viernes, 30 de octubre de 2009

POBRES POR EL ESPÍRITU DE DIOS


Mateo 5,1-12
Jesús, por su proclamación de la Buena Noticia del Reino y las curaciones que realizaba, tenía fama en toda Siria. Una gran muchedumbre - de judíos y no judíos - que había experimentado la liberación lo seguía. Viendo Jesús a esta muchedumbre subió al monte, lugar de Dios o esfera divina. Este gesto de Jesús recuerda el de Moisés en el Sinaí: El libro del Éxodo narra cómo Moisés subió al monte Sinaí para hablar con el Señor y recibir de Él el Decálogo y el código de la Alianza, constituyénsoe así el pueblo de Israel; abajo estaban todos los hebreos que habían sido liberados de la opresión de Egipto por creer y seguir al elegido del Señor, a Moisés, pero no podían subir al monte, temían morir. Jesús, aunque es considerado en el Evangelio de Mateo como nuevo Moisés, es más que Moisés. Jesús sube a la esfera divina y se sienta en ella. La esfera divina es su morada estable, es su lugar, pues Él es Dios mismo. Una vez sentado se le acercan sus discípulos. La esfera divina no es ya inaccesible al ser humano, los discípulos pueden acceder a ella, pues lo han dejado todo para seguir a Jesús y además, Jesús mismo es Dios-con-nosotros. Entonces, Jesús abre su boca para enseñar. Moisés escuchó la voz de Dios y esa voz comunicó. Jesús habla por cuenta propia, con su propia boca, a toda la humanidad, a judíos y a no judíos; a todos los convoca, les da un nuevo estatuto, una nueva alianza y los constituye como un nuevo pueblo.

En el Evangelio de hoy, de todo lo que enseñó Jesús en el monte con su propia boca (Mt 5,3 – 7,27), la liturgia toma únicamente las bienaventuranzas o estatutos del reino, es decir, el equivalente a los diez mandamientos del Antiguo Testamento. Sin embargo, las bienaventuranzas no son códigos imperativos al estilo del Decálogo como “no matarás” o “no robarás”, sino promesas de dicha e invitación a vivir según este estatuto. En la sociedad judía las bienaventuranzas eran empleadas para decirle a un hombre rico o a uno de gran poder lo bien que le iba y así animarlo cuando tenía alguna dificultad. Este tipo de bienaventuranza aplicado a nuestros tiempos sonaría así: “Dichoso eres tú y tu familia porque son dueños de Coca Cola”, “Dichosos son los presidentes de Estados Unidos porque con sus dedos pueden dibujar la historia de los países pobres”, “Dichosa es la Iglesia Católica porque ya no es perseguida”, “Dichosos somos nosotros porque estudiamos, tenemos casa, comemos todos los días y no nos preocupamos de nada”.

Jesús, que como siempre es un gran pedagogo, aplica las bienaventuranzas pero no para los ricos, sino para los pobres. Con esto llama profundamente la atención de su público y así hace comprender que en el Reino de los Cielos quienes valen y son dichosos son otros.

El estatuto del Reino (Mt 5, 3-10) sólo puede ser comprendido en un ambiente hostil a este Reino. Quienes optan por el Reino de los Cielos eligen voluntariamente ser pobres, pues el imperio y todos sus servidores los odian y desean humillarlos, hacerlos pasar por locos y hasta desaparecerlos cuando ya les son intolerables. A esos pobres Jesús les llama pobres para el espíritu (Mt 5, 3), pues por llenarse del Espíritu de Dios llegaron a creer en el Reino de los Cielos, comenzaron a luchar por la justicia y por eso fueron perseguidos (Mt 5, 10) por los poderosos injustos y egoístas de su tiempo, les hicieron todo tipo de males, les quitaron sus posesiones, les inflingieron violencia y los convirtieron en los más pobres de los pobres. A esos pobres, por su opción radical, Jesús les dice que hoy el Reino de los Cielos es de ellos y por eso son dichosos.

Jesús reconoce que los pobres para el espíritu sufren mucho y por eso les proclama dichosos con tres bienaventuranzas. Les dice que son dichosos porque a pesar de que hoy lloran (Mt 5, 4), quizá el asesinato de seres queridos, serán en el futuro consolados; son dichosos porque a pesar de que hoy deben soportar mansamente (Mt 5, 5) el que les roben sus tierras sin vengarse de nadie, en el futuro serán los herederos de toda la tierra; son dichosos porque a pesar de que hoy son los primeros que sufren la injusticia, anhelan la justicia con hambre y con sed para todos (Mt 5, 6), por eso en el futuro Dios les hará justicia a ellos. En definitiva, los pobres para el espíritu ahora sufren, pero en el futuro todo cambiará.

Jesús alaba en los pobres para el espíritu su tenacidad para mantenerse fieles a las exigencias del Reino, en este sentido les regala otras tres bienaventuranza para que se sepan dichosos. Son dichosos porque hoy son compasivos (Mt 5, 7), pues no se han quedado de brazos cruzados ante los que han necesitado su apoyo en un mundo injusto, quizás Jesús se refiera a aquellos que han recibido en sus casas a los que han perdido sus tierras, por ser compasivos, en el futuro, si es que hoy nadie se compadece de ellos, recibirán de Dios compasión. También son dichosos porque hoy son inocentes (Mt 5, 8), pues no han manchado sus manos con la sangre de nadie, sino que han preferido padecer la violencia antes de cometerla; en este sentido son puros y limpios de corazón y por ello, en el futuro, verán a Dios. Por último, son dichosos porque en medio de la violencia son promotores de la paz con justicia e igualdad, que es lo que los judíos llamaban shalom; el deseo más profundo del Señor es que el shalom sea en el mundo para judíos y no judíos, quienes son promotores del shalom - en verdad - son la imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26a), por eso son dichosos, en el futuro serán llamados hijos de Dios. Los pobres para el espíritu hoy actúan según el espíritu que llevan dentro y por eso en el futuro, eso que tanto anhelan para todos lo gozarán ellos mismos.

Hasta este momento Jesús ha hablado de los pobres para el espíritu como “ellos”, como si no estuvieran presentes; sin embargo, Él quiere que esos “ellos” sean sus discípulos y todos sus seguidores (Mt 5, 11). Él desea que vivan la dicha de ser pobres para el Espíritu, optando por el Reino de los Cielos, es decir, por la causa de Jesús, soportando la injuria, la persecución y las calumnias de los poderosos egoístas. Vivir así es la mayor alegría y el mayor regocijo que se puede tener, esto es acumular riquezas en los cielos (Mt 5, 12).

Hoy que celebramos el día de todos los santos, recordamos a esos hombres y mujeres que vivieron sus vidas como pobres para el espíritu en medio de un mundo hostil al Evangelio. Muchos de ellos fueron asesinados al igual que el Maestro, otros sufrieron las calumnias y soportaron el desprecio de la sociedad, es el caso de los etiquetados como comunistas y terroristas. Otros fueron desterrados y otros desaparecidos, dirían en este momento los panameños: “Héctor Gallego ¿Dónde estás?”. Hoy, demos gracias a esos hombres y mujeres, pues nos enseñan que vivir según las bienaventuranzas es posible, que en verdad llena de mucha alegría y regocijo, que es un hecho que fueron dichosos en la tierra y ahora lo siguen siendo en los cielos y que si volvieran a nacer harían exactamente lo mismo.

Hoy, Jesús, nuevo Moisés, pero más que Moisés, nos deja a nosotros este estatuto del Reino: Las bienaventuranzas y nos dice: “Dichosos son ustedes cuando los injurien y persigan y digan mintiendo toda clase de maldades en contra de ustedes por causa mía” (Mt 5, 11). ¡Ojalá optáramos por esto: ser pobres para el Espíritu y abandonar para siempre las bienaventuranzas de los ricos, que nos siguen diciendo a los actuales seguidores de Jesús: “Dichosos son ustedes, Iglesia Católica, porque gozan de la estima de todas las naciones”!.

Que Dios suscite santos para este mundo injusto y egoísta, santos que sean signos de contradicción, que vivan según los estatutos del Reino, que amen la justicia y busquen la paz.

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