sábado, 30 de mayo de 2009

ESPÍRITU DE UNIDAD Y DE PAZ, ESO ES PENTECOSTÉS

Jn. 20, 19-23

El contexto dentro del cual se nos presenta el Evangelio en este día, es el de una comunidad que aún experimenta desconcierto y miedo. Y todo esto ¿Por qué? primordialmente por evitar la persecución y la muerte por parte de los judíos y el imperio Romano, por la ausencia de Jesús como líder y la falta de iniciativa para la toma de decisiones, aunado al hecho de “no saber que hacer” en cuanto a las responsabilidades para asumir la realidad concreta del seguimiento de Jesús.

El miedo era la causa de que el grupo permaneciera reunido aún, además de que compartían una tristeza desoladora por la muerte de su amigo. En esta realidad se presenta Jesús en medio de ellos diciéndoles: “la paz esté con ustedes”. Con ello les devuelve la esperanza, el ánimo y la alegría. Jesús les repite de nuevo: “la paz esté con ustedes”, manifestándoles seguidamente su misión: “cómo el Padre me envió yo los envío a ustedes”, es decir, la disponibilidad para “abrir las puertas, salir del encierro y anunciar al mundo la Buena Noticia”, que es la liberación integral del ser humano del pecado personal, social y estructural que le oprime y mata. Este envío queda confirmado cuando Jesús “sopla” sobre ellos el Espíritu Santo.

Es necesario recordar que en el AT, el Espíritu de Dios era designado por la palabra Ruáh, que significaba aliento de vida, soplo de vida, espíritu, presencia activa de Dios, etc. Por tanto, Jesús al soplar sobre ellos su Espíritu, les expresa que ésta presencia activa de Dios se hace efectiva y dinámica en la comunidad y aún más, les enfatiza que este espíritu es el mismo que se ha manifestado durante toda la historia de la salvación del pueblo de Israel; y es el mismo que Él recibe y le hace proclamar y vivir el Reino de Dios. Por tanto, les confirma que este Espíritu les llevará a hacer las mismas cosa que Él hizo y aún más.

Dos del Espíritu Santo son destacables en este Evangelio: conllevan la responsabilidad y la vivencia comunitaria y son: LA UNIDAD Y LA PAZ.

Estos frutos se construyen y se edifican poco a poco, ya que necesitan de la participación de todos y todas, de cada uno y cada una. Debe de haber coherencia entre nuestra manera de pensar, hablar y vivir. Si una de estas prácticas no está en relación con las otras dos, lógicamente no estaríamos en unidad con nosotros mismos., sino fragmentados. ¿Por qué es importante esta unidad? Porque mi manera de vivir tiene consecuencias en las demás personas, ya sean positivas o negativas, al igual que la manera de vivir de las otras personas tiene consecuencias en mí, y ello forma la realidad que vivimos. Si cada persona no esta en unidad consigo misma, no podrá crear unidad con las personas que le rodean: la propia familia, los vecinos y vecinas, con su comunidad y/o movimiento, en la iglesia, la escuela, el trabajo, etc.

El Evangelio nos muestra que los discípulos estaban reunidos, pero esto no era suficiente para enfrentar el miedo a dar la vida como Jesús. Ante esta realidad, Jesús se hace presente en medio de ellos, y todo empieza a tener sentido. Surge nuevamente la unidad y como consecuencia inherente a ella, la paz de Jesús, que según don Pedro Casaldáliga es: “aquella paz extraña que brota en plena lucha… la paz de los que andan desnudos de ventajas… aquella paz del pobre que ya ha vencido el miedo. Aquella paz del libre que se aferra a la vida. La paz que se comparte, en igualdad fraterna, como el agua y la Hostia”.


Jesús pretendió reunirlos a ellos, y ahora nos reúne a nosotros en una comunidad para la misión y desde una misión para la comunidad, manifestando así la unidad, que nos lleva a subvertir (cambio drástico) la realidad. Es proclamar juntos que “otro mundo es posible”. Queremos que las cosas cambien, queremos una realidad diferente, queremos vivir en paz.

Bien, si al igual que Jesús, éste es nuestro sueño, nuestro fin, entonces hay que trabajar y el medio de hacerlo es la unidad. Es compartir el mismo ideal y poner nuestras capacidades, carismas y habilidades(nuestros dones) en función del Reino de Dios, así se evidenciaría que estamos viviendo en comunión con el Espíritu de Jesús.

Quisiera finalizar esta reflexión con el numeral 494 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que nos habla de la paz y copn un fragmento del salmo 84: La paz es un valor y un deber universal; halla su fundamento en el orden racional y moral de la sociedad que tiene sus raíces en Dios mismo, « fuente primaria del ser, verdad esencial y bien supremo ». La paz no es simplemente ausencia de guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias, sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad.

La paz es fruto de la justicia (cf. Is 32,17), entendida en sentido amplio, como el respeto del equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. La paz peligra cuando al hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. Para construir una sociedad pacífica y lograr el desarrollo integral de los individuos, pueblos y naciones, resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos.

La paz también es fruto del amor: « La verdadera paz tiene más de caridad que de justicia, porque a la justicia corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño; pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad ».”

SALMO 84 (85)

Déjame escuchar lo que tienes que decir

Porque hablarás de paz a tu pueblo

A quienes están cerca de Ti y a quienes

vuelven su corazón hacia Ti.

Tu salvación está cerca de los que te aman

Y tu gloria habita en nuestra tierra.

La misericordia y la verdad se abrazan,

La justicia y la paz se besan.

La verdad brota de la tierra

Y la justicia baja de los cielos.

Tú nos darás lo que es bueno, nuestra tierra dará fruto

La justicia irá delante de ti y hará un camino para tus pasos.

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