipto ahora se han convertido en esclavistas de los preferidos de Dios; a quienes solamente se dirigen para pedirles sus impuestos y para decirles que son impuros, condenados por la Ley. En definitiva, esa sinagoga es símbolo de la esclavitud de Egipto que reaparece en todo tiempo y en todo lugar.

Jesús se presenta como Yo soy, como nuevo Moisés, como nuevo maná que promete desatar las cadenas de las esclavitud y adquirir una tierra buena y amplia. Frente a la opresión que se comete en la Sinagoga: la exclusión de los bienes de abajo y de arriba, Dios ha decidido descender de la “comodidad del Cielo” y visitar al Pueblo. Jesús es el Dios que descendió, es Yo soy, es Dios mismo en medio de nosotros, es un hebreo más, pero un hebreo que contiene a Dios. Como hebreo es un nuevo Moisés, un enviado por Yo soy para ejecutar la empresa liberadora de todo sistema de opresión, sea el que sea. Jesús comienza la misión, anuncia el plan de Dios con palabras y con obras, va hacia los nuevos faraones para exigir: libertad al pueblo.

Jesús también se presenta como pan vivo bajado del cielo. Él es el nuevo maná enviado por Dios para soportar el camino del desierto y llegar a la Tierra Prometida, es decir, tener vida eterna y resucitar el último día. Comer de Él es alimentarse de lo mejor que Dios pudo enviarnos para caminar como pueblo libre que va hacia la Promesa. Rechazarlo es torcer el camino y volver a Egipto, a la esclavitud. Sólo quienes lo coman y lo beban caminarán los cuatrocientos años que se necesitan para atravesar el gran desierto de la persecución que es necesario pasar antes de llegar a la Tierra Prometida: Sólo “quien come este pan vivirá siempre” (Jn 6, 58).

3. Hoy.
Moisés y Jesús son hitos en la historia judeocristiana, porque representan dos hechos concretos en los cuales Yo soy ha actuado liberando. Mahoma es hito para el pueblo árabe, pues representa, el paso de Yo soy por ese pueblo. A lo largo de la historia Yo soy sigue haciéndose presente, sigue enviando Moiseses a Faraones esclavistas, sigue alimentando a su pueblo con el maná, sigue deseando que su pueblo, la humanidad, llegue a la Tierra Prometida y entre en ella. Personajes como Martin Luter King, Mahatma Gandi, Nelson Mandela, Fray Bartolomé de Las Casas, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Víctor Jara, Madre Teresa de Calcuta, etc., son prueba de que Yo soy sigue descendiendo de los Cielos.

Hoy en día, a pesar del avance del Derecho Internacional, del personalismo filosófico, de la teología reinocentrista, de la psicología social, etc., la esclavitud no acaba. Millones de personas mueren de hambre en África y América Latina; mientras otros votan descaradamente la comida, miles de personas son asesinadas en Irak por “caprichos” económicos de Estados Unidos y de algunos países de la Unión Europea. ¿Qué pasa en el mundo? ¿Hasta cuando seguiremos soportando esto? ¿Dónde está Yo soy? ¿Dónde Moisés? ¿Dónde el maná? ¿Qué hay de la Promesa? Nos podríamos quedar haciendo preguntas hasta el infinito, orar todos los salmos de súplica del salterio y de los grandes místicos de la Iglesia y nunca escucharíamos nada, absolutamente nada. Y ¿Por qué? Porque la respuesta la tenemos desde el día que fuimos concebidos. Yo soy descendió para liberarnos de la esclavitud, el día de tu propia concepción, vos sos Yo soy, vos sos Moisés y vos sos maná para el pueblo esclavo, vos sos Jesús, vos sos Mahoma, vos sos Allah, vos sos Yhwh, vos sos Dios. Y ahora ¿Qué vas a hacer? ¿Si ya has visto la opresión de tu pueblo, por qué no hacés nada? ¿Por qué te quedás en tu Cielo “cómodo” y no salís al auxilio de tu pueblo esclavo? ¿Por qué no hacés nada? ¿Por qué te suplican los pobres y te hacés el que no te das cuenta? ¿Por qué sólo sos palabras y discursos? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? Esas son precisamente las preguntas que ahora te hacen los pobres de tu tiempo. ¿Qué les vas a responder?

viernes, 24 de octubre de 2008

Amor cristiano: Amor eficaz en la historia. Mt 22, 34 - 40.

Siguiendo la secuencia de los textos del Evangelio de Mateo de los domingos anteriores, el contexto de polémica y persecución no ha variado. Todos los grupos reconocidos de poder social, económico, político y religioso expresan su inconformidad ante el Evangelio enseñado con hechos y palabras por Jesús. Es claro que Jesús les incomoda porque les denuncia toda la podredumbre que llevan dentro, su complicidad en la práctica de la injusticia y la opresión al pueblo. También les produce un fuerte choque el anuncio que Jesús les hace para que se conviertan y descubran el verdadero rostro de Dios. No era posible que Jesús, un “simple laico” (en términos actuales), que no pertenecía a ninguno de esos grupos de poder, les dijera que necesitaban convertirse pues, al fin y al cabo, ellos creían que “cumplían la voluntad de Dios expresada en la ley”.

En esta ocasión, después que Jesús dejó con la boca tapada a los saduceos, se volvieron a reunir los fariseos y, uno de ellos, que era doctor en la ley, es decir, experto en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, con una actitud maliciosa le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el precepto más importante en la ley?” Es obvio que este experto en la ley sabía muy bien la respuesta, no preguntó porque no sabía sino para probar a Jesús, pues alguien que es experto en algo y pregunta a otra persona lo que ya sabe, lo hace únicamente porque pretende humillar, demostrar cuánto sabe y su superioridad sobre la otra persona. Además, le llama “maestro”, con lo cual deja ver su hipocresía, pues quien llama “maestro” a alguien es porque quiere dejarse enseñar por esa persona y ser su seguidor, su discípulo.

La respuesta de Jesús fue más de lo que esperaba el doctor de la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Hasta aquí era la respuesta que él esperaba, pero Jesús agrega: “Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen la ley entera y los profetas”.

En esos tiempos, la religiosidad judía estaba regida por la ley que constaba de 613 preceptos, normas o mandatos. Para ser una persona “justa” se debían practicar todos. Por tanto, sólo podían ser justas aquellas personas que conocieran esos 613 preceptos y esa posibilidad estaba reservada para los hombres, no para las mujeres, y de entre ellos, sobre todo, a quienes pertenecían a los grupos selectos de poder (social, económico, político y religioso) del pueblo judío.

Por ello, los pobres, los enfermos, los marginados, los no judíos, etc., estaban condenados a ser los “pecadores” por no cumplir con esos 613 preceptos que eran un verdadero yugo, una gran carga pesada; pues no tenían fácil acceso a su estudio y eso les merecía la condena de Dios y jamás podían ser reconocidos como justos ante Él. Estaban condenados por “ser ignorantes” y por ser pobres, es decir, por no pertenecer a sus grupos selectos “escogidos por Dios”.

Es escandaloso que el segundo precepto que Jesús le da al doctor de la ley, le diga que es “equivalente” al primero. Jesús le expresa a este experto en religión y fe, que el amor a Dios tiene el mismo valor que el amor al prójimo y el amor a sí mismo. Como dice Luis Alonso Schökel, “Para Jesús, el fundamento de la relación con Dios y con el prójimo es el amor solidario”. No se puede separar el amor a Dios del amor al ser humano.

A este experto de la ley y a los fariseos les chocó fuertemente que sus 613 preceptos moralistas y legalistas se sintetizaran en el amor. Toda la Escritura (eso lo debería saber un experto) se resume en el amor. Por eso San Pablo afirma que la ley de todo cristiano es el amor (Rm 13, 9-10 y Gál 5, 14); y en 1 Co 13, que es un himno al amor, expresa que se puede hasta dar la vida pero si no se tiene amor de nada sirve.

En primer lugar, debemos cuestionarnos en nuestra relación personal y comunitaria con Dios, pues puede pasarnos que nuestro culto muy fervoroso y cumplidor de ritos y preceptos no esté respaldado por la vida y se convierta, entonces, en un culto idolátrico. Por ello, la práctica del amor y la justicia es el criterio máximo de la bondad moral, por encima de cualquier culto o sacrificio. Nuestra celebración eucarística es un culto idolátrico sino está respaldado por nuestra práctica del amor y la justicia en medio del mundo en que vivimos. Si somos simples espectadores de las injusticias y del pecado, sin compromiso, sin sudar y sin cansarnos por transformar la realidad, somos unos idólatras que, en realidad amamos la ley y nuestro culto, pero no amamos a Dios ni al prójimo.

Jesús está proponiendo la práctica del amor, especialmente “con estos mis hermanos más pequeños”, como el criterio fundamental de salvación (Mt 25, 31-46; Lc 10, 25-37). Este criterio pasa por encima de las fronteras de credo, culto o religión.

Por eso, la “verdadera gloria de Dios” no se manifiesta principalmente en los dogmas bien proclamados, sino en el amor bien practicado, que se traduce en “que el ser humano tenga vida” (San Ireneo), en “que el pobre tenga vida (Monseñor Romero).

En América latina, esta práctica efectiva del amor se traduce en la opción por los migrantes y la marginación; la prostitución y la infancia abandonada; la educación y la política alternativa; los campesinos y la tierra; los desempleados y el trabajo digno; la pastoral indígena y afroamericana; las personas desplazadas por la violencia y la organización para la búsqueda de la paz; etc.

Como personas seguidoras de Jesucristo, la necesidad de un amor eficaz en la historia misma nos empuja a la búsqueda continua de una espiritualidad arraigada en la realidad y con compromiso a partir de las necesidades concretas de la otra persona. “El mundo de los pobres – decía con agudeza monseñor Romero- nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano (...) que debe ser ciertamente gratuito pero debe buscar la eficacia histórica”.

¿Qué hacer ante la realidad de las personas desplazadas en Colombia a causa de la violencia generada por la guerrilla, los paramilitares y el ejército nacional?

¿Qué hacer ante la peligrosa realidad del narcotráfico que se está viviendo en México?

¿Qué hacer ante el abuso que cometen las transnacionales de minería en Centro América, en especial en Guatemala, y ante la complicidad del Gobierno?

¿Qué hacer ante la difícil situación que viven los emigrantes en Estados Unidos?

¿Qué hacer ante las políticas económicas mercantilistas, que empobrecen más a nuestro pueblo, se roban nuestros recursos y favorecen sólo a las clases ricas y privilegiadas de nuestra América latina?

Si dejamos pasar todo esto sin comprometernos, somos unos idólatras que no amamos a Dios ni al prójimo, menos a nosotros mismos y nos convertimos en cómplices del pecado, de la injusticia, de la muerte.

¿Qué hacer ante las personas cristianas, que pertenecen a nuestra iglesia, y que legitiman y justifican la injusticia y la opresión y se cruzan de brazos? ¿Amarán realmente a Dios y al prójimo? ¿Lo haces tú?

Jesus: contra la hipocresía religiosa, a favor de la solidaridad humana. Mt 22, 15 - 21.

El Evangelio del XXIX domingo del tiempo ordinario nos relata el famoso pasaje donde Jesús dice: “Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”. Se debe recordar que este encuentro con los discípulos de los fariseos y los herodianos tuvo para Jesús graves repercusiones, precisamente, tergiversando sus palabras las autoridades religiosas de su tiempo le acusaron de exhortar al pueblo a no pagar el tributo al César (es decir, de rebelión), cuestión que fue creída por el Pretor Romano y determinante para que Jesús fuese condenado a morir en la cruz.

Creemos que es necesario, antes de aplicar el texto a nuestra realidad, rastrear el contexto de este Evangelio propuesto por la liturgia para hoy.

Jesús: Contra la hipocresía religiosa

Aproximadamente, hacia el año 64 a.C el pueblo de Israel cayó en manos del Imperio Romano, pero hacía mucho tiempo que no vivía en libertad. La caída en manos de Babilonia (587 a.C) y el exilio de los israelitas en dicho país terminaron con la monarquía y con la autonomía política que poseía. Así, Israel pasó de mano en mano: de los babilonios a los persas, de los persas a los griegos y finalmente, de los griegos y todas las variantes de su poder, a los romanos.

Israel se dio cuenta, en medio de la opresión que vivía, de que su único rey era Yahvé, por esta razón los sacerdotes, escribas y fariseos eran tan importantes, ya que eran los mediadores entre Dios y el Pueblo; el signo de fidelidad de este pueblo a su Dios era el cumplimiento de la Ley de Moisés. Sin embargo, durante el tiempo de Jesús, estos “mediadores”habían hecho consistir la ley en una observancia sin sentido, habían reducido la ley al cumplimiento de un número elevado de mandamientos y prescripciones. El pueblo, vivía en una observancia opresora y esclavizante de la Ley de Moisés, que se hallaba totalmente desvirtuada.

Por otro lado, el poder romano se hacía sentir en el pueblo israelita a través de la elevada cuota de impuestos que los ciudadanos debían pagar al imperio, cuyo canal regular eran intermediarios usureros y ladrones; y también por la ocupación de las tropas romanas en los territorios conquistados.

En conclusión, el pueblo israelita se hallaba oprimido desde los frentes más relevantes de su quehacer cotidiano: la práctica religiosa y el desarrollo de su vida civil.

Jesús, durante su ministerio público, confrontó directamente a los “mediadores” echándoles en cara sus injusticias, su enriquecimiento a costillas del pueblo (porque también recibían los impuestos del templo) y la desviación de la religión del paradigma de la justicia y la equidad para con el pueblo sufriente. Por otra parte, a Jesús no le interesaba derrocar al Imperio Romano, sino que el Pueblo de Israel se volviera a Dios, es decir, que viviera en su Reinado.

¿En qué consiste el Reino de los Cielos? En que la voluntad de Dios se haga “en la tierra como en el cielo”, que los seres humanos puedan vivir en la libertad y en la felicidad. Pero, Jesús sabía perfectamente que para que fuese posible la Voluntad de Dios en la tierra era necesario llevar a cabo una profunda liberación del ser humano de todo aquello que le hacía infeliz y esclavo. Por ello, Jesús vino a liberar a los oprimidos y a mostrarles los nuevos caminos de la solidaridad. Jesús deseaba que todos los seres humanos se tratasen como hermanos, que los egoísmos de los acaparadores (muy ricos en los tiempos de Jesús) se acabasen y compartiesen con los más pequeños; sobre todo, que nadie manipulase a Dios para sus intereses, porque los pequeños- sus preferidos- estaban en verdad excluidos por la religión de aquellos tiempos, por el contrario, Jesús les acogió sin ningún prejuicio, mostrándoles el amor de Dios.

En este Evangelio se observa que dos grupos poderosos (fariseos y herodianos) se han aliado para tenderle una trampa a Jesús, se advierte que la actitud profética de Jesús amenazaba seriamente el poder de éstos y desenmascaraba su falsa piedad.

Último detalle acerca del contexto: Se debe recordar que el Evangelio de Mateo tiene unos destinatarios concretos y ellos son los judíos conversos al cristianismo. Para nadie es un secreto que la situación de estos cristianos se fue complicando poco a poco hasta llegar el año 70, fecha en que los romanos destruyeron Jerusalén. El seguimiento de Jesucristo en estos cristianos se encontraba “entre la espada y la pared”, es decir, entre los judíos que les perseguían y expulsaban con “rabia” y entre los romanos que les oprimían civilmente y les martirizaban por su fidelidad al proyecto del Reino de los Cielos y su actitud confrontativa ante las pretensiones del emperador de tener poder ilimitado hasta querer ser considerado dios.


Jesús: A favor de la solidaridad humana

Ahora, nos compete a los cristianos del presente traer este texto a la realidad. Es cierto que la expresión de Jesús: “Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”, puede interpretarse como una invitación del Señor a ser buenos ciudadanos y cristianos, pero esta sería una interpretación muy superficial. Los fariseos y herodianos habían aceptado la alianza con el poder establecido a costa de alejarse de Dios y manipularlo, nótese que Jesús los pone ante una disyuntiva: dar al César lo que le compete es no dar a Dios lo que le corresponde por derecho, en su estructura más profunda este texto ¡No hace un llamado a la “equidad” y a quedar bien ante todos, sino a definirnos... de qué lado estamos! La voz profética de Jesús es para los poderosos de su tiempo, para los judíos conversos al cristianismo y para nosotros.

Jesús desea que nos manifestemos a favor de Dios, que no aceptemos competencia de otros proyectos de muerte en nuestro seguimiento, porque estos proyectos son dioses que compiten con el Dios de la Vida. Jesús nos exhorta a que no vivamos resignados a dar tributo al sistema de muerte, que se alimenta de la sangre de los inocentes.

El Señor nos pide que luchemos en contra de la hipocresía religiosa y nos promulguemos con nuestra vida a favor de la construcción del Reino de los Cielos en la tierra, es decir, a favor de una solidaridad nunca antes vista a favor de los oprimidos. Esta solidaridad, nos lleva a ser cristianos con actitud política bien definida, sin medias tintas, sino parcial y decidida a destruir los egoísmos del mundo, acabar con el sistema de muerte y luchar por el establecimiento de relaciones humanas justas.

San Vicente de Paúl hizo lo mismo que Jesús, en él encontramos a un auténtico cristiano que creyó en este proyecto de solidaridad y elevó a los pobres del suelo al cielo, hasta llegar a considerarlos Jesús mismo. En Latinoamérica, muchas personas luchan por la solidaridad humana y son perseguidos por los césares modernos que aman el poder y están dispuestos a derramar la sangre de todo el mundo, si fuese necesario, para mantener su estatus. Recordemos que a Jesús le costó la vida esta exhortación y a nosotros, seguidores, ¿Nos podría costar menos?

¡Ojalá nos definamos, como Jesús lo estuvo, está y estará a favor de la vida y la felicidad de todos, en especial de los infelices de este mundo! ¡Ojalá amemos más allá de nuestros propios mandamientos y prescripciones!

domingo, 12 de octubre de 2008

Un banquete para todos. Mt 22, 1 - 14.

"El Señor Todopoderoso ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos añejados, manjares deliciosos, vinos generosos" (Is 25, 6).

Antes de empezar la reflexión del Evangelio de este domingo XXVIII del tiempo ordinario, conviene anotar algunos detalles que nos pueden ayudar para comprender mejor el texto. En este domingo la liturgia nos propone otra parábola, que pretende revelarnos detalles nuevos acerca del Reino de los Cielos, por eso no debe ser leída y entendida de forma aislada, sino en unión con las parábolas que hemos meditado en los tres domingos anteriores; La del hacendado que contrató trabajadores para su viña y a todos les pagó lo mismo, empezando por los ultimos y terminando por los primeros; la del hombre que envió a sus dos hijos a trabajar en su viña; y la del hacendado que arrendó su viña a unos viñadores asesinos.

Un segundo detalle que consideramos importante saber para comprender estas parábolas sobre el Reino de los Cielos tiene que ver con los destinatarios a los cuales escribió Mateo y las circunstancias que ellos estaban viviendo. Mateo escribe para las comunidades de la segunda generación cristiana, quienes eran conscientes de su identidad, compuesta por judíos y paganos, con dos situaciones nuevas: los cristianos viejos creían tener asegurada la salvación, pero la predicación de la Buena Noticia era mejor acogida entre los paganos que entre los judíos. Un tercer detalle tiene que ver con una síntesis que cada uno de nosotros debe elaborar a partir de estas parábolas, que aunque, meditadas de forma fragmentaria se hallan enfocadas hacia un mismo tema, para no creer que se está repitiendo lo mismo y no hay aportes nuevos.

Teniendo presente los detalles antes mencionados, y sin perderlos de vista, adentrémonos en la meditación del Evangelio propuesto para este domingo.

Un banquete de bodas.
Jesús compara el Reino de los Cielos con un banquete que ofrece un rey para celebrar la boda de su hijo, y aunque en la parábola pasan inadvertidos los homenajeados del banquete, porque se concentra en los invitados, conviene que notemos quién es el rey, quién su hijo y quién la esposa. El rey que celebra e invita al banquete es Dios, el hijo que se ha casado es Jesús y su esposa la Iglesia. De esta manera, Mateo nos hace ver el Reino de los Cielos como un gran banquete mesiánico.

Los invitados al banquete.
El rey tiene dos clases de sirvientes para llamar a los invitados. A su vez, encontramos tres clases de invitados: los que se autoexcluyen para atender sus intereses personales, los que asesinan a los sirvientes y finalmente, los buenos y malos que se encuentran en los cruces de los caminos y que inicialmente no habían sido tenidos en cuenta para participar del banquete. Los sirvientes que salen a llamar a los invitados son los profetas del Antiguo Testamento o los misioneros de cuyo martirio nos da fe el libro de los Hechos de los Apóstoles; los invitados son, en primer lugar, el pueblo de Israel que hacía caso omiso de la predicación de sus profetas y ministros, e incluso los mataron y en segundo lugar, los paganos, que ajenos a la revelación de Dios a su pueblo elegido, aceptaron la invitación a la conversión, pero también aquí entran los marginados de Israel, la gente de los oficios y situaciones despreciables.

El banquete está preparado.
Tres veces insiste el relato en que el banquete está preparado. Esto reitera la idea que tenían las primeras comunidades acerca de la inminente llegada del fina de los tiempos y de la instauración definitiva del Reino de los Cielos.

El rey se indignó y envió sus tropas.
El rey, indignado por este rechazo a su invitación, envió sus tropas para acabar con aquellos asesinos e incendiar su ciudad. Este detalle de la párabola hace referencia a la invasión, saqueo y posterior destrucción de la cuidad de Jerusalén en el año 70, a manos del Imperio Romano. Para las primeras comunidades cristianas este acontecimiento histórico era un castigo de Dios para los judíos de la época, que no aceptaron la invitación a la conversión y les perseguían con ahínco.

Un convidado sin traje apropiado.
Según una costumbre antigua, el rey solamente entraba después de haber comenzado el baquete. Cuando él entró observó uno de los convidados sin el traje apropiado, se dirige a él y le pregunta ¿ cómo entró sin tener el traje propio para la ocasión? Él comensal enmudeció. Entonces el rey ordenó a sus guardias que lo ataran de pies y manos y lo echaron fuera, a las tinieblas. El comensal sin el vestido apropiado es un simbólico aviso para los cristianos de origen pagano para que también ellos asuman con plena radicalidad su nueva condición de vida. Los pecadores son invitados pero se espera que se conviertan, el traje apropiado representa una vida convertida llena de buenas obras y una vivencia del amor a Dios que se hace manifiesta en el amor a nuestros hermanos. Quien no esté dispuesto a usar este traje puede ser excluido del banquete.

Esta parábola representa una explicación de Mateo -para las primeras comunidades- acerca de la entrada de los paganos en la Iglesia, una exhortación a dichas comunidades para que renueven y confirmen cada día, con obras, su llamado a la vida cristiana. También expresa el rechazo del mensaje de Jesús por parte de los líderes del pueblo judío y la acogida que le dieron los marginados y paganos. También es una advertencia para los cristianos más viejos, de que no es suficiente haber aceptado la invitación para entrar en le Reino de los Cielos, sino vivir practicando las enseñanzas de Jesús.

Muchos invitados pero pocos elegidos.
Después de este minucioso análisis de la parábola “el banquete de bodas” debemos preguntarnos ¿Qué dice para nuestra vida personal y comunitaria? En otras palabras, intentemos hacer una actualización.

Consideramos que en el contexto de una pronta finalización del año litúrgico y civil esta parábola nos habrá de poner de frente al espejo de la autoevaluación personal y comuntariamente, (como quien se mira reiteradas veces en el espejo para estar completamente seguro de que usa el traje adecuado para la ocasión) y mirar allí el traje que estamos usando y con el cual podríamos asistir al banquete de bodas. ¿Realmente estamos usando el traje adecuado o nos hemos puesto cualquier vestido con apariencia de ser bello y fino? ¿Nos hemos revestido de Cristo? Ciertamente hemos sido invitados pero, ¿Seremos dignos de ser elegidos? Usar el traje adecuado para el banquete de bodas es revestirse de Cristo, revestirse de Cristo es vivir de acuerdo a su Evangelio, que en últimas se resume en amar a Dios en cada uno de los hermanos que están a nuestro lado, significa vencer los temores que nos hacen cobardes y nos dejan estáticos, dejar los silencios que nos hacen complices o indiferentes ante la realidad de los que sufren, perdonar y dejarse perdonar, vivir coherentemente según el mandato evangélico, luchar incansablemente por la justicia y la paz.

Esta autoevaluación nos tiene que poner en marcha hacia el horizonte del año nuevo, que lentamente se acerca, para empezar desde ya a proyectar todo aquello que debemos mejorar, que debemos cambiar o que aún nos falta por hacer. Tenemos que empezar a preparar creativamente las acciones que en el futuro inmediato realizaremos en los diferentes frente de nuestra labor como discípulos y misioneros, en lo apostólico, en lo profético, en lo espiritual, en lo social, en la familia, en el trabajo.

Dios ha llamado a todos a participar en el banquete del Reino, pero sólo serán admitidos aquellos que hayan respondido a la invitación cambiando su estilo de vida. ¿Usted ya asumió el reto de la conversión?

Oremos en esta segunda semana del mes de las misiones por todos los misioneros que generosamente entregan su vida al servicio de la evangelización en el continente africano.

Viñadores dignos o indignos. Mt 21, 33 - 43.

Los Evangelios de los domingos anteriores presentan a un Jesús que ha sido probado por los jefes religiosos de ese tiempo, pero que sagazmente ha sorteado esas situaciones. El Evangelio de este domingo es una de las muchas parábolas que ha relatado para mostrar el sufrimiento que el Mesías tenía que padecer y la terquedad de un pueblo que no lo reconoce como el Hijo de Dios

En esta ocasión, Jesús relata la parábola de un hombre que plantó una viña en su hacienda y luego la arrendó a unos viñadores para que la administraran. Al momento de llegar la primera cosecha envió unos criados para recoger los primeros frutos. Los viñadores asesinaron vilmente a uno, hirieron a otro y apedrearon al último; después envió a otros e hicieron lo mismo. El dueño de la viña tomó por última opción enviar a su propio hijo creyendo que lo respetarían, pero al llegar a la viña lo arrojaron fuera de ella y lo mataron.

Jesús lanza una pregunta a los que le escuchaban, en especial a los jefes de los sacerdotes y de los fariseos, ¿Qué hará el dueño de la viña con esos viñadores? El público responde con algunas afirmaciones que no son acordes con lo que dice Jesús: “No han leído nunca las escrituras: la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular, es un milagro patente, es el Señor quien lo ha hecho”. De esta forma da a entender a los jefes de los fariseos y de los sacerdotes que es Él quien será desechado y que ese Padre entregará su viña a otros para que la administren y den mejores frutos. Es así como se intensifica la persecución contra Él.

Jesús, en su parábola, quiere mostrar tres aspectos importantes:

Dios que habló a través de los profetas a su pueblo y no lo escucharon.
El Padre envía a sus profetas para anunciar la salvación, pero este pueblo necio y testarudo no los reconoce, los apedrea, los hiere y los mata. Es un pueblo al que Dios quiso revelarle su amor, pero, en su ceguera, no supo dar los frutos que les pedía el Señor.

El Padre que envía a su propio Hijo a una generación que tampoco lo reconoce.
Dios mismo se hace hombre, se rebaja a la condición humana para acercarse al hombre y desde allí es donde el Señor planta su obra.

La viña que tienen los viñadores se les arrebatará por no dar buenos frutos
El deseo del dueño de la viña es dar a otros la administración, para que den buenos frutos, es decir, Dios quita la viña a los que creen que la salvación es para unos pocos y la entrega a los pobres, prostitutas, gentiles, paganos… a los que no cuentan para la sociedad.

¿Hoy, qué dice esta parábola para los cristianos?

Muchos hombres y mujeres han seguido el proyecto de Jesús en sus vidas, han anunciado y profesado públicamente el nombre del Señor a costa de sus propias vidas, así lo experimentaron los primeros cristianos a través del martirio y así lo experimentan otros tantos en la actualidad, personas que no pertenecen al santoral de la Iglesia, pero que en medio de la clandestinidad han trabajado por el Reino de Dios: sacerdotes en lugares de conflicto armado, religiosas y religiosos que viven la persecución, laicos comprometidos que son asesinados por anunciar la verdad en un mundo lleno de viñadores homicidas que no aceptan el mensaje de salvación.

En la sociedad, pues, hay muchos viñadores asesinos, quienes matan o desplazan los campesinos, extorsionan a los más pobres, abusan moral y físicamente de los niños y hacen otras cosas más contra la vida. Los pequeños, ultrajados y asesinados hoy, son los hijos del dueño de la vida, los crucificados de nuestra historia.

Los profetas antiguos y modernos han visto el sufrimiento de su pueblo y han sido atacados por los grandes viñadores, que se creen con la autoridad de pasar por encima del otro. Estos profetas han sido aniquilados por causa de la falsedad. Mientras tanto, los cristianos seguimos pasmados ante esta realidad que reclama un compromiso más radical.

El compromiso del cristiano debe estar en reconocer a Jesús presente en el Otro: en el que sufre, en el abandonado, el desplazado… y así no caer en el error de los viñadores, asesinando, ultrajando y apedreando a Jesucristo en la persona de los pobres. El compromiso reside en estar atentos a la realidad y en anunciar y testimoniar la verdad de Dios. El compromiso está en dar frutos y no ser viñadores estériles, mas bien humildes en la construcción de la viña fecunda del Reino.

¿Seremos viñadores homicidas que no damos frutos dentro de nuestra Iglesia y sociedad?

Oremos por nuestro amigo José Adilio Menjívar, fundador del Amigo de los Pobres, quien se halla de duelo por el asesinato de su hermano, a causa de la violencia en El Salvador. Pidamos por él y por El Salvador, para que la violencia estructural que genera todas las demás violencias pueda convertirse en Reino de Dios.

Tu voluntad. Mt 21, 28 - 32.

¡Qué duro y difícil es hablar
a seminaristas, monjas y curas!
creen que por mucho estudiar
Tradición, Escritura y rezar,
en primer lugar el Reino heredarán.

Lo mismo pasa con mucha gente,
que dice que a Cristo se convierte,
que lo ama y acepta totalmente,
que en un impulso dijo: “Presente”
¡Nadie con mayor santidad que ellos!

Los Sumos sacerdotes y ancianos
de sí mismos pensaban lo mismo
y como eran, supuestamente, “santos”,
del Templo y la Ley fueron encargados,
¿Por quién? ¿Por Dios? No, por ellos mismos.

Estas personas tan elevadas,
y muy bien plantadas,
se ven fuertemente amenazadas
cuando son descubiertas en su mentira
porque de santos no tienen nada.

Juan el Bautista en esto fue clave,
enseñó el camino verdadero
y denunció a Herodes, el grande.
Creyeron en él sólo los despreciables:
publicanos y prostitutas se convirtieron.

Por su terquedad, sus exigencias de conversión
y pertenecer a la baja sociedad,
Juan Bautista no fue escuchado por la “autoridad”
sino perseguido y puesto en prisión.

Terminaron por decapitarlo,
queriendo acallarlo para siempre
pero, ¡Aquí está otro fastidiando,
al Templo de Yahvé ha entrado
aclamado como Mesías de las pobres gentes!

Echó del Templo a comerciantes,
a cambistas y vendedores
y a quienes se creían importantes,
¡Esos de puestos sacerdotales!
los desautorizó por ladrones.

¡Qué fastidio tratar con perfectos,
tan impecables, tan excelentes
que Dios no tiene en ellos efecto,
pertenecen al linaje selecto
de los santurrones vivientes!

Jesús pone las cosas en orden inverso,
aquí los últimos son los primeros,
el Reino es para los excluidos
y no para fieles cumplidores
de sus propias leyes y preceptos.

Además de creerse los primeros
estos santurrones y perfectos
cierran las puertas a “pecadores”,
creando excluyentes religiones,
¡Los brazos de su dios a nadie acogen!

Creen que lo importante es cumplir
normas, liturgias y estatutos
“los publicanos no son dignos de vivir,
y a prostitutas, ni palabra dirigir”,
-dicen ancianos y sacerdotes-.

Para el Reino de la vida
ya nada puede ser así,
el más grande no es el que la ley diga
sino quien la voz del Padre medita
y para los otros hace vivible la vida.

Hoy, ¿Quiénes son los peores?
¿Serán los violentos o asesinos?
¿Serán los políticos ladrones?
¿Serán las prostitutas de la Calle 12?
¿O los temidos guerrilleros?


Hoy, ¿Quiénes son los mejores?
¿Será George Bush y “su democracia”?
¿Uribe, Daniel, Chávez, o uno de esos grandotes?
¿Serán los jerarcas de la Iglesia?
¿Serás vos, con tu perfección y arrogancia?

“El amigo de los pobres”, nosotros,
no tenemos ningún derecho
de sentirnos los primeros, ni tampoco de [vernos como el rostro:]
De Cristo liberador,
De Cristo salvador,
De Cristo justiciero.

Y a vos, que nos leés cada día,
sólo te pedimos dos cosas:
que no seás fariseo moderno-farisea moderna
y que seás hombre o mujer de vida,
para vivir en la Voluntad inversa de este Dios [misericordioso.]

San Vicente de Paúl y la Catequesis. (Especial de la fiesta de San Vicente de Paúl)

“Vayan pues y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a guardar todo lo que yo les he mandado” (Mt 28, 19 – 20a). La Iglesia obedeciendo al mandato de su fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres (CIC 849). Por tanto “Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer dicípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el cuerpo de Cristo (CIC 04).

El actual catecismo, en el numeral 5, define la catequesis como “una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristina, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con mira a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana”.

Esta tarea tan importante y fundamental para la Iglesia a lo largo de su historia, también fue importante para San Vicente de Paúl en su momento histórico, la época que le correspondió vivir; la recomendó a sus misioneros y la legó como tarea de la Cogregación de la Misión; decía el señor Vicente que el dar catecismo a los pobres, a los niños y a las demás personas con quienes nos encontremos de viaje o en casa, o en las misiones, es una práctica que se ha realizado desde el comienzo de la fundación de la compañía. En una conferencia pronunicada por el mismo Vicente el 17 de noviembre de 1656, expresaba: “los sacerdotes, clérigos o hermanos coadjutores, si se encontraban con algún pobre, con algún niño, con algún buen hombre, hablaban con él, veía si sabía los misterios necesarios para la salvación; y si se daba cuenta que no los sabía, se los enseñaba”.

Para San Vicente era muy importante que los misioneros y en especial los aspirantes a las órdenes sagradas se prepararan adecuadamente para su ministerio. En una conferencia del 5 de agosto de 1659, perdicada en San Lázaro, afirma que allí se practican cosas que eran comunes en los demás seminarios tales como las repeticiones de oración, el canto, el estudio de la teología... pero había otras que no, como la práctica de la administración de los sacramentos, el método para predicar y catequizar, la teología moral, las rúbricas del misal y del breviario, y, pide por lo tanto, que el tiempo que falta para las ordenaciones se dedique para prácticar los ejercicios que se hacen en los demás seminarios y agrega más adelante “Decíamos que estudiaríamos también el método de predicar la catequesis; pero esto sería insuficiente, si no lo practicásemos”. San Vicente era un hombre práctico y sabía que no era suficiente con saber todas esas cosas, además se hacía necesario prácticarlo.

También a las Hijas de la Caridad les legó esta bella labor. En una conferencia del 9 de febrero de 1653 sobre el espírtu de la compañía les decía: “por consiguiente tenéis que llevar a los pobres dos clases de comidas: la corporal y la espiritual, esto es, decirles para su instrucción alguna buena palabra de vuestra oración, como serían cinco o seis palabras, para inducirles a que cumplan con sus deberes de cristianos y a practicar la paciencia. Dios os ha reservado para esto”. Y no sólo a los pobres enfermos, sino también a los niños, en especial a los niños pobres que no podían ir a las instituciones de las Ursulinas (fundadas por Santa Angela Merici en 1535 y quienes tenían casas grandes y ricas para la instrucción de las niñas): “Vuestra compañía, mis queridas hermanas, tiene también la finalidad de instruir a los niños en la escuelas en el temor y amor de Dios”.

En una conferencia del 8 de diciembre de 1658 podemos descubrir lo importante que era para el Señor Vicente que las Hijas de la Caridad se prepararan adecuadamente para hacer las catequesis: “Entre tanto exhorto a nuestras hermanas a que se ejerciten en hacer bien el catecismo. Si las que están en las parroquias saben de algún sitio donde se haga bien, tienen que preocuparse de ir a escucharlo, cuando sea posible”, y concluye afirmando que “Hemos de procurar formarles bien para que tengáis el catecismo con los niños”. Al año siguiente, el 16 de marzo, en otra conferencia explicando el artículo 17 de las reglas que trata sobre las ocupaciones de los días domingos y festivos, Vicente les recomienda a las Hermanas: “Teneís que reservar las horas que otros días dedicaís al trabajo para tener el catecismo o las demás cosas que os señala la regla”, en la misma conferencia explica cómo hacer ese catecismo “que haya una que haga las preguntas y otra que conteste, y que esto se haga en presencia de la superiora; y si no está la superiora, la que presida en lugar suyo le expondrá más tarde todo lo que ha pasado”.

Debemos tener en cuenta que para San Vicente fue muy importante el Conilio de Trento (1545 a 1563) y se preocupó para que se llevará a la práctica en la Iglesia de Francia en su época y en toda la Iglesia universal. Este Concilio le dio una gran prioridad en sus constituciones y sus decretos a la catequesis; fue este concilio el que suscitó en la Iglesia una organización notable de la catequesis (CIC 9). Desde esta perspectiva es comprensible la preocupación de Vicente de Paúl por que la Compañía de las Hijas de la Caridad y la Congregación de la Misión tuvieran entre ssu actividades misioneras un espacio para la catequesis con las personas que lo necesitan.

¿De qué nos sirve saber todo esto? Esta es seguramente la pregunta que en este momento nos asalta, y más aun teniendo en cuenta que muchos de nuestros lectores no son ni Hijas de la Caridad ni misioneros de la Congregación de la Misión. De todas maneras creemos que hay mucha riqueza por descubrir en San Vicente, y aunque los textos y palabras que anteriormente referimos del señor Vicente están dirigidas a las religiosas y los misioneros, estamos convencidos que también tiene algo qué decirnos a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI.

Seguramente muchos de nosotros estamos empeñados en la construcción del Reino de Dios y por eso hemos asumido de una o de varias maneras compromisos que nos llevan por el camino hacia la consecución de ese gran objetivo, algunos son más radicales otros un tanto “tibios”, pero todos unidos por un mismo sentir y un mismo soñar. Frente a todo esto, la reflexión sobre San Vicente nos tiene que ubicar en otra dimensión que a lo mejor nos sorprenderá al caer en la cuenta de ello, y es que si bien la caridad material nos urge, la espirtual no está relegada a un segundo plano, o carece de importancia frente a la primera, es decir que, si bien nuestra premura por dar pan al hambriento, agua al sediento , ropa al desnudo... nos urge sin dar tiempo a excusas a otras prioridades, también la necesidad de compartir lo que sabemos acerca de la Palabra de Dios, de enseñar la doctrina de la Iglesia, de dar razón de nuestra fe, de dar un buen consejo, iluminar con la oración... nos debe urgir como la anterior. No se trata de buscar cual debe ser prioritaria, sino ser concientes que la una debe ir unida a la otra.

Tenemos que destacar otro detalle que es valiosos para todos los que buscamos un mundo más justo y más humano. Así como para compatir lo material necesitamos de lo material, de lo poco o lo mucho que Dios nos ha dado, o tenemos que ir tocando puertas y corazones para conseguir lo que necesitamos, de la misma manera para dar de lo espiritual necesitamos llenarnos de lo espiritual, y también aquí tenemos que buscar y tocar puertas para llenarnos de eso, “nadie da de lo que no tiene”, por eso si queremos dar unas buenas enseñanzas catequéticas tenemos que apreder también buenas enseñanzas catequéticas. Desde aquí adquiere mucho valor los grupos de formación bíblica, los grupos de oración, los grupos que leen y meditan la palabra de Dios, la participación frecuente de la eucaristía, las diferentes charlas, conferencias y demás orientadas hacia el crecimiento espiritual de las personas. No se trata de un espirtualismo, o de ponernos a estudiar a fondo las grandes cuestiones teológicas, sino de saber dar razón, desde nuestra sencillez, de aquello en lo que creemos y, desde luego, poder tranmitirlo a los demás, en especial a los pobres que esperan de nosotros mucho más que una ayuda material.

Finalmente valdría la pena recomendar la lectura de una plática que San Vicente orientó a los pobres de el “Nombre de Jesús”. Allí descubrimos al Vicente catequista, su pedagogia, su cariño para con sus catequisandos, su sencillez para hablar y hacerse entender, su creatividad para recurrir a ejemplos sencillos, su método: pregunta y respuesta. Además acompaña su enseñanza con una oración al inicio y al final de la catequesis. Esta plática se puede leer en “Las Obras Completas de San Vicente de Paúl”, tomo X páginas 200 a 205.

¿Por qué nos duele tanto la gratitud de Dios? Mt 20, 1 - 16.

San Mateo nos presenta a lo largo de todo su Evangelio, una serie de parábolas con las que Jeśus quiere enseñarnos lo que es el Reino de los Cielos. El texto de hoy, precisamente, nos brinda una parábola más sobre esta realidad, justo antes del tercer y último anuncio de la pasión y resurrección.

Es interesante tener presente que Jesús nunca da un concepto o una definición del Reino de los Cielos, simplemente dice: “El Reino de los Cielos se parece a... ”; lo cual deja siempre abierta la posibilidad a la respuesta que podamos dar. Claro está que esa respuesta sí tiene un marco amplio dentro del cual no se puede salir: El Evangelio.

Jesús comienza diciendo: “El Reino de los Cielos se parece al dueño de una finca que salió de mañana a contratar trabajadores para su viña...” Debemos notar que la comparación es entre el “Reino de los Cielos” y el “dueño de una finca”. Lo que quiere decir que todo lo que sucede a partir del dueño de la finca nos da la clave sobre el Reino de los Cielos. Por ello, antes de pretender poner nuestros propios esquemas y prejuicios a lo que creemos sobre el Reino de los Cielos, tenemos la invitación a dejarnos sorprender por lo que vamos a descubrir en la narración de la parábola.

Con las personas que encontró por la mañana, el dueño de la finca cerró trato, ofreciéndo pagarles el salario justo por un día de trabajo (una moneda de plata). Luego les dio las indicaciones necesarias y los envió a la finca. Luego repitió la misma acción a media mañana, a mediodía, a media tarde, y a todos éstos ofreció pagarles lo que corresponda. Finalmente, como a las cinco de la tarde, ya próximo a oscurecer, encontró a los últimos que no tenían trabajo y les dijo: “¿Qué hacen aquí ociosos todo el día sin trabajar? Le contestan: Nadie nos ha contratado. Y él les dice: Vayan también ustedes a mi viña”. A éstos últimos, el texto del Evangelio no dice que el dueño les haya ofrecido pagarles algún salario.

Al parecer, en esa finca había mucha necesidad de trabajadores o, dicho de otra manera, había mucho trabajo por hacer y, además, urgente. Fácilmente nos podemos imaginar que la cosecha estaba, como popularmente se dice, “en su punto”, lista para ser recogida, y si se espera un día más, es casi seguro que se pierde la cosecha. La parábola nos sugiere que en ese lugar había trabajo para toda persona que lo necesitara.

Bien, lo cierto es que al finalizar el día, el dueño de la finca le pidió al capataz que reuniera a todos los trabajadores y que les pagara el salario de un día trabajo, comenzando por las personas que contrató de último hasta los que contrató primero por la mañana. Grupo por grupo fueron pasando a recibir su paga, pero el grupo de los primeros, los que fueron contratados por la mañana, esperaban recibir más, porque les pareció injusto que el dueño les pagara lo mismo a todos. No podían comprender cómo el dueño era capaz de dar el mismo salario a los que habían trabajado de sol a sol y a los que fueron contratados a las cinco de la tarde. Por justicia, podrían pensar ellos, nos corresponde más salario. O bien, podrían pensar que les hubiera convenido más descansar una parte del día y luego ser contratados al atardecer, porque de todas maneras hubieran ganado la misma plata.

Entonces, el dueño de la finca le contestó a uno de ellos: “Amigo, no estoy siendo injusto: ¿no habíamos cerrado trato en el salario justo por un día de trabajo (una moneda de plata)? Entonces toma lo tuyo y vete. Que yo quiero dar al último lo mismo que a ti. ¿O no puedo yo disponer de mis bienes como me parezca mejor? ¿Por qué tomas a mal que yo sea generoso?”

Definitivamente, el dueño de la finca no fue injusto con los que contrató primero, pues habían hecho un trato y, tanto el dueño como los trabajadores, cumplieron con lo acordado.

¿Qué podemos decir del Reino de los Cielos a partir de esta parábola? Podemos decir muchas cosas interesantes sobre ello, pero en el fondo no estaríamos de acuerdo. Es estúpido pensar que el dueño de una finca le pague lo mismo al que trabajo ocho o diez horas diarias que al que sólo trabajó una. Debe estar loco o le sobra la plata o se está burlando de la gente o es injusto o es alguien que fomenta la flojera de la gente o... Tantas cosas como éstas o peores nos podemos imaginar.

Nos es casi imposible creer que pueda existir alguien tan generoso que sea capaz practicar una justicia que no encaja con lo que yo creo que es la justicia. Parece que el trabajo de los últimos fue penar buscando trabajo o esperando ser contratados, porque a esa hora del día cualquiera ha perdido la esperanza de que alguien lo contrate. Por tanto, podríamos decir que el Reino de los Cielos es algo estúpido, algo que no es lógico, pues utiliza criterios distintos de justicia. Lo cierto es que el Reino de los Cielos es como el relato de esta parábola. Seguramente nos sorprendió, nos dejó con la boca abierta, chocó de frente con nuestros esquemas y creencias, con nuestros prejuicios.

¿Por eso es que nos molesta tanto que Dios sea tan generoso y bueno? ¿Preferiríamos que fuera como los patrones que pagan según se trabaja y que explotan y oprimen? ¿Nos gustaría más que Dios fuera el capataz que se fija en los atributos, en quiénes son los primeros y quiénes los últimos para tratarlos de esa manera a la hora de la paga?

Es fácil entender la razón por la cual mataron a Jesús, ¿cómo es posible que venga a enseñar que Dios es así? Eso cuestionó la estructura religiosa y social de aquél tiempo, no era posible que Dios fuera tan generoso y tan bueno, que amara igual a publicanos, prostitutas, pobres, enfermos y excluidos, y al grupo selecto de maestros de la ley, levitas, sacerdotes y saduceos, la gente supuestamente más religiosa y cercana a Dios.

Dios no puede ser así, aunque eso esté escrito en el Evangelio y lo haya enseñado Jesús. Debe haber algún error, porque si eso es así, es muy probable que yo no sea una persona cristiana como siempre he creído, pues me paso condenando a mucha gente que considero mucho más pecadora que yo y, por tanto, inmerecedora del amor de Dios. De ser cierto que Dios es tan bueno y generoso, entonces yo puedo ser un cristiano que alimenta el sistema imperante en el que todo es pura retribución, y dan según doy. Yo puedo ser un cristiano que condeno a mucha gente a vivir en la marginación o hasta en la exclusión, diciendo que esa es la voluntad de Dios. Este texto desenmascara nuestra actitud farisea, pues podemos creer que por ser catequistas, religiosos, sacerdotes, monjas, líderes comunitarios, etc., merecemos una mejor paga de Dios que la del resto de la gente publicana y pecadora.

“El trabajo en la finca es abundante y urgente. Hay trabajo para todos.”Si dejaramos por un lado nuestros esquemas y prejuicios sobre Dios, seríamos más solidarios, seríamos buenos y generosos como nuestro Padre Dios. Nuestra opción radical serían los más pobres y sufrientes de nuestros pueblos y responderíamos con gratitud a Dios, no por interés. Dejaríamos de pensar en qué más le podemos sacar a Dios de acuerdo a nuestra conveniencia. Dejaríamos a Dios ser Dios y no buscaríamos manipularlo ni encadenar la gracia. Si dejaramos a Dios ser Dios seríamos profetas capaces de quebrar el sistema imperante, nos perseguirían por ir contra corriente, pero le haríamos una herida de muerte a la muerte, al pecado, a la injusticia.

¡Lástima que nos duela tanto la generosidad de Dios!

jueves, 4 de septiembre de 2008

CORRECCIÓN FRATERNA: CAMINO DE CONSTRUCCIÓN DE COMUNIDAD. Mt 18, 15 - 20.

Deseamos proponer el ideal de construcción de comunidad como clave de lectura e interpretación del texto de este XXIII domingo del tiempo ordinario, entendiendo este ideal como para la construcción de algo mucho más grande, que en palabra de Mateo podemos llamar Reino de los cielos. Por eso, cuando hablamos de construir de comunidad pensamos en concreto en los diferentes grupos de parroquia a lo que pertenecemos: desde la familia, los grupos juveniles, de oración, de caridad, litúrgicos y pequeñas comunidades de vida, hasta la parroquia, la diócesis y finalmente la Iglesia universal. Con este telón de fondo iniciemos nuestra reflexión del Evangelio.

A. ¿Quién es el más importante?
El texto que la liturgia nos ofrece para este día forma parte de una gran respuesta que Jesús ha dado entorno a una pregunta que sus discípulos le plantearon: ¿Quién es el más importante en los reinos de los cielos? (18, 1b). Mateo narra que Jesús, para responder esta pregunta, tomó un niño, lo puso en medio de ellos y explicó que sólo quién se hace como uno de ellos podrá entrar en el reino de los cielos, agregando que no está permitido escandalizarlos, pues “más le valdría que le cuelguen al cuello un piedra de molino y lo arrojasen al fondo del mar”. Jesús previene a sus discípulos de no despreciar a uno de esos pequeños, pues “el Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de ellos” y concluye la respuesta con dos ideas más: si un hermano te ofende díselo y corrígelo a solas, si no hace caso, llama a dos o tres testigos e inténtalo de nuevo, si tampoco esto sirve de algo cuéntalo a la comunidad y, si este último recurso tampoco produce el resultado esperado entonces que se le considere pagano y, para finalizar, quienes se ponen de acuerdo para pedir algo al Padre del cielo, Él se lo concederá.

Debemos notar que en la construcción del Reinos de los Cielos uno es el importante, el rey que gobierna dicho reino, Dios; los demás son iguales ante sus ojos, como dirá en otra parte, siervo inútiles, o bien, “quien quiera ser el primero que se haga servidor de todos”, por tanto, hemos de interactuar dentro de ese plano igualdad.

B. Si tu hermano te ofende...
Es claro que en ese proyecto de construir comunidad surgirán múltiples inconvenientes que pueden ensombrecer o destruir lo que se ha construido. Pero sobre todo, el pecado, que tiene el poder de dar fín a cualquier buena obra que iniciemos; pensemos en los grupos apóstolicos, familias y obras de caridad que se han terminado a causa de las murmuraciones mal intencionadas, las envidias, las irresponsabilidades y cualquier otra clase de pecados que en cualquier momento aparecen. Inclusive podemos ir a una esfera más amplia, pensemos en las políticas engañosas, totalitaristas e imperalistas de algunos gobiernos, en el capitalismo que atropella y ultraja los derechos de los más pobres, en los grupos que generan violencia y destruyen la vida y la paz. Jesús hoy nos llama la atención sobre esta realidad y nos da herramientas, que al emplearlas nos permiten enfrentar los problemas a tiempo y con sensatez y nos ayudan a continuar la construcción de ese reino querido y soñado.

Tres son los pasos que debemos recorrer cuando algún hermano de la comunidad nos ofende, o intenta destruir lo bueno que ya hemos iniciado o cuando en alguna situación particular está generando división e injusticia, aunque no necesariamente tenemos que abordarlos todos. Primero habrá que llamarlo a solas y hacerle ver su error, su equivocación, su pecado, es la oportunidad también para escucharlo y comprender su situación, si nos escucha habremos ganado un hermano, es decir, hemos logrado su conversión y ahora ha dejado de ser piedra de obstáculo y se ha convetido en piedra útil. Pero, si el llamado de atención personal no sirve, entonces Jesús nos da una segunda herramienta, llamar a dos o tres testigos e intentarlo de nuevo. Pero, si este recurso tampoco hace caer en la cuenta a nuestro hermano de su pecado aún nos queda una última herramienta, contárselo a toda la comunidad. Es ahora la comunidad, los miembros del grupo, de la familia, de la Iglesia, quienes tienen la tarea de enfrentarlo y hacerle caer en la cuenta de su error tratrando se suscitar el deseo de conversión. Pero, si nada de esto es de utilidad y nuestro hermano continua obstinado en su pecado habrá que considerarlo pagano o recaudador de impuestos, en otras palabras, se le debe considerar extraño o fuera de la comunión, un paso drástico que sólo debe tomarse en aquellos caso en los que el bienestar de la comunidad está en grave peligro. Sin embargo, aquí cabe una reflexión más atenta que nos tiene que remitir a analizar cómo trató Jesús a los recaudadores de impuestos y paganos, seguramente que posterior a éste encontraremos la clave para saber cómo tratar a este hermano que se resiste a la conversión.


Este texto nos tiene que poner en una triple perspectiva de autoevaluación: ¿Cómo hago la corrección cuando alguien de mi familia o del grupo al cual yo pertenezco está fallando? ¿Expreso con facilidad y de una manera correcta aquello que me disgusta u ofende?, o bien, cuando el que falla o peca soy yo ¿Cuál es mi actitud frente al hermano que desea corregirme? ¿Reconozco fácilmente mis errores, equivocaciones y pecado? ¿Asumo el camino de la conversión y pido perdón cuando lo tengo que hacer? Vayamos aún más allá y evaluemos nuestro compromiso profético: ¿Cuál es mi actitud frente a las injusticias sociales y la marginación de tanto hermanos pobres y excluidos? ¿Cuál ha sido mi papel en las luchas que enfrentan los obreros, empleados y los nuevos esclavos del siglo XXI? ¿He sido agente pasivo y por tanto complice de los sistemas políticos y económicos que imponen sus interes particulares sobre el bien común?

Si todos fuéramos conscientes de este maravilloso método de corrección y lo lleváramos a la práctica, ¿Cuántos problemas o injusticias nos habríamos evitado? ¿Cuántos grupos de fe, movimientos eclesiales, comunidades de vida habríamos salvado o estarían en mejores condiciones? Posiblemente el mundo sería mejor y el Reino de los Cielos ya sería una realidad.

C. Atar o desatar.
Continuemos releyendo el evangelio de este día. El versículo 18 nos pone en guardia ante una actitud muy delicada: perdonar o dejar de perdonar. Si nuestro hermano ha reconocido su pecado y se ha convertido, es nuestro deber y de la comunidad otorgarle el perdón, teniendo muy presente que Dios es quien finalmente perdona, puesto que mucho más misericordioso que nosotros. Atar o desatar es la clave, y el catecismo de la Iglesia lo explica muy bien: “aquel a quien excluyas de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien recibáis de nuevo en nuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación en la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios” (CIC No. 1445).

D. Orar en comunidad.
Concluye Jesús dándonos algunas indicaciones sobre la oración: “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, mi Padre del cielo se la concederá”. No cabe duda que es una invitación para que oremos unos por otros, pero sobre todo por aquellos que se han convertido en piedras de obstáculo y destrucción. Debemos orar por esos hermanos que ciegamente continúan en su pecado y miseria, por todos esos que se han alejado de la construcción del Reino de los Cielos y ahora van construyendo el reino de la muerte. Este texto es una clara insinuación del poder de la oración comunitaria, valdría la pena preguntarnos ¿Cuáles son nuestras intenciones cuando hacemos oración en comunidad?

Concluyamos reafirmano el poder de la oración en comunidad, a partir de las palabras esperanzadoras de Jesús: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy allí, en medio de ellos” (Mt 18, 20).


A continuación transcribimos un e-mail que hemos recibido como respuesta al número anterior. Les invitamos a unirnos en oración por estas comunidades:

Hola. ¡Que tal compañeros! Yo trabajo en algunas comunidades de San Jacinto: La Esmeralda (Medalla Milagrosa), La Menjívar (Virgen de la Paz) y la comunidad Virgen de Guadalupe (San Salvador, El Salvador). Bueno, agradezco esa invitación, ya que sé que no basta rezar, pero la oración es una realidad que nos enseñó Jesús de Nazaret y que es intrínseca al cristiano auténtico y a todo aquel que lucha por la construcción de un mundo más justo y humano.
Bueno, creo que la realidad de estas comunidades está afectada por muchas dificultades, que se encuentra también en muchas otras, pero no por eso quiere decir que esté bien.
Por otro lado, hay mucha gente sencilla, trabajadora y con una fe fuerte y llena de esperanza que invitan a seguir tratando de ser signo de esperanza y de que es posible el amor, la amistad y la justicia.
Bueno, no voy a seguir escribiendo.
Gracias compañeros. Que el Dios revelado por Jesús de Nazaret les siga animando y acompañando en sus trabajos y utopías.

Agapito Madrid. (San Jacinto, San Salvador, El Salvador)

viernes, 29 de agosto de 2008

Renunciá ya a tus sueños y aceptá el mío, si en verdad creés en mí. Mt 16, 21 - 27.

A partir de hoy, XXII Domingo del tiempo Ordinario, iniciamos una nueva etapa en la lectura del Evangelio de Mateo. El domingo pasado veíamos a Pedro reconociendo a Jesús como Mesías, a partir de hoy todo irá en función del viaje a Jerusalén, que concluirá con el asesinato de Jesús en la cruz y su resurrección al tercer día; pero antes de llegar a ese momento cumbre, Jesús irá enseñando poco a poco lo que en verdad significa ser Mesías y seguirle.

Nos acercaremos al texto haciendo una relectura y destacandos cuatro momentos.

1. "Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que ..." (v. 21)
Pedro, en verdad admiro tu fe. ¿Cómo es posible que en mí un campesino de sandalias rotas hayás descubierto al Dios liberador, al Mesías de nuestro pueblo? No sé cómo lo hiciste, pero la verdad es que recibiste algo de lo alto. Vos me has visto con ojos de Dios y no con ojos humanos que sólo valoran la capacidad intelectual, la fama, la procedencia, la familia, en una palabra, el poder. Vos no te detuviste en eso y has encontrando en mí un pobre igual que vos al liberador, al Mesías, al Hijo del Dios vivo.

Creo que vos y los demás del grupo ya han dado un paso muy importante en la fe, pero hasta ahora empezarán a entender. Sé que a pesar de ser un pobre de sandalias rotas, un nazareno sin estudios y un don nadie para los poderosos de Israel y Roma, también soy un hombre firme, coherente, luchador y totalmente convencido de que el Reino de Dios llegará y que nosotros, los pobres, seremos los primeros en alegrarnos; sé que ustedes comparten esas mismas esperanzas y que ven en mí al Dios de Israel entre nosotros. Pero compañeros, temo que ustedes pueden estar esperando de mí algo que nunca haré, por eso tengo que decirles que pronto iré a Jerusalén, a la ciudad santa donde han asesinado y seguirán asesinando a los profetas de nuestro pueblo y no iré a pasear, sino a padecer, sufrir y ser asesinado por el Sanedrín; si compañeros, seré asesinado por esos poderosos ilegítimos, por esos sinvergüenzas que piensan que hablan en nombre de Dios y de los intereses de nuestro pueblo, por esos vendidos a Roma e idólatras del dinero; pero escuchen bien esto, ellos no ganarán, ellos no reirán de último, pues Dios tiene la última palabra sobre la vida de aquellos que se entregan a la construcción del Reino.

2. "Tomándole aparte, Pedro se puso a reprenderle diciendo ..." (v. 22)
Jesús, estás loco ¿Qué estás diciendo? ¿Te acordás cuando nos hablaste en aquel monte que está cerca de Cafarnaún? Fue la primera vez que te escuché, me dejaste sin palabras, hablabas de un modo diferente: como un maestro, como un guerrero comprometido en la liberación de nuestro pueblo. Te ví tocando a un leproso ¡A un leproso! ¿Quién toca a un leproso? ¡Nadie! son lo más horrible que puede existir sobre la tierra y vos, como si fueras el mismo Dios, te dejaste tocar por él, te dejaste ensuciar de la porquería más grande que existe y no te importó. Recuerdo cuando llamaste a Mateo para que se uniera al grupo, todos nos molestamos mucho porque era publicano, pero eso tampoco te detuvo. Recuerdo tantas cosas, cuando nos hablabas del Reino de Dios, cuando la comida por fin abundó para los pobres, cuando nos hiciste entender que el Sábado no era más importante que la vida humana. No sé que más decirte, Jesús, vos sos el Mesías, vos sos nuestra esperanza, sos la esperanza de los leprosos, de las viudas, de los enfermos, de los pobres, de los marginados. A los profetas los mataron y allí acabó todo, fueron grandes y nos hicieron comprender que el mundo debía ser diferente, pero una vez asesinados las ilusiones quedaron en nada. Nosotros creemos, o mejor dicho, yo creo que vos sos el Mesías, que sos más que los mismos profetas, más que Elías y más que Juan, por eso a vos no te puede pasar lo mismo, no te pueden asesinar, si eso sucediera ¿Qué sería de nosotros? ¿Qué sería de los pobres? Si a vos también te van a matar no tiene sentido seguirte, no vale la pena ilusionarse con nada.

3. “Pero Jesús, volviéndose, dijo a Pedro...” (v. 23)
Pedro, siento desilusionarte, pero ahora dejame decirte una cosa. Si no soy quien esperabas, pues andate y no sigás perdiendo tu tiempo conmigo, no creás que voy a dejar de ser quien soy para ser lo que vos querés; si no vas a incorporarte a esta lucha mejor no estorbés y si pensás quedarte no intentés traicionar esta dura misión pensando que liberaremos a nuestro pueblo con el poder, tenerte con nosotros pensando de esta manera sería como tener al mismo Satanás al frente de esta batalla.

4. “Entonces dijo Jesús a sus discípulos...” (v. 24)
Yo no sé si también ustedes piensan lo mismo que Pedro, sea lo que sea creo que deben quedar las cosas bien claras desde ya. Por mi parte, voy a seguir esta lucha hasta las últimas consecuencias, sé que meterse en esto es firmar sentencia de muerte, pero no importa, estoy seguro de que en esta lucha combate con nosotros el Padre y que mi propia vida es menos importante que esa lucha, pues ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? Yo no voy a dar un paso atrás y por eso les pido a ustedes, si quieren en verdad seguirme, que renuncien a todo, subordinen todos sus sueños e incluso sus propias vidas al proyecto de la vida, carguen con las consecuencias de meterse en este proceso de liberación. De no ser así, menor no sigan ¿Para qué quiero tener seguidores cobardes que sólo estorbarán y entorpecerán a los demás?

Compañeros, no pierdan el impulso que tenían. ¿Ánimo! Tengan la seguridad de que al final, yo no sé cómo, Dios nos recibirá. ¿Recuerdan a los leprosos, a las viudas, a los tullidos, a los publicanos, a los enfermos, etc.? Ellos pensaban, antes de encontrarse con nosotros, que sus vidas no valían nada y que merecían lo que les pasaba, pero nunca perdieron la esperanza en el Mesías y por eso ahora muchos de ellos gozan no sólo de salud y aceptación social, sino también de ser los primeros en el Reino de los Cielos. Igual que ellos, nosotros tampoco perdamos la esperanza en nuestro Padre, con Él de nuestra parte nada nos detendrá: ni la espada, ni las cruces, ni las persecusiones, ni la muerte. Podrán asesinarnos a todos en Jerusalén, pero nunca podrán acabar ni con nuestras vidas, ni con el Proyecto del Reino. ¿Acaso son estos asesinos los dueños de la vida? ¿Cómo pueden matar lo que no han creado? ¿Cómo pueden decidir sobre lo que no les incumbe? Nuestro Padre, creador y liberador, es el único que tuvo, tiene y tendrá la última palabra.

Invitamos a todas las personas lectoras de esta reflexión semanal para unirnos en oración por las pequeñas comunidades de la Parroquia San Jacinto, San Salvador, El Salvador.

viernes, 22 de agosto de 2008

Confesión de Pedro: Confesión de toda persona bautizada. Mt 16, 13 - 20.

Después de los relatos de las enseñanzas, en especial a través de parábolas, la muerte de Juan Bautista, las sanaciones, la multiplicación de los alimentos y la conversión de Jesús a través de la mujer cananea, el Evangelio de Mateo nos lleva a un punto crucial del seguimiento de Jesús: la confesión de Pedro.

Este texto parece expresar el sentir de Mateo y su comunidad. Es, ante todo, una pregunta que se hizo la gente ante Jesús, su enseñanza y manera de vivir, y que años después de su Resurrección se volvían a plantear, y que aún ahora lo hacemos.

En el texto, la pregunta fundamental la hace Jesús: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”

Ante una persona que sana a los enfermos, enseña con tanta autoridad, se compadece ante el sufrimiento de las personas, que es capaz de multiplicar el alimento para tanta gente, cualquier persona quedaría deslumbrada y emocionada. La gente que buscaba a Jesús era cada vez mayor.

La cuestión está en saber si esa gente que acudía a Jesús lo hacía porque efectivamente había descubierto a Dios o porque le gustaba escuchar un discurso bonito, historias interesantes, porque necesitaba un “curandero” o, simplemente, porque tenía hambre.

El hecho es que, no porque mucha gente acudía a Jesús, toda se convertía en su discípula. No. Bien dice el dicho popular: “ El león no es como lo pintan”. Una cosa es lo que se veía y otra la verdad. Muchas de estas personas, la gran mayoría, simplemente acudían para recibir algún beneficio, para pasar un rato sabroso, para estar donde está toda la gente, para olvidarse un poco de sus penas y, quizás, algunas pocas, porque descubrían en Jeśus la presencia actuante y cercana de Dios, una Buena Noticia que tranformaba sus vidas y les daba sentido.

Por supuesto, es de destacar que toda esta gente, efectivamente, estaba como “ovejas sin pastor”, sin alguien que les orientara hacia buenos pastos y aguas tranquilas. Eran personas necesitadas, sufrientes, oprimidas y pobres. Por esta razón, Jesús, que conocía muy bien esta realidad de la gente, se compadecía de ella y se daba sin reservas.

La gente, en su gran mayoría, no era capaz de descubrir al Mesías en Jesús, lo veían como alguno de los grandes profetas de su historia: como Elías, Jeremías o algún otro gran profeta, incluso como Juan el Bautista, a quien no hacía mucho tiempo lo habían asesinado por orden de Herodes. Lo cierto es que de ahí no pasaban. Por tanto, si las cosas no habían cambiado mucho con los anteriores profetas, con Jesús tampoco cambiaría radicalmente la realidad, pero había que aprovechar los beneficios que pudiera ofrecer este nuevo profeta.

La situación se complica más, cuando la pregunta fundamental adquiere un pequeño cambio, y Jesús ya no la dirige a la gente en general, sino a aquellas personas que le siguen de cerca, sus discípulos, y les dice: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?".

Para Jesús, debía existir una diferencia entre la gente y sus discípulos, pues el hecho que la gente no reconociera en él la presencia actuante y cercana de Dios era comprensible, pero que eso sucediera con sus seguidores cercanos, sus amigos, sus discípulos, eso si era preocupante.

El texto nos dice que Simón Pedro fue el que respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Esta respuesta fue también una buena noticia para Jesús, pues reprensentaba una esperanza para el pueblo y la certeza que la semilla estaba cayendo en tierra fértil.

La respuesta de Pedro es la voz que expresa el sentir de la comunidad, del grupo que le sigue con mayor fidelidad. Es clara la identificación de confianza y liderazgo que los discípulos tenían en Pedro.

A lo largo de la historia han existido muchas personas que, como Pedro, han representado la voz, el sentir de la comunidad cristiana. Estas personas han sido identificadas por su testimonio y radicalidad en el seguimiento de Jesús, y por ello elegidas como guías o líderes por el pueblo de Dios, por la comunidad de creyentes. Hoy podemos identificar cantidad de hombres y mujeres que al igual que Pedro, se han convertido en piedras que han construido la verdadera iglesia de Jesucristo.

A lo largo de la historia se adoptado una visión reduccionista de “Pedro”, identificándolo únicamente con el Papa, lo cual ensombrece y reduce el testimonio de tantas piedras que han construido y siguen construyendo la Iglesia con su sangre, con su perseverancia, con su palabra, con su entrega, y todo en función del Reino de Dios.

Atar y desatar implica vínculos de unión o desunión entre las personas que integran la comunidad de creyentes y Dios. No existe una doble realidad. Lo que se construye en la vida es lo que al final se cosechará. Dios no pasa por encima de la realidad humana. El actúa, se hace presente y cercano, pero para ello necesita de las piedras que conforman esa Iglesia que debe ser sal y luz de la tierra, como testimonio y voz radical de Jesús y el proyecto del Reino.

En nuestras comunidades sería muy interesante que preguntaramos quién es Jesús, y a partir de las respuestas obtenidas, confrontarlas con los hechos, con el testimonio de vida. Pues puede ser que simplemente estemos maravillados por todo el exceso de emoción que nos produce un bonito discurso, un canto deslumbrante, por los mercados que se dan, porque se brindan analgésicos espiritualistas que calman el dolor y sufrimiento y que, cuando pasa el efecto, se necesita volver para recibir otra dosis.

Efectivamente, como piedras vivas de la Iglesia de Jesucristo, estamos llamados a compadecernos de tantas personas que están a la deriva, que viven sin esperanza que viven hambre y opresión, y que están en búsqueda de sentido, en búsqueda de Dios. Pero no debemos conformarnos con dar soluciones facilistas, es necesario que les presentemos caminos de liberación y salvación, para que reconozcan la presencia actuante y cercana de Dios.

La Iglesia será verdadera y fiel en la medida en que sea signo vivo del Reino de Dios y confiese con palabras y hechos que Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Por ello, la confesión de Pedro es el compromiso de toda persona bautizada.

Invitamos a todas las personas lectoras de esta reflexión semanal para unirnos en oración por las pequeñas comunidades del sector parroquial Cristo, Señor de la Vida, de la parroquia Nuestra Señora del Lucero, Cuidad Bolívar, Bogotá, Colombia.

lunes, 18 de agosto de 2008

Escuchar la voz del que sufre es escuchar la voz de Dios. Mt 15, 21 - 28.

El Evangelio de Mateo narra que Jesús marcha hacia las regiones de Tiro y Sidón, lugares que eran considerados por los judíos como tierras de paganos, en esto se acerca una mujer implorando la atención de Jesús, quien no atiende a su llamado. Sus discípulos, de alguna forma, interceden ante Él, aunque sea para despedirla y callar sus gritos. Jesús responde que su misión es la de ir a las ovejas descarriadas de Israel. Lo dicho por Jesús no detiene el clamor de esta mujer que realiza un signo muy importante, se postra ante Él y expresa nuevamente su ruego. Jesús adopta una posición dura con ella, hace una comparación despectiva entre los paganos y los perros. La mujer, muy llena de Dios, se humilla y afirma lo dicho por Jesús, pero da la vuelta a la moneda y lanza una afirmación que enternece el corazón del Señor “...también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Con ello la mujer le revela la fe que guarda en Él, está decidida en obtener el favor que necesita.

De algún modo la mujer cananea conoce la fe del pueblo israelita, pues la confesión que hace de “Señor, Hijo de David” revela que para ella Jesús está cerca de ser el enviado por Dios. Ante el silencio de Jesús ella no desfallece y hace su petición humilde, esto se resalta al postrarse ante los pies del salvador, quien adopta la posición de no querer ayudarla, pero lo desarma con una gran confesión de fe que ni siquiera los mismo judíos habían hecho. Ella, aún cuando pensaba que la salvación no era explícita para los pueblos no judíos, reconoce y hace reconocer al mismo Jesús que los otros pueblos tienen participación de esta salvación, así fuera en una mínima parte. La respuesta que Jesús hace es dura y extraña en Él, ya que siempre se le ha visto su disposición para atender a los más excluidos, pero, ¿Qué quería mostrar Jesús con esta actitud? Parece ser que quiere anunciar el mensaje al pueblo de Israel en primer lugar, pero que siempre habrá salvación para los paganos. El milagro que la mujer cananea recibe es resultado de su grande fe. Si existe fe habrá salvación, sin importar la condición que tenga la persona.

Este pasaje del Evangelio revela que la justicia de Dios es para todos los hombres, que Él no tiene ninguna clase de distinción y que todos estamos llamados a escuchar el clamor de los pueblos que sufren. Desafortunadamente, muchos son sordos a estas palabras y acciones que realiza el Señor Jesús y lo más grave, desconocen que hay hermanos que sufren.

Vemos diariamente cómo en los países desarrollados son marginados los extranjeros que están en busca de una mejor situación humana, económica y social. Se ve con frecuencia que son agredidos física y moralmente, deportados a sus países de origen en situaciones infrahumanas, sometidos a trabajos deshumanizantes como la trata de blancas, el narcotráfico y otras tantas situaciones que no presentan los medios de comunicación. Esta situación es tan grave que se llega al punto de quemarlos vivos en plazas centrales, sin que nadie haga algo y todo quede impune. Hoy, cuando estamos en pleno siglo XXI, vivimos situaciones de pueblos irracionales que no aceptan a los negros, a gentes de otras culturas y costumbres, no existe -al menos- tolerancia que rija a la humanidad. El hombre, en busca de su propio bien, olvida que existen otros que necesitan ser escuchados y que sufren el flagelo de la indiferencia.

Jesús recibió la gran lección, pero de ello se valió para mostrar a los hombres y mujeres que por la fe, estamos llamados a vivir la justicia. Esta llamada es universal, pues allí entran buenos y malos, justos y pecadores, las religiones que no conocen de Cristo, los pueblos que no conocen del Evangelio. Los Cristianos tienen la tarea de expresar la fe en Dios y esta fe debe traducirse en una continua atención a la situaciones de injusticia que vive el mundo. Los cristianos no deben impedir con sus malos testimonios que se acceda al Señor, ni deben darle a los pobres una asistencia rápida y sin eficacia sólo por salir del paso. El cristiano está invitado a ser un atento vigilante de los signos de los tiempos y a ser profeta en medio de la realidad.

jueves, 7 de agosto de 2008

ORACIÓN, DECISIÓN POR LA EDIFICACIÓN DEL REINO DE LOS CIELOS Y GRACIA. Mt 14, 22 - 33.

El Evangelio de este domingo XIX del tiempo ordinario, nos presenta una continuidad con el del domingo anterior. Jesús se enteró de la muerte violenta que sufrió Juan Bautista y como es natural buscó alejarse de los lugares más peligrosos, es por esta razón que se fue en una barca, junto con sus discípulos, a un lugar despoblado.

Cuando Jesús y sus discípulos llegaron al lugar planeado se encontraron con un panorama totalmente diferente: la gente se enteró de que Jesús iba para dicho lugar y acudió para verle y escucharle. Jesús sintió compasión de ellos y por tiempo prolongado estuvo enseñándoles. Al atardecer, Jesús pidió a los discípulos que dieran a la gente de comer, le ofrecieron cinco panes y dos peces y Jesús los multiplicó, comieron hasta saciarse cinco mil hombres sin contar mujeres y niños y aún rocogieron doce canastos con los pedazos sobrantes.

El Evangelio de ahora inicia cuando Jesús obliga a sus discípulos a embarcarse mientras Él se queda despidiendo a la gente, la idea era que ellos llegaran antes que Él a la otra orilla. Se debe recordar que era de noche, ya que Jesús había dado de comer a la multitud al caer de la tarde. Embarcarse en horas nocturnas era una orden poco lógica, todas las personas que trabajan en la pesca saben con exactitud que la navegación nocturna en aguas profundas es muy peligrosa, tanto que al hacerlo imprudentemente se pone en riesgo la vida. A pesar de todo, los discípulos no desobedecen en nada.

Ahora volvamos a la orilla donde se quedó Jesús, a pesar de haber tenido compasión por la gente y haber reconfirmado su pastoreo al frente de tantos marginados de la comunidad religiosa, que era la sociedad judía, necesita realizar su duelo por la muerte de Juan Bautista y sobretodo asumir que de seguir así su vida, terminará igual o peor que él.

Jesús se fue a orar a solas, cayó la noche y Él seguía allí solo. Las Constituciones de la Congregación de la Misión, respecto a la manera de orar de Jesús, dicen: “Cristo el Señor permanecía en íntima unión con el Padre cuya voluntad buscaba en la oración. Esa voluntad fue la razón suprema de su vida, de su misión y de su oblación por la salvación del mundo. Enseñó igualmente a sus discípulos a orar con ese mismo espíritu, siempre y sin desfallecer” (C.IV.40. d1). En este momento crítico de su ministerio, necesita más que nunca unirse al Padre y encontrar esa voluntad, razón suprema de su vida.

Orar es más que una experiencia sobrenatural, orar es ofrendar el ser ante el dueño del Reino de los Cielos y ponerse activamente al servicio de este proyecto. Si no se tiene oración no se tiene apostolado y viceversa: “Por la íntima unión de la oración y el apostolado el misionero se hace contemplativo en la acción y apóstol en la oración” (C. IV. 42).

Mientras tanto, la barca en que iban los discípulos se hallaba lejos de tierra y era duramente golpeada por las olas, pues llevaba el viento en contra. En la mentalidad judía el mar es el símbolo del mal, de lo negativo, el lugar donde habita Leviatán, el dios de sus opresores y desterradores: Babilonia (Ignacio y María López Vigil); además, se debe recordar que la oscuridad y la noche son símbolos universales de lo malo. La barca simboliza a la Iglesia Pueblo de Dios, que en medio de un mundo hostil sigue a Jesús y avanza contra viento y marea.

Antes del amanecer, Jesús vino hacia ellos caminando sobre el mar (v.25), asustados, los discípulos pensaron que se trataba de un fantasma y comenzaron a gritar. Jesús les habló: “Änimo, no teman, que soy yo”. Pedro le pidió ir hacia Él y Jesús aceptó. Pedro caminó sobre el agua, como lo había hecho Jesús, se llenó de miedo por lo fuerte que soplaba el viento y gritó: “Señor, sálvame”; Jesús le salvó y luego le reprendió por su falta de fe.

Cesó el viento y Jesús subió con ellos a la barca y los que estaban, postrados en tierra reconocieron: “verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!”.

Jesús es la realidad contraria al mal, Jesús puede calmar la soberbia del mar e instaurar sobre sus aguas la paz, la confianza y la esperanza; Él puede dominar el mal, por eso camina sobre las aguas. Este Evangelio guarda un mensaje clarísimo para nosotros: Dios es la sorpresa y por su gracia puede calmar nuestros mares agitados y romper con nuestro miedo, indiferencia y limitaciones.

No son los poderes sobrenaturales o la manipulación de las fuerzas de la naturaleza lo que ha hecho que Jesús camine sobre las aguas, sino su relación amorosa con el Padre y su valiente decisión de Hijo para continuar viviendo fiel al proyecto del Reino.

Jesús no cesó en su compromiso de solidaridad con los marginados de la historia, no se dejó paralizar por los acaparadores y opresores, quienes le mataron en la cruz seguros que con ello rescataban la moral y “honraban a Yahvé”. La vida de Jesús nos invita a no ser mediocres, sino a comprometernos con la realidad de nuestra amada Latinomérica y luchar hasta el final por transformarla en Reino de los Cielos, los caminos los tenemos marcados: orar y apostolar, no se debe olvidar que la fuerza revolucionaria de Jesús provenía de la oración, donde descubría y asumía la Voluntad del Padre.

Es necesario seguir a Jesús en nuestra frágil barca, no temiendo al mar convulsionado de nuestra realidad: No debemos dejar que la injusticia social de El Salvador y de sus ambiciosos y explotadores empresarios nos amedrente, ni debemos dejar tampoco que las redes del narcotráfico de Colombia y México destruyan la vida de nuestros jóvenes, ni que los medios de comunicación de los poderosos como RCN, CARACOL, TCS, TELEDIARIO sigan distorsionando la realidad con sus mentiras fundadas y su servilismo a favor de los poderosos, ni que las guerrillas que perdieron su horizonte hace años- como las FARC -sigan llenándose las manos de sangre inocente, ni que muchos estados de Latinoamérica sigan mancillando a los pobres y prostituyéndose con el imperio estadounidense y con los de los países capitalistas.

¡Animo, a pesar de nuestos graves problemas Dios está junto a nosotros, dispuesto a darnos su mano cuando gritemos desesperadamente: “Señor, sálvanos”.

jueves, 31 de julio de 2008

Lucha contra el hambre. Mt 14, 13 - 21

Este domingo la liturgia nos trae el conocido pasaje evangélico de la multiplicación de los panes. Es probablemente uno de los textos más conocido en el mundo, pero al mismo tiempo el menos aceptado por las políticas económicas y sociales de los países y culturas. Veamos el texto destacando cuatro ideas.

1.“Al enterarse, Jesús se fue de allí” (v. 13)

.“Sanó a los enfJesús se entera del asesinato de Juan el Bautista, a quien admiraba profundamente por su coraje y perseverancia para denunciar las injusticias, especialmente de los poderosos. Con la muerte de Juan se acaban los bautismos en el Jordán, se dispersan sus discípulos y huyen, pues corren peligro. El Evangelio nos dice que Jesús al enterarse de lo sucedido se fue de allí. ¿Por qué se fue? No olvidemos que Jesús, aunque es el gran liberador y salvador, también es verdadero hombre. Jesús era discípulo de Juan, al morir el que fue su maestro siete temor, huye y se esconde.

Muchos de nosotros, aún sabiendo que estamos aquí por Dios y para Dios, nos dejamos impresionar por el liderazgo de hombre y mujeres que luchan incansablemente por una causa justa; sin embargo cuando matan a éstos nos desilusionamos, pensamos que todo está perdido, preferimos salir corriendo y dejar la lucha. A Jesús le pasó así, ¿A usted también le ha pasado alguna vez?

2.“Pero lo supo la multitud ... Jesús sintió compasión” (v. 13. 14)

Jesús quiere esconderse, estar sólo y ponerse a salvo, pero el Padre tiene pensada para Él otra cosa. En Israel la desigualdad social y religiosa, la opresión y la exclusión que aplastaba principalmente a los pobres, redundaban básicamete en dos realidades, y ante ellas sólo dos opciones claras: la enfermedad y el hambre, para las cuales sólo hay dos opciones: dejarse morir o luchar por vivir. Los que se enteraron que Jesús iba hacia la otra orilla, confiando en Él, lo siguieron a pie desde los poblados. No sabemos qué tan distantes estarían esos pueblos, pero si sabemos que los que lo siguieron eran personas enfermas y hambrientas, es decir, personas débiles que no se quedaron de brazos cruzados, estas personas pobres nos dan toda una catequesis, pues la solución a los problemas más hondos del ser humano la encontramos en Jesús y no importa el sacrificio que tengamos que pasar para llegar hasta Él. Sin embargo, no olvidemos que Jesús está huyendo, lo que menos busca en ese momento es aparecer como otro Juan Bautista y también ser asesinado, pero su corazón se deja enternecer al ver esa multitud necesitada. Jesús se olvida de si mismo y de su seguridad, siente compasión y desde ese momento vuelve a la lucha.

La presencia de los pobres nos recuerda que nosotros no estamos en este mundo ni para cuidarnos ni para seguir a líderes carismáticos, por muy luchadores que sean, pues al ser éstos asesinados símplemente terminariamos por dispersarnos. Los pobres nos buscan a cada uno de nosotros, tocan nuestras puertas, nos piden dinero en los buses, nos asaltan en los mercados y se nos acercan en los seminarios, en las casas curales y en los conventos en busca de ayuda. Los pobres nos dicen: “ayúdame”. Jesús recibió sus gritos de auxilio y cambió de plan, ¿Nosotros hacemos lo mismo?

3.“Sanó a los enfermos” (v. 14)

Una vez que Jesús siente compasión comienza su acción. El primer paso fue dar solución a lo más urgente: la enfermedad, último escalón de la muerte. En Israel ser enfermo era toda una desgracia, pues además de sufrir los males físicos y la angustia de una muerte temprana, se sufría también la exclusión social y religiosa. Los leprosos, por ejemplo, eran expulsados de las ciudades y se les enviaba hacia poblados inhóspitos y olvidados. Jesús, compasivo, va hacia ellos y los cura, acaba con su exclusión, con sus males físicos y con todas sus angustias, les devuelve la esperanza y la felicidad.

En nuestro mundo neoliberal-global la salud es un problema peor que hace 2000 años. En tiempos de Jesús se excluía a quien no se podía sanar, hoy se excluye desde el momento mismo que el enfermo “no tiene” para pagar por su salud; entre el médico y los enfermos hay empresas voraces y sedientas de dinero que han encontrado en los hospitales, seguros y clínicas espacios para adquirir dinero; a medida que hay más privatización aumentan las muertes a temprana edad. ¿Qué estamos haciendo nosotros frente a esta realidad? Tarde o temprano podremos ser víctimas del sistema, ¿Será hasta este momento que comprenderemos que debemos hacer algo o simplemente dejaremos que las cosas sigan así?

4.“Comieron todos, quedaron satisfechos” (v. 20)

Jesús da otro paso: acabar con el hambre. Curar a los enfermos es una acción necesaria y urgente, pero no resuelve el problema, pues los mismos sanados por Jesús volverán a enfermarse. El problema de la enfermedad está en el hambre y el problema del hambre está en el egoísmo. A esto es a lo que Jesús apunta en su acción.

Los discípulos al ver que anochecía y que tanta gente hambrienta los acompañaba, simplemente proponen: “despide a la multitud para que vayan a los pueblos para comprar algo” (v. 15). Los discípulos se sienten impotentes para solucionar el problema y optan por el famoso “sálvese el quien pueda”. Jesús, sorprendentemente, les dice: “denles ustedes de comer” (v. 16). Para los discípulos la propuesta de Jesús es absurda, ellos también son pobres, no tienen para alimentar a todos, símplemente tienen “cinco panes y dos pescados” (v. 17), con los cuales podrían comer ellos y Jesús.

En nuestras casas nos pasa como a los discípulos, aun cuando nos duele ver a personas hambrientas no nos sentimos capaces de solucionar su hambre. Si un día invitamos algún pobre a nuestra mesa, otro día no podemos, si un día tenemos mucho dinero para hacer una cena grande e invitar a todos los pobres que conocemos, otro día no tenemos. Lo que sucede es que tanto los discípulos como nosotros pensamos que la solución del hambre está en tener suficiente dinero para dar de comer a los hambrientos, sin embargo Jesús nos enseña que ese no es el camino.

Cuando los discípulos dijeron que sólo tenían cinco panes y dos pescados, Jesús rápidamente les dijo: “Tráiganlos”. Para solucionar el hambre es necesario el desprendimiento y el compartir. Los discípulos tenían esos cinco panes y dos pescados para ellos, pero ahora, aunque no entienden, se los dan a Jesús para que los comparta con esa gran multitud, quizá todos queden con hambre, pero lo importante es que todos coman. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, dio gracias a Dios porque entre los hombres y las mujeres todavía hay personas que se desprenden de lo poco que tienen para compartirlo con sus hermanos, luego de dar gracias a Dios parte los panes y los peces y se los devuelve partidos a sus discípulos para que los den a la multitud. Este cuadro puede ser visto como la máxima desgracia de un pueblo, lo poquito que tenían, ahora se parte, se hace más pequeño y más insignificante, si antes con esos cinco panes y dos pescados los discípulos y Jesús apenas podrían sobrevivir, verlos ahora partidos para ser entregado a miles es motivo de tristeza. Sin embargo, Jesús ve las cosas de otro modo y da gracias, no le importa comer menos o asegurar su sustento, lo que le importa es que lo poquito que cada uno tenga sea compartido.

Jesús no es el que entrega los pedacitos de pan y de pescado a la multitud, lo hacen sus discípulos. Sólo los verdaderos discípulos de Jesús serían capaces de entregar equitativamente lo que su maestro les ha dado. Para acabar con el hambre no basta con que los que tienen se desprendan, sino que es necesario que nadie acapare, que todo sea entegado por igual a todos, que la solidaridad domine y se propague. De este modo, no sólo unos pocos se desprenderán, sino todos y no sólo unos pocos lucharán porque todos reciban, sino todos.

Luego de la distribución nadie quedó con hambre. Ahora todos pueden devolverse sanos y satisfechos, ¿pero allí habrá acabado el hambre y la enfermedad? El evangelio nos dice que “recogieron las sobras y llenaron doce canastos” (v. 20). Ahora es tarea de cada uno de esos hombres, mujeres y niños llevar esos pedacitos de pan y pescado compartidos a sus pueblos, ahora les toca a cada uno de ellos extender la obra compasiva y solidaria en la lucha contra el hambre, ahora sí pueden irse a sus pueblos para repetir la obra que Cristo ya hizo con ellos.

Si al leer esta pequeña reflexión y releer el evangelio no despierta en nosotros el deseo de luchar contra el hambre desde el proyecto de la solidaridad, es que el evangelio no ha sido para nosotros Palaba que da Vida. Pidamos a Dios que nosotros seamos los primeros en dejarnos tocar por este evangelio y así demos, alegremente, nuestros cinco panes y dos peces.

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