domingo, 12 de octubre de 2008

¿Por qué nos duele tanto la gratitud de Dios? Mt 20, 1 - 16.

San Mateo nos presenta a lo largo de todo su Evangelio, una serie de parábolas con las que Jeśus quiere enseñarnos lo que es el Reino de los Cielos. El texto de hoy, precisamente, nos brinda una parábola más sobre esta realidad, justo antes del tercer y último anuncio de la pasión y resurrección.

Es interesante tener presente que Jesús nunca da un concepto o una definición del Reino de los Cielos, simplemente dice: “El Reino de los Cielos se parece a... ”; lo cual deja siempre abierta la posibilidad a la respuesta que podamos dar. Claro está que esa respuesta sí tiene un marco amplio dentro del cual no se puede salir: El Evangelio.

Jesús comienza diciendo: “El Reino de los Cielos se parece al dueño de una finca que salió de mañana a contratar trabajadores para su viña...” Debemos notar que la comparación es entre el “Reino de los Cielos” y el “dueño de una finca”. Lo que quiere decir que todo lo que sucede a partir del dueño de la finca nos da la clave sobre el Reino de los Cielos. Por ello, antes de pretender poner nuestros propios esquemas y prejuicios a lo que creemos sobre el Reino de los Cielos, tenemos la invitación a dejarnos sorprender por lo que vamos a descubrir en la narración de la parábola.

Con las personas que encontró por la mañana, el dueño de la finca cerró trato, ofreciéndo pagarles el salario justo por un día de trabajo (una moneda de plata). Luego les dio las indicaciones necesarias y los envió a la finca. Luego repitió la misma acción a media mañana, a mediodía, a media tarde, y a todos éstos ofreció pagarles lo que corresponda. Finalmente, como a las cinco de la tarde, ya próximo a oscurecer, encontró a los últimos que no tenían trabajo y les dijo: “¿Qué hacen aquí ociosos todo el día sin trabajar? Le contestan: Nadie nos ha contratado. Y él les dice: Vayan también ustedes a mi viña”. A éstos últimos, el texto del Evangelio no dice que el dueño les haya ofrecido pagarles algún salario.

Al parecer, en esa finca había mucha necesidad de trabajadores o, dicho de otra manera, había mucho trabajo por hacer y, además, urgente. Fácilmente nos podemos imaginar que la cosecha estaba, como popularmente se dice, “en su punto”, lista para ser recogida, y si se espera un día más, es casi seguro que se pierde la cosecha. La parábola nos sugiere que en ese lugar había trabajo para toda persona que lo necesitara.

Bien, lo cierto es que al finalizar el día, el dueño de la finca le pidió al capataz que reuniera a todos los trabajadores y que les pagara el salario de un día trabajo, comenzando por las personas que contrató de último hasta los que contrató primero por la mañana. Grupo por grupo fueron pasando a recibir su paga, pero el grupo de los primeros, los que fueron contratados por la mañana, esperaban recibir más, porque les pareció injusto que el dueño les pagara lo mismo a todos. No podían comprender cómo el dueño era capaz de dar el mismo salario a los que habían trabajado de sol a sol y a los que fueron contratados a las cinco de la tarde. Por justicia, podrían pensar ellos, nos corresponde más salario. O bien, podrían pensar que les hubiera convenido más descansar una parte del día y luego ser contratados al atardecer, porque de todas maneras hubieran ganado la misma plata.

Entonces, el dueño de la finca le contestó a uno de ellos: “Amigo, no estoy siendo injusto: ¿no habíamos cerrado trato en el salario justo por un día de trabajo (una moneda de plata)? Entonces toma lo tuyo y vete. Que yo quiero dar al último lo mismo que a ti. ¿O no puedo yo disponer de mis bienes como me parezca mejor? ¿Por qué tomas a mal que yo sea generoso?”

Definitivamente, el dueño de la finca no fue injusto con los que contrató primero, pues habían hecho un trato y, tanto el dueño como los trabajadores, cumplieron con lo acordado.

¿Qué podemos decir del Reino de los Cielos a partir de esta parábola? Podemos decir muchas cosas interesantes sobre ello, pero en el fondo no estaríamos de acuerdo. Es estúpido pensar que el dueño de una finca le pague lo mismo al que trabajo ocho o diez horas diarias que al que sólo trabajó una. Debe estar loco o le sobra la plata o se está burlando de la gente o es injusto o es alguien que fomenta la flojera de la gente o... Tantas cosas como éstas o peores nos podemos imaginar.

Nos es casi imposible creer que pueda existir alguien tan generoso que sea capaz practicar una justicia que no encaja con lo que yo creo que es la justicia. Parece que el trabajo de los últimos fue penar buscando trabajo o esperando ser contratados, porque a esa hora del día cualquiera ha perdido la esperanza de que alguien lo contrate. Por tanto, podríamos decir que el Reino de los Cielos es algo estúpido, algo que no es lógico, pues utiliza criterios distintos de justicia. Lo cierto es que el Reino de los Cielos es como el relato de esta parábola. Seguramente nos sorprendió, nos dejó con la boca abierta, chocó de frente con nuestros esquemas y creencias, con nuestros prejuicios.

¿Por eso es que nos molesta tanto que Dios sea tan generoso y bueno? ¿Preferiríamos que fuera como los patrones que pagan según se trabaja y que explotan y oprimen? ¿Nos gustaría más que Dios fuera el capataz que se fija en los atributos, en quiénes son los primeros y quiénes los últimos para tratarlos de esa manera a la hora de la paga?

Es fácil entender la razón por la cual mataron a Jesús, ¿cómo es posible que venga a enseñar que Dios es así? Eso cuestionó la estructura religiosa y social de aquél tiempo, no era posible que Dios fuera tan generoso y tan bueno, que amara igual a publicanos, prostitutas, pobres, enfermos y excluidos, y al grupo selecto de maestros de la ley, levitas, sacerdotes y saduceos, la gente supuestamente más religiosa y cercana a Dios.

Dios no puede ser así, aunque eso esté escrito en el Evangelio y lo haya enseñado Jesús. Debe haber algún error, porque si eso es así, es muy probable que yo no sea una persona cristiana como siempre he creído, pues me paso condenando a mucha gente que considero mucho más pecadora que yo y, por tanto, inmerecedora del amor de Dios. De ser cierto que Dios es tan bueno y generoso, entonces yo puedo ser un cristiano que alimenta el sistema imperante en el que todo es pura retribución, y dan según doy. Yo puedo ser un cristiano que condeno a mucha gente a vivir en la marginación o hasta en la exclusión, diciendo que esa es la voluntad de Dios. Este texto desenmascara nuestra actitud farisea, pues podemos creer que por ser catequistas, religiosos, sacerdotes, monjas, líderes comunitarios, etc., merecemos una mejor paga de Dios que la del resto de la gente publicana y pecadora.

“El trabajo en la finca es abundante y urgente. Hay trabajo para todos.”Si dejaramos por un lado nuestros esquemas y prejuicios sobre Dios, seríamos más solidarios, seríamos buenos y generosos como nuestro Padre Dios. Nuestra opción radical serían los más pobres y sufrientes de nuestros pueblos y responderíamos con gratitud a Dios, no por interés. Dejaríamos de pensar en qué más le podemos sacar a Dios de acuerdo a nuestra conveniencia. Dejaríamos a Dios ser Dios y no buscaríamos manipularlo ni encadenar la gracia. Si dejaramos a Dios ser Dios seríamos profetas capaces de quebrar el sistema imperante, nos perseguirían por ir contra corriente, pero le haríamos una herida de muerte a la muerte, al pecado, a la injusticia.

¡Lástima que nos duela tanto la generosidad de Dios!

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