jueves, 13 de agosto de 2009

¿ACEPTAS VERDADERAMENTE BEBER SU SANGRE?

Jn 6, 51-58

En el texto del evangelio de este domingo, Jesús se presenta nuevamente como “el pan vivo que ha bajado del cielo”. Esta afirmación provoca conflicto entre los judíos que le escuchan, pues, probablemente, ellos podrían pensar que Jesús les estaba invitando a comer carne humana, lo cual era algo inaceptable en la cultura judía. Pero es más probable aún que los judíos se hayan escandalizado al escuchar la palabra carne y referida directamente al Hijo del Hombre, ya que en dicha cultura, carne significa la condición débil e insegura de toda criatura.

Jesús, entonces, les estaría anunciando que el signo de Dios es lo que se realizará a través de su condición humana, pobre, de origen humilde, como bien le han recordado, y mortal. Ésta es su carne, la que ofrece para que el mundo tenga vida. Su carne es el nuevo maná. En su plena humanidad se manifiesta su plena divinidad. No son capaces de concebir un Mesías así: humano, plenamente humano.

Ante el rechazo de los judíos, Jesús no suaviza la exigencia, sino que la lleva hasta el extremo: no sólo hay que comer su carne, que es verdadera comida, además se debe beber su sangre, que es verdadera bebida. En la cultura bíblica, la sangre es indicación de una muerte violenta. Beber su sangre es beber su vida, asimilar a Jesús en la propia existencia con todo los riesgos que ello implique. Es decir, que no sólo hay que creer en un mortal (simple humano) sino en un condenado a muerte violenta (muerte en cruz).

En la Eucaristía, el pan y el vino son los signos de la carne y de la sangre que se nos invita a comer y beber. Este banquete nos hace partícipes de la misma suerte del Hijo del Hombre, es decir, de lo que significa ser verdaderamente humano y verdaderamente hijo de Dios. Nos indica el tipo de vida y de muerte que tendremos si somos de verdad fieles al seguimiento de Jesús. La Eucaristía es, entonces, la expresión de la entrega de nuestra vida, de nuestra carne y de nuestra sangre, para que otras personas tengan vida.

Un Mesías así, es muy difícil aceptarlo. Con razón aún hoy hay muchas personas que reaccionamos como los judíos, escandalizándonos ante la invitación de Jesús, y preferimos hacernos los ciegos, sordos y mudos, y no arriesgarnos a seguirle. O bien nos inventamos una especie rara de Eucaristía que no implique el compromiso de entregarnos, de donar nuestra carne y nuestra sangre junto con la de Jesús.

El Evangelio es claro: la Eucaristía es la celebración de la muerte y resurrección de Jesús, su carne y su sangre que nos da la vida. Es a la vez, la expresión de que toda aquella persona que sea verdaderamente cristiana se dispone a que el anti-Reino, la injusticia, el pecado, le dé una muerte violenta, porque no es posible que el bien y el mal convivan juntos. Sin embargo, esa muerte violenta a causa del Reino es vida, resurrección, pues el Padre hace justicia, y él tiene siempre la última palabra.

La Eucaristía es, en definitiva, una negación, una denuncia contra este mundo, tal y como funciona actualmente. Porque en este mundo hay demasiado sufrimiento, demasiada muerte, demasiada desigualdad, como dice el teólogo y escritor español, José María Castillo: “muchas personas pobres que son muy pobres y pocas personas ricas que tienen bastante más dinero del que necesitan para vivir” con dignidad. La Eucaristía es la realización del sueño de que “otro mundo es posible”.

La Eucaristía no está centrada en el cielo sino en la tierra. Está centrada en lo que vive el pueblo de Dios, está atenta a lo que sufre o disfruta la gente. Podríamos afirmar que la Eucaristía no fue instituida para transformar el cielo, sino para transformar el mundo. Es hora de optar por las imágenes eucarísticas de Dios, que están hechas de carne, sangre y hueso, pues por ellas optó Jesús.

La Eucaristía no es entonces una obligación porque si no cometo pecado mortal y me condeno al infierno; ni una devoción donde me siento bien, donde me emociono y ocurre un acto mágico, ni una rutina ni un acto social. ¿Por qué razón participo en la Eucaristía?

Jesús, con su vida y a través de la Eucaristía, hace central el símbolo primario de la vida: la comida. El hambre en el mundo se resuelve con el gesto eucarístico de la solidaridad y la fraternidad. Esto es realmente revolucionario. Esto rompe con el esquema que nos presenta el mundo, en el que el consumir y acumular es la solución de todo. No es el comercio lo que soluciona el problema de injusticia en el mundo, es el compartir solidario y fraterno. Por eso, la persona que da de comer al hambriento, da vestido al desnudo, da techo al desamparado, etc., es la que realmente ha encontrado a Dios y vive a plenitud la Eucaristía.

¿Cómo debemos vivir la Eucaristía en nuestras comunidades? ¿A qué nos invita esta reflexión?

“El que coma este pan vivirá para siempre”.

Felicitaciones al pueblo de Nicaragua, en especial a la ciudad de León en su celebración de la “Gritería chiquita”, y al pueblo de Guatemala por la celebración de su patrona, La Virgen de la Asunción.

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