lunes, 6 de julio de 2009

JESÚS: CLAVE DE FORMACIÓN DE MISIONEROS

Mc 6, 7-13.

Han pasado apenas dos años de la realización de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil, donde se nos afirmaba que todos los discípulos de Jesús somos misioneros. Aunque aparentemente hay consenso absoluto en lo anterior, tal consenso no existe. Dos preguntas nos dan luces en este sentido: ¿De qué misión estamos hablando? Muchos responderían casi sin pensar: “Pues de la misión de Jesús”. Esto es verdad, pero no todos entienden lo mismo al hablar de la misión de Jesús; para unos será: “la liberación de los pobres”, “la instauración la justicia”, etc., y para otros: “la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos” o “la aceptación de la Iglesia por parte del Estado”. A veces cuesta encontrar el punto medio en esto. La otra pregunta es: ¿Cómo debe realizarse esta misión? Aquí las respuestas son tan diversas que ni la diversidad de carismas del Espíritu Santo lo justifica. En este desacuerdo surgen grandes conflictos al interior de las comunidades cristianas, muchos de éstos terminan en cismas o en la destrucción de la comunidad.

A pesar de lo trágico en lo anteriormente dicho, hay que reconocer que es precisamente la confrontación lo que permite seguir caminando, seguir creciendo y seguir madurando en nuestro proceso de seguimiento y de misión. Sin embargo, para caminar todos debemos partir de una verdad inamovible, de un punto o puntos comunes a todos. Gracias a Dios este punto común existe, se mencionábamos al inicio: Jesús Nuestro Señor. A partir de este punto común damos respuesta a tres aspectos de gran importancia: primero, la misión es la misión de Jesús; segundo, el modo de realizar la misión será el mismo de Jesús y tercero, la fuente para conocer lo anterior es sólo una: el Evangelio.

En el Evangelio según San Marcos nos encontramos con un Jesús misionero casi desde el comienzo (Cf. 1,14ss). Inmediatamente después de recibe el Espíritu Santo y ser conducido por Él al desierto durante 40 días para ser tentado por Satanás (Cf. 1,12s), Jesús comienza de lleno su misión, que consiste en anunciar con palabras y obras, de pueblo en pueblo, de casa en casa y de persona a persona un mensaje: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios: arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia” (1,15). La Buena Noticia era, para los contemporáneos de Jesús, el nacimiento del César (el continuador del Imperio Romano); pero para Jesús y sus seguidores la Buena Noticia es el Reino de Dios y su justicia. Aceptar la Buena Noticia de Jesús implica arrepentirnos de seguir aceptando la Buena Noticia del imperio, sus leyes, sus valores, etc.

Jesús no puede realizar su misión solo, necesita de otros para cumplirla, por esta razón llama a los doce: Simón y su hermano Andrés, Santiago de Zebedeo y su hermano Juan (Cf. 1,16.19) y a los otros diez (Cf. 3,16ss). Los llama con un objetivo claro: “para que convivieran con Él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar los demonios”(3,14b). El número doce representa a las doce tribus de Israel, es decir, al Pueblo de Dios: a los liberados de Egipto y enviados a liberar de todas las esclavitudes humanas1. Los conceptos demonio o espíritus inmundos se refieren a todo aquello que no tiene nada que ver con Dios o se le opone. Cuando se dice que una persona se encuentre poseída por el demonio, o por varios demonios, se quiere decir que está alejada de Dios, en enemistad con Él o se opone frontalmente al Reino que Jesús anuncia. Todos los seres humanos podemos tener muchos demonios dentro, pero el peor de todos es el de ser injustos.

La misión de Jesús, por tanto, es instaurar el Reino en compañía con del otro, para lograrlo debe expulsar a muchos demonios y espíritus inmundos. Esos “otros” que misionarán con Jesús son siempre doce, es decir, todo el Pueblo de Dios.

El Evangelio de hoy nos aporta elementos muy importantes sobre la misión. Recorramos el texto. Jesús llama a los doce y los envía de dos en dos dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos o demonios. Jesús llama a todo el Pueblo de Dios para que se ponga en estado de misión. En esta misión hay que tener en cuenta dos cosas: así como Jesús no puede realizar su misión solo, tampoco su apóstoles pueden hacerlo solos, necesitan de la compañía de otros. Sin embargo, esto no es suficiente, también se necesita poder para no echarse atrás, para no abandonar la lucha y para no dejarse doblegar ante el soborno o la persecución de quienes se oponen al Reino de Dios. Jesús nos envía con ese poder para vencerlo todo. Siguiendo el texto, Jesús les ordenó que nada tomaran para el camino: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; tan sólo un bastón, una única túnica y las sandalias puestas. La misión de los doce (el Pueblo de Dios) debe ser realizada en igualdad de condiciones que la misión de Jesús, ya que es la misma: en pobreza. San Vicente de Paúl así lo comprendió: “Sólo los pobres salvan a los pobres”. Y nosotros diríamos hoy parafraseando a San Vicente: “Sólo desde los pobres se salva a toda la humanidad”. Misión y vida de pobreza se complementan mutuamente. No obstante, hoy nos encontramos con muchas comunidades cristianas que están totalmente alejadas de este sentido, sin duda sus misiones deben estar igualmente alejadas del Reino de Dios.

Además de la vida en pobreza, Jesús pide a los misioneros una inserción: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no les recibe y no les escuchan, márchense de allí sacudiendo el polvo de la planta de sus pies, en testimonio contra ellos”. Los misioneros no deben quedarse con los brazos cruzados esperando que la gente los busque, son ellos los que deben ir de pueblo en pueblo, de casa en casa y de persona en persona anunciando la Buena Noticia de Jesús. Este anuncio sólo podrá llevarse acabo si los misioneros se insertan en la realidad y no se van hasta haber cumplido su misión. Por otra parte, Jesús dice que si en algún lugar no los reciben y no los escuchan deben marcharse de allí sacudiendo el polvo de la planta de sus pies, en testimonio contra ellos. Los israelitas se sacudían el polvo de sus pies cuando salían de tierras paganas, Jesús pide realizar el mismo gesto para significar que voluntariamente dicho pueblo ha rechazado la propuesta del Reino de Dios y ha preferido seguir viviendo como esclavo de los imperios.

Terminada las instrucciones, los doce se van de allí y van de pueblo en pueblo haciendo tres cosas: primero, predicando la necesidad de la conversión a sus destinatarios; segundo, expulsando muchos demonios y tercero, ungiendo con aceite a muchos enfermos para curarlos. Las tres acciones están encaminadas a acabar con la injusticia, es decir, con la exclusión, la explotación y la marginación. Sólo después de estar con Jesús, de ser llamado por Él, de recibir de Él las instrucciones necesarias para la misión y de ser enviado por Él es que los misioneros pueden salir a misionar, antes no es posible.

Hermanos y hermanas, nosotros hoy somos esos doce llamados por Jesús para anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios. Al igual que hace dos mil años nosotros necesitamos dejarnos formar por Jesús. Hoy existen muchas teologías, algunas catalogadas de conservadoras y otras de liberadoras, ninguna es mala y ninguna es buena, porque ninguna es Palabra de Dios, sólo Jesús es la clave de nuestra formación, en palabra de San Vicente de Paúl: “Jesús es la regla de la misión”. Vamos hermanos y hermanas, sigamos amando a los pobres, sigamos sirviéndoles con alma, vida y corazón, pero siempre con los ojos puestos en Jesucristo, nuestro maestro.

1El doce se forma del producto de tres con cuatro; el tres representa a la divinidad y el cuatro a toda la creación, por eso su producto es el pueblo de Dios.

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