viernes, 11 de septiembre de 2009

UNA PREGUNTA PELIGROSA

Marcos 8, 27-35

Continuando con el texto del evangelista Marcos, se nos narra que Jesús salió con sus discípulos rumbo a algunos pueblos de una región llamada Cesarea de Filipo, ubicada al norte del lago de Galilea. Mientras iban caminando, Jesús les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Esta pregunta nos invita hoy a echar una mirada a la realidad, así como le sucedió a los discípulos de aquel entonces. ¿Qué pensará la gente sobre Jesús hoy, quién dice la gente que es él? Esa respuesta nos puede dar razón, en buena medida, del por qué en muchos pueblos que nos hacemos llamar “cristianos”, la gente se esta muriendo de hambre o por violencia armada, como en Guatemala y El Salvador; o por dinero y poder otorgado por el narcotráfico, como en Colombia y México. Esos son algunos ejemplos y podríamos citar muchos otros.

Además, esta respuesta nos daría un interesante aporte del por qué el sectarismo y ateísmo. Dependiendo de la imagen que tenga de Jesús, de quién crea la gente que es él, ese es el tipo de culto religioso que busca, dentro de la gran oferta del mercado de la fe. Hay una opción para cada gusto. Es claro que cualquiera puede optar libremente por lo que le parezca mejor. El problema es que ante cada opción, existe una manera de asumir la vida, valores, compromisos o no. Si la imagen de Jesús es alienante, es decir que esclaviza al ser humano con emocionalismos y espiritualismos, entonces así se comportarán estos creyentes y tenderán a ser personas que se alejan de la realidad y creen que todo es voluntad de Dios y que el ser humano no tiene ninguna responsabilidad ante la injusticia del mundo.

Pero la respuesta de la gente está íntimamente relacionada con la imagen de Jesús que proyectamos muchos que decimos ser sus seguidores, y que pertenecemos a alguna Iglesia Cristiana. Pues, como bien lo expresamos desde nuestra fe, nosotros, la Iglesia, somos el sacramento de Jesucristo, es decir somos el signo visible de Jesús en el mundo. ¿Que tipo de signo seremos? ¿La gente verá en nosotros al menos una actitud profética? ¡Quién sabe! ¿Verán en nosotros a personas como Juan el Bautista, Luther King, Monseñor Romero o María del Magníficat? ¿Quién dice la gente que somos nosotros, la Iglesia, el sacramento de Jesucristo en el mundo?

Por eso ahora, nosotros quienes conformamos esta Iglesia y estamos asumiendo algún compromiso dentro de ella, debemos escuchar la pregunta que nos hace Jesús, tal y como se las hizo a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”

Dependiendo de nuestra respuesta, esa será la imagen que proyectamos, como Iglesia de Jesucristo, ante el resto del mundo y ahí también la respuesta del por qué el mundo ve a Jesús y a nosotros de una manera u otra. Si para nosotros, Jesús es en verdad el Mesías, entonces ya tenemos un buen principio, pues quiere decir que le reconocemos como aquél que nos trae la verdadera salvación y liberación de toda muerte, de todo pecado e injusticia. Pero, ¿en qué tipo de Mesías?

Jesús les explicó a sus discípulos en que consistía su mesianismo. Era un mesianismo que sería perseguido, rechazado por aquellas personas e instituciones que eran reconocidas como dueñas de la verdad y únicas mediadoras entre Dios y su pueblo. Además, esas personas e instituciones le condenarían a muerte y terminaría como un fracasado, asesinado como un criminal, como un maldito de Dios. Sin embargo, a los tres días de ser asesinado resucitaría de entre los muertos. La muerte, la injusticia, el pecado, no tendrían la última palabra, no triunfarían.

Ese mesianismo escandalizó a sus discípulos y por eso Pedro llama a Jesús aparte para llamarle la atención, para regañarlo por lo que acababa de decir. No era posible que dijera todas esas incoherencias, que hablara de persecución y muerte, y menos de algo tan raro como la resurrección.

Jesús, entonces, hace reaccionar a Pedro llamándole Satanás, es decir tentador, y le invita a que se dé cuenta de lo que está diciendo, y que está hablando de cosas que no conoce pero que le serán reveladas por Dios. Jesús pone en claro en qué consiste el seguimiento: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Seguir a Jesús implica poner la vida en riesgo, no asegurarla; implica renunciar a las propias pretensiones de poder, de prestigio y honor, de riqueza. Es asumir la persecución y la muerte violenta, incluso, con tal de ser fiel a la verdad proclamada por Jesús y garantizar la vida de muchas personas, en especial de las más pobres, marginadas y excluidas.

A muchas personas nos gustaría suavizar este mensaje y nos gustaría que el seguimiento de Jesús fuera sin riesgos, sin renuncias, sin compromiso, sin sufrir para que otras personas tenga vida, es más, sería mejor si nos olvidamos de la gente que sufre injusticia, violencia, hambre. Se trata de cargar una cruz, pero no cualquier cruz. Es la cruz de Jesucristo: dar la vida para que todos tengan vida y en abundancia.

Este texto nos ayuda a clarificar el verdadero significado de ser “persona cristiana, bautizada”: es un morir en, por y con Jesucristo, para resucitar en, por y con Jesucristo, sin ninguna seguridad ni privilegio y así ser sal y luz del mundo, y hacer efectiva la Buena Noticia de la vida para toda persona.

Seguir a Jesús implica ponerse detrás de él. Es aceptar que él va delante y conoce le camino. Es no estar quieto, estático, sino en movimiento. No se conoce el camino, ni de dónde viene ni a dónde va. Se saben los riesgos y las consecuencias de seguirle. La única garantía es Jesús mismo, el caminante, el que lo arriesga todo por el amor que le tiene a la humanidad y por serle fiel a su Padre amado. No hay otro seguimiento. Lamentamos decirlo, pero no hay otra manera de seguir a Jesús, por más que inventemos otras maneras más suaves y menos comprometidas.

Sigue en pie, entonces, la pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”

¿A qué debes renunciar personalmente, como comunidad, familia e Iglesia? ¿Cuál es la cruz a cargar por seguir a Jesús y por su Evangelio?

NOTA: Les invitamos a orar y a solidarizarnos con la realidad crítica que vive el pueblo de Guatemala, a causa del hambre generada por la injusticia social.

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