lunes, 30 de noviembre de 2009

LA IGLESIA PERSEGUIDA ES LA IGLESIA ADVIENTO


Cuando escuchamos hablar de persecución y tribulación para la Iglesia de Cristo, muchos nos remontamos a los primeros siglos de nuestra era.

El imperio Romano persiguió a muerte a todos aquellos grupos y personas que se oponían a sus intereses políticos o aparecían como sospechosos. Antes del nacimiento de Jesús, en el año 29 a.C., el imperio surge, como tal, después de una serie de batallas con diferentes pueblos para someterlos. Estaba a la cabeza César Augusto1, éste establece la política de la Pax Romana para todos aquellos pueblos ya sometidos; dicha política consistía en prevenir sublevaciones, revoluciones y luchas internas; todos aquellos que afecten la Pax deben ser castigados-asesinados. De este modo Augusto no sólo garantizaba estabilidad al imperio, sino también una buena imagen ante sus súbditos. Desde él todos emperadores serán considerado el hijo de Dios2.

Jesús de Nazareth fue asesinado, aproximadamente en el año 33 d.C., en tiempos de Poncio Pilato, es decir, bajo el poder del Imperio Romano, siendo emperador Tiberio César Augusto. Este asesinato fue leído, por sus seguidores, de este modo:
Jesús, el único Hijo de Dios, fue asesinado por el falso hijo de Dios, pero el Padre Dios ante su muerte no se quedó de brazos cruzados, sino que lo resucitó de entre los muertos, desde entonces está vivamente presente en la comunidad que lo sigue y un día, que todavía no ha llegado, lo estará aún más. Cuando llegue ese día el Hijo de Dios pondrá fin, de una vez y para siempre, a todos los poderes deshumanizantes modelados por el imperio romano”.

Leer de este modo la vida y muerte de Jesús animó a sus seguidores a continuar su legado corriendo las mismas consecuencias que el maestro. Sin embargo, en el año 64 d.C., siendo emperador Nerón, se culpa a los cristianos, considerados por el común de la gente como enemigos de la raza humana3, de haber incendiado la ciudad de Roma. Desde entonces comienzan las persecuciones para los cristianos. Algunos fueron crucificados, otros envueltos en pieles de animales cosidas y arrojados a los perros, algunos fueron cubiertos de brea, clavados a postes de madera y quemados como antorchas. Fue, como consecuencia de esto, que Pedro y Pablo entregaron sus vidas por su Salvador.

Ante esta realidad tan espantosa que no acababa nunca, comenzó a desaparecer la esperanza en la muy pronta venida del Hijo de Dios. La mayoría pensaba que cuando destruyeran los romanos el templo de Jerusalén vendría el Hijo de Dios con poder y gloria, pero eso no ocurrió. ¿Qué hacer entonces?: ¿Seguir creyendo que vendrá el Hijo de Dios? ¿Seguir muriendo por algo que quizá nunca pasará? A estas preguntas precisamente responde el evangelista Lucas el día de hoy que comenzamos el tiempo de Adviento.
El texto, que la liturgia nos propone para hoy, podríamos comenzarlo un poco antes: «Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y Cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y = Jerusalén = será = pisoteada por los gentiles, = hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles” (Lc 21, 23b-24). Lucas nos habla del tiempo de los gentiles, que aunque normalmente son todos los no judíos, en este contexto se refiere a los emperadores romanos. Son tiempos difíciles: la muerte y la humillación están a la orden del día. A personas que viven precisamente en ese contexto habla hoy la Palabra de Dios.

Habrán señales en el sol y en la luna y en las estrellas, y en la tierra, los gentiles, esos emperadores sin vergüenzas “sudarán la gota fría” y se desesperarán a causa del estruendo del mar y de las olas; muchas personas hasta se desmayarán por el terror y el suspenso de lo que viene al mundo, a la tierra habitada, a la humanidad entera y al mismo imperio Romano; pues saben que los poderes del cielo – como el falso hijo de Dios - serán sacudidos y derribados de sus tronos. Cuando sucedan esas cosas todos y todas verán al Hijo del hombre viniendo en una nube con poder y gran gloria. El verdadero Hijo de Dios se manifestará plenamente derribando al mismo imperio romano y a todos los poderes que humillen al ser humano. Por eso, los que ahora siguen al Señor, que no son otros sino “ustedes” los perseguidos por causa de la justicia, levanten la cabeza, miren hacia arriba, den la vida con valentía y no rechacen la palabra que da vida, porque se acerca su liberación.

Pero mientras llega ese día estén ustedes alerta, sin renunciar al estilo de vida que les dejó Nuestro Señor Jesús, sin dejarse llevar por los problemas de la vida y la persecución; no sea que ese día, que es buena noticia para los que ahora son perseguidos por causa de la justicia, llegue a ustedes como una trampa y sean también ustedes sacudidos con el resto de los poderes deshumanizantes de la tierra por haberles servido a ellos antes que a Dios. Cuando llegue ese día no habrá rincón donde esconderse, vendrá sobre todos los habitantes de la tierra. No obstante, se comprende que no es fácil mantenerse en pie de lucha cuando todo un imperio los persigue: matando a sus familiares, quitándoles sus tierras, inventando calumnias contra ustedes por los medios de comunicación, haciendo aparecer sus nombres en las listas de antisociales que deben ser asesinados por la Pax Romana y prometiéndoles que con sólo renunciar al proyecto del Reino, a la liberación de los pobres y a Cristo mismo se les perdonará la vida. Por eso, ustedes, mientras llega ese día - que en verdad llegará - estén vigilantes, no se duerman y rueguen para que logren escapar de todas las cosas que están a punto de suceder contra los poderes inhumanos y contra todos sus servidores y así logren, con toda dignidad, ser colocados delante del Hijo del Hombre.
La Iglesia lucana, con estas palabras venidas de lo alto, sintieron el consuelo y el ánimo para seguir adelante, no echarse para atrás y entender la persecución que sufren, no como un fracaso, sino como el signo de que están viviendo la misma suerte de su maestro y, por tanto, Dios Padre les hará también justicia.
Hoy que iniciamos un nuevo año litúrgico, se nos propone identificarnos como Iglesia perseguida. Sólo una Iglesia en esas circunstancias comprendería perfectamente lo que significa el Adviento. La gran pregunta es: ¿Nosotros somos Iglesia perseguida? ¿Necesitamos palabras de esperanza para seguir luchando? ¿Nos consuela que los poderes opresores de la tierra serán sacudidos de una vez y para siempre en un futuro que vendrá tarde o temprano? ¿Hemos puesto nuestra confianza sólo en el Hijo del hombre y no en la protección que nos pueden dar otros hombres o mujeres?
Hermanos y hermanas, cristianos y cristianas del siglo XXI, ¿Qué pasó con la Iglesia perseguida de los primeros siglos? ¿Por qué hoy pareciera que no le somos incómodos a ningún poder opresor? ¿Dónde están las comunidades cristianas perseguidas por causa de la justicia en Centroamérica en los años pasados? ¿Será que hoy los gobiernos son tan humanos y van de acuerdo al plan de Dios que nuestro mensaje (la Buena Noticia) antes que ser rechazado es recibido con toda gracia? Pero si fuera así: ¿Por qué hoy hay más pobres en el mundo? ¿Por qué todavía el negocio de las armas es sumamente rentable? ¿Por qué se sigue creyendo que la paz se construye a base de la guerra? ¿Por qué Venezuela se arma y Colombia también? ¿Por qué en el Congo la ONU tiene tantos años y todavía no ha hecho nada? ¿Por que nosotros, después de leer esta reflexión, seguiremos creyéndonos Iglesia a pesar de no ser perseguidos?
No temamos, hermanos y hermanas, de comprometernos con el Evangelio, y si amenazan nuestras vidas recordemos siempre las palabras que Tertuliano decía a los perseguidores de la Iglesia a finales del siglo II:
"Nos hacemos más numerosos, cuando nos segáis: la sangre es semilla de cristianos".

1Es el máximo gobernante del Imperio Romano, su cargo es hasta la muerte.
2“Imperator Caesar Divi Filivs Avgvstvs”
3"Los cristianos tienen la culpa de todo desastre público y toda desgracia que sobreviene al pueblo. Si el Tíber sube hasta los muros, si el Nilo no sube e inunda los campos, si el cielo retiene la lluvia, si hay un terremoto o hambre o plaga, enseguida surge el clamor: '¡Los cristianos a los leones!'" (Tertuliano, año 196 d.C.)

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