sábado, 14 de agosto de 2010

EL PODER DE UNA VISITA Y UN SALUDO

Lc 1, 39-56


La piedad popular latinoamericana es muy rica en devoción mariana. Basta ver el número de municipios, departamentos y países donde se tiene por patrona alguna advocación de la virgen María. Sencillamente, en la Iglesia católica, María convoca más que la Biblia. ¿Espiritualidad descentrada de Jesús? ¿Cristianismo pasivo? ¿Contemplación alejada de la realidad? No lo sabemos, pero lamentamos que así sea.

Ayer Nicaragua estuvo celebrando la víspera de la Asunción de María con la famosa fiesta de la “gritería chiquita”. Si pudiéramos poner un nombre más “mundano” a esta fiesta le llamaríamos: “La fiesta de la alegre visita”. La parte central de ella da inicio a las 6:00 P.M., cuando muchos salen de sus casas y van de casa en casa gritado con júbilo: ¿Quién causa tanta alegría? y recibiendo todo tipo de regalos. La respuesta a la pregunta la dan los de casa diciendo: “La Asunción de María”. Ese día las puertas de las casas se abren para todos sin excepción, y nadie se va a dormir con las manos vacías. Ese día, Nicaragua revive la visita de María a su prima Isabel: los pobres visitan y son visitados con gran júbilo.

Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de María, misterio muy recordado por quienes rezan el santo Rosario, pero poco reflexionado y comprendido en su verdad y en la Buena Noticia que da a la humanidad. En la biblia no existe ninguna alusión a la Asunción de María, ¿Será, entonces, un invento de la Iglesia Católica decir que el cuerpo y alma de la Virgen María fueron llevados al cielo después de terminar sus días en la tierra? Según los cristianos que ven sólo en la Escritura la revelación de Dios, sí; pero para los cristianos que ven en la Tradición y la Escritura la única revelación de Dios, es un dogma: una verdad de fe que debe ser creída y celebrada. A pesar de ser una creencia antigua (s. VI d.C.), llegó a ser decretada dogma hasta el 1 de noviembre de 1950 por el Papa Pio XII.

El evangelio de hoy, propuesto por la liturgia, no nos brinda un texto que hable de la Asunción, puesto que no lo hay, sino de la Visitación de María a su prima Isabel. Como vimos, en la “fiesta de la alegre visita”, Nicaragua une la Visita con el grito de alegría por la Asunción de María. A partir de esta tradición popular, podríamos decir que María fue llevada al cielo por haber acogido la Palabra de Dios en su seno y haberla llevado de casa en casa a todo el mundo a través de su caridad con los más pobres y necesitados. Todos aquellos que hagan lo mismo, también serán llevados al cielo.

En el Evangelio vemos a María caminando sola hacia la región montañosa de Judá, va a visitar a su prima Isabel que está embarazada de Juan desde hace seis meses. María lleva en su vientre a Jesús, el profeta y salvador que viene a cumplir las promesas de Yahveh. Cuando llega a casa de Zacarías, da el saludo a su anciana prima y el niño Juan, en el seno de Isabel, salta de gozo. Juan, el profeta que viene a preparar los caminos del Señor, desde el vientre de su madre se alegra con la presencia de su Señor y contagia de alegría a su madre. Isabel, llena del Espíritu, bendice a su joven prima y a su sobrino, a ella la felicita por haber creído que las promesas de Yahveh se cumplirían y humildemente se siente pequeña ante la importante visita de su Señor. Entonces, María responde con el cántico del Magnificat, muy conocido por la tradición litúrgica de la Iglesia Católica.

María está muy contenta con Dios porque se ha fijado en ella precisamente por ser pobre y humilde. Dios, poderoso, santo y misericordioso, verdaderamente cumple sus promesas de liberación para todos y para siempre. María está feliz porque Dios viene a liberar a los pobres de Israel, a todos los explotados, marginados, excluidos, perseguidos y humillados de la historia; desde ahora pueden temblar los soberbios, poderosos y ricos. María está emocionada porque Dios, que no se queda de brazos cruzados ante tanta abominación, viene a trasformar el orden social, a acabar con el mundo de hambre e injusticia para dar paso a un mundo de misericordia, justicia y paz.

María, como miembro del pueblo pobre de Israel, que ha experimentado en sí misma la misericordia de Dios, manifiesta su alegría, como sierva del Señor con un acto de caridad al quedarse con su anciana prima hasta el día del parto. Una vez terminada esta tarea regresa a su casa.

El Evangelio de hoy tiene mucho que decirnos en relación a nuestra devoción mariana y a nuestro modo de comprender nuestro ser de Iglesia. María, la campesina de Nazaret, no fue una mujer sumisa que callaba, guardando todo en su corazón mientras los poderosos se burlaban de los pobres. Fue una mujer empobrecida que esperaba de Dios el cumplimiento de sus promesas de liberación, cambiado – de esta forma – la suerte de los humillados. Cuando Dios dispuso cumplir esas promesas, María comprendió que también ella debía comprometerse, y decidió ser su sierva. Desde entonces se pone en camino, en busca de todos los necesitados para visitarlos y llevarles a Jesús, con actos y palabras que llenan de alegría.

El cántico del Magnificat remueve las entrañas de quienes aman a María. Para muchos es desconcertante, ¿Cómo es posible que ella piense y diga que Dios misericordioso va a despedir a los ricos sin nada? ¿No es eso actuar con odio? Para María, Dios va a cumplir su promesa: que todos vivan como hermano. Esto será motivo de alegría para los pobres y de tristeza para ricos, egoístas e inconscientes.

Nosotros, la Iglesia Pueblo de Dios, que siempre hemos visto en María la primera discípula y misionera, estamos llamados a acoger la Palabra en nuestro seno y salir de nuestras estructuras y comodidades para ir a los pobres y quedarnos con ellos hasta que ya no nos necesiten. Estamos llamados, como María, a cantar alegremente que Dios liberador, poderoso, santo y misericordioso, está haciendo cosas grandes. Pero nuestro canto no ha de ser entonado con acordes de guitarra, sino con actos de justicia y de misericordia. Como María, también estamos llamados a reconocernos como siervos de Dios, instrumentos de la liberación, del cambio de la realidad, del rostro misericordioso de Dios en medio de un mundo injusto.

Si nuestra devoción Mariana realmente nos lleva a la devoción por la Palabra, y de allí al ofrecimiento de  nuestra propia vida, como siervos de Dios, para llevar esa Palabra a todos, entonces nuestra devoción será realmente cristiana y no simple idolatría. La Asunción de María nos alegra porque anuncia el alegre destino de los seguidores de Jesús.

Felicitamos al pueblo nicaragüense por su testimonio de devoción mariana y pedimos a Dios, poderoso, santo y misericordioso, que la alegría que causa la Asunción de María llegue a todas partes, especialmente a los basureros, a los barrios marginales, a los semáforos y a las zonas francas, donde muchas personas realmente viven y mueren humilladas. 

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