martes, 16 de junio de 2009

EUCARISTÍA: MILAGRO DE AMOR PARA LOS EXCLUIDOS

Marcos 14, 12–16. 22-26

Doce siglos antes de Jesús, Dios se había comprometido con el pueblo de Israel y había celebrado con ellos una Alianza en el Monte Sinaí: ellos(as) y sus hijos(as) e hijas serían el Pueblo de Dios entre los demás pueblos. Pero, conforme el tiempo fue pasando y la experiencia de infidelidad del pueblo de Dios se fue dando, los profetas entendieron que debía renovarse totalmente esa alianza y constituir una Nueva Alianza que implicaría el nacimiento de un nuevo corazón en la humanidad a través del perdón de los pecados; así el pueblo de Dios ya no sería un conjunto de culturas o naciones divididas, sino una gran familia de creyentes perdonados y reconciliados.

En la Última Cena, Jesús quiso aclarar el sentido de su pasión inminente. Jesús iba libremente a una muerte que salvaría al mundo. ¿En que consistía la salvación? Consistía en hacer que la historia humana alcanzara su fin: que los seres humanos optaran por el Reino de Dios.

En vísperas de su muerte, Jesús recuerda la alianza del Sinaí, aquella en la que se derramaba la sangre de animales sacrificados. Pero Él ahora derramará su propia sangre por toda la humanidad. La última cena de Jesús tuvo y tiene como fin, el compartir su vida con los(as) otros(as), fue la primera y más significativa celebración del culto cristiano.

El pueblo judío se tenía por el pueblo elegido y se cuidaba de no mezclarse con los paganos para no quedar impuro. Nunca hubiese dejado que ellos leyeran sus libros sagrados o participaran en sus fiestas. No es extraño que con tono presumido y despectivo dijeran este refrán: “Nadie da sus anillos a los perros ni echa las perlas a los cerdos”. Pero Jesús, que perteneció a ese pueblo, logró separarse de esta mentalidad y propuso un proyecto totalmente revolucionario: la inclusión desde lo que consideraban más sagrado los judíos: las comidas. Por esto fue duramente criticado y sus coterráneos hicieron chistes de mal gusto sobre su proceder como lo indican las siguientes expresiones: "Comilón y borracho", "Amigo de pecadores y gente pobre". A su actuar quitaban validez y autoridad los sabios, los piadosos, los religiosos, los enriquecidos y acomodados de su pueblo. Ante estas acusaciones, ni Jesús ni los suyos corrigieron nada, pues aquello por lo que se les criticaba era Buena Noticia para los pobres. Si nosotros creemos en el refrán: “Dime con quien andas y te diré quien eres”, los judíos iban hasta el extremo, tenían todo un sistema de leyes que llamaba impureza legal al estar en compañía de pecadores, pobres, paganos, enfermos, prostitutas y mujeres durante su período de menstruación. Pero la ley era aún más severa cuando se llegaba al colmo de comer con ese tipo de gente, ya que la comida establecía una comunión entre todas las personas invitadas. Jesús defiende su misión diciendo que no son los sanos, sino los enfermos los que tienen necesidad de médico y que Él no ha venido a llamar al cambio de vida a los justos, sino a los pecadores (Lc. 5, 27 – 39; Mc 2, 13 – 22; Mt 9, 9 – 17; Lc. 19, 1 -10; Lc. 15, 1 – 32; Lc. 7, 30 – 50; Lc. 14, 1 – 24; Lc. 11, 37 – 54.)

Hoy, Jesús nos invita a que en vez de grandes y solemnes ceremonias, llenas ritos y ornamentos lujosos, recordemos que lo más importante en su vida fue el compartir la comida fraterna que es símbolo fundamental del Reino de Dios, donde todos(as) participemos. Esta comida es, a la vez, signo del amor gratuito de Dios que nos libera del pecado, de la muerte y de todo orgullo humano.

Esta experiencia liberadora, que se da en la misa o mesa del Señor, está presente desde las primeras comunidades cristianas en el compartir del pan, techo, abrigo, cariño, en una palabra: en dar vida a personas que sufren la injusticia, reflejada en la extrema pobreza o miseria; no obstante, a pesar de que en América Latina y el mundo se celebra la Eucaristía diariamente, nuestros pueblos viven esta gravísima realidad.

La comunión nos constituye cuerpo de Cristo, uniéndonos a la cabeza, que es el mismo Jesucristo. Entrar en comunión de vida con Él es entrar en comunión con el resto del cuerpo para así participar todos(as) de la misma suerte: completar en nosotros(as) lo que falta a la pasión de Cristo, que es como se actualiza el sacrificio. Cabe la pregunta: ¿Cuál es el respeto que debemos practicar y vivir hacia las demás personas, en especial las más pobres? Es exactamente la misma que vivimos hacia Jesús en la Eucaristía. Lo curioso es observar como después de haber hecho reverencia, genuflexión, prácticas de piedad hacia Jesús Eucaristía, les mostramos desprecio, asco y repugnancia a las personas, en especial si su apariencia, su olor o su manera de comportarse no son agradables. Esa actitud es una gran contradicción, una mentira, una hipocresía, pues como lo encontramos en 1 Jn. 4,20: “El que dice amo a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, y no amar a su hermano, a quien ve?”. Esa es la clara muestra de que aún no hemos entendido nada del Evangelio, nada de Jesús, nada de la experiencia del Reino, nada de lo que realmente es la Eucaristía; ella no es un rito, sino un servicio de entrega definitivo por el Reino, no olvidemos que Juan sustituye la institución de la Eucaristía por la institución del lavatorio de los pies (Jn. 13, 14 – 15); el amor servicial es la esencia de la Eucaristía y lo que nos constituye a nosotros mismos en Eucaristía; el “hagan esto en mi memoria” conduce a que partamos el pan, que es la presencia de Jesús, para nosotros también ser pan que se reparte a las demás personas.

Es tiempo, hermanos(as), de que empecemos a vivir la justicia, el amor de Dios, desde una buena comprensión del Evangelio. Es el momento justo para que actuemos como bautizados, siendo Buena Noticia para las personas que viven desamparadas y marginadas por nuestra indiferencia y falta de vida cristiana. ¿Será que nuestras misas no pasan de ser simples ritos espiritualizados, sin ningún compromiso evangélico, sin ningún cuestionamiento a la realidad? No olvidemos que la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tienen un sentido liberador del Ser Humano. Esta tiene que llevar a cuestionar la acción de la Pastoral Social, si es que existe, en nuestra parroquia. Es hora de que nuestra iglesia se abra sin miedo al Concilio Vaticano II y a los documentos de América Latina, pero sobretodo, es tiempo que la Iglesia se abra al Evangelio.

No hay comentarios:

COMENTARIOS Y SUGERENCIAS

Hacerlos al email: amigodelospobres@yahoo.com.mx Gracias por leernos.