lunes, 5 de julio de 2010

LA MISIÓN DE ANUNCIAR EL REINO DE DIOS

Lc 10, 1-12. 17-20

En este domingo XIV del Tiempo Ordinario, la liturgia nos propone la temática de la Misión, el constituyente de nuestra identidad cristiana y del carisma de San Vicente de Paúl. Es necesario, pues, para nuestro seguimiento de Jesucristo, detenernos a reflexionar acerca de la sazón de nuestra identidad.

El contexto literario del Evangelio de hoy es la subida de Jesús hacia Jerusalén. La Buena Noticia que proponía la liturgia de la semana pasada hablaba de las exigencias del seguimiento de Jesús, una decisión de por sí radical y valiente que exige romper con la dinámica de dominación y la falta de solidaridad entre los pobres y con instituciones perversas como la familia o el culto cuando han dejado de cumplir sus funciones divinas y se han desviado del camino.

El texto de este domingo comienza con la expresión: “Después de esto...” en clara continuidad con la temática de la perícopa anterior. Notemos que Jesús designó a setenta y dos discípulos para ir a todos los lugares y sitios donde él debía ir. Estos discípulos se hallan aptos para ser misioneros, han vencido el sistema de muerte y se hallan en completa libertad para anunciar el Reino de Dios. El número setenta se encuentra lleno de simbolismo, para la mentalidad judía designa la presencia de Dios en medio de la historia; lo mismo significa Setenta y dos, en el mundo pagano se reviste de trascendencia y de presencia divina entre lo humilde y sencillo. Setenta y setenta y dos prácticamente significan lo mismo, por eso, algunas biblias lo traducen como 70 y otras como 72, en el texto griego se hallan las dos maneras.

El Reino de Dios es una tarea ardua, nunca serán suficientes los misioneros, siempre hay que rogarle al dueño de la mies, obreros para su mies. Jesús orienta a sus discípulos hacia la meta de la misión, por eso les pide que no se detengan por el camino a saludar a nadie. Les pide que no lleven nada que les dé seguridad como bolsa, alforja o sandalias. A este respecto, Crossan ha planteado con insistencia que el grupo de los itinerantes radicales discípulos de Jesús, sin duda, eran desposeídos de todo recurso, casa o trabajo estable, en su calidad de pobres anuncian con su testimonio y con gran eficacia el Reino de Dios, porque en ellos la solidaridad y el proyecto comunitario de vida que Jesús comunica es ya una realidad, pese a múltiples amenazas y limitaciones humanas.

El deseo de “La paz sea con esta casa” es el inicio de la misión en las ciudades, pueblos y casas, una paz no como la pax romana, donde habían víctimas, personas acalladas y ajusticiados, donde el ejército era la garantía de un orden establecido y el sello de la injusticia a que eran sometidos los pobres. La paz de Jesús es Shalom, capacidad de afrontamiento, capacidad de solidaridad, deseo de bienestar integral para las personas, deseo de una vida construida con justicia, la que tanto vociferaron los profetas, la pedida por Jesús... el mismo Reino de Dios es justicia.

La cura de los enfermos, la salud, la salvación es el otro signo del Reino entre los seres humanos. Así, el adversario, el anti- Reino, Satanás, cae. Los nombres de los misioneros ya se encuentran inscritos en los cielos.
Después de realizada la misión, la alegría de los setenta y dos era evidente, con sus propios ojos habían visto cómo el mal se derrumbaba, hasta los demonios se sometían en el nombre de Jesús. El Reino de Dios lucha contra el anti- Reino y lo vence, con la instauración del Reino, la salvación es una realidad y los nombres de los misioneros quedan “escritos en los cielos”.

Ahora bien, este texto nos cuestiona profundamente: ¿Estamos listos en lo fundamental de nuestra vocación para asumir la misión? ¿Ya logramos ponernos en verdadero camino de seguimiento del Señor, renunciando a las estructuras de muerte y a las alianzas con la injusticia estructural? ¿Tenemos la disposición real de evangelizar desde nuestra pobreza, sin mayores recursos que nuestras propias limitaciones desde las cuales Dios quiere actuar? ¿Tenemos la capacidad de alegrarnos por la caída de la violencia y del anti-Reino y alegrarnos aún más porque el Reino de Dios ya está cerca, entre nosotros, y es una realidad?

La Iglesia es misionera en su identidad más profunda, tiene la misión de anunciar al mediador Jesús y a la mediación, el Reino de Dios, en medio del mundo. Cuántos males aquejan a nuestros pueblos latinoamericanos y a nuestro mundo globalizado, tenemos el reto de apostar por una misión integral que busque el respeto a los derechos humanos, el crecimiento de la dignidad de las personas y la mejoría de la calidad de vida de los pueblos que se llaman evangelizados, todo esto será la constatación de que el Reino de Dios se encuentra entre los que han acogido el mensaje evangélico y punto de referencia para encontrar a Dios en medio de la difícil realidad.

No se puede concluir este escrito sin hablar de la peculiar misión vicentina entre los pobres. Los que estamos llenos del carisma de San Vicente de Paúl, no podemos rehuir de nuestra vocación sin igual. Cuando visitamos los pueblos más pobres de Latinoamérica no podemos dejar de pensar que estas personas, víctimas de las desigualdades de nuestra sociedad, necesitan el tan ansiado Cambio Sistémico que nuestro carisma propone, es necesario ayudarle a los pobres a crecer, a hacer de sus pueblos lugares para la vida, es necesario luchar para que el anti- Reino del desplazamiento, de la violencia, de la falta de oportunidades y de la manipulación del capital de unos pocos se derrumbe de una vez por todas.

¡Ésta es nuestra misión, ojalá la asumamos con valentía!

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