domingo, 25 de julio de 2010

ORACIÓN: CONTEMPLACIÓN Y ACCIÓN DE LA VOLUNTAD DE DIOS


Lucas 11, 1-13

El Evangelio propuesto por la liturgia para este XVII Domingo del Tiempo Ordinario, hace énfasis en la oración que - según lo expresado por Jesús en las palabras de este capítulo- es contemplación, pero también acción. La semana anterior la liturgia destacaba estas dinámicas, personificadas en María (la contemplación) y Marta (la acción), extremos valiosos y necesarios, dos modelos de Iglesia que no deben chocar entre sí, por el contrario, deben de abrazarse y conjugarse en quien ha emprendido el seguimiento de Jesús, del que el Evangelio según San Lucas es toda una escuela.

Lucas presenta a Jesús orando en cierto lugar del camino hacia Jerusalén, cuando terminó, uno de sus discípulos le pide que les enseñe a orar como Juan lo hizo con sus discípulos. La oración que Jesús les enseña a los suyos, expresa la profundidad de sus convicciones, que la comunidad lucana guardó – sin dudarlo- como un precioso tesoro: Jesús comienza su oración llamando Padre a Dios, santificando su nombre por sobre todas las cosas, como lo debería hacer todo judío, sólo que Dios ya no está lejos, es un Padre que está cerca para servir y abrazar, para amar y limpiar el llanto de los oprimidos. Un deseo mueve a Jesús, la venida del Reino de su Padre, de Dios, ese Reino de justicia. Como Padre que es, Dios no dudará en darnos el pan cotidiano y en perdonar nuestras culpas porque también nosotros sabemos perdonar y no nos dejará caer en tentación.

Jesús subraya la necesidad nuestra de insistir en la oración, hasta el grado de comportarnos como el inoportuno que toca la puerta de su amigo porque le ha llegado otro amigo al que no tiene nada que darle. Jesús les dice a sus discípulos que pidan y se les dará, que busquen y hallarán, que llamen a la puerta y se les abrirá. Dios es bueno, dará el Espíritu Santo a quien se lo pida.

El día de ahora, pues, la liturgia nos presenta dentro del contexto literario de la importancia de la oración en el seguimiento de Jesús, el Señor, el Padrenuestro, la oración por excelencia de los cristianos, una oración que es necesario revalorizar y profundizar, al hacerlo llegaremos al mensaje revolucionario que este texto contiene y nos encontraremos de frente a la revolución que el Evangelio suscita en nosotros.

El Padrenuestro no es solamente una oración piadosa que se reza en el rosario, ni sólo la más famosa oración de los católicos, es una oración que une la contemplación y la acción, es el paradigma orante de los discípulos que son hijos de un mismo Padre, que no desean nada más en la vida que venga el Reino de Dios, que desean que Dios reine y que la felicidad y la justicia se conviertan en realidad.

El Padrenuestro es la oración de los humildes, los soberbios nunca piden el pan de cada día porque creen tenerlo seguro, porque la opresión sobre otros les ha permitido gozar de condiciones envidiables de vida; en cambio, los humildes sólo tienen a Dios, en él confían y descansan, Él hace posible que el pan de cada día llegue a sus manos. En este punto, es elemental pensar en las difíciles condiciones de los israelitas durante el ministerio público de Jesús y encrudecidas años después hasta la destrucción de Jerusalén en el año 70: Quienes piden el pan son personas – de verdad- necesitadas, aquellos que viven al diario, del pan cotidiano, como la inmensa mayoría de nuestros sub-empleados latinoamericanos.

San Vicente de Paúl entendía a cabalidad que la oración es contemplación y acción, un verdadero adelantado en el siglo XVII, un siglo donde hubo un repunte de la oración contemplativa al extremo, donde el orante para ser orante “tenía que subirse a las nubes” para disfrutar de Dios. La famosa frase de San Vicente de Paúl: “Sed apóstoles en la oración y contemplativos en la acción” sintetiza lo esencial de la oración Evangélica y todo el Padrenuestro, es necesario estar cerca de Dios con todas nuestras fuerzas pero también cerca de los pobres en nuestra acción sistemática y apostólica para que ese Reino venga, para que todos podemos gozar del pan común y del perdón de unos a otros, para que la única tentación existente- la de vivir al margen de Dios y lejos de su Voluntad- no nos venza ni haga que nuestros días sobre la faz de la tierra transcurran como una sombra.

Ante la radicalidad de este Evangelio que revoluciona nuestra manera mediocre de vivir, es necesario que revisemos nuestra oración, si no nos lleva a la acción a favor de los pequeños estamos desequilibrados y si no nos deja descansar en Dios y ser uno en la intimidad con Él estamos desequilibrados.

Orar es ganar la humildad de la criatura y la firmeza del profeta que anuncia y denuncia, orar es estar dispuesto a liberar a los excluidos y hacerlo con la plena convicción de estar cumpliendo la voluntad de Dios, orar es ser y hacer la voluntad de Dios, tan hambrienta de erradicar la violencia, la injusticia estructural y la tristeza, notas oscuras de nuestra dolorosa Latinoamérica.

¡Ánimo! ¡A orar de verdad!

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