domingo, 12 de octubre de 2008

Un banquete para todos. Mt 22, 1 - 14.

"El Señor Todopoderoso ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos añejados, manjares deliciosos, vinos generosos" (Is 25, 6).

Antes de empezar la reflexión del Evangelio de este domingo XXVIII del tiempo ordinario, conviene anotar algunos detalles que nos pueden ayudar para comprender mejor el texto. En este domingo la liturgia nos propone otra parábola, que pretende revelarnos detalles nuevos acerca del Reino de los Cielos, por eso no debe ser leída y entendida de forma aislada, sino en unión con las parábolas que hemos meditado en los tres domingos anteriores; La del hacendado que contrató trabajadores para su viña y a todos les pagó lo mismo, empezando por los ultimos y terminando por los primeros; la del hombre que envió a sus dos hijos a trabajar en su viña; y la del hacendado que arrendó su viña a unos viñadores asesinos.

Un segundo detalle que consideramos importante saber para comprender estas parábolas sobre el Reino de los Cielos tiene que ver con los destinatarios a los cuales escribió Mateo y las circunstancias que ellos estaban viviendo. Mateo escribe para las comunidades de la segunda generación cristiana, quienes eran conscientes de su identidad, compuesta por judíos y paganos, con dos situaciones nuevas: los cristianos viejos creían tener asegurada la salvación, pero la predicación de la Buena Noticia era mejor acogida entre los paganos que entre los judíos. Un tercer detalle tiene que ver con una síntesis que cada uno de nosotros debe elaborar a partir de estas parábolas, que aunque, meditadas de forma fragmentaria se hallan enfocadas hacia un mismo tema, para no creer que se está repitiendo lo mismo y no hay aportes nuevos.

Teniendo presente los detalles antes mencionados, y sin perderlos de vista, adentrémonos en la meditación del Evangelio propuesto para este domingo.

Un banquete de bodas.
Jesús compara el Reino de los Cielos con un banquete que ofrece un rey para celebrar la boda de su hijo, y aunque en la parábola pasan inadvertidos los homenajeados del banquete, porque se concentra en los invitados, conviene que notemos quién es el rey, quién su hijo y quién la esposa. El rey que celebra e invita al banquete es Dios, el hijo que se ha casado es Jesús y su esposa la Iglesia. De esta manera, Mateo nos hace ver el Reino de los Cielos como un gran banquete mesiánico.

Los invitados al banquete.
El rey tiene dos clases de sirvientes para llamar a los invitados. A su vez, encontramos tres clases de invitados: los que se autoexcluyen para atender sus intereses personales, los que asesinan a los sirvientes y finalmente, los buenos y malos que se encuentran en los cruces de los caminos y que inicialmente no habían sido tenidos en cuenta para participar del banquete. Los sirvientes que salen a llamar a los invitados son los profetas del Antiguo Testamento o los misioneros de cuyo martirio nos da fe el libro de los Hechos de los Apóstoles; los invitados son, en primer lugar, el pueblo de Israel que hacía caso omiso de la predicación de sus profetas y ministros, e incluso los mataron y en segundo lugar, los paganos, que ajenos a la revelación de Dios a su pueblo elegido, aceptaron la invitación a la conversión, pero también aquí entran los marginados de Israel, la gente de los oficios y situaciones despreciables.

El banquete está preparado.
Tres veces insiste el relato en que el banquete está preparado. Esto reitera la idea que tenían las primeras comunidades acerca de la inminente llegada del fina de los tiempos y de la instauración definitiva del Reino de los Cielos.

El rey se indignó y envió sus tropas.
El rey, indignado por este rechazo a su invitación, envió sus tropas para acabar con aquellos asesinos e incendiar su ciudad. Este detalle de la párabola hace referencia a la invasión, saqueo y posterior destrucción de la cuidad de Jerusalén en el año 70, a manos del Imperio Romano. Para las primeras comunidades cristianas este acontecimiento histórico era un castigo de Dios para los judíos de la época, que no aceptaron la invitación a la conversión y les perseguían con ahínco.

Un convidado sin traje apropiado.
Según una costumbre antigua, el rey solamente entraba después de haber comenzado el baquete. Cuando él entró observó uno de los convidados sin el traje apropiado, se dirige a él y le pregunta ¿ cómo entró sin tener el traje propio para la ocasión? Él comensal enmudeció. Entonces el rey ordenó a sus guardias que lo ataran de pies y manos y lo echaron fuera, a las tinieblas. El comensal sin el vestido apropiado es un simbólico aviso para los cristianos de origen pagano para que también ellos asuman con plena radicalidad su nueva condición de vida. Los pecadores son invitados pero se espera que se conviertan, el traje apropiado representa una vida convertida llena de buenas obras y una vivencia del amor a Dios que se hace manifiesta en el amor a nuestros hermanos. Quien no esté dispuesto a usar este traje puede ser excluido del banquete.

Esta parábola representa una explicación de Mateo -para las primeras comunidades- acerca de la entrada de los paganos en la Iglesia, una exhortación a dichas comunidades para que renueven y confirmen cada día, con obras, su llamado a la vida cristiana. También expresa el rechazo del mensaje de Jesús por parte de los líderes del pueblo judío y la acogida que le dieron los marginados y paganos. También es una advertencia para los cristianos más viejos, de que no es suficiente haber aceptado la invitación para entrar en le Reino de los Cielos, sino vivir practicando las enseñanzas de Jesús.

Muchos invitados pero pocos elegidos.
Después de este minucioso análisis de la parábola “el banquete de bodas” debemos preguntarnos ¿Qué dice para nuestra vida personal y comunitaria? En otras palabras, intentemos hacer una actualización.

Consideramos que en el contexto de una pronta finalización del año litúrgico y civil esta parábola nos habrá de poner de frente al espejo de la autoevaluación personal y comuntariamente, (como quien se mira reiteradas veces en el espejo para estar completamente seguro de que usa el traje adecuado para la ocasión) y mirar allí el traje que estamos usando y con el cual podríamos asistir al banquete de bodas. ¿Realmente estamos usando el traje adecuado o nos hemos puesto cualquier vestido con apariencia de ser bello y fino? ¿Nos hemos revestido de Cristo? Ciertamente hemos sido invitados pero, ¿Seremos dignos de ser elegidos? Usar el traje adecuado para el banquete de bodas es revestirse de Cristo, revestirse de Cristo es vivir de acuerdo a su Evangelio, que en últimas se resume en amar a Dios en cada uno de los hermanos que están a nuestro lado, significa vencer los temores que nos hacen cobardes y nos dejan estáticos, dejar los silencios que nos hacen complices o indiferentes ante la realidad de los que sufren, perdonar y dejarse perdonar, vivir coherentemente según el mandato evangélico, luchar incansablemente por la justicia y la paz.

Esta autoevaluación nos tiene que poner en marcha hacia el horizonte del año nuevo, que lentamente se acerca, para empezar desde ya a proyectar todo aquello que debemos mejorar, que debemos cambiar o que aún nos falta por hacer. Tenemos que empezar a preparar creativamente las acciones que en el futuro inmediato realizaremos en los diferentes frente de nuestra labor como discípulos y misioneros, en lo apostólico, en lo profético, en lo espiritual, en lo social, en la familia, en el trabajo.

Dios ha llamado a todos a participar en el banquete del Reino, pero sólo serán admitidos aquellos que hayan respondido a la invitación cambiando su estilo de vida. ¿Usted ya asumió el reto de la conversión?

Oremos en esta segunda semana del mes de las misiones por todos los misioneros que generosamente entregan su vida al servicio de la evangelización en el continente africano.

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