jueves, 12 de junio de 2008

La cosecha nos espera, el dueño ya nos invitó a trabajar en su campo. Mt 9,36-10,8

Es interesante observar cómo la fama de Jesús iba creciendo a medida que iba recorriendo los pueblos. Mucha gente le seguía pues descubría en Él una Buena Noticia, además, en todo lugar que pasaba encontraba mucha gente necesitada. Detrás de cada necesidad, Jesús descubría el dolor y sufrimiento que había en sus vidas y eso le tocaba lo más profundo de su ser.

“Jesús, al ver a la gente, sintió compasión de ellos...”

¿Quienes eran estas personas por las que Jesús sentía compasión? El texto nos dice que eran las personas que “estaban cansadas y abatidas, como ovejas que no tienen pastor”. Las ovejas que no tienen pastor son aquellas que se pierden, que se vuelven presa fácil de las fieras y que corren toda clase de peligros. No saben donde buscar buenos pastos para alimentarse ni donde encontrar agua limpia para calmar su sed. Son ovejas desprotegidas y en peligro de muerte.

Algo muy curioso del texto es que diga “como ovejas sin pastor”, es decir que existían personas que debían fungir como pastores, pero que al parecer no les interesaba más que el título de pastores y los beneficios que les traía porque no cumplían con su deber para con las ovejas. La comparación es perfecta.

Jesús descubrió el dolor y sufrimiento que llevaban como carga pesada estas personas. Era una carga que la gente “más religiosa” de aquel momento, consideraba que era impuesta por Dios a la gente pecadora. Siendo así, estas personas vivían con muy poca esperanza, sintiéndose oprimidas por la sociedad que les marginaba y les señalaba por su pobreza, su enfermedad, su sufrimiento y que, además, se sentían castigadas por Dios y no dignas de que Él les amara.

Jesús expresa la voluntad de su Padre a través de la compasión manifestada en un anuncio de una Buena Noticia y en su acción liberadora y salvadora que les quitaba ese peso y les cansaba y abatía. Él asume el papel del pastor que les hacía falta . Con su actitud les comunica que Dios les ama y les protege y que quiere que vivan, no que mueran. La compasión no es lástima, es acción movida desde el corazón de Dios, que transforma la vida de las personas que sufren, que han estado al margen de la sociedad y que se les ha condenado injustamente.

“Ciertamente la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos...”

Definitivamente, las necesidades de la gente son muchas, los sufrimientos causados por tanta injusticia, por tanta violencia, son incontables. Hay miles de millones de personas en el mundo que están viviendo como ovejas sin pastor. Es decir, dónde trabajar hay, lo que hace falta es gente que quiera hacerlo. En Latinoamérica aún se dice que la mayoría de su población es cristiana, es decir que, en teoría, somos una cantidad innumerable de personas comprometidas a continuar anunciando una Buena Noticia y a compadecernos del dolor y sufrimiento de quienes viven desprotegidas y en peligro de muerte. La realidad es otra: “Los trabajadores son pocos”. Son miles de millones las personas bautizadas, pero muy pocas, realmente muy pocas, las comprometidas. Las iglesias aún se siguen llenando, ¿y el compromiso de todas esas personas? Quien sabe...

Por eso, el mismo Jesús nos invita a que le pidamos “al Dueño de la cosecha”, al Padre, “que envíe trabajadores a recogerla”, y que, como recita la oración vocacional vicentina, podamos decir: “Esta es tu casa, que no exista piedra alguna que no haya colocado tu mano”. Es pedir que no haya dentro de nuestra Iglesia y sociedad, personas que se aprovechen de su posición de “pastores” para cansar, agobiar, abatir, oprimir y marginar a las personas pobres y a quienes más sufren en nuestros pueblos. Es pedirle la fuerza a Dios para asumir nuestro compromiso bautismal, sentirnos enviados por Dios para recoger la cosecha de justicia, paz, solidaridad, fraternidad, liberación y salvación, y ser verdaderas piedras vivas que construyan la casa de Dios.

Es también el compromiso de tener la valentía de denunciar a todos aquellos “trabajadores” que se hacen pasar por enviados de Dios y lo único que hacen es generar muerte; es para hacerles ver que están llamados a construir la Casa y no a estorbar, pues ponen en peligro el proyecto del Reino.

El llamado que Jesús hace es personal y para el bien del Pueblo

“Jesús llamó a sus discípulos, y les dio autoridad para expulsar a los espíritus impuros y para curar toda clase de dolencias”. El llamado que Jesús hizo a sus discípulos y que nos sigue haciendo en la actualidad es de manera directa y personal; nos llama por nuestro nombre, nos invita a seguirle, a dejarnos transformar por él y para ser enviados a una misión concreta: “Vayan y anuncien que el reino de los cielos se ha acercado. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de la enfermedad a los leprosos y expulsen a los demonios”. Es llevar la Buena Noticia de la vida, que Dios está con el ser humano pequeño, con el frágil, con el pobre, con el enfermo, con quien es considerado indigno del amor de Dios, con el marginado, el excluido, etc.

Recordemos que esta compasión es acción movida desde el corazón de Dios, que transforma la vida de las personas que sufren y de las pobres, de todas aquellas personas injustas y opresoras y de las estructuras de pecado personal y social que genera muerte. Esa es la misión de toda persona bautizada. Podemos negarnos a ese llamado o traicionar la misión en el camino, pero eso depende únicamente de nuestra decisión personal.

Es hora, entonces, de ir a “las ovejas perdidas del pueblo”: a las personas desplazadas por la violencia; a quienes viven sin esperanza en un futuro mejor; a las personas que se prostituyen; a las personas marginadas por ser homosexuales; a las personas que oprimen, explotan y son injustas; a las personas que buscan o viven una religión cómoda, sin compromiso; a las personas pobres, condenadas a una muerte prematura; a las personas enfermas, especialmente quienes padecen SIDA, etc.

“Ustedes recibieron gratis este poder; no cobren tampoco por emplearlo”

El amor nunca es pagado, no es un negocio, ni se hace para ganarse a Dios o para que me ame más. El amor es la expresión de alguien que se siente amado y que no busca que se lo devuelvan, ni siquiera que se lo agradezcan. El amor es gratuito porque su origen es Dios y el nos ha amado gratuitamente, sin ponernos condiciones.

“La cosecha nos espera, el Dueño ya nos invitó a trabajar en su campo...”

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