lunes, 22 de junio de 2009

¿Porque son tan cobardes, aún no tienen fe?

Marcos 4, 35-41

Al detenernos un momento para mirar nuestra realidad eclesial, para escuchar lo que dice la gente, hemos podido constatar que es común en muchas parroquias el estancamiento en doctrinas de hace 400 o 500 años (Concilio de Trento), y que por razones e intereses particulares y por dar prioridad a leyes y normas que muchas veces ponen en segundo plano al ser humano, dejando por un lado el Evangelio, no han querido asumir la doctrina renovada hace casi 50 años con el Vaticano II, y que ha sido adaptada a la realidad de nuestros pueblos Latinoamericanos a través de los documentos de Medellín, Puebla y Aparecida.

Por ejemplo, se escucha a personas de nuestras parroquias decir: “voy a misa y de lo único que escucho hablar al padre es que Dios está sólo en el cielo y no tiene nada que ver con la realidad que vivo, que no debo meterme en política y debo evitar ese tipo de problemas y conflictos”, como si la Iglesia debiera evitar el conflicto y no asumir su papel profético que consiste en anunciar el reino de Dios (Vida) y denunciar el anti-reino (Muerte). Es decir, un Evangelio que no predica la realidad y no denuncia el pecado social, estructural y personal, no está tampoco anunciando el Evangelio de Jesucristo, ya que éste es liberador y esperanzador para el pueblo, en especial, para el pobre.

Constantemente se escucha a la gente decir: “es que como son padres, monjas, seminaristas, no se les puede decir nada, porque ellos están más cerca de Dios y saben la verdad, ya que estudiaron para eso”. Esta manera de pensar hace que se toleren los excesos de autoridad, el acomodamiento, la indiferencia, la ausencia del compromiso, y hasta el acoso y abuso físico-sexual. Con éste tipo de pensamiento lo único que se hace es justificar y legitimar las injusticias y el pecado de estas personas que por opción, deberían asumir dichos ministerios. Ante esto es necesario aclarar que existen distintos ministerios en nuestra iglesia, es decir distintos quehaceres, pero que ninguno es superior a otro, ninguno es garantía de santidad, de perfección o de poseer la verdad; todos son caminos que se hacen al andar. La experiencia cristiana se fundamenta en la vivencia del bautismo en sus tres dimensiones: sacerdotal, profética y real, por tanto el bautismo nos hace iguales en una misma dignidad, en un mismo llamado y una misma misión. Todos participamos de la verdad en la medida en que hacemos vida el Evangelio.

En algunas ocasiones no se sabe sí reír o llorar, o quizás dormir, ante las homilías alienantes que les hablan a los pobres con frases como: “cuando ustedes vayan a Europa...” Lo cual es una gran falta de respeto y una burla, pues es absurdo decir esto cuando la gente que esta participando en la Eucaristía, lo que espera son signos de liberación integral y no sermones que le maten su hambre y sed de Justicia. Estos tipos de expresiones sólo dejan ver la ausencia de conocimiento y compromiso de la realidad para construir una sociedad más humana y solidaria, y terminan garantizando, para unos pocos, ciertos privilegios y una cuota de poder.

Partiendo de este pequeño extracto de la realidad, nos acercamos al Evangelio del día de hoy para resaltar tres aspectos: en primer lugar, la invitación de Jesús a sus discípulos para dejar Cafarnaún (pueblo judío) y embarcarse hacia la orilla opuesta, que era una región pagana, la de los gerasenos. Jesús y sus discípulos eran concientes que estaban violando la ley judía que les prohibía relacionarse con dichos pueblos, sin embargo, Jesús nunca se sujetó a las leyes que limitaban la expansión del Reino.

En segundo lugar, el quebrantar la ley para dar vida al ser humano, implicaba riesgos y consecuencias que se ven reflejadas en el viento huracanado y en las fuertes olas que se estrellaban contra la barca y la llenaban de agua. Y en tercer lugar, los discípulos que ante el miedo que están experimentando por su poca confianza en Jesús y en sí mismos, a pesar de que muchos de ellos eran pescadores, deciden despertar a Jesús que descansaba después de haber estado enseñando al pueblo judío. Jesús se despierta sorprendido y molesto, no por la tormenta sino por la falta de fe de sus discípulos que les hizo entrar en pánico, aun sabiendo que Él les acompañaba. Jesús calmó la tempestad que les aterraba y se dejó sentir una calma total. Sin embargo, los cuestiona llamándoles cobardes y faltos de fe. Es importante resaltar que el mar, representa para el pueblo judío la inestabilidad, lo inseguro, el conflicto, el poder del mal, el peligro.

Hoy nuestra iglesia sigue recibiendo la invitación de Jesús para embarcarse y salir de su comodidad e instalación, de su tierra aparentemente firme y segura, para dirigirse hacía una nueva tierra que es el reino de Dios. Nos invita a ser una iglesia del, con y para el pueblo hasta llegar a hacer realidad lo que decía Monseñor Romero “que el orgullo de la iglesia sea que los pobres la sientan suya”, por ello la iglesia tiene que estar en la disposición de enfrentar los conflictos que esto traiga. Se afirma, también, que una iglesia que no es perseguida y martirizada, y que no asume la cruz, es una iglesia alienada que no predica ni vive el Evangelio. Aquí se entiende muy bien lo que nos dicen las bienaventuranzas: “Felices ustedes si los hombres los odian, los expulsan, los insultan y los consideran delincuentes a causa del Hijo del Hombre..., esa es la manera como trataron a los profetas en tiempos de su padres..., ¡pobres de ustedes cuando todos hablen bien de ustedes, porque de esa misma manera trataron a los falsos profetas en tiempos de sus antepasados!” (Lc 6, 22-26). Eso es lanzarse al mar para ir a la otra orilla.

Hay que aclarar que no se trata de buscar o crear conflictos sin ninguna razón, sino que estos conflictos son consecuencia inherente cuando se esta generando un cambio, cuando se está generando vida. Es por miedo a estos conflictos que no actuamos, no asumimos nuestro compromiso bautismal y, muchas veces, nos la pasamos esperando, acomodándonos a la realidad actual, aunque protestando en el fondo, y siempre añorando que otro u otra resuelvan nuestros problemas. Es precisamente aquí donde nos interpelan las preguntas de Jesús: ¿por qué son tan cobardes?, ¿aún no tienen fe? Es aquí donde se nos cuestiona nuestro silencio cómplice ante la injusticia y el abuso a nivel eclesial, político y social. Es nuestra falta de fe en Jesús y en nosotros como seres humanos, lo que nos lleva a vivir cobardemente nuestro cristianismo, que dicho sea de paso, será cualquier cosa menos cristianismo. Esto sólo será efectivo asumiendo personalmente un compromiso comunitario dentro y fuera del ámbito eclesial, por convicción y porque se ama lo que se hace.

Crucemos el mar de la vida, embarcados comunitariamente y venciendo el miedo de los conflictos, para llegar al otro lado, es decir, a una realidad donde la justicia, la solidaridad y la misericordia sean una realidad.

No hay comentarios:

COMENTARIOS Y SUGERENCIAS

Hacerlos al email: amigodelospobres@yahoo.com.mx Gracias por leernos.