viernes, 4 de julio de 2008

Vengan a Mí todas las personas que están cansadas de la opresión y la injusticia... Mt 11, 25 - 30.


Seguramente ustedes, al igual que nosotros, continúan soñando que el mundo, algún día no muy lejano, será mejor. Sin duda alguna, nuestra fe nos impulsa a mantener la esperanza a través de nuestro amor efectivo y contínuo, en favor de la justicia y la vida. Sabemos muy bien que construir el Reino no es fácil, pero también tenemos la certeza que contamos con la gracia y la fuerza del Espíritu de Dios.

El texto del Evangelio de Mateo nos presenta a Jesús orando al Padre. Es una oración muy sencilla y profunda, en la que expresa una verdadera revolución: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.”

¿En dónde está lo revolucionario? Veamos. En aquél tiempo, al igual que ahora, tendemos a creer que las personas que más han estudiado, las más sabias, las de mejores punteos, quienes saben de Teología, el papa, los obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, son quienes más saben de Dios. Por tanto, la gente que llamamos comúnmente “sencilla”, creemos que es ignorante, que le es imposible conocer verdaderamente a Dios. Allí entran todas aquellas personas que son descalificadas eclesial y socialemente, las que son consideradas como ignorantes, quienes son marginadas o excluidas; la gente pobre.

Para San Vicente de Paúl, la sencillez es la virtud que tiene relación directa con el vivir desde la verdad, la transparencia, sin doblez. Para él, esta virtud es la que permite conocer a Dios de forma auténtica y profunda. Por ello llegó a afirmar contundentemente que “en los pobres se encuentra la verdadera religión”. Es en medio de los pobres, donde Vicente de Paúl encontró a Jesucristo y utilizó la comparación de una medalla, en donde de un lado estaban los pobres y del otro Jesucristo, pero era una sola medalla.

Desde el Evangelio, nos atrevemos a afirmar que sólo en las personas pobres, nos encontramos con nosotros mismos y con Jesucristo. Entonces, si deseamos conocer la voluntad de Dios, conocer todo lo que ha sido escondido a los sabios y entendidos del mundo, debemos ser sencillos, insertarnos en la realidad concreta de los pobres y asumir ese mismo espíritu que no pretende saber a partir de conocimientos intelectuales, sino desde la experiencia de la transparencia, la verdad, desde la realidad que les crucifica y les condena a una muerte anticipada e injusta.

Como lo hemos reiterado en otras ocasiones, no por el hecho de ser pobres, estas personas dejan de ser pecadoras e injustas, simplemente son la negación de la historia humana. Son las personas en quienes Dios decidió inaugurar el Reino y desde las cuales ese Reino llegará a toda la humanidad. Esa fue la opción de Jesús, y por tanto es la de cualquiera que se atreva y decida a ser su seguidor.

Como bien dice el dicho popular, “más claro no canta un gallo”, Jesús expresa que su Padre le “ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.” Y, ¿quiénes son esas personas a las cuales Jesús ha querido darlo a conocer? Los sencillos, los pobres, los marginados, los excluidos. Los no ser humanos del mundo. Los invisibilizados del mundo.

Existen millones de personas que están cansadas de tanto trabajo impuesto, de trabajar mucho y seguir muriéndose de hambre; muchas personas cansadas de tanta injusticia, de tanto luchar por la construcción del Renio y encontrarse con tanta persecución, violencia y muerte. Son personas que se sienten agobiadas, muchas veces sin fuerzas para dar un paso más; personas que tienen fe, pero que en medio de las situaciones dramáticas y extremas de la vida, les cuesta descubrir a Dios. Este es el cansancio de la guerra, del narcotráfico, de la corrupción, de las injustas leyes de Estados Unidos y otros países desarrollados económicamente hablando, pero subdesarrollados en solidaridad, fraternidad, calidad humana y sentido de justicia.

Jesús nos dice: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo les haré descansar. Acepten el yugo que yo les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros.” El descanso lo encontramos en Jesús y el Reino de Dios. En Él se funda esta vivencia de la justicia, la solidaridad, la paz y tantos valores que harán que el ser humano pueda vivir en plenitud y descansar de todo lo que les agobia.

Aceptar ese yugo que ofrece Jesús significa aceptar el compromiso de seguirle, de ser discípulos y misioneros y continuar la construcción del Reino en la historia. El yugo es asumir las Bienaventuranzas hasta las últimas consecuencias: insultos, persecución, calumnias y muerte. Es un yugo que nos hace rechazar todo lo que atente contra la vida, en especial de las personas más vulnerables. No es un aceptar pasivo todo el Anti-Reino y cruzarse de brazos ante el pecado personal y social. Es un aceptar tranformador a partir de Jesucristo. Este yugo y esa carga que nos pone Jesús se vuleven ligeras porque Él mismo va con nosotros cargando, dando fuerza y animando en el camino.

La vida es difícil en Latinoamérica, vemos en México, Guatemala, Colombia y otros la realidad dramática, violenta y deshumanizadora del narcotráfico. El conflicto armado interno en Colombia, que en estos momentos ve crecer la esperanza de una realidad de paz, después del rescate de 15 personas secuestradas y el debilitamiento de las FARC, pero que acarrea millones de víctimas. Vemos la terrible crisis económica que se vive en toda la Patria Grande, debido al encarecimiento del petróleo y a la crisis estadounidense. Los miles de personas que a diario emigran hacia Estados Unidos y los miles que son deportados o no pueden llegar a dicho suelo.

La realidad nos apremia, nos invita a asumir el compromiso bautismal de llevar el yugo y la carga que Jesús nos da. Nuestra misión es llevar nuestros pueblos cansados y agobiados por el Anti-Reino, a que descancen en Jesucristo.

Que Vicente de Paúl y Monseñor Romero, santos que asumieron su compromiso de fe desde sus respectivas épocas y realidades, nos inspiren y motiven a continuar construyendo ese sueño que nos quita el sueño: El Reino de Dios y su justicia.

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