lunes, 18 de agosto de 2008

Escuchar la voz del que sufre es escuchar la voz de Dios. Mt 15, 21 - 28.

El Evangelio de Mateo narra que Jesús marcha hacia las regiones de Tiro y Sidón, lugares que eran considerados por los judíos como tierras de paganos, en esto se acerca una mujer implorando la atención de Jesús, quien no atiende a su llamado. Sus discípulos, de alguna forma, interceden ante Él, aunque sea para despedirla y callar sus gritos. Jesús responde que su misión es la de ir a las ovejas descarriadas de Israel. Lo dicho por Jesús no detiene el clamor de esta mujer que realiza un signo muy importante, se postra ante Él y expresa nuevamente su ruego. Jesús adopta una posición dura con ella, hace una comparación despectiva entre los paganos y los perros. La mujer, muy llena de Dios, se humilla y afirma lo dicho por Jesús, pero da la vuelta a la moneda y lanza una afirmación que enternece el corazón del Señor “...también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Con ello la mujer le revela la fe que guarda en Él, está decidida en obtener el favor que necesita.

De algún modo la mujer cananea conoce la fe del pueblo israelita, pues la confesión que hace de “Señor, Hijo de David” revela que para ella Jesús está cerca de ser el enviado por Dios. Ante el silencio de Jesús ella no desfallece y hace su petición humilde, esto se resalta al postrarse ante los pies del salvador, quien adopta la posición de no querer ayudarla, pero lo desarma con una gran confesión de fe que ni siquiera los mismo judíos habían hecho. Ella, aún cuando pensaba que la salvación no era explícita para los pueblos no judíos, reconoce y hace reconocer al mismo Jesús que los otros pueblos tienen participación de esta salvación, así fuera en una mínima parte. La respuesta que Jesús hace es dura y extraña en Él, ya que siempre se le ha visto su disposición para atender a los más excluidos, pero, ¿Qué quería mostrar Jesús con esta actitud? Parece ser que quiere anunciar el mensaje al pueblo de Israel en primer lugar, pero que siempre habrá salvación para los paganos. El milagro que la mujer cananea recibe es resultado de su grande fe. Si existe fe habrá salvación, sin importar la condición que tenga la persona.

Este pasaje del Evangelio revela que la justicia de Dios es para todos los hombres, que Él no tiene ninguna clase de distinción y que todos estamos llamados a escuchar el clamor de los pueblos que sufren. Desafortunadamente, muchos son sordos a estas palabras y acciones que realiza el Señor Jesús y lo más grave, desconocen que hay hermanos que sufren.

Vemos diariamente cómo en los países desarrollados son marginados los extranjeros que están en busca de una mejor situación humana, económica y social. Se ve con frecuencia que son agredidos física y moralmente, deportados a sus países de origen en situaciones infrahumanas, sometidos a trabajos deshumanizantes como la trata de blancas, el narcotráfico y otras tantas situaciones que no presentan los medios de comunicación. Esta situación es tan grave que se llega al punto de quemarlos vivos en plazas centrales, sin que nadie haga algo y todo quede impune. Hoy, cuando estamos en pleno siglo XXI, vivimos situaciones de pueblos irracionales que no aceptan a los negros, a gentes de otras culturas y costumbres, no existe -al menos- tolerancia que rija a la humanidad. El hombre, en busca de su propio bien, olvida que existen otros que necesitan ser escuchados y que sufren el flagelo de la indiferencia.

Jesús recibió la gran lección, pero de ello se valió para mostrar a los hombres y mujeres que por la fe, estamos llamados a vivir la justicia. Esta llamada es universal, pues allí entran buenos y malos, justos y pecadores, las religiones que no conocen de Cristo, los pueblos que no conocen del Evangelio. Los Cristianos tienen la tarea de expresar la fe en Dios y esta fe debe traducirse en una continua atención a la situaciones de injusticia que vive el mundo. Los cristianos no deben impedir con sus malos testimonios que se acceda al Señor, ni deben darle a los pobres una asistencia rápida y sin eficacia sólo por salir del paso. El cristiano está invitado a ser un atento vigilante de los signos de los tiempos y a ser profeta en medio de la realidad.

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