domingo, 19 de septiembre de 2021

EL QUE QUIERA SER EL PRIMERO MARCOS 9

 

Mc 9, 30-37: EL QUE QUIERA SER EL PRIMERO...

 

Mientras Jesús se desplazaba por Galilea junto con sus discípulos, queriendo que nadie más lo supiera, les iba enseñando. Parece ser que Jesús, después de la crisis experimentada en Galilea, decide dedicar mayor tiempo a la formación de sus discípulos, pues no quiere un grupo de personas fanáticas e hipócritas, sino un grupo de personas creyentes y responsables que sean capaces de asumir un proyecto: EL REINO DE DIOS.

Jesús les explicaba que el Hijo del Hombre iba a ser entregado en manos de los hombres y le harían morir, pero tres días después de su muerte resucitaría. Por más que Jesús les explicaba a los discípulos, éstos no entendían nada y tenían miedo de preguntarle qué quería decir todo aquello. Quizás los discípulos se preguntaban, ¿porqué una persona tan buena, que pasa haciendo el bien: sanando ciegos, sordos, mudos, cojos, paralíticos, endemoniados y toda clase de   enfermedades; denunciando la injusticia y devolviéndole la dignidad y la vida a las personas, tendría que ser condenado y morir? O quizás no entendían nada por que esperaban un mesianismo distinto.  

   

Finalmente llegaron a Cafarnaún, y estando en casa, probablemente la de Pedro, Jesús les preguntó: “¿De qué venían discutiendo por el camino?” Ellos no se atrevieron a responder, pues habían estado discutiendo sobre quién era el más importante de todos. Ante esto se dejan ver dos posibilidades: o bien los discípulos no estaban concentrados en la enseñanza de Jesús, por lo que pensaban en la repartición de los cargos burocráticos cuando Jesús gobernara y tomara el poder al derrocar al imperio. Por tanto, ellos sí pensaban en la muerte de Jesús, pero quizás mucho tiempos después de gobernar; o más bien pensaban quién sería el que tomaría el puesto de Jesús después de su muerte, es decir, quien se quedaría con el poder y a cargo de todo el grupo para derrotar el imperio y establecer la soberanía de Israel (Ambas posibilidades serían producto de su concepción de un mesianismo triunfalista). También sobresale en este texto, un miedo cultural que no permitía que los discípulos se dirigieran a su maestro con toda libertad y confianza, para expresar su pensar, su sentir, sus dudas, etc. ¿Prevalece aún este miedo cultural en nuestra casa, escuela, universidad, trabajo, iglesia...?

 

“Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos”. Después tomó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que recibe a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado””. Jesús insiste en la humildad que caracteriza al verdadero servidor del Reino de Dios, pues con frecuencia nos comportarnos como propietarios de los servicios y de los compromisos que asumimos en nuestra vida, dentro y fuera de la iglesia. No soportamos que otras personas tengan responsabilidades o que nos reemplacen en las que tenemos, porque con facilidad nos atribuimos el mérito de nuestras cualidades y conocimientos. En cuanto a la imagen del niño, es para hacer comprender que todos tenemos dignidad, valemos y somos importantes para la construcción del reino de Dios como  parte de una sociedad, iglesia, familia. De esta manera se rompe con las barreras que atan y ciegan la participación de los pequeños, los débiles e insignificantes, en la estructura social, política, religiosa y económica; que no dejan pensar ni actuar a las personas para llegar a desarrollarse plenamente, por estar sujetos a un miedo cultural. ¿Cuál es tu actitud? ¿Ser el primero o ser el último? ¿Servir o ser servido? ¿Cuál es tu actitud con las personas más pequeñas, débiles e insignificantes? ¿Son las personas que más cuidas y amas o las que más odias y marginas?

 

HUMILDAD

Para san Vicente la humildad es reconocer que todo bien procede de Dios: “no digamos: yo he hecho ese acto bueno, pues debemos hacer todo en nombre de nuestro señor Jesucristo”. Humildad es reconocer nuestra bajeza y nuestras faltas, a la vez que se confía plenamente en Dios. La humildad supone un voluntario vaciarse de si mismo, y que implica el querer ser ignorado y dejado de lado, evitar el aplauso del mundo, tomar el último lugar y amar la vida oculta.

San Vicente indica que se debe practicar la humildad por que el mismo Jesús fue humilde, y se sentía dichoso de ser considerado el último. Además fue su virtud característica, pues la vivió desde su nacimiento. La humildad es el origen de todo el bien que podamos hacer y nos ayuda a perseverar; trae consigo todas las demás virtudes y es el fundamento de la perfección evangélica. Es más fácil pensar en la humildad que practicarla; y es la fuente de la paz y de la unión. Vicente consideró la virtud de la humildad como base fundamental para las personas que habían de dedicarse al servicio de Dios y de las personas pobres. 

Para adquirir la humildad, san Vicente sugiere el hacer actos de humildad cada día, confesar nuestras faltas en público, aceptar las advertencias de las demás personas, orar constantemente.

 

Hoy, la humildad nos hace reconocer nuestra condición de criaturas y de personas liberadas, y admitir que ambas cosas son dones de Dios, pues en él vivimos, nos movemos y existimos. Es reconocer que tenemos limitantes y que dependemos de las demás personas. Es reconocer nuestro propio pecado, que se manifiesta de maneras muy variadas en nuestra vida: prejuicios, clasificar a las personas, crítica destructiva, inferencia por la oración, menos precio a el Evangelio, manipulación, falta de disposición para compartir con las personas pobres, no querer renunciar al poder para solidarizarnos con las personas pobres o con las más necesitadas, siendo cómplices con las estructuras sociales injustas.

 Humildad es reconocer que nuestros dones, cualidades, habilidades, aptitudes, etc. provienen de la gratuidad de Dios. La humildad implica una actitud de siervo: “el que quiera ser primero, hágase el último de todos y el servidor de todos”. Por eso hoy se espera que las personas de autoridad, dentro o fuera de la iglesia sean servidoras humildes. Humildad es aceptar tu realidad tal cual es, sin caer en conformismo, y aceptar la realidad de la otra persona. Es saber ver a Dios en los rostros concretos de la realidad. 

La humildad supone hoy además, el dejarse evangelizar por las personas pobres (“nuestros amos y señores”, como le gustaba llamarles a san Vicente). Es reconocer que no sólo debemos enseñar a otras personas, sino también dejarnos por ellas. Debemos oír a Dios que nos habla cuando vemos la facilidad que tienen las personas pobres en compartir lo poco que tienen, su agradecimiento a Dios, su esperanza en que Dios proveerá y su disponibilidad hacia Dios y las demás personas.

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