sábado, 11 de septiembre de 2010

EL DIOS MISERICORDIOSO

Lucas 15,1-32
Esta semana ha sido dura en América Central, especialmente en Guatemala, debido a la situación climática. De modo especial, en esas tierras están urgidas la compasión de los otros pueblos. Hoy llegamos al XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, donde se nos presenta la lectura de todo el capítulo 15 del Evangelio según San Lucas, que muchos teólogos han llamado “el capítulo de la Misericordia”, apreciación a la cual nos unimos.

Jesús daba gran acogida a las personas que ocupaban los estratos más bajos de la sociedad judía: los pecadores. Dentro de este grupo estaban los enfermos, los recaudadores de impuestos y los impuros. La norma general era apartarse de ellos, pero Jesús hacía totalmente lo contrario: los acogía y comía con ellos. Aunque esto es un escándalo generalizado, son los fariseos y los escribas los primeros en criticar, ya que normalmente predican la pureza ritual y la lejanía de los pecadores. El Señor Jesús, en cambio, les propone tres parábolas con las cuales dirá que Dios no es como un juez, sino como un pastor que busca su oveja perdida o como una mujer que hace de todo por encontrar una moneda, o como un papá que espera el regreso de su hijo. El pastor, la mujer y el papá, al encontrar lo que buscaban, se llenan de tanta alegría que no pueden hacer otra cosa que celebrar, alegrarse, hacer fiesta e invitar a todos. Para Jesús, Dios es así.

La Palabra de Dios rompe con la falsa idea del dios de la retribución: “si hago bien, recibiré honores y buena paga, y si obro mal, todo lo contrario” (teología de la prosperidad). Hace dos domingos, Jesús invitaba a optar por los pobres de una manera decidida y radical y hoy nos invita a tener una actitud distinta frente a los que consideramos pecadores: prostitutas, asesinos, ladrones, pandilleros, drogadictos, mendigos y otros rostros de Cristo -como lo diría Puebla- de nuestra actualidad.La misericordia de Dios, como todo lo de Él, es bien o mal visto en dependencia de las circunstancias. ¡Qué tristeza para las noventa y nueve ovejas del redil, para las nueve monedas que la mujer no buscó y para el hijo mayor que su padre no esperó con ansias! Es triste para ellos porque en el fondo se alegran cuando castigan a sus hermanos por alguna falta cometida. ¡Qué alegría para la oveja perdida, la moneda buscada y encontrada y el hijo que vuelve a la casa de su Padre! Ellos se alegran porque experimentan la misericordia de Dios, verdaderamente.
El capítulo 15, que está ubicado en el corazón de todo el Evangelio según san Lucas, es el corazón de su mensaje: Dios es puro corazón (misericordioso), compasivo y entrañable, es decir, que se le mueven sus entrañas ante el sufrimiento de los otros. Para los escribas y fariseos Dios sólo concede su perdón mediante el cumplimiento de la Torah (los cinco primero libros de la Biblia: Gn-Dt). Para Jesús, Dios concede su perdón por puro amor. Este es el mensaje más radical de Jesús y lo hace realidad en vida propia, Él mismo acoge a los pecadores y come con ellos.

La reflexión teológica en relación al pecado nos hablan de dos tipos: el pecado personal y el pecado estructural, y se dice que el primero está en gran parte condicionado por el segundo, como ocurre hoy con el neolibealismo. Podríamos especular que el hijo menor desea la parte de su herencia y la despilfarra por dos razones: primero, porque quiere libertad y diversión y segundo, porque pensana que esa libertad y diversión le traerían la felicidad. Aquí se ven ambos pecados. El hijo voluntariamente pide la parte de su herencia, por lo tanto, hay pecado personal del que tiene que arrepentirse. Pero también, se ve influenciado por la voluntad social que vende una falsa imagen de felicidad. Esta voluntad social es asumida por las personas, en particular, por medio de un “lavado de cerebro” que conscientemente hace el sistema para el beneficio de unos sobre los otros. En el caso de la parábola, los dueños de los prostíbulos de la ciudad lejana fueron los grandes beneficiados. Por este pecado también hay que arrepentirse, pero cambiando el sistema mismo que lo genera.

Las tres parábolas son dirigidas a los escribas y fariseos, por lo tanto tienen un tono de confrontación que nadie puede negar. Jesús justifica su actitud con los pecadores al mismo tiempo que hace ver a los escribas y fariseos que ellos no piensan ni actúan como Dios. El hijo mayor, que siempre ha estado al lado de su padre, no es capaz de alegrarse y hacer fiesta por el hermano que ha regresado, se siente tan ofendido que ni siquiera quiere entrar en la casa. Quien tenía todo el derecho de actuar así era el Padre, pero no lo hace, Él no piensa como su hijo mayor, sino que ama a sus hijos por igual y desea que estén a su lado. Dios es quien sale a correr en busca de aquellos que aún hallándose lejos quieren volver a Él. Los escribas y fariseos son como el hijo mayor, creen que agradan a Dios rechazando a sus hermanos pecadores, pero en realidad ocurre todo lo contrario, son ellos los que se excluyen de entrar en la casa del Padre, son ellos los que rechazan Su voluntad.

Después de tantos siglos el Evangelio ya no está dirigida a los fariseos y escribas, sino a los miembros de la Iglesia. En tiempos de Lucas habían algunos cristianos que se sentían mejores que los otros y hasta los excluían, esto mismo ocurre hoy en nuestra Iglesia Católica. Se dice que todos somos hermanos por ser hijos de un mismo Dios, sin embargo la desigualdad entre unos y otros es grande, no sólo a nivel económico, sino también teológico: hay cristianos que pueden comulgar y otros que no. ¡Qué escándalo! Pero no todos son igualmente culpables de este escándalo. Hay quienes excluyen porque, sin pensar, así les han enseñado (pecado social), pero hay quienes aun sabiendo que su conciencia les dicta otra cosa terminan haciendo exactamente lo mismo (pecado personal). Dios nos quiere a todos en la fiesta, este debe ser siempre el criterio que guíe nuestra vida a nivel de teología y de pastoral.

¿Qué Dios misericordioso siga guiando nuestra vida!

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