viernes, 26 de junio de 2009

SALUD Y SALVACIÓN PARA LA MUJER

Marcos 5, 21-43:

Marcos nos relata el regreso de Jesús de la tierra de los gerasenos a la tierra judía. Mientras iba rumbo a la casa de Jairo, una mujer que estaba en medio de la multitud, desesperada por un derrame de sangre que padecía desde hacía años, tocó por detrás el manto de Jesús con la esperanza y la fe de sanar ya que ningún médico de su tiempo la había podido curar. Esta situación la había dejado pobre, además de encontrarse en la marginación por ser considerada una mujer impura ante la ley judía. Jesús, dándose cuenta de esta realidad de fe, pregunta: ¿Quién me ha tocado? Los discípulos no entendiendo nada del milagro que se había dado por medio de Jesús, dijeron: “hay tanta gente que te oprime que no sabemos”. Pero, había una mujer que sabía lo que había pasado, asustada y temblorosa se acercó y le contó la verdad. Ante este gran gesto de fe, Jesús no sólo la sana sino que también la libera y salva de toda realidad injusta e inhumana que le acontecía y la envía a seguir la vida en paz, luego de haberla reintegrado a la comunidad.

Después de esto le informan a Jairo que su hija había muerto. Jesús dándole consuelo y esperanza le dice: “no tengas miedo, solamente ten fe”y dejando que sólo le acompañen algunos de sus discípulos, llega a la casa y encuentra un gran alboroto: unos lloraban y otros gritaban. Viendo esto, Jesús dijo: “¿Por qué este alboroto y tanto llanto? La niña no está muerta sino dormida”. Mientras se burlaban de Él, los hizo salir a todos y sólo tomo consigo al padre, a la madre y a los que venían con Él; y entrando donde estaba la niña, le dijo: “Talitá Kumi” que quiere decir: “Niña, te lo digo, levántate” y así la niña se levantó y empezó a caminar, además Jesús pidió que le dieran de comer, símbolo de la labor comunitaria en la restitución de sus miembros; Jesús ya hizo su parte ahora corresponde a la familia hacer la suya.

Ambos milagros hechos a estas mujeres muestran la liberación y salvación integral de toda mujer víctima de la exclusión patriarcal y machista de toda época, así Jesús les devuelve y sigue devolviendo ahora la vida y la dignidad de seres humanos, de hijas de Dios. Con esto sigue desafiando todo esquema que oprime y mata, en especial a las mujeres y a los niños y niñas.

Hoy vemos cómo la realidad es la misma o quizás peor, pues observamos cómo tanta gente va a un hospital en búsqueda de salud, con la esperanza de ser atendida y lo único que encuentra es desaliento y palabras de resignación. Hoy podemos ver con tristeza, cóomo a pesar de contar con tantos adelantos científicos, con nuevos aparatos y nuevas medicinas, la gente sigue muriendo por la mala atención médica, por no tener dinero para pagar una operación o comprar las medicinas. Es cuestionante el hecho de que todos estos avances científicos sólo garantizan la vida de unas pocas personas: las que tienen dinero suficiente para pagar. Es decir, que entre el 60% y el 80% de la población en nuestros países latinoamericanos está prácticamente desprotegida y con la esperanza casi perdida.

Una expresión de la gente es:<<Mire usté, para que voy a ir al hospital o al puesto de salud, si tengo que caminar más de dos horas, ando con mi enfermedad y mi dolor y cuando llego lo único que me dicen es: “tome Acetaminofén y ya se le va a pasar. Al final, sólo Dios conmigo>>. ¿Esto es justo?

Con el pago de nuestros impuestos en un Estado de Derecho debe garantizarse, la vida como derecho fundamental e inherente de la persona, pero eso es un sueño que parece alejarse cada vez más. La única esperanza que le queda a la gente es Dios mismo, por eso esperan constantemente un milagro que debemos entender como signo de vida, como signo del Reino de Dios.

Definitivamente, la fe de la gente nos empuja a un cambio de actitud. Debemos dejar de lado nuestra indiferencia, nuestro conformismo y nuestra pasividad, y recuperar la sensibilidad ante el dolor y la necesidad de los pobres. Debemos recuperar el valor de la solidaridad la vivencia más significativa del amor cristiano. Debemos recuperar la conciencia crítica para exigir a nuestros gobiernos y a todas las instituciones civiles y religiosas, que se garantice la vida y que se brinden los medios necesarios para ello.

Es imprescindible que asumamos el compromiso de ser signos de esperanza, que comencemos a organizarnos como iglesia, como pueblo de Dios para luchar contra la injusticia. En algunas comunidades observamos como la fe se traduce en proyectos de salud, de educación, de alimentación, de promoción humana, etc. y no se espera con los brazos cruzados a que los milagros sucedan como cosas mágicas.

Los milagros son esos signos de vida en los que Dios se manifiesta en y desde la acción comunitaria. Sólo así se entiende el Evangelio como Buena Noticia, cuando es signo real y visible de la vida.

Además, es notorio que la era cibernética ha traído grandes ventajas para el desarrollo humano, pero también esta generando la cultura de la insolidaridad, el egocentrismo y el encerramiento en sí mismo. La vida se encuentra amenazada de muchas formas; la xenofobia, la discriminación de géneros y la exclusión social siguen siendo males que destruyen la vida y reclaman nuestra solidaridad y nuestro cambio de mentalidad.

Junto con Jairo, su niña y la mujer excluída supliquemos a Jesús que nos sane y nos mantenga vivos, nos levante, y ayude a caminar para cumplir nuestro deber de hijos(as) de Dios con fe y esperanza.

lunes, 22 de junio de 2009

¿Porque son tan cobardes, aún no tienen fe?

Marcos 4, 35-41

Al detenernos un momento para mirar nuestra realidad eclesial, para escuchar lo que dice la gente, hemos podido constatar que es común en muchas parroquias el estancamiento en doctrinas de hace 400 o 500 años (Concilio de Trento), y que por razones e intereses particulares y por dar prioridad a leyes y normas que muchas veces ponen en segundo plano al ser humano, dejando por un lado el Evangelio, no han querido asumir la doctrina renovada hace casi 50 años con el Vaticano II, y que ha sido adaptada a la realidad de nuestros pueblos Latinoamericanos a través de los documentos de Medellín, Puebla y Aparecida.

Por ejemplo, se escucha a personas de nuestras parroquias decir: “voy a misa y de lo único que escucho hablar al padre es que Dios está sólo en el cielo y no tiene nada que ver con la realidad que vivo, que no debo meterme en política y debo evitar ese tipo de problemas y conflictos”, como si la Iglesia debiera evitar el conflicto y no asumir su papel profético que consiste en anunciar el reino de Dios (Vida) y denunciar el anti-reino (Muerte). Es decir, un Evangelio que no predica la realidad y no denuncia el pecado social, estructural y personal, no está tampoco anunciando el Evangelio de Jesucristo, ya que éste es liberador y esperanzador para el pueblo, en especial, para el pobre.

Constantemente se escucha a la gente decir: “es que como son padres, monjas, seminaristas, no se les puede decir nada, porque ellos están más cerca de Dios y saben la verdad, ya que estudiaron para eso”. Esta manera de pensar hace que se toleren los excesos de autoridad, el acomodamiento, la indiferencia, la ausencia del compromiso, y hasta el acoso y abuso físico-sexual. Con éste tipo de pensamiento lo único que se hace es justificar y legitimar las injusticias y el pecado de estas personas que por opción, deberían asumir dichos ministerios. Ante esto es necesario aclarar que existen distintos ministerios en nuestra iglesia, es decir distintos quehaceres, pero que ninguno es superior a otro, ninguno es garantía de santidad, de perfección o de poseer la verdad; todos son caminos que se hacen al andar. La experiencia cristiana se fundamenta en la vivencia del bautismo en sus tres dimensiones: sacerdotal, profética y real, por tanto el bautismo nos hace iguales en una misma dignidad, en un mismo llamado y una misma misión. Todos participamos de la verdad en la medida en que hacemos vida el Evangelio.

En algunas ocasiones no se sabe sí reír o llorar, o quizás dormir, ante las homilías alienantes que les hablan a los pobres con frases como: “cuando ustedes vayan a Europa...” Lo cual es una gran falta de respeto y una burla, pues es absurdo decir esto cuando la gente que esta participando en la Eucaristía, lo que espera son signos de liberación integral y no sermones que le maten su hambre y sed de Justicia. Estos tipos de expresiones sólo dejan ver la ausencia de conocimiento y compromiso de la realidad para construir una sociedad más humana y solidaria, y terminan garantizando, para unos pocos, ciertos privilegios y una cuota de poder.

Partiendo de este pequeño extracto de la realidad, nos acercamos al Evangelio del día de hoy para resaltar tres aspectos: en primer lugar, la invitación de Jesús a sus discípulos para dejar Cafarnaún (pueblo judío) y embarcarse hacia la orilla opuesta, que era una región pagana, la de los gerasenos. Jesús y sus discípulos eran concientes que estaban violando la ley judía que les prohibía relacionarse con dichos pueblos, sin embargo, Jesús nunca se sujetó a las leyes que limitaban la expansión del Reino.

En segundo lugar, el quebrantar la ley para dar vida al ser humano, implicaba riesgos y consecuencias que se ven reflejadas en el viento huracanado y en las fuertes olas que se estrellaban contra la barca y la llenaban de agua. Y en tercer lugar, los discípulos que ante el miedo que están experimentando por su poca confianza en Jesús y en sí mismos, a pesar de que muchos de ellos eran pescadores, deciden despertar a Jesús que descansaba después de haber estado enseñando al pueblo judío. Jesús se despierta sorprendido y molesto, no por la tormenta sino por la falta de fe de sus discípulos que les hizo entrar en pánico, aun sabiendo que Él les acompañaba. Jesús calmó la tempestad que les aterraba y se dejó sentir una calma total. Sin embargo, los cuestiona llamándoles cobardes y faltos de fe. Es importante resaltar que el mar, representa para el pueblo judío la inestabilidad, lo inseguro, el conflicto, el poder del mal, el peligro.

Hoy nuestra iglesia sigue recibiendo la invitación de Jesús para embarcarse y salir de su comodidad e instalación, de su tierra aparentemente firme y segura, para dirigirse hacía una nueva tierra que es el reino de Dios. Nos invita a ser una iglesia del, con y para el pueblo hasta llegar a hacer realidad lo que decía Monseñor Romero “que el orgullo de la iglesia sea que los pobres la sientan suya”, por ello la iglesia tiene que estar en la disposición de enfrentar los conflictos que esto traiga. Se afirma, también, que una iglesia que no es perseguida y martirizada, y que no asume la cruz, es una iglesia alienada que no predica ni vive el Evangelio. Aquí se entiende muy bien lo que nos dicen las bienaventuranzas: “Felices ustedes si los hombres los odian, los expulsan, los insultan y los consideran delincuentes a causa del Hijo del Hombre..., esa es la manera como trataron a los profetas en tiempos de su padres..., ¡pobres de ustedes cuando todos hablen bien de ustedes, porque de esa misma manera trataron a los falsos profetas en tiempos de sus antepasados!” (Lc 6, 22-26). Eso es lanzarse al mar para ir a la otra orilla.

Hay que aclarar que no se trata de buscar o crear conflictos sin ninguna razón, sino que estos conflictos son consecuencia inherente cuando se esta generando un cambio, cuando se está generando vida. Es por miedo a estos conflictos que no actuamos, no asumimos nuestro compromiso bautismal y, muchas veces, nos la pasamos esperando, acomodándonos a la realidad actual, aunque protestando en el fondo, y siempre añorando que otro u otra resuelvan nuestros problemas. Es precisamente aquí donde nos interpelan las preguntas de Jesús: ¿por qué son tan cobardes?, ¿aún no tienen fe? Es aquí donde se nos cuestiona nuestro silencio cómplice ante la injusticia y el abuso a nivel eclesial, político y social. Es nuestra falta de fe en Jesús y en nosotros como seres humanos, lo que nos lleva a vivir cobardemente nuestro cristianismo, que dicho sea de paso, será cualquier cosa menos cristianismo. Esto sólo será efectivo asumiendo personalmente un compromiso comunitario dentro y fuera del ámbito eclesial, por convicción y porque se ama lo que se hace.

Crucemos el mar de la vida, embarcados comunitariamente y venciendo el miedo de los conflictos, para llegar al otro lado, es decir, a una realidad donde la justicia, la solidaridad y la misericordia sean una realidad.

martes, 16 de junio de 2009

EUCARISTÍA: MILAGRO DE AMOR PARA LOS EXCLUIDOS

Marcos 14, 12–16. 22-26

Doce siglos antes de Jesús, Dios se había comprometido con el pueblo de Israel y había celebrado con ellos una Alianza en el Monte Sinaí: ellos(as) y sus hijos(as) e hijas serían el Pueblo de Dios entre los demás pueblos. Pero, conforme el tiempo fue pasando y la experiencia de infidelidad del pueblo de Dios se fue dando, los profetas entendieron que debía renovarse totalmente esa alianza y constituir una Nueva Alianza que implicaría el nacimiento de un nuevo corazón en la humanidad a través del perdón de los pecados; así el pueblo de Dios ya no sería un conjunto de culturas o naciones divididas, sino una gran familia de creyentes perdonados y reconciliados.

En la Última Cena, Jesús quiso aclarar el sentido de su pasión inminente. Jesús iba libremente a una muerte que salvaría al mundo. ¿En que consistía la salvación? Consistía en hacer que la historia humana alcanzara su fin: que los seres humanos optaran por el Reino de Dios.

En vísperas de su muerte, Jesús recuerda la alianza del Sinaí, aquella en la que se derramaba la sangre de animales sacrificados. Pero Él ahora derramará su propia sangre por toda la humanidad. La última cena de Jesús tuvo y tiene como fin, el compartir su vida con los(as) otros(as), fue la primera y más significativa celebración del culto cristiano.

El pueblo judío se tenía por el pueblo elegido y se cuidaba de no mezclarse con los paganos para no quedar impuro. Nunca hubiese dejado que ellos leyeran sus libros sagrados o participaran en sus fiestas. No es extraño que con tono presumido y despectivo dijeran este refrán: “Nadie da sus anillos a los perros ni echa las perlas a los cerdos”. Pero Jesús, que perteneció a ese pueblo, logró separarse de esta mentalidad y propuso un proyecto totalmente revolucionario: la inclusión desde lo que consideraban más sagrado los judíos: las comidas. Por esto fue duramente criticado y sus coterráneos hicieron chistes de mal gusto sobre su proceder como lo indican las siguientes expresiones: "Comilón y borracho", "Amigo de pecadores y gente pobre". A su actuar quitaban validez y autoridad los sabios, los piadosos, los religiosos, los enriquecidos y acomodados de su pueblo. Ante estas acusaciones, ni Jesús ni los suyos corrigieron nada, pues aquello por lo que se les criticaba era Buena Noticia para los pobres. Si nosotros creemos en el refrán: “Dime con quien andas y te diré quien eres”, los judíos iban hasta el extremo, tenían todo un sistema de leyes que llamaba impureza legal al estar en compañía de pecadores, pobres, paganos, enfermos, prostitutas y mujeres durante su período de menstruación. Pero la ley era aún más severa cuando se llegaba al colmo de comer con ese tipo de gente, ya que la comida establecía una comunión entre todas las personas invitadas. Jesús defiende su misión diciendo que no son los sanos, sino los enfermos los que tienen necesidad de médico y que Él no ha venido a llamar al cambio de vida a los justos, sino a los pecadores (Lc. 5, 27 – 39; Mc 2, 13 – 22; Mt 9, 9 – 17; Lc. 19, 1 -10; Lc. 15, 1 – 32; Lc. 7, 30 – 50; Lc. 14, 1 – 24; Lc. 11, 37 – 54.)

Hoy, Jesús nos invita a que en vez de grandes y solemnes ceremonias, llenas ritos y ornamentos lujosos, recordemos que lo más importante en su vida fue el compartir la comida fraterna que es símbolo fundamental del Reino de Dios, donde todos(as) participemos. Esta comida es, a la vez, signo del amor gratuito de Dios que nos libera del pecado, de la muerte y de todo orgullo humano.

Esta experiencia liberadora, que se da en la misa o mesa del Señor, está presente desde las primeras comunidades cristianas en el compartir del pan, techo, abrigo, cariño, en una palabra: en dar vida a personas que sufren la injusticia, reflejada en la extrema pobreza o miseria; no obstante, a pesar de que en América Latina y el mundo se celebra la Eucaristía diariamente, nuestros pueblos viven esta gravísima realidad.

La comunión nos constituye cuerpo de Cristo, uniéndonos a la cabeza, que es el mismo Jesucristo. Entrar en comunión de vida con Él es entrar en comunión con el resto del cuerpo para así participar todos(as) de la misma suerte: completar en nosotros(as) lo que falta a la pasión de Cristo, que es como se actualiza el sacrificio. Cabe la pregunta: ¿Cuál es el respeto que debemos practicar y vivir hacia las demás personas, en especial las más pobres? Es exactamente la misma que vivimos hacia Jesús en la Eucaristía. Lo curioso es observar como después de haber hecho reverencia, genuflexión, prácticas de piedad hacia Jesús Eucaristía, les mostramos desprecio, asco y repugnancia a las personas, en especial si su apariencia, su olor o su manera de comportarse no son agradables. Esa actitud es una gran contradicción, una mentira, una hipocresía, pues como lo encontramos en 1 Jn. 4,20: “El que dice amo a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, y no amar a su hermano, a quien ve?”. Esa es la clara muestra de que aún no hemos entendido nada del Evangelio, nada de Jesús, nada de la experiencia del Reino, nada de lo que realmente es la Eucaristía; ella no es un rito, sino un servicio de entrega definitivo por el Reino, no olvidemos que Juan sustituye la institución de la Eucaristía por la institución del lavatorio de los pies (Jn. 13, 14 – 15); el amor servicial es la esencia de la Eucaristía y lo que nos constituye a nosotros mismos en Eucaristía; el “hagan esto en mi memoria” conduce a que partamos el pan, que es la presencia de Jesús, para nosotros también ser pan que se reparte a las demás personas.

Es tiempo, hermanos(as), de que empecemos a vivir la justicia, el amor de Dios, desde una buena comprensión del Evangelio. Es el momento justo para que actuemos como bautizados, siendo Buena Noticia para las personas que viven desamparadas y marginadas por nuestra indiferencia y falta de vida cristiana. ¿Será que nuestras misas no pasan de ser simples ritos espiritualizados, sin ningún compromiso evangélico, sin ningún cuestionamiento a la realidad? No olvidemos que la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tienen un sentido liberador del Ser Humano. Esta tiene que llevar a cuestionar la acción de la Pastoral Social, si es que existe, en nuestra parroquia. Es hora de que nuestra iglesia se abra sin miedo al Concilio Vaticano II y a los documentos de América Latina, pero sobretodo, es tiempo que la Iglesia se abra al Evangelio.

domingo, 7 de junio de 2009

LA SANTÍSIMA TRINIDAD, COMUNIDAD DE AMOR.

Gracias por leernos, si desea recibir semanalmente esta reflexión del Evangelio desde nuestra espiritualidad vicentina y contexto latinoaméricano escribanos a: elamigodelospobres@yahoo.com.mx.

Cada vez estamos mejorando el contenido de nuestro Blog. Esta vez pusimos enlaces en el cuerpo del texto para ayudar a profundizar el contenido del mismo con otras fuentes.

Mateo 20, 16-20

Este domingo la Iglesia celebra una de sus más importantes solemnidades: La Santísima Trinidad. Comprender a Dios como “comunidad” es la novedad cristiana de todos los tiempos; Dios es uno, pero es un Dios que vive un amor pleno en sus personas y ese amor le ha hecho ACCIÓN creadora, redentora y santificadora.

El texto que nos propone la liturgia contiene en sí las dimensiones que hacen a la Palabra de Dios Buena Noticia: Anuncio y Denuncia.

En cuanto al anuncio que contiene esta perícopa del Evangelio según San Mateo, se harán cuatro especificaciones:

La primera es que los discípulos a pesar de su tristeza, frustración, decepción y miedo luego de la muerte de Jesús, aún conservaban cierta esperanza. Por ello, ante la convocatoria de Jesús hecha a través de las mujeres que fueron al sepulcro y tuvieron el primer encuentro con Él ya resucitado, los once discípulos acudieron, aunque algunos con ciertas o quizás muchas dudas, pero lo importante es que creyeron en el testimonio de las mujeres y aceptaron la invitación para el encuentro.

La segunda, para que un encuentro se haga realidad se debe estar en movimiento, es decir, quienes deseen encontrarse con Jesús deberán encaminarse hacia un “centro” vital. En este caso, el punto común o centro es la experiencia que Jesús y sus discípulos compartieron. Los discípulos salieron de Jerusalén con destino a Galilea donde Jesús “se acercó y les habló”.

La tercera es el envío Jesús a los suyos para que “Hagan discípulos a todas las gentes”, La condición para que el Evangelio sea Buena Noticia es que no esté restringido a algunos, no se puede ni se debe excluir a nadie. Esta experiencia del discipulado conlleva al bautismo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Claro, es evidente que esto implica haber tenido una experiencia de fe y vida a nivel personal y comunitario. Para los discípulos, este envío siempre conlleva una existencia dinámica (ir y hacer), un rompimiento con las falsas seguridades y con el miedo para así poder desplazarse con total libertad. Sólo desde el testimonio de vida se hace posible el despertar de la fe en otras personas y se hace creíble Jesucristo. Este envío es una acción comunitaria que hace efectiva la experiencia del Dios-Comunidad Trinitaria. Es desde la experiencia humana y desde el Espíritu que se realiza el Bautismo como símbolo de la vida nueva, como una realidad presente y futura a la vez. Es la realidad del compromiso para hacer presente y efectivo el Reino de Dios. Por ello, enseñar a cumplir lo que Jesús enseñó se da desde la palabra, pero sobretodo, desde el actuar, dicho de otra manera, desde la coherencia entre fe y vida a la que Jesús invita a los discípulos.

La cuarta es la promesa de Jesús de acompañar esta experiencia comunitaria “todos los días hasta el fin del mundo”. Esta promesa es continua en el tiempo, en la historia, es para siempre. Es una promesa que proporciona esperanza y fuerza a los discípulos y que garantiza la misión, a pesar de los inconvenientes y dificultades.

En su dimensión de denuncia, la Buena Nueva de hoy nos dice implícitamente mucho más de lo que podemos imaginar: Rechaza las actitudes de superioridad ante los demás, por esa razón habla a los once discípulos y les deja claro que la vida se construye comunitariamente. De nosotros (as) rechazaría el egoísmo neoliberal que llevamos dentro. El texto también denuncia el exclusivismo y el encierro, a lo que radicalmente se opone el anuncio del mensaje universal de la salvación, el bautismo en nombre del Dios Uno y Trino y el envío a enseñar- a todas las gentes a guardar lo que Jesús ha mandado.

Ahora bien, ¿Qué dice el dogma de la Santísima Trinidad a nuestra realidad?

El dogma de la Santísima Trinidad es el más preciado de la Iglesia Católica, contiene dentro de sí una comprensión progresiva de la Revelación de Dios y una enseñanza esencial para todos (as) los (as) cristianos (as). Respecto al primer punto, los cristianos de todos los tiempos creemos en un Dios Uno, pero que es comunidad, toda la comunidad Divina estaba ya en la creación del mundo, toda la comunidad murió en la cruz y resucitó, toda la comunidad acompaña la historia hasta el fin, hasta que se convierta definitivamente en el Reino de Dios. Respecto al segundo punto, el dogma de la Santísima Trinidad nos llama a unir las manos en una comunidad de seguidores entorno a ese Dios Uno y Trino, una comunidad que viva la inclusión y el amor en nuestra vulnerada y vulnerable Latinoamérica.

Nuestra realidad se encuentra llena de esperanzas y de muchos sufrimientos. La explotación es algo palpable, la injusticia social sigue cimentada firmemente en nuestras coordenadas históricas, los intereses de grandes y pequeños delincuentes siguen pisoteando la vida de los pobres. El texto del Evangelio de hoy y el dogma de la Santísima Trinidad nos invitan a ser cristianos, es decir, a ser una comunidad de discípulos que vivan al servicio de quienes están hambrientos y sedientos de la Buena Noticia, especialmente, de los excluidos de todos los sistemas dominantes para invitarlos a formar la gran comunidad: el Reino. Debemos ser discípulos comprometidos con la realidad, luchando siempre por cambiar las estructuras de muerte.

San Vicente de Paúl puso a la Congregación de la Misión bajo el patronato de la Santísima Trinidad, de esta manera invitaba a los misioneros a vivir en comunidad de amor perfecto. Además, los misioneros tenían que generar comunidad de amor entre los más pobres y marginados del mundo. A eso estamos llamados, a ser UNO con los pobres y los vulnerados, como Dios lo es en sí mismo.

¡A evangelizar a todos desde la opción preferencial por los pobres!

COMENTARIOS Y SUGERENCIAS

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