domingo, 22 de marzo de 2009

DIOS AMA EN PERSONA Y DE VERDAD

Jn 3, 14-21

Celebramos el IV Domingo de Cuaresma. En vista del vigésimo noveno aniversario del martirio de Monseñor Romero, hemos decidido callar nuestra voz para que en El amigo de los pobres hable “La voz de los sin voz”. Compartimos una homilía de marzo de 1979, litúrgicamente correspondiente a este domingo. Por cuestiones de espacio, la homilía fue seleccionada; al final se dan dos enlaces de internet para quien desee leerla completa, en estos se hallan también otras homilías y escritos del obispo mártir. Además, acompañamos la homilía seleccionada con el célebre poema: “San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro”, escrito por Don Pedro Casaldáliga, el gran obispo del Brasil.

A su vez, resaltamos dos hechos de la semana anterior: Primero, un niño que recibió una bala perdida, producto de una riña callejera, había manifestado en vida donar sus órganos si fallecía; su mamá, respetando tal decisión, donó su corazón, con ello salvó la vida a otro niño. Segundo, las elecciones en El Salvador, a pesar de tantas presiones de toda índole, dieron por ganador a Mauricio Funes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Esperamos que estos hechos muestren que Dios actúa en la historia de su Pueblo, escucha su clamor y baja a liberarlo por la mano del mismo hombre (Cf. Éxodo 3), es decir, DIOS AMA EN PERSONA Y DE VERDAD.


IV DOMINGO DE CUARESMA

Queridos hermanos, estimados radioyentes:
Una Cuaresma bien vivida puede ser la salvación de nuestro pueblo. Por eso, este cuarto domingo de Cuaresma lo celebramos con una nueva esperanza. Cuando parece que todo está perdido, está flotando el Espíritu de Dios: su palabra, haciendo llamamientos, dándonos orientaciones que son verdaderamente nuestra salvación.
Año Litúrgico.- Cuaresma nos prepara para la fiesta de Pascua, renovándonos: vida nueva, resucitados…
No olvidemos que la Cuaresma es un caminar hacia la Pascua, la perspectiva de la Cuaresma es Cristo resucitado ofreciéndonos una vida nueva. Cristo, que después de haber pagado con su cruz, con su pasión las miserias del hombre y del pueblo, nos está ofreciendo una vida mejor. ¡No lo despreciemos! En este caminar hacia la Pascua; ¡Obedezcámoslo!
Mediante, no un moralismo frío, sino la incorporación al misterio pascual: individual, social.
En el Concilio Vaticano II, la Iglesia actual dice: “Es la persona del hombre la que hay que salvar; es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente el hombre: pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad…” ¿Quién no se siente aquí arropado por una gran esperanza como hombre, como familia, como pueblo? ¡Dios nos está ofreciendo en esta Cuaresma una salvación! No es solamente una ley como lo meditamos el domingo pasado: un moralismo; es, sobre todo, un amor. ¿Quién no se mueve por amor?
El amor a Cristo que dio su vida por mí, es el mejor motivo para vivir santamente, para agradar a Cristo. ¡Ah! si todos los hombres nos dejáramos arrebatar de ese amor que se entregó por nosotros. Pero en las lecturas de hoy el amor a Dios que nos está llamando desde hace cuatro domingos con modalidades nuevas, se nos presenta como un llamamiento a la reconciliación.

2. LA RECONCILIACIÓN CON DIOS EN CRISTO

a) Todo arranca del amor del Padre. “Movió el Señor el espíritu de Ciro”.
Es como un drama en tres actos. Todo comienza en el amor de Dios. Todo tiene su realización en el sacrificio de Cristo y todo se hace mío, en mi fe. Dios, Cristo, cada uno de nosotros, es el camino de la verdadera reconciliación. Todo arranca del amor de Dios. Ya vimos cómo, en la primera lectura, se menciona cómo fue el Señor el que movió el espíritu de Ciro. Dios es el que inspira brazos de amor aún en los corazones que no tienen fe. Cuántas veces, hermanos cristianos, los no cristianos tienen más misericordia que nosotros porque Dios les ha inspirado ese sentido de salvación y de amor. Pero esa inspiración que en forma misteriosa y profética le dio el Señor a Ciro, rey de Persia, se presenta ya sin figuras. Se presenta, diríamos, cara a cara en la Revelación del Nuevo Testamento.
Con qué ternura debemos de recibir hoy estas palabras de San Pablo a los Efesios: “Dios, rico en misericordia por el gran amor con que nos amó…”, de allá arranca todo, no somos nosotros los que hemos atraído la redención de los hombres. Es que dice San Pablo: “….. estando muertos por nuestros pecados, nos ha hecho vivir con Cristo”.
Cristo se acerca a un muerto para resucitarlo, no es porque el muerto lo llama; el muerto ya no vive, ya no siente, pero la misericordia del Redentor le devuelve la vida. Así es Dios, a una humanidad muerta, insensible, injusta, pecadora, la humanidad ya ni piensa en Él, pero Él sí piensa como cuando dice en Isaías: “puede una madre olvidarse de su hijo”. Parece imposible, sin embargo dice: “aún cuando una madre se olvidara de su hijo, yo no me olvidaré de ustedes”. ¿Quién no siente toda su vida, por más complicada que se sienta, como arropada de una gran ternura?; no voy solo, hay alguien que piensa en mí más íntimamente que yo mismo. ¡Dios me ama!.
En el Evangelio, el mismo Cristo que ha aprendido en el seno de la eternidad los sentimientos de Dios, nos dice hoy una palabra que debía de estar vibrando durante toda nuestra Semana Santa: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezcan ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”. Todo arranca del amor de Dios. Si Cristo vino a ser salvador de los hombres, fue iniciativa del Padre. Tanto amó al mundo que le envió a su propio Hijo. Vete hijo, hazte hombre, hazte compañero de su historia, introdúcete en sus mismas miserias, carga sobre tus espaldas los pecados de todos los hombres, sube con ellos al calvario, y en tu crucifixión yo miraré la reparación de todos los pecados.
b) Cristo realiza el proyecto, su “misterio pascual”.
- El signo de la serpiente levantada en alto… Cristo Salvador y Juez…
Hubo una figura bellísima mientras Moisés conducía al pueblo por el desierto y esa figura la recuerda Cristo en el Evangelio de hoy. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna.
¿Qué fue esto de la serpiente? Dicen que cuando los israelitas conducidos por Moisés se adentraban ya en el camino pesado del desierto, murmuraron contra él. ¡Qué difícil es conducir un pueblo! prefieren muchas veces la esclavitud de Egipto: “allá estábamos mejor, las ollas, los amos, las serpientes; todo aquello de Egipto, era más bonito que este desierto donde nos estás matando de hambre y de sed”. ¡Qué cuesta que el pueblo comprenda el camino de la liberación! Muchas veces son aquellos por quienes se trabaja más, los que menos comprenden ese esfuerzo de amor que inspira ese sacrificio, que pide sacrificio de colaboración.
La fe de los hombres.
Esta murmuración fue castigada en el desierto. Aparecieron unas serpientes venenosas que mordían y el que era mordido de la serpiente, moría. Ante esta calamidad corrieron a Moisés a contarle lo que estaba pasando. Moisés, como de costumbre, ora al Señor y el Señor le da la respuesta: “Construye una serpiente de bronce, levántala en un palo, todo aquel que mire con fe la serpiente, quedará libre de la ponzoña de esas serpientes venenosas”. Esta es la imagen de Cristo crucificado que Cristo recuerda ya, realizándose en Él; así como Moisés levantó la serpiente y todo el que miraba se libraba de aquellas mordeduras, así el que ve al Cristo crucificado con fe, será libre también, porque el Hijo del Hombre ha venido a dar su vida para la salvación del mundo.
Yo quisiera recoger en esta mañana, ese misterio que se llama el Misterio Pascual, o sea, el misterio de la muerte y de la resurrección de Jesucristo; porque para allá caminamos en la Cuaresma, para celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor. El Sábado Santo en la noche, es la gran noche del misterio pascual: yo quisiera que todos los que hemos seguido esta Cuaresma, este peregrinar espiritual de la historia de Dios con su pueblo, la fuéramos a terminar en esa noche luminosa. Hago un llamamiento especialmente a los jóvenes, para que esa noche miremos con fe al Cristo resucitado, levantado en alto más que la serpiente en el desierto, con todo el mérito de su cruz para dar salvación, vida nueva a cada uno de los salvadoreños y a todo El Salvador en general.
c) En qué consiste la reconciliación de Cristo
Este es el misterio de la reconciliación, no importa el pasado, no importa cómo estemos de hundidos en nuestra situación económica, social o política, no importa lo que hayamos odiado, no importa lo violentos que hayamos sido: ni siquiera importa tener las manos manchadas de secuestros, de sangre, de torturas. Ojalá esta voz estuviera llegando a esos lugares donde Dios está usando su azote, valiéndose de hombres sin corazón y sin conciencia, para que el Señor tenga misericordia de ellos y anhelen en esta Pascua no ser el triste papel de azote de Dios sino convertirse en palabra de esperanza…
Sí, queridos hermanos, desde el Señor Presidente hasta los policías -todos los que constituyen ese orden bajo el cual nuestro pueblo se siente tan miedoso, tan tímido-, no sean azote de Dios; sean gobierno de esperanza, sean cuerpo de seguridad, sean hombres del orden, sean verdaderamente instrumentos de Dios para la liberación de nuestro pueblo.
No usemos, queridos capitalistas, la idolatría del dinero, el poder del dinero para explotar al hombre más pobre. Ustedes pueden hacer tan felices a nuestro pueblo si hubiera un poquito de amor en sus corazones. ¡Qué instrumentos de Dios serían ustedes con sus arcas llenas de dinero, con sus cuentas bancarias, con sus fincas, con sus terrenos, si no los usaran para el egoísmo, sino para hacer feliz a este pueblo tan hambriento, tan necesitado, tan desnutrido…! Y esto no es demagogia para arrancar aplausos, es que el pueblo siente y ama, ama también a los que lo azotan, ama también a los que lo explotan. Nuestro pueblo salvadoreño no está hecho para el odio, está hecho para la colaboración, para el amor y quiere encontrar fraternidad en todos los sectores que constituimos un pueblo tan bendecido de Dios, que ha recibido de Dios bienes abundantes pero que se hacen causa de tanta tristeza por la mala distribución, por el pecado de los hombres.

3. BAUTISMO Y PENITENCIA, CAMINOS DE RECONCILIACIÓN

En este ambiente y antes de terminar esta homilía con el tercer pensamiento que habla del Bautismo y de la Penitencia como dos sacramentos cuaresmales, yo quiero hacer un llamamiento a los bautizados y a todos los que necesitamos el sacramento del perdón; para que en esta Cuaresma nos reconciliemos con Dios.
Para que se vea la gran necesidad de esto, es aquí donde yo hago un paréntesis que es más bien como la encarnación de la palabra de Dios en nuestra semana.

Esta Iglesia, instituida por Jesucristo para ser la presencia de Dios -más que Ciro para los desterrados de Babilonia, más que Moisés con los peregrinos del desierto- es Cristo mismo dándonos perdón y esperanza. Esta Iglesia es a la que yo trato de servir, queridos hermanos, cuando doy aquí noticias de carácter eclesial que son las primeras que me preocupan porque son mi Iglesia, mi pueblo de Dios al que yo pertenezco y al que sirvo como Pastor. Yo no soy político, yo no soy sociólogo, yo no soy economista, yo no soy responsable para dar solución a la economía y a la política del país. Ya hay otros laicos que tienen esa tremenda responsabilidad.
Desde mi puesto de Pastor yo sólo hago un llamamiento para que sepan usar esos talentos que Dios les ha dado; pero como Pastor, sí me toca -y esto es lo que trato de hacer- construir la verdadera Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso siento la alegría de toda esta Catedral llena de fieles y también yo quisiera que todos los que a través de la radio que me oyen no como políticos, ni curiosos, ni perseguidores, sino como católicos que están tratando de aprender el mensaje de su Pastor para orientarse en la construcción de la verdadera Iglesia, nos decidiéramos, queridos católicos, a hacer de nuestra Iglesia el verdadero Pueblo de Dios, antorcha luminosa que ilumine los caminos de la Patria, fuerza de salvación para todo nuestro pueblo ¡Seamos Iglesia!

En el silencio que siguió a ese disparo, recitemos juntos esa poesía impactante compuesta por Pedro Casaldáliga, nuestro hermano y obispo de Amerindia y Afroamérica, titulada: “San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro”:

“El ángel del Señor anunció la víspera….

El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡ la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada !

El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.

¡ Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia ¡

Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡ San Romero de América, pastor y mártir nuestro !
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza
incólume de todo el continente.
Romero de la Pascua Latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡ Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).

Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.

Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡ Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!

Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma aureola de sus mares,
en el dosel airado de los Andes alertos,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones
de todas sus trincheras,
de todos sus altares…
¡ En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!
San Romero de América , pastor y mártir nuestro:
¡ nadie hará callar tu última homilía ¡”

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