viernes, 22 de agosto de 2008

Confesión de Pedro: Confesión de toda persona bautizada. Mt 16, 13 - 20.

Después de los relatos de las enseñanzas, en especial a través de parábolas, la muerte de Juan Bautista, las sanaciones, la multiplicación de los alimentos y la conversión de Jesús a través de la mujer cananea, el Evangelio de Mateo nos lleva a un punto crucial del seguimiento de Jesús: la confesión de Pedro.

Este texto parece expresar el sentir de Mateo y su comunidad. Es, ante todo, una pregunta que se hizo la gente ante Jesús, su enseñanza y manera de vivir, y que años después de su Resurrección se volvían a plantear, y que aún ahora lo hacemos.

En el texto, la pregunta fundamental la hace Jesús: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”

Ante una persona que sana a los enfermos, enseña con tanta autoridad, se compadece ante el sufrimiento de las personas, que es capaz de multiplicar el alimento para tanta gente, cualquier persona quedaría deslumbrada y emocionada. La gente que buscaba a Jesús era cada vez mayor.

La cuestión está en saber si esa gente que acudía a Jesús lo hacía porque efectivamente había descubierto a Dios o porque le gustaba escuchar un discurso bonito, historias interesantes, porque necesitaba un “curandero” o, simplemente, porque tenía hambre.

El hecho es que, no porque mucha gente acudía a Jesús, toda se convertía en su discípula. No. Bien dice el dicho popular: “ El león no es como lo pintan”. Una cosa es lo que se veía y otra la verdad. Muchas de estas personas, la gran mayoría, simplemente acudían para recibir algún beneficio, para pasar un rato sabroso, para estar donde está toda la gente, para olvidarse un poco de sus penas y, quizás, algunas pocas, porque descubrían en Jeśus la presencia actuante y cercana de Dios, una Buena Noticia que tranformaba sus vidas y les daba sentido.

Por supuesto, es de destacar que toda esta gente, efectivamente, estaba como “ovejas sin pastor”, sin alguien que les orientara hacia buenos pastos y aguas tranquilas. Eran personas necesitadas, sufrientes, oprimidas y pobres. Por esta razón, Jesús, que conocía muy bien esta realidad de la gente, se compadecía de ella y se daba sin reservas.

La gente, en su gran mayoría, no era capaz de descubrir al Mesías en Jesús, lo veían como alguno de los grandes profetas de su historia: como Elías, Jeremías o algún otro gran profeta, incluso como Juan el Bautista, a quien no hacía mucho tiempo lo habían asesinado por orden de Herodes. Lo cierto es que de ahí no pasaban. Por tanto, si las cosas no habían cambiado mucho con los anteriores profetas, con Jesús tampoco cambiaría radicalmente la realidad, pero había que aprovechar los beneficios que pudiera ofrecer este nuevo profeta.

La situación se complica más, cuando la pregunta fundamental adquiere un pequeño cambio, y Jesús ya no la dirige a la gente en general, sino a aquellas personas que le siguen de cerca, sus discípulos, y les dice: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?".

Para Jesús, debía existir una diferencia entre la gente y sus discípulos, pues el hecho que la gente no reconociera en él la presencia actuante y cercana de Dios era comprensible, pero que eso sucediera con sus seguidores cercanos, sus amigos, sus discípulos, eso si era preocupante.

El texto nos dice que Simón Pedro fue el que respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Esta respuesta fue también una buena noticia para Jesús, pues reprensentaba una esperanza para el pueblo y la certeza que la semilla estaba cayendo en tierra fértil.

La respuesta de Pedro es la voz que expresa el sentir de la comunidad, del grupo que le sigue con mayor fidelidad. Es clara la identificación de confianza y liderazgo que los discípulos tenían en Pedro.

A lo largo de la historia han existido muchas personas que, como Pedro, han representado la voz, el sentir de la comunidad cristiana. Estas personas han sido identificadas por su testimonio y radicalidad en el seguimiento de Jesús, y por ello elegidas como guías o líderes por el pueblo de Dios, por la comunidad de creyentes. Hoy podemos identificar cantidad de hombres y mujeres que al igual que Pedro, se han convertido en piedras que han construido la verdadera iglesia de Jesucristo.

A lo largo de la historia se adoptado una visión reduccionista de “Pedro”, identificándolo únicamente con el Papa, lo cual ensombrece y reduce el testimonio de tantas piedras que han construido y siguen construyendo la Iglesia con su sangre, con su perseverancia, con su palabra, con su entrega, y todo en función del Reino de Dios.

Atar y desatar implica vínculos de unión o desunión entre las personas que integran la comunidad de creyentes y Dios. No existe una doble realidad. Lo que se construye en la vida es lo que al final se cosechará. Dios no pasa por encima de la realidad humana. El actúa, se hace presente y cercano, pero para ello necesita de las piedras que conforman esa Iglesia que debe ser sal y luz de la tierra, como testimonio y voz radical de Jesús y el proyecto del Reino.

En nuestras comunidades sería muy interesante que preguntaramos quién es Jesús, y a partir de las respuestas obtenidas, confrontarlas con los hechos, con el testimonio de vida. Pues puede ser que simplemente estemos maravillados por todo el exceso de emoción que nos produce un bonito discurso, un canto deslumbrante, por los mercados que se dan, porque se brindan analgésicos espiritualistas que calman el dolor y sufrimiento y que, cuando pasa el efecto, se necesita volver para recibir otra dosis.

Efectivamente, como piedras vivas de la Iglesia de Jesucristo, estamos llamados a compadecernos de tantas personas que están a la deriva, que viven sin esperanza que viven hambre y opresión, y que están en búsqueda de sentido, en búsqueda de Dios. Pero no debemos conformarnos con dar soluciones facilistas, es necesario que les presentemos caminos de liberación y salvación, para que reconozcan la presencia actuante y cercana de Dios.

La Iglesia será verdadera y fiel en la medida en que sea signo vivo del Reino de Dios y confiese con palabras y hechos que Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Por ello, la confesión de Pedro es el compromiso de toda persona bautizada.

Invitamos a todas las personas lectoras de esta reflexión semanal para unirnos en oración por las pequeñas comunidades del sector parroquial Cristo, Señor de la Vida, de la parroquia Nuestra Señora del Lucero, Cuidad Bolívar, Bogotá, Colombia.

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