jueves, 19 de junio de 2008

¡Soy Cristiano, aunque me maten! Mt 10, 26 - 33

Hoy, décimo segundo domingo del tiempo ordinario, nos encontramos con un texto que nos desborda totalmente y del cual sentimos no ser dignos de decir absolutamente nada. Escribir sobre este texto será como firmar nuestra carta de petición a integrar la lista de los cristianos comprometidos radicalmente con el proyecto del Reino. Siendo tan alto el compromiso que esto envuelve les pedimos que oremos juntos para ser fieles a Dios y a la palabra de hoy. El texto lo analizamos destacando cuatro ideas.

1. “No les tengáis miedo” v. 26

Ante este imperativo quizá nos podríamos estar preguntando: ¿Pero miedo a qué? ¿Por qué Jesús les dice esto a sus discípulos? Los discípulos han caminado con Jesús por un largo tiempo, sus acciones de solidaridad con los pobres y los marginados les han cautivado de un modo tal que se sienten muy bien y con ganas de seguir al lado de Jesús. Pero Jesús hoy quiere abrirles los ojos para que sepan que seguirlo a Él no es “chévere”, “chivo”, “búfalo”, “calidad”, “pretty” o “bacano”; seguirlo a Él es meterse en problemas.

Hoy nosotros podemos estar muy contentos con nuestras pequeñas pastorales, muy felices por entregar mercados, visitar familias pobres, vivir en un barrio marginal, etc., en el fondo nos llenamos la boca con estas obras que son insignificantes ante los grandes problemas de la humanidad. Dejemos de jugar a los misionero amigables que aman a los pobres y convirtámonos en verdaderos misioneros cristianos. Si tu pastoral no conecta con la realidad del miedo es que está muy lejos de ser auténtica pastoral cristiana.

2. “Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados” v. 27

Jesús exhorta a sus discípulos a ser imprudentes. Si Jesús les ha pedido que no tengan miedo es porque están expuestos a algún peligro y lo lógico es esconderse, dejar pasar el peligro y salir. Sin embargo, Jesús no quiere que las cosas sean así. Él no quiere cobardes que golpean por la espalda o niegan lo que antes habían predicado para salvar su fama o su pellejo. Jesús quiere que todos sus discípulos sean predicadores de su palabra, pero predicadores valientes que se dejen ver cuando hablen, que predicen con voz alta y a plena luz del día para que nadie se quede sin escuchar este mensaje.

Los discípulos de Jesús, al hablar de esta manera, se presentarán ante el mundo como hombres y mujeres que han optado por una postura. Al ser “personas definidas” todos sabrán lo que piensan y lo que creen, todos sabrán de qué lado están ante cada realidad que se vive, todos sabrán si coinciden con sus pensamientos o si son adversarios, todos sabrán si sus palabras son peligrosas o si son insignificantes para el pueblo, todos sabrán si son sus héroes o sus enemigos, todos sabrán si son coherentes con lo que piensan o si son falsos profetas y aquellos que se sienten aludidos por sus palabras, sabrán a quiénes deben apuntar con sus pistolas cuando se conviertan en estorbo para sus intereses.

¿Te das cuenta por qué este texto nos cuestiona tanto?

3. “No pueden matar el alma”(v.28) “los cabellos de vuestra cabeza están todos contados”(v.30)

Jesús nos da una razón para no tener miedo: “No pueden matar el alma”. Con esto no está garantizando que tengamos éxito en la misión; sino que, aun considerando que podamos ser asesinados, garantiza vida eterna. Por muy raro que parezca, la creencia en una vida que no se acaba con la muerte ha penetrado de distintos modos en muchas personas y pueblos a lo largo de la historia, incluso fuera del ámbito cristiano se encuentran expresiones como: “fulato de tal es de los muertos que nunca muere” o “pueden matar al hombre, pero no a la idea”.

Jesús trata de convencer a sus discípulos de que efectivamente no morirán si permanecen fieles. Lo hace a través de una comparación entre la relación del Padre con los pajarillos y con cada persona. En ambos se da una relación de dependencia hacia Dios. El pajarillo no puede caer en tierra si no es por voluntad de Dios y la persona no puede perder la vida si no es por voluntad de Dios. De aquí comprendemos que no está en la voluntad humana que alguien pierda la vida, eso depende solamente de Dios. La muerte no tiene la última Palabra y menos cuando ésta ha sido causada por la injusticia. Quien tiene la última palabra es Dios.

Hasta este punto, como discípulos que somos nos surge una última inquietud: ¿Si mi vida entera depende de Dios, cómo puedo estar tan seguro que precisamente de mi se va acordar cuando muera o sea asesinado aunque halla permanecido fiel a su palabra? ¿Cómo sé que no quedaré olvidado? A esta pregunta, Jesús nos diría: “los cabellos de vuestra cabeza están todos contados”. El Padre nos conoce más de lo que nuestras propias madres nos conocen o de lo que nosotros mismos nos conocemos y si Él nos conoce tanto, que incluso sabe cuantos cabellos tenemos en nuestra cabeza, con mucha mayor razón. El se acordará de nosotros si hemos permanecido fieles. Tengamos fe en esto y entreguémos nuestra vida sin reservas.

4. “Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos” v. 32

En este punto no vamos a repetir elementos ya analizados, simplemente destacamos lo siguiente: Del declararse seguidor de Jesús depende nuestra salvación y la de nuestros hermanos. Nosotros no nos salvamos a nosotros mismos, es Jesús quien nos salva. Si el misionero se identifica con Jesús, es decir, si hace lo que Él hacía y predica lo que Él comunicaba y del modo cómo lo hacía: “como quien tiene autoridad”, entonces, ese misionero no sólo salvará su vida, sino que también transformará el mundo; pero si el misionero no se identifica con Cristo, es decir, no practica la obra de Jesús y no predica su palabra del mismo modo que Él lo hacía, ese misionero no sólo es cómplice de la injusticia y la marginación, también que es autor y actor de la consecución del antirreino, gana para el mundo la destrucción y para sí la propia muerte.

Si ya has optado por Jesús vive plenamente el Evangelio, sin tantos temores, sin tantas prudencias, sin tantas dudas sobre entregarte o no entregarte, sin el dilema de si haces más vivo que muerto. Grita a plena luz del día la verdad y hazte partícipe de la transformación de la realidad. Pero para no dejar esto en palabras bonitas los dejamos con un fragmento de la carta apostólica “Novo millenio ineunte” del papa Juan Pablo II, ésta describe muy bien esa realidad que estamos llamados a cambiar.

« ¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quién está condenado al analfabetismo; quién carece de la asistencia médica más elemental; quién no tiene techo donde cobijarse? El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social... ¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños?» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millenio ineunte, 50-51: AAS 93 (2001) 303-304)

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