sábado, 24 de octubre de 2009

JESÚS EL QUE VA DE CAMINO A JERUSALÉN ES EL LIBERADOR


Marcos 10, 46-52
Jesús y sus discípulos llegan a Jericó. Éste es el último lugar por el que -según Marcos- pasó Jesús antes de llegar a Jerusalén, por tanto, el paso por Jericó está en función del acceso a la Ciudad Santa. Los evangelios de los domingos anteriores nos han ilustrado vastamente acerca de lo que significaba para el Nazareno llegar a Jerusalén: significaba ponerse en el lugar de servicio más despreciable y humilde, significa rechazar el poder, la violencia y los métodos de gobierno de los poderosos; positivamente, significaba emprender un proyecto de solidaridad con los más desposeídos, dar vida a los excluidos, desprivatizar a Dios y construir en la tierra una mesa común donde todos nos sentaremos porque todos seremos iguales.

No se sabe qué hizo Jesús junto con sus discípulos en Jericó, pareciera ser que la primera parte del versículo 46 fuese un sumario de su estancia. Marcos tampoco informa de dónde era la muchedumbre que le seguía, lo cierto es que cuando salía de Jericó una muchedumbre le seguía y cierto también es que un mendigo ciego llamado Bartimeo estaba desgraciadamente tirado junto al camino. Suponemos que Bartimeo ya sabía quien era Jesús y por eso se puso a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”, muchos querían que se callara pero él gritó más fuerte hasta que Jesús le escuchó y mandó llamarle. Muchos se alegraron de que Jesús le llamara. Inmediatamente él arrojó su manto, dio un brinco y vino ante Jesús. “¿Qué quieres que haga por ti?” “Que vea”, “Vete, tu fe te ha salvado”; al instante recobró la vista y lo siguió por el camino.
El milagro realizado en Bartimeo muestra que Jesús es el liberador y con ello se da el cumplimiento pleno de la Voluntad de Dios, quien desea que los seres considerados pecadores puedan ser reconocidos como sus preferidos, quien desea abrir posibilidades de vida para los seres humanos condenados a estar dramáticamente junto al camino, inevitablemente pereciendo a pausas al interior de una sociedad excluyente e injusta.

Este Evangelio cuestiona nuestra realidad, hace eco en nuestro hoy: ¿Queremos callar el grito de los excluidos como la muchedumbre lo hizo con Bartimeo? ¿O somos de aquellos que se alegran porque Jesús llama a los pobres hacia Él? ¿Sabemos ser Buena Noticia- como Jesús lo es- para los miserables de la tierra?
La fe de Bartimeo es grande, Jesús le dice que su fe lo ha salvado. No es una fe en un mago o en un curandero, es una fe que ha madurado en la historia, por eso le llama “Hijo de David”, porque en la historia Bartimeo reconoce que Dios salva y que en la liberación obrada por Jesús ha llegado la felicidad total para los pobres, el tiempo de gracia anunciado por los profetas. Por esa razón, también se convierte en su seguidor por el camino a Jerusalén.

¿Cuáles son nuestros Bartimeos latinoamericanos? Niños que viven en las calles, personas analfabetas sin posibilidades de estudiar, prostitutas, desplazados, desempleados, todas las personas vulneradas en su dignidad; éstos son Bartimeos por ser marginados. Pero, hay otros que están más ciegos que Bartimeo, cuya ceguera consiste en no tener dentro de sus vidas la luz que sí tenía Bartimeo cuando era ciego: Aquellos que piensan que el capitalismo generador de muerte es bueno, aquellos que piensan que todo está bien aunque cada día es mayor el número de víctimas; así como aquellos que piensan que el nuevo socialismo del siglo XXI consiste en crear un imperio tan inmoral como el capitalismo.
Nuestra Latinoamérica necesita la liberación que emana de Jesús de Nazaret, su salvación que fluye ilimitada, para dejar la ceguera y ponernos al servicio de la humanidad sin fronteras de ninguna índole. ¡Ojalá que podamos ver para construir el Reino de Dios!

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