viernes, 24 de octubre de 2008

Jesus: contra la hipocresía religiosa, a favor de la solidaridad humana. Mt 22, 15 - 21.

El Evangelio del XXIX domingo del tiempo ordinario nos relata el famoso pasaje donde Jesús dice: “Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”. Se debe recordar que este encuentro con los discípulos de los fariseos y los herodianos tuvo para Jesús graves repercusiones, precisamente, tergiversando sus palabras las autoridades religiosas de su tiempo le acusaron de exhortar al pueblo a no pagar el tributo al César (es decir, de rebelión), cuestión que fue creída por el Pretor Romano y determinante para que Jesús fuese condenado a morir en la cruz.

Creemos que es necesario, antes de aplicar el texto a nuestra realidad, rastrear el contexto de este Evangelio propuesto por la liturgia para hoy.

Jesús: Contra la hipocresía religiosa

Aproximadamente, hacia el año 64 a.C el pueblo de Israel cayó en manos del Imperio Romano, pero hacía mucho tiempo que no vivía en libertad. La caída en manos de Babilonia (587 a.C) y el exilio de los israelitas en dicho país terminaron con la monarquía y con la autonomía política que poseía. Así, Israel pasó de mano en mano: de los babilonios a los persas, de los persas a los griegos y finalmente, de los griegos y todas las variantes de su poder, a los romanos.

Israel se dio cuenta, en medio de la opresión que vivía, de que su único rey era Yahvé, por esta razón los sacerdotes, escribas y fariseos eran tan importantes, ya que eran los mediadores entre Dios y el Pueblo; el signo de fidelidad de este pueblo a su Dios era el cumplimiento de la Ley de Moisés. Sin embargo, durante el tiempo de Jesús, estos “mediadores”habían hecho consistir la ley en una observancia sin sentido, habían reducido la ley al cumplimiento de un número elevado de mandamientos y prescripciones. El pueblo, vivía en una observancia opresora y esclavizante de la Ley de Moisés, que se hallaba totalmente desvirtuada.

Por otro lado, el poder romano se hacía sentir en el pueblo israelita a través de la elevada cuota de impuestos que los ciudadanos debían pagar al imperio, cuyo canal regular eran intermediarios usureros y ladrones; y también por la ocupación de las tropas romanas en los territorios conquistados.

En conclusión, el pueblo israelita se hallaba oprimido desde los frentes más relevantes de su quehacer cotidiano: la práctica religiosa y el desarrollo de su vida civil.

Jesús, durante su ministerio público, confrontó directamente a los “mediadores” echándoles en cara sus injusticias, su enriquecimiento a costillas del pueblo (porque también recibían los impuestos del templo) y la desviación de la religión del paradigma de la justicia y la equidad para con el pueblo sufriente. Por otra parte, a Jesús no le interesaba derrocar al Imperio Romano, sino que el Pueblo de Israel se volviera a Dios, es decir, que viviera en su Reinado.

¿En qué consiste el Reino de los Cielos? En que la voluntad de Dios se haga “en la tierra como en el cielo”, que los seres humanos puedan vivir en la libertad y en la felicidad. Pero, Jesús sabía perfectamente que para que fuese posible la Voluntad de Dios en la tierra era necesario llevar a cabo una profunda liberación del ser humano de todo aquello que le hacía infeliz y esclavo. Por ello, Jesús vino a liberar a los oprimidos y a mostrarles los nuevos caminos de la solidaridad. Jesús deseaba que todos los seres humanos se tratasen como hermanos, que los egoísmos de los acaparadores (muy ricos en los tiempos de Jesús) se acabasen y compartiesen con los más pequeños; sobre todo, que nadie manipulase a Dios para sus intereses, porque los pequeños- sus preferidos- estaban en verdad excluidos por la religión de aquellos tiempos, por el contrario, Jesús les acogió sin ningún prejuicio, mostrándoles el amor de Dios.

En este Evangelio se observa que dos grupos poderosos (fariseos y herodianos) se han aliado para tenderle una trampa a Jesús, se advierte que la actitud profética de Jesús amenazaba seriamente el poder de éstos y desenmascaraba su falsa piedad.

Último detalle acerca del contexto: Se debe recordar que el Evangelio de Mateo tiene unos destinatarios concretos y ellos son los judíos conversos al cristianismo. Para nadie es un secreto que la situación de estos cristianos se fue complicando poco a poco hasta llegar el año 70, fecha en que los romanos destruyeron Jerusalén. El seguimiento de Jesucristo en estos cristianos se encontraba “entre la espada y la pared”, es decir, entre los judíos que les perseguían y expulsaban con “rabia” y entre los romanos que les oprimían civilmente y les martirizaban por su fidelidad al proyecto del Reino de los Cielos y su actitud confrontativa ante las pretensiones del emperador de tener poder ilimitado hasta querer ser considerado dios.


Jesús: A favor de la solidaridad humana

Ahora, nos compete a los cristianos del presente traer este texto a la realidad. Es cierto que la expresión de Jesús: “Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”, puede interpretarse como una invitación del Señor a ser buenos ciudadanos y cristianos, pero esta sería una interpretación muy superficial. Los fariseos y herodianos habían aceptado la alianza con el poder establecido a costa de alejarse de Dios y manipularlo, nótese que Jesús los pone ante una disyuntiva: dar al César lo que le compete es no dar a Dios lo que le corresponde por derecho, en su estructura más profunda este texto ¡No hace un llamado a la “equidad” y a quedar bien ante todos, sino a definirnos... de qué lado estamos! La voz profética de Jesús es para los poderosos de su tiempo, para los judíos conversos al cristianismo y para nosotros.

Jesús desea que nos manifestemos a favor de Dios, que no aceptemos competencia de otros proyectos de muerte en nuestro seguimiento, porque estos proyectos son dioses que compiten con el Dios de la Vida. Jesús nos exhorta a que no vivamos resignados a dar tributo al sistema de muerte, que se alimenta de la sangre de los inocentes.

El Señor nos pide que luchemos en contra de la hipocresía religiosa y nos promulguemos con nuestra vida a favor de la construcción del Reino de los Cielos en la tierra, es decir, a favor de una solidaridad nunca antes vista a favor de los oprimidos. Esta solidaridad, nos lleva a ser cristianos con actitud política bien definida, sin medias tintas, sino parcial y decidida a destruir los egoísmos del mundo, acabar con el sistema de muerte y luchar por el establecimiento de relaciones humanas justas.

San Vicente de Paúl hizo lo mismo que Jesús, en él encontramos a un auténtico cristiano que creyó en este proyecto de solidaridad y elevó a los pobres del suelo al cielo, hasta llegar a considerarlos Jesús mismo. En Latinoamérica, muchas personas luchan por la solidaridad humana y son perseguidos por los césares modernos que aman el poder y están dispuestos a derramar la sangre de todo el mundo, si fuese necesario, para mantener su estatus. Recordemos que a Jesús le costó la vida esta exhortación y a nosotros, seguidores, ¿Nos podría costar menos?

¡Ojalá nos definamos, como Jesús lo estuvo, está y estará a favor de la vida y la felicidad de todos, en especial de los infelices de este mundo! ¡Ojalá amemos más allá de nuestros propios mandamientos y prescripciones!

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