sábado, 26 de julio de 2008

El Reino de los Cielos: Un tesoro que se puede adquirir. Mt 13, 44 - 52

El Evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario debe ser interpretado de forma similar a los Evangelios de los domingos XV y XVI: los tres textos conforman la mayor parte del capítulo 13 de San Mateo, donde Jesús intenta explicar por medio de parábolas cómo es y en que consiste el Reino de los Cielos.

El versículo 1 de este capítulo nos cuenta que Jesús salió de su casa y fue a sentarse cerca del lago. Se reunió mucha gente en torno a Él, por lo que se vió en la necesidad de subirse en una barca y se sentó, la gente lo escuchaba de pie en la orilla, se puso a enseñarles y les explicó muchas cosas por medio de parábolas: la de los diferentes terrenos donde el sembrador tira la semilla (domingo XV), la de la cizaña sembrada por el enemigo en medio del sembrado del trigo, la de la semilla de mostaza y la de la levadura en las medidas de harina (domingo XVI). Las parábolas del tesoro escondido, la perla fina, la red que atrapa toda clase de peces y la del dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas ya no se encuentran dirigidas a la multitud sino a los discípulos. Desde el versículo 36 el auditorio se reduce, pero se puede considerar este texto como parte de la misma unidad temática del capítulo 13.

A continuación, tres ideas respecto al Evangelio:

Tesoro escondido o la perla fina.

Jesús recurre a ejemplos prácticos, sencillos y cercanos para hacer que sus discípulos comprendan el valor del Reino de los Cielos y las renuncias que exige (también hace lo mismo con nosotros). ¿Quién fuese capaz de resisitir a la tentación de adquirir un terreno, donde se tiene la certeza de que hay un tesoro escondido o una piedra de mucho valor? Con seguridad venderíamos todo y “empeñaríamos hasta la madre”.

El Reino de Dios es ese tesoro escondido o esa perla fina, su valor no se mide cuantitativamente en números, su valor es superior y sólo quien lo descubra auténticamente estará dispuesto a dejarlo todo para adquirir ese maravilloso tesoro. ¿Podremos descubrir ese tesoro? Permitiéndonos el encuentro con Jesús, o permitir que Jesús nos encuentre, esto se puede dar de muchas maneras, sólo basta echar un atento vistazo a nuestra vida: una buena lectura que nos suscitó buenos pensamientos, el encuentro con una maravillosa persona que nos supo dar un buen consejo o simplemente que nos tocó con su testimonio de vida, el haber participado en un retiro espiritual o una convivencia, el haber ayudado con alguna buena obra de caridad, algún bello momento de nuestra vida o alguno doloroso como la pérdida de un ser amado o una efermedad... etc; cualquiera de estos momentos es propicio para un auténtico encuentro con Jesús, se necesita de nuestra disposición y buena voluntad y una vez vivido ese auténtico encuentro no habrá espacio para las dudas: ¡habremos encontrado un maravilloso tesoro, el mejor tesoro del mundo!

Ahora toca entonces vender todo para adquirir ese tesoro tal como lo haría el campesino o el comerciante. ¿En qué consiste “vender todo”? En ser radicales en nuestra opción por vivir en ese Reino, renunciar a todo lo que nos impide vivir como Jesús quiere. Implica, entonces, renunciar a esas ataduras que no nos dejan ser libres: nuestras seguridades, egoísmos, orgullos, pobrezas, esas pocas cosas materiales que se nos van convirtiendo en imprescindibles, todos esos pecados o pecadillos que nos hacen esclavos... ¿Estás dispuesto a asumir el costo de ese tesoro o esa perla?

Al cesto o de regreso al mar.

¿En qué va a parar todo esto? Jesús responde con una última parábola: la de la red echada al mar que atrapa todo clase de peces. Los pescadores, una vez llena la red, la sacan y clasifican su pesca, los buenos van al cesto y los malos son arrojados nuevamente. A esta parábola puede asignársele el mismo significado de la cizaña en medio del trigo. Los peces buenos (o el trigo) son todos aquellos que asumieron los costos sin importar los sacrificios y persecuciones para adquirir el tesoro escondido o la perla fina, es decir, el Reino de los Cielos. Los peces que son arrojados (o la cizaña que es arrancada y tirada al fuego) son todos aquellos que, aún habiendo encontrado el tesoro o la perla fina, tuvieron miedo de asumir las consecuencias, se hicieron los de la “vista gorda” y oídos sordos, son los cobardes que prefirieron continuar viviendo en su mediocridad, en su completa indiferencia, amañados en lo cotidiano, en sus muchas o pocas comodidades. Si la red te atrapa, ¿Dónde crees que vas a ir a parar, al cesto con los peces buenos, o serás arrojado de nuevo al mar?

¿Lo han entendido todo?

Al cerrar el capítulo 13, Jesús pregunta: ¿Lo han entendido todo? Sus interlocutores responden afirmativamente y concluye con otra parábola más: el que se hace su discípulo se parece al dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. Es una clara invitación para que una vez hechos sus discípulos sepamos conservar todo aquello bueno que poseemos y nos puede ser útil en la vivencia y construcción de ese Reino, pero también a que sepamos desechar, sin temores, todo aquello inservible e inútil para ese Reino.

A modo de conclusión se puede decir lo siguiente:
El Reino se ha de convertir en el único valor absoluto para quien lo descubre, en la mayor riqueza para quien decida ser seguidor de Jesús.
No se entra al Reino de los Cielos por los propios méritos, sino que es un don que se ofrece y que pide una respuesta.
La causa del pobre y del excluido es el criterio de discernimiento que hará posible todo tipo de renuncia y toda búsqueda incansable del Reino de los Cielos.

Y para concluir, una pregunta atendiendo a todo el capítulo 13 de San Mateo:
¿Lo han entendido todo?

1 comentario:

Pbro. Oscar de J. Matute O. dijo...

html. Es evidente que el Reino es el mismo Jesucristo que se presenta en la humanidad para que vivamos segun lo que el nos dice. De igual manera lo dijo Marìa su madre. Hazgan lo que dice. Es la obediciendo. La riqueza esta en la obediencia

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