sábado, 7 de junio de 2008

El Reino de los cielos es preferencialmente para los Excluidos de la Tierra. (Mt 9, 9 -13)

Sin darnos cuenta estamos llegando poco a poco a mitad de año. Se podría decir que la liturgia ha retomado desde hace dos domingos el cauce del tiempo ordinario, luego de invitarnos a vivir la cuaresma y la pascua. Como ya lo hemos dicho en otro momento, el tiempo ordinario se encuentra conformado por treinta y cuatro domingos, de los cuales este es el décimo.

El Evangelio de ahora nos presenta la llamada que Jesús hizo a Mateo, un recaudador de impuestos para Roma que dejó todo y le siguió; como signo de su conversión y puesta en camino, ofreció una comida donde la mayoría de invitados fueron “publicanos” y “pecadores”. Ahondemos, pues, en la riqueza de este pasaje.

Publicanos y Pecadores, categorías socio-religiosas que se refieren a personas no deseables en la sociedad judía

La llamada al seguimiento que Jesús hace a Mateo puede ser considerada como un escándalo. Los publicanos eran personas vendidas al imperio Romano, tenían la función de cobrar los impuestos, que cada día más desangraban al pueblo y le mantenían sometido y humillado. En otras palabras, eran incumplidores de la ley de pureza (“Quien tocare moneda extranjera quedare impuro”), traidores a la nación y no suscitaban en el pueblo nada más que indignación, desprecio y finalmente, odio.

Los pecadores eran personas que cargaban sobre sí la condena de enfermedades (en la mentalidad judía de ese entonces, la enfermedad era el castigo por algún pecado), o que gozaban de mala reputación social debido a conductas públicas condenables por todos: prostitución, prácticas religiosas idolátricas, negocios ilícitos, mendicidad y muchas otras.

La condena socio- religiosa de publicanos y pecadores era el No acceso a Dios. Bajo el fuerte esquema moralista judío, estas personas no podían acceder a Dios porque simplemente “no eran dignas”. Lo más difícil de la situación es que ellas habían asumido como cierta esta condena: desterradas del seno de Dios en una sociedad eminentemente religiosa se sentían como basura, convencidas de que no valían nada.

Jesús libera a Mateo

Jesús, como hombre de su cultura, sabe perfectamente lo que significa llamar a su seguimiento a un recaudador de impuestos, sin embargo lo hace: “Sígueme” (v.9b). Jesús libera a Mateo de la condena a muerte que la sociedad judía le había colocado sobre los hombros, pero también lo libera de su muerte en vida, de sus amarguras e inhumanidades y de la falta de lealtad para con su propio pueblo.

Jesús no piensa igual que la sociedad judía, lugar en que descubre antirreino y manipulación de Dios: ¿Acaso alguien tiene real derecho para decidir quien accede o no a Dios?

Se ha tendido a interpretar este texto como un llamado a las vocaciones de religiosa o sacerdote; sin embargo, el discipulado se enmarca en un horizonte más amplio y es para todos los seres humanos que creen en Cristo y que se sienten llamado a crear un mundo nuevo. Nadie debe desentenderse de la vocación extraordinario a la que Jesús llama a todos (as) luego de su paso liberador por nuestras vidas.

Mesa compartida, mesa incluyente de los excluidos

Mateo ofrece un gran banquete, dejaba su vida anterior e iniciaba una nueva en el seguimiento de Jesús. Realmente Mateo ha entrado en un proceso de conversión, se siente feliz y al mismo tiempo cuestionado. ¿Quién de nosotros estaría dispuesto (a) a dejar su negocio ilícito que le llena los bolsillos de dinero? Sólo si Dios toca nuestra persona seríamos capaces de dejar nuestra vida acomodada, poniéndonos en camino tras las huellas de Jesús.

Mateo ha vivido en su vida la Pascua de la Mesa: ha pasado de la mesa de la explotación (v.9a) a la Mesa compartida (v.10), signo central del Evangelio de este domingo, celebración del seguimiento e inclusión de los excluidos. Nótese que en esta mesa los primeros invitados son aquellos (as) que en la sociedad no tenían espacio, pero ahora se sienten convocados por Jesús y en Jesús, quien comparte el alimento con ellos (as) y así rompe las cadenas que les oprimen y les acerca al Dios que consideraban lejano y rencoroso, comiendo con el Señor entienden que Dios es misericordia y que esta dura por siempre.

Todo el Evangelio de Mateo habla acerca del Reino de los Cielos, precisamente, en el relato de conversión de éste, cabe destacar que la actitud de Jesús expresa con claridad que este Reino de los Cielos es en primer lugar para los excluidos de la tierra y por esta razón se sienta a la mesa preferencialmente con ellos (as).


La controversia con los fariseos... y con la gente de nuestro tiempo

“¿Por qué su maestro come con recaudadores de impuestos y pecadores?” (v. 11b). Jesús escuchó a los fariseos cuando se dirigían a los discípulos y les contesta de forma lapidaria: “No tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos” (v.12b) y agrega: “Vayan a aprender lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios (palabras del profeta Oseas en la primera lectura de este domingo). No vine a llamar a justos, sino a pecadores” (v. 13).

Las palabras de Jesús son clarísimas. Por una parte, nos deja ver con quienes está y quienes son los sujetos claros de su liberación- salvación. Jesús quiere liberar a todo los excluidos de América Latina: a los mareros de El Salvador y Guatemala, a los niños de la calle, a los agentes de la violencia en Colombia, a las prostitutas, y aunque nos parezca injusto, a quienes han sacado partido económico para sí mismos a costillas del pueblo– como Mateo- y a todos los que están lejanos (as) de Dios y huyen de su presencia salvadora. Por la otra, la controversia de Jesús también es con la gente de nuestro tiempo, a veces nosotros somos los fariseos contemporáneos, nos creemos buenos y no deseamos, inclusive, que Dios salve a los más pobres o a quienes más han dañado nuestros países, deseamos que se pierdan en la nada, que se condenen.

Finalmente, estamos invitados a pensar, sentir y actuar como Dios. Dejemos de excluir y hagamos lo que hizo Mateo, hacer caso del profundo Sígueme que le dirigió Jesús siendo agentes de liberación y comunión para nuestra Latinoamérica.

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