viernes, 31 de julio de 2009

JESÚS MÁS QUE MULTIPLICADOR DE PANES Y PECES: PAN DE VIDA

SAN JUAN 6, 24-35

La liturgia del décimo octavo domingo del tiempo ordinario nos propone la lectura continuada del capítulo 6 del Evangelio Según San Juan. El extracto del Evangelio que se leyó el domingo anterior comprendía los versículos 1-15, en éstos se narra cómo Jesús multiplicó cinco panes de cebada y dos pescados y alimentó a muchas personas, sólo los hombres eran alrededor de cinco mil. Jesús intuye que la gente quiere hacerlo rey por la fuerza y huye hacia el monte Él solo.

Los versículos del Evangelio Según San Juan que ahora reflexionaremos, pues, continúan el relato iniciado el domingo anterior. Mucha gente aún se había quedado al otro lado del mar, cuando se dieron cuenta de que ya no estaban Jesús ni sus discípulos, fueron en busca de Él a Cafarnaún.

Jesús entabla un diálogo con la gente que le encuentra a orillas del mar. Les dice que le buscan porque se han saciado de los panes que multiplicó y que no deberían buscarlo por este hecho; mas bien deberían trabajar “por el alimento que permanece para vida eterna” (V.27). Más adelante, Jesús se confiesa como el pan bajado del cielo que el Padre da y ha bajado para darle vida al mundo. Ellos insisten: “Señor, danos siempre de ese pan” y Él responde:

Yo soy el pan de vida.

El que venga a mí, no tendrá hambre

y el que cree en mí, no tendrá nunca sed” (V.35).

Es necesario entrar de forma rápida en el análisis del texto. Como bien los sabemos, los Evangelios fueron escritos para una comunidad cristiana y desde su mismo seno, por tanto es vital acercarnos al mensaje sobre Jesús que el Evangelista desea brindarle a su comunidad.


Lo más probable es que el Evangelio Según San Juan haya sido escrito en redacciones progresivas y para la gran comunidad de comunidades de Éfeso, en Asia Menor, alrededor del año 95 d. C. Muchas eran las propuestas de fe en ese tiempo y he aquí que Jesús es considerado el pan de panes, el pan de vida bajado del cielo, el PAN en el sentido último, pleno y trascendente de la Palabra; la propuesta de fe de entre todas las propuestas.

El Evangelista, en boca de Jesús, llama a la gente de su tiempo a trascender. Quien se deja llevar por la acción externa de Jesús y no comprende que Él es el Hijo de Dios, sólo le seguirá por las señales que realiza, le seguirá por un interés material. Se desea, pues, que Jesús sea comprendido en su totalidad, en su plenitud, que sus seguidores coman de este pan de vida superior al maná, que vayan a Él sin vacilaciones ni superficialidades.

¿Qué nos dice actualmente este Evangelio?

Que todo cristiano debe entrar en su Cafarnaún, en su Galilea, es decir, en su entorno de enfermedad, pobreza y realidad crucificada pero no desde una mirada exclusivamente material, en búsqueda de solucionar las necesidades inmediatas de las mayorías populares. Los proyectos de vida sólo pueden realizarse al comer de Jesús, pan de vida, al conocerle. Se debe estar convencido (a) de que la necesidad de los pobres rebasa lo meramente material.

Jesús es el pan de vida que aplaca el hambre del mundo. Nuestro mundo está hambriento y sediento de justicia social, de vida digna para los pobres, de esperanzas para los oprimidos. El Evangelio de hoy nos hace un llamado a creer en Jesús, acogernos a su enseñanza y unirnos para construir el proyecto del Reino de Dios, que reduce a cero el reino de muerte, corruptor de nuestras sociedades.

¿Cómo solucionar la violencia de los oligarcas hondureños? ¿Cómo solucionar el desempleo en El Salvador? ¿Cómo solucionar el grave problema del narcotráfico en Guatemala y México?

En Jesús está la respuesta, en su seguimiento hasta dar la vida: ¿Qué esperamos para seguirle?

sábado, 25 de julio de 2009

PAN PARTIDO Y TORTILLA COMPARTIDA

Marcos 6, 30-34

La semana anterior, el texto del Evangelio de Marcos nos presentaba ese primer envío misionero de los discípulos, las recomendaciones que les dio, y cómo ellos respondieron yendo a los pueblos y arriesgándose.

En este domingo, el texto del evangelio nos presenta el regreso de “los doce” de su primera experiencia misionera. Ellos se acercan a Jesús y le cuentan todo lo que habían vivido, lo que habían hecho y enseñado en su nombre, pero al parecer no podían hablar con total libertad, reflexionar y evaluar la misión, pues había mucha gente en aquel lugar donde estaba Jesús enseñando; además, parece que Jesús sabía muy bien lo cansados y hambrientos que venían, y por ello les sugiere que irse a un lugar retirado y despoblado para poder comer, conversar y descansar a gusto. Era algo que, visto desde Jesús, era muy necesario, pues no sólo los instruye con su palabra, sino desde la realidad del pueblo, desde lo vivido.

Sin embargo, la gente se dio cuenta que Jesús y sus discípulos se alejaban en una barca y decidieron seguirle, caminando y corriendo por toda la orilla, para no perder la oportunidad de estar con él y seguir aprendiendo. Este gentío estaba conformado, muy probablemente, por personas que estuvieron escuchando a Jesús en otro lugar y por otras que siguieron a los discípulos desde los distintos pueblos por donde anduvieron de misión, con el deseo y la curiosidad de conocer al Maestro que los había enviado.

Al llegar a la orilla, Jesús se da cuenta de la gran cantidad de gente que les esperaba y de sus necesidades, de sus sufrimientos. Jesús, entonces, decide cambiar de planes, y le da prioridad a la gente, pues siente compasión por ellos. Con esto, Jesús les enseña a sus discípulos que, después de la misión, no puede haber descanso mientras haya necesidad en el pueblo, es decir que la misión es continua y sólo acabará cuando el Reino de Dios sea pleno en el mundo.

La gente descubre en la actitud compasiva de Jesús a Dios que se mete en su historia, en su vida, en su realidad, no un Dios lejano e indiferente, sino un Dios pobre entre los pobres, que comulga y comparte su vida, sus sufrimientos y esperanzas. Jesús ve a todas estas personas como ovejas que andan en busca de un buen pastor, que responda, con palabras y hechos, pues no encuentran coherencia ni solidaridad en los que andan por allí, llamándose a sí mismos, “buenos pastores”.

Y, como dice el profeta Jeremías, “¡hay de esos pastores que pierden y dispersan las ovejas...!... y las han echado en vez de preocuparse de ellas”. Ante ello, Dios promete preocuparse “personalmente” en hacer justicia con estos malos y falsos pastores y de reunir a todas las ovejas que han sido dispersadas, para conformar un solo pueblo. Esta promesa de Dios es la que se hace realidad en Jesús, como aquél que practica la justicia y el derecho.

A partir de nuestra experiencia sacramental, específicamente del Bautismo y la Eucaristía, nos damos cuenta que el descanso no puede existir para la persona verdaderamente cristiana, ya que ello implica el compromiso constante de vivir el profetismo, el sacerdocio, el reinado, la solidaridad, la inclusión y la mesa compartida: el Reino de Dios. Este compromiso se hace cada vez más necesario en tanto exista una realidad como la actual: Personas viviendo el abandono y la miseria frente a nuestras casas, frente a las iglesias parroquiales, en los parques, soportando hambre, frío, lluvia, desprecio, denigración total. Son personas que son consideradas basura, desecho de la humanidad.

Es doloroso también, ver como miles de personas deben huir de su propio pueblo o de su país, víctimas de la violencia, del narcotráfico, de la corrupción, de la injusticia social. Ver como las pandillas juveniles crecen y se multiplican y llegan a controlar las vidas de muchas personas y se autodestruyen. Ver gobiernos que invierten miles de millones de dólares en armamento, por la seguridad democrática, por la mano dura, por la seguridad nacional, olvidándose que las causas de toda violencia están hundidas en la injusticia social, que es el pecado madre de toda realidad fragmentada.

Ante toda esta realidad que muestra los enormes tentáculos del anti-Reino, Jesús nos enseña que frente a una realidad cargada de sufrimiento y muerte, no queda lugar para el descanso. Pero, entonces, ¿qué es lo que da fuerza y anima a continuar la misión? La respuesta es esta: “Jesús vio toda aquella gente y sintió COMPASIÓN de ellos”. Es una compasión que no se reduce a la lástima o al asistencialismo, pues eso no transforma la realidad y sólo calma las conciencias. La verdadera compasión consiste en meterse en el pellejo de la otra persona, en la realidad del pueblo, en compartir su dolor y su necesidad, en practicar la solidaridad y la fraternidad; está en valorar a la otra persona como ser humano, en reconocer y hacerle conciencia de la capacidad que tiene de ser el protagonista de su propia liberación.

¿Cómo entender, entonces, el descanso? Los abuelos y las abuelas dirán que el descanso consiste en cambiar de actividad. Esto se puede traducir en darle un dinamismo continuo a la vida, un continuo cambio de acuerdo a la realidad histórica que se vive. Según la espiritualidad vicentina, el descanso consistiría en tomar nuevas fuerzas, nuevo impulso, ser más creativo e inventivo para amar, de tal manera que nuestra vida sea misionera hasta la muerte.

Por ello Jeremías denuncia a los falsos pastores que han hecho del descanso su vida, convirtiéndose en ociosos y mantenidos, en una especie de parásitos que se han instalado en puestos eclesiales o políticos, en instituciones de servicio, etc. Debemos evaluarnos, no sea que el reproche de Jeremías nos pudiera denunciar nuestra falsedad como pastores y profetas. ¿Estamos esperando a que las personas con autoridad tomen siempre la iniciativa en la misión? ¿Aún somos miedosos para denunciar a todas aquellas personas que se la pasan descansando cuando su opción y compromiso es la misión? ¿Hasta cuando vamos a seguir aguantando a esos falsos pastores y profetas que dispersan al pueblo con mentiras e injusticias? ¿Cómo vives la compasión?.

PD: Gracias a la Comunidad de la Chacra en el Salvador por leernos, al igual que a los hermanos de México, de Suiza, Nicaragua, Guatemala, Colombia y a los hermanos y hermanas de los otros países que desgastan su vida en la construcción de Reino de Dios... y a nuestro querido amigo Gregorio G. misionero en Panamá y ahora Superior General de la Congregación de la Misión.

lunes, 6 de julio de 2009

JESÚS: CLAVE DE FORMACIÓN DE MISIONEROS

Mc 6, 7-13.

Han pasado apenas dos años de la realización de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil, donde se nos afirmaba que todos los discípulos de Jesús somos misioneros. Aunque aparentemente hay consenso absoluto en lo anterior, tal consenso no existe. Dos preguntas nos dan luces en este sentido: ¿De qué misión estamos hablando? Muchos responderían casi sin pensar: “Pues de la misión de Jesús”. Esto es verdad, pero no todos entienden lo mismo al hablar de la misión de Jesús; para unos será: “la liberación de los pobres”, “la instauración la justicia”, etc., y para otros: “la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos” o “la aceptación de la Iglesia por parte del Estado”. A veces cuesta encontrar el punto medio en esto. La otra pregunta es: ¿Cómo debe realizarse esta misión? Aquí las respuestas son tan diversas que ni la diversidad de carismas del Espíritu Santo lo justifica. En este desacuerdo surgen grandes conflictos al interior de las comunidades cristianas, muchos de éstos terminan en cismas o en la destrucción de la comunidad.

A pesar de lo trágico en lo anteriormente dicho, hay que reconocer que es precisamente la confrontación lo que permite seguir caminando, seguir creciendo y seguir madurando en nuestro proceso de seguimiento y de misión. Sin embargo, para caminar todos debemos partir de una verdad inamovible, de un punto o puntos comunes a todos. Gracias a Dios este punto común existe, se mencionábamos al inicio: Jesús Nuestro Señor. A partir de este punto común damos respuesta a tres aspectos de gran importancia: primero, la misión es la misión de Jesús; segundo, el modo de realizar la misión será el mismo de Jesús y tercero, la fuente para conocer lo anterior es sólo una: el Evangelio.

En el Evangelio según San Marcos nos encontramos con un Jesús misionero casi desde el comienzo (Cf. 1,14ss). Inmediatamente después de recibe el Espíritu Santo y ser conducido por Él al desierto durante 40 días para ser tentado por Satanás (Cf. 1,12s), Jesús comienza de lleno su misión, que consiste en anunciar con palabras y obras, de pueblo en pueblo, de casa en casa y de persona a persona un mensaje: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios: arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia” (1,15). La Buena Noticia era, para los contemporáneos de Jesús, el nacimiento del César (el continuador del Imperio Romano); pero para Jesús y sus seguidores la Buena Noticia es el Reino de Dios y su justicia. Aceptar la Buena Noticia de Jesús implica arrepentirnos de seguir aceptando la Buena Noticia del imperio, sus leyes, sus valores, etc.

Jesús no puede realizar su misión solo, necesita de otros para cumplirla, por esta razón llama a los doce: Simón y su hermano Andrés, Santiago de Zebedeo y su hermano Juan (Cf. 1,16.19) y a los otros diez (Cf. 3,16ss). Los llama con un objetivo claro: “para que convivieran con Él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar los demonios”(3,14b). El número doce representa a las doce tribus de Israel, es decir, al Pueblo de Dios: a los liberados de Egipto y enviados a liberar de todas las esclavitudes humanas1. Los conceptos demonio o espíritus inmundos se refieren a todo aquello que no tiene nada que ver con Dios o se le opone. Cuando se dice que una persona se encuentre poseída por el demonio, o por varios demonios, se quiere decir que está alejada de Dios, en enemistad con Él o se opone frontalmente al Reino que Jesús anuncia. Todos los seres humanos podemos tener muchos demonios dentro, pero el peor de todos es el de ser injustos.

La misión de Jesús, por tanto, es instaurar el Reino en compañía con del otro, para lograrlo debe expulsar a muchos demonios y espíritus inmundos. Esos “otros” que misionarán con Jesús son siempre doce, es decir, todo el Pueblo de Dios.

El Evangelio de hoy nos aporta elementos muy importantes sobre la misión. Recorramos el texto. Jesús llama a los doce y los envía de dos en dos dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos o demonios. Jesús llama a todo el Pueblo de Dios para que se ponga en estado de misión. En esta misión hay que tener en cuenta dos cosas: así como Jesús no puede realizar su misión solo, tampoco su apóstoles pueden hacerlo solos, necesitan de la compañía de otros. Sin embargo, esto no es suficiente, también se necesita poder para no echarse atrás, para no abandonar la lucha y para no dejarse doblegar ante el soborno o la persecución de quienes se oponen al Reino de Dios. Jesús nos envía con ese poder para vencerlo todo. Siguiendo el texto, Jesús les ordenó que nada tomaran para el camino: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; tan sólo un bastón, una única túnica y las sandalias puestas. La misión de los doce (el Pueblo de Dios) debe ser realizada en igualdad de condiciones que la misión de Jesús, ya que es la misma: en pobreza. San Vicente de Paúl así lo comprendió: “Sólo los pobres salvan a los pobres”. Y nosotros diríamos hoy parafraseando a San Vicente: “Sólo desde los pobres se salva a toda la humanidad”. Misión y vida de pobreza se complementan mutuamente. No obstante, hoy nos encontramos con muchas comunidades cristianas que están totalmente alejadas de este sentido, sin duda sus misiones deben estar igualmente alejadas del Reino de Dios.

Además de la vida en pobreza, Jesús pide a los misioneros una inserción: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no les recibe y no les escuchan, márchense de allí sacudiendo el polvo de la planta de sus pies, en testimonio contra ellos”. Los misioneros no deben quedarse con los brazos cruzados esperando que la gente los busque, son ellos los que deben ir de pueblo en pueblo, de casa en casa y de persona en persona anunciando la Buena Noticia de Jesús. Este anuncio sólo podrá llevarse acabo si los misioneros se insertan en la realidad y no se van hasta haber cumplido su misión. Por otra parte, Jesús dice que si en algún lugar no los reciben y no los escuchan deben marcharse de allí sacudiendo el polvo de la planta de sus pies, en testimonio contra ellos. Los israelitas se sacudían el polvo de sus pies cuando salían de tierras paganas, Jesús pide realizar el mismo gesto para significar que voluntariamente dicho pueblo ha rechazado la propuesta del Reino de Dios y ha preferido seguir viviendo como esclavo de los imperios.

Terminada las instrucciones, los doce se van de allí y van de pueblo en pueblo haciendo tres cosas: primero, predicando la necesidad de la conversión a sus destinatarios; segundo, expulsando muchos demonios y tercero, ungiendo con aceite a muchos enfermos para curarlos. Las tres acciones están encaminadas a acabar con la injusticia, es decir, con la exclusión, la explotación y la marginación. Sólo después de estar con Jesús, de ser llamado por Él, de recibir de Él las instrucciones necesarias para la misión y de ser enviado por Él es que los misioneros pueden salir a misionar, antes no es posible.

Hermanos y hermanas, nosotros hoy somos esos doce llamados por Jesús para anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios. Al igual que hace dos mil años nosotros necesitamos dejarnos formar por Jesús. Hoy existen muchas teologías, algunas catalogadas de conservadoras y otras de liberadoras, ninguna es mala y ninguna es buena, porque ninguna es Palabra de Dios, sólo Jesús es la clave de nuestra formación, en palabra de San Vicente de Paúl: “Jesús es la regla de la misión”. Vamos hermanos y hermanas, sigamos amando a los pobres, sigamos sirviéndoles con alma, vida y corazón, pero siempre con los ojos puestos en Jesucristo, nuestro maestro.

1El doce se forma del producto de tres con cuatro; el tres representa a la divinidad y el cuatro a toda la creación, por eso su producto es el pueblo de Dios.

domingo, 5 de julio de 2009

NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA

Marcos 6 1,1-16

Nadie es profeta en su tierra” reza el dicho popular inspirado en el Santo Evangelio que nos propone la liturgia para este día y la realidad ha demostrado que es verdadero, especialmente cuando se trata de los profetas latinoamericanos seguidores de Jesús en el pasado siglo XX e inicios del XXI: Monseñor Hélder Cámara, Monseñor Romero, Rutilio Grande, Monseñor Juan Gerardi, Ignacio Ellacuría, Monseñor Isaías Cancino y EL PUEBLO PROFÉTICO que exigió paz y justicia a lo largo y ancho de nuestro continente y terminó abatido por las balas de los poderosos de este mundo.

Cámara fue difamado por las autoridades del Brasil, fue acusado de violento y marxista; Romero fue acusado de guerrillero por defender a los pobres y exigir justicia social para el pueblo salvadoreño, la misma acusación que Romero cargaron sobre sus hombros Rutilio Grande e Ignacio Ellacuría, éste último nacionalizado salvadoreño por amor al Reino de Dios; Cancino, excelso pastor de Cali, Colombia, fue acusado de narcotraficante cuando en verdad fue asesinado por exigir un cese a la violencia e injusticia social; y del PUEBLO PROFÉTICO se puede decir que ha sido acusado de ser guerrillero por su coherencia con el Evangelio y con el sueño de vida de Dios para la humanidad, terminando estas calumnias en viles masacres.

En verdad, éstos no han sido profetas en su tierra como tampoco lo fue Jesús en la suya: Nazaret. El Evangelio de San Marcos relata que el sábado Jesús se puso a enseñar en la sinagoga, una multitud le rodeó, no se maravilló del anuncio del Reino de Dios que Jesús hizo, sino de que el carpintero pudiese tener tal sabiduría e hiciese grandes milagros; la multitud pensaba que le conocía desde su niñez y que Jesús era simplemente un carpintero cuya familia vivía entre ellos... y se escandalizaban a causa de él (v.3b).

Jesús tomó la palabra y dijo: “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio”. Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de la falta de fe de sus coterráneos.

En el versículo 1 se puede destacar que Jesús va a su patria y le siguen sus discípulos. Del texto relatado en el Evangelio se puede decir que ser discípulo (a) de Jesús es estar dispuesto (a) a no ser profeta en la propia tierra, estar dispuesto (a) a ser rechazado (a), perseguido (a) y asesinado (a). Decir los pecados a una sociedad pecadora es terminar ajusticiado (a) por ella.


A los paisanos no les cabe en la cabeza que un hombre de un estrato social bajo como Jesús- un Tektón, un hacelotodo, un ruso- pueda hablar acerca de Dios, no les cabe en la cabeza que de Él salga sabiduría y de sus manos surjan milagros. Estudios afirman que ser “carpintero” (Tektón se ha traducido del griego bíblico al español como carpintero) en el tiempo de Jesús no era trabajar un oficio determinado en un local estable, ser carpintero significaba vivir del día a día, trabajando en la construcción de las ciudades de comercialización romana, era pues, el trabajo de los que todo habían perdido, constituían la clase social más baja de la sociedad judía, aquellos que tampoco tenían posibilidades para formarse en lo académico y lo religioso (Jean Dominique Crossan. Jesús: Vida de un campesino judío).

Jesús no pudo realizar muchos milagros por la falta de fe de los paisanos en sus palabras y obras, terminó maravillado por esta grande incredulidad. Pronto se fue de su pueblo, y recorrió los pueblos del contorno enseñando.


¿Cuáles son las líneas de acción que nosotros (as) deberíamos seguir a partir de este Evangelio?

1º Anunciar el Evangelio independientemente de gozar de buen prestigio o no. El profetismo se halla ligado a la verdad, y el anuncio a la denuncia de las injusticias y de la exclusión de las mayorías populares.

2º Reconocer, como Iglesia, nuestras cobardías e incoherencias al construir el Reino de Dios. Dejar de un lado la soberbia, escuchando a la gente y tratando de vivir la santidad que se espera de nosotros (as).

3º Seguir a Jesús hasta las últimas consecuencias del martirio, el desprestigio, el destierro y la persecusión, luchando contra los males estructurales y personales de este mundo.

Finalmente, saludamos al Pueblo Hondureño, roguemos a Dios para que se restablezca pronto la democracia, signo peregrinante de los pueblos hacia el Reino de Dios.

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