viernes, 30 de julio de 2010

NO AMEN LA CODICIA, UNA DIOSA VACÍA, EGOÍSTA Y ASESINA

Lucas 12,13-21
Jesús, camino a Jerusalén, va enseñando a sus discípulos las exigencias de su seguimiento. Hoy se encuentra con uno que le dice: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia”. El Señor le contesta: “Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o partidor de herencias?”, y utiliza esta situación para hacer una catequesis a sus discípulos, específicamente en relación al mal que produce la codicia: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida”. Luego, les propone una parábola para ejemplificar lo que ha dicho. Se trata de la parábola del hombre rico, que derriba sus graneros para hacerlos más grandes y poder almacenar aún más; piensa que luego puede vivir cómodo toda su vida. Según Jesús, dicho hombre se miente a sí mismo y se olvida de los necesitados. Es simplemente un gran tonto. En palabras de Jesús, Dios le dice: “¡Pobre loco! Esta misma noche te van a reclamar tu alma. ¿Quién se quedará con lo que has preparado?”. Al final, Jesús concluye: “Esto vale para toda persona que amontona para sí misma en vez de acumular para Dios”. La clave está en acumular para Dios o ser rico a los ojos de Dios en vez de acumular a los ojos de los hombres.

El Evangelio deja claro que toda codicia es una cerrazón a los valores del Reino de Dios, y por tanto, incompatible con el seguimiento de Jesús. Ser codicioso es tener la intención o hacer las cosas para sacar partido solamente para sí, pasando por encima de los demás, aplastando sus cabezas, oprimiendo y esclavizando. La codicia necesariamente mata en su afán de dinero, ya sea lento o rápido. En el Antiguo Testamento se llamaba pecado de idolatría a todo aquello que se ponía por encima de Yahveh, y era considerado como el peor de todos los pecados. La codicia es expresión de la idolatría al dinero o a la comodidad o al consumismo.

En América Latina contemplamos con mucha consternación que el abismo entre ricos y pobres es cada vez más inmenso; mientras se construyen hermosas ciudades, se levantan bellos centros comerciales y aumenta el Producto Interno Bruto del país (PIB), más personas dejan su sangre en cada bloque, en cada teja y en cada noticia roja de los medios amarillistas. Los codiciosos amontonan y derrochan, por lo general, en cosas totalmente superfluas: diversión, sexo y entretenimiento. ¡Qué vacío! Aquí está la trampa de la idolatría, vaciarnos de todo lo que somos, matar a los otros y matarnos a nosotros mismos.

El mal de nuestro mundo está en no compartir. Estamos muy lejanos de la mesa compartida, de la Eucaristía mundial, donde todos tenemos un puesto y una misión, como decía Rutilio Grande. Son muy pocos los países ricos, se puden contar con los dedos de las manos, pero son casi 180 países los que se encuentran sumidos en la pobreza y, en muchos casos, en la miseria. La acumulación egoísta de bienes destruye las relaciones sanas del ser humano con Dios, con sus hermanos y con todo su entorno; por ello Jesús habla de acumular para Dios, que consiste en vivir los valores del Reino y construirlo activamente. El Reino de Dios se bate en duelo con la codicia, que es injusta, egoísta y asesina.

El Pueblo de Dios, la Iglesia, es el que da la espalda a la codicia y construye el mundo según el querer de Dios: un cielo nuevo y una tierra nueva, donde brille la justicia y todos los principios básicos de la Doctrina Social de la Iglesia. Es un pueblo que pone su confianza sólo en Dios y nunca en el dinero, en el poder y en el tener. Es un pueblo verdaderamente humano y divino.

La Buena Noticia de hoy nos reta. ¿De qué lado estamos? Vicente de Paúl nos ha demostrado con su vida, que construir el Reino de Dios es cuidar de los pobres defendiéndolos de los codiciosos. Memorable es el hecho donde pide la renuncia al cardenal Mazarino, primer ministro de Francia. La insaciable codicia de Mazarino había generado guerras devastadoras. El santo le invita a renunciar “por el bien de los pobres”, a preocuparse por acumular para Dios y no para sí y para las minorías que constituían la monarquía y nobleza francesas. En 1617 Vicente de Paúl funda las caridades en un pueblo llamado Châtillon Les Dombes, era de la idea que el Evangelio no solamente debía quedarse en palabras si no traducirse en amor afectivo y efectivo a los pobres. Cabe destacar que fueron las señoras de buena posición económica quienes atendieron a los pobres de dicho pueblo, comprometiéndose a cuidarlos con esmero. En la experiencia de San Vicente constatamos que es posible renunciar al egoísmo, tender los brazos hacia el otro y ser ricos para Dios, cuando servimos a los pobres, pues allí está nuestro gran tesoro.

Monseñor Romero, el 31 de julio de 1977, decía al respecto de la codicia: “No es la codicia la ley de las cosas de la tierra. No es el egoísmo, no son los bienes tenidos sólo para hacer felices a unos pocos. Es la voluntad de Dios, que ha creado las cosas para la felicidad y para el bien de todos, lo que nos exige a nosotros en la Iglesia a darles a las cosas su trascendencia, su sentido según la voluntad de Dios.” Monseñor nos invita a darle trascendencia a nuestra vida preocupándonos de las cosas realmente valiosas. El dinero, el lujo, el poder y el vivir bien son cuestiones pasajeras; pero, servir a los pobres, construyendo un mundo igualitario y solidario nunca pasará. Es lo que realmente vale.

No queremos cerrar este compartir sin brindar un caluroso y fraternal saludo al Pueblo Salvadoreño, que en estos primeros seis días de agosto se halla celebrando sus fiestas patronales en honor al Divino Salvador del Mundo. De todo corazón deseamos que el Reino de Dios llegue al “pulgarcito de América”, oramos por la conversión de los grandes codiciosos que aplastan a sus propios hermanos salvadoreños y animamos a los que siguen siendo voz de justicia de los que ya no tienen voz. Felicidades a todos los salvadoreños y salvadoreñas.

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