1. HERMENEUTICA:
«Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24,45).
Se les aparece a los discípulos, parte el pan con ellos y abre sus mentes para
comprender la Sagrada Escritura. A aquellos hombres les revela el sentido del
misterio pascual: que según el plan eterno del Padre, Jesús tenía que sufrir y
resucitar de entre los muertos para conceder la conversión y el perdón de los
pecados (cf. Lc 24,26.46-47); y promete el Espíritu Santo que les dará
la fuerza para ser testigos de este misterio de salvación (cf. Lc
24,49).
Invocación
del Espíritu Santo: Señor, te damos
gracias porque nos reúnes una vez más en tu presencia. Señor, tú nos pones
frente a Tu Palabra, ayúdanos a acercarnos a ella con reverencia, con atención,
con humildad. Envíanos tu espíritu para que podamos acogerla con verdad, con
sencillez, para que ella transforme nuestra vida. Que tu Palabra penetre en
nosotros como espada de dos filos; que nuestro corazón esté abierto, como el de
María, madre tuya y madre nuestra. Y como en ella la Palabra se hizo carne,
también en nosotros esta Palabra tuya se transforme en obras de vida según tu
voluntad.
2. LECTIO DIVINA: Dedicar concretamente un
domingo del Año litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer
que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el
tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza
inagotable. ESTABLEZCO que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a
la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios… será importante
que en la celebración eucarística se entronice el texto sagrado, a fin de hacer
evidente a la asamblea el valor normativo que tiene la Palabra de Dios… Lo
párrcos para resaltar la importancia de seguir en la vida diaria la lectura, la
profundización y la oración con la Sagrada Escritura, con una particular
consideración a la lectio divina.
3. LEER
CON ALEGRÍA: El regreso del pueblo de Israel a su patria, después del
exilio en Babilonia, estuvo marcado de manera significativa por la lectura del
libro de la Ley. La Biblia nos ofrece una descripción conmovedora en el libro
de Nehemías. El pueblo estaba reunido en Jerusalén en la plaza de la Puerta del
Agua, escuchando la Ley. Aquel pueblo había sido dispersado con la deportación,
pero ahora se encuentra reunido alrededor de la Sagrada Escritura como si fuera
«un solo hombre» (Ne 8,1). Cuando se leía el libro sagrado, el pueblo
«escuchaba con atención» (Ne 8,3), sabiendo que podían encontrar en
aquellas palabras el significado de los acontecimientos vividos. La reacción al
anuncio de aquellas palabras fue la emoción y las lágrimas: «[Los levitas]
leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de
modo que entendieran la lectura. Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote
y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la
asamblea: “Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes
ni lloréis” (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la
ley). […] “¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!”» (Ne
8,8-10).
4. SERVIRSE
DE LAS DOS MESAS: Antes de reunirse con los discípulos, que estaban
encerrados en casa, y de abrirles el entendimiento para comprender las
Escrituras (cf. Lc 24,44-45), el Resucitado se aparece a dos de ellos en
el camino que lleva de Jerusalén a Emaús (cf. Lc 24,13-35). La narración
del evangelista Lucas indica que es el mismo día de la Resurrección, es decir
el domingo. Aquellos dos discípulos discuten sobre los últimos acontecimientos
de la pasión y muerte de Jesús. Su camino está marcado por la tristeza y la
desilusión a causa del trágico final de Jesús. Esperaban que Él fuera el Mesías
libertador, y se encuentran ante el escándalo del Crucificado. Con discreción,
el mismo Resucitado se acerca y camina con los discípulos, pero ellos no lo
reconocen (cf. v. 16). A lo largo del camino, el Señor los interroga, dándose
cuenta de que no han comprendido el sentido de su pasión y su muerte; los llama
«necios y torpes» (v. 25) y «comenzando por Moisés y siguiendo por todos los
profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras» (v. 27).
Cristo es el primer exegeta. No sólo las Escrituras antiguas anticiparon lo que
Él iba a realizar, sino que Él mismo quiso ser fiel a esa Palabra para
evidenciar la única historia de salvación que alcanza su plenitud en Cristo. El
“viaje” del Resucitado con los discípulos de Emaús concluye con la cena. El
misterioso Viandante acepta la insistente petición que le dirigen aquellos dos:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída» (Lc 24,29).
Se sientan a la mesa, Jesús toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se
lo ofrece a ellos. En ese momento sus ojos se abren y lo reconocen (cf. v. 31).
El contacto frecuente con la Sagrada Escritura y la celebración de la Eucaristía
hace posible el reconocimiento entre las personas que se pertenecen. Como
cristianos somos un solo pueblo que camina en la historia, fortalecido por la
presencia del Señor en medio de nosotros que nos habla y nos nutre. El día
dedicado a la Biblia no ha de ser “una vez al año”, sino una vez para todo el
año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la
Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el
Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un
constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón
queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por
innumerables formas de ceguera. La Sagrada Escritura y los Sacramentos no se
pueden separar. Cuando los Sacramentos son introducidos e iluminados por la
Palabra, se manifiestan más claramente como la meta de un camino en el que
Cristo mismo abre la mente y el corazón al reconocimiento de su acción
salvadora. Es necesario, en este contexto, no olvidar la enseñanza del libro
del Apocalipsis, cuando dice que el Señor está a la puerta y llama. Si alguno
escucha su voz y le abre, Él entra para cenar juntos (cf. 3,20). Jesucristo
llama a nuestra puerta a través de la Sagrada Escritura; si escuchamos y abrimos
la puerta de la mente y del corazón, entonces entra en nuestra vida y se queda
con nosotros.
5. LA
PALABRA ES CRISTO SALVADOR: La Biblia, por tanto, en cuanto Sagrada
Escritura, habla de Cristo y lo anuncia como el que debe soportar los
sufrimientos para entrar en la gloria (cf. v. 26). No sólo una parte, sino toda
la Escritura habla de Él. Su muerte y resurrección son indescifrables sin ella.
Por esto una de las confesiones de fe más antiguas pone de relieve que Cristo
«murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que
resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas» (1
Co 15,3-5). Puesto que las Escrituras hablan de Cristo, nos ayudan a creer
que su muerte y resurrección no pertenecen a la mitología, sino a la historia y
se encuentran en el centro de la fe de sus discípulos. En la Segunda Carta a
Timoteo, san Pablo recomienda a su fiel colaborador que lea constantemente la
Sagrada Escritura. El Apóstol está convencido de que «toda Escritura es inspirada
por Dios es también útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar»
(3,16). Esta recomendación de Pablo a Timoteo constituye una base sobre la que
la Constitución conciliar Dei
Verbum trata el gran tema de la inspiración de la Sagrada
Escritura, un fundamento del que emergen en particular la finalidad
salvífica, la dimensión espiritual y el principio de la
encarnación de la Sagrada Escritura. La Biblia no es una colección de
libros de historia, ni de crónicas, sino que está totalmente dirigida a la
salvación integral de la persona. El innegable fundamento histórico de los
libros contenidos en el texto sagrado no debe hacernos olvidar esta finalidad
primordial: nuestra salvación. Todo está dirigido a esta finalidad inscrita en
la naturaleza misma de la Biblia, que está compuesta como historia de salvación
en la que Dios habla y actúa para ir al encuentro de todos los hombres y
salvarlos del mal y de la muerte. Como recuerda el Apóstol: «La letra
mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Co 3,6). El Espíritu Santo,
por tanto, transforma la Sagrada Escritura en Palabra viva de Dios, vivida y
transmitida en la fe de su pueblo santo.
6. LEEMOS
CON LA IGLESIA: Por tanto, es necesario tener fe en la acción del Espíritu
Santo que sigue realizando una peculiar forma de inspiración cuando la Iglesia
enseña la Sagrada Escritura, cuando el Magisterio la interpreta Auténticamente
(cf. ibíd.,
10) y cuando cada creyente hace de ella su propia norma espiritual. En este
sentido podemos comprender las palabras de Jesús cuando, a los discípulos que
le confirman haber entendido el significado de sus parábolas, les dice:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es
como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo» (Mt
13,52).
7. LA FE
NACE DE LA PALABRA VIVA: La Encarnación del Verbo de Dios da forma y
sentido a la relación entre la Palabra de Dios y el lenguaje humano, con sus
condiciones históricas y culturales. En este acontecimiento toma forma la
Tradición, que también es Palabra de Dios (cf. ibíd.,
9). A menudo se corre el riesgo de separar la Sagrada Escritura de la
Tradición, sin comprender que juntas forman la única fuente de la Revelación.
El carácter escrito de la primera no le quita nada a su ser plenamente palabra
viva; así como la Tradición viva de la Iglesia, que la transmite constantemente
de generación en generación a lo largo de los siglos, tiene el libro sagrado
como «regla suprema de la fe» (ibíd.,
21).. Por consiguiente, la fe bíblica se basa en la Palabra viva, no en un
libro.
8. DULCE
AMARGURA: Cuando la Sagrada Escritura se lee con el mismo Espíritu que fue
escrita, permanece siempre nueva. El AT no es nunca viejo en cuanto que es
parte del Nuevo, porque todo es transformado por el único Espíritu que lo
inspira. Todo el texto sagrado tiene una función profética: no se refiere
al futuro, sino al presente de aquellos que se nutren de esta Palabra. Jesús
mismo lo afirma claramente al comienzo de su ministerio: «Hoy se ha cumplido
esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21)... La Sagrada Escritura realiza su acción
profética sobre todo en quien la escucha. Causa dulzura y amargura. Vienen a la
mente las palabras del profeta Ezequiel cuando, invitado por el Señor a comerse
el libro, manifiesta: «Me supo en la boca dulce como la miel» (3,3). También el
evangelista Juan en la isla de Patmos evoca la misma experiencia de Ezequiel de
comer el libro, pero agrega algo más específico: «En mi boca sabía dulce como
la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor» (Ap
10,10). La dulzura de la Palabra de Dios
nos impulsa a compartirla con quienes encontramos en nuestra vida para
manifestar la certeza de la esperanza que contiene (cf. 1 P 3,15-16).
Por su parte, la amargura se percibe frecuentemente cuando comprobamos cuán
difícil es para nosotros vivirla de manera coherente, o cuando experimentamos
su rechazo porque no se considera válida para dar sentido a la vida. Por tanto,
es necesario no acostumbrarse nunca a la Palabra de Dios, sino nutrirse de ella
para descubrir y vivir en profundidad nuestra relación con Dios y con nuestros
hermanos.
9. ESCUCHAR
PARA AMAR: La Palabra de Dios nos señala constantemente el amor
misericordioso del Padre que pide a sus hijos que vivan en la caridad. La vida
de Jesús es la expresión plena y perfecta de este amor divino que no se queda
con nada para sí mismo, sino que se ofrece a todos incondicionalmente. Escuchar
la Sagrada Escritura para practicar la misericordia: este es un gran desafío
para nuestras vidas. La Palabra de Dios es capaz de abrir nuestros ojos para
permitirnos salir del individualismo que conduce a la asfixia y la esterilidad,
a la vez que nos manifiesta el camino del compartir y de la solidaridad.
Padre
bueno, te damos gracias porque has querido revelarte a nosotros dándonos a
conocer quién eres y descubriéndonos tú voluntad sobre la humanidad entera.
Gracias, porque en la Biblia podemos conocer tu Palabra de generación en
generación. Envíanos tu Espíritu Santo para que al escuchar y estudiar tu
Palabra descubramos más y más a Jesucristo, Palabra de vida eterna, de modo que
crezca nuestra fe en Ti y en El; al creer aumente nuestra esperanza en Ti y al
confiar más en Ti te amemos y amemos más a nuestros hermanos poniendo así en
práctica todo lo que Tú nos des a conocer. Te lo pedimos por Jesucristo, tu
Palabra hecha carne, que contigo y con nosotros vive para siempre. Amén.
10. ESCUCHAR
Y HACER COMO MARÍA: En el camino de escucha de la Palabra de Dios, nos
acompaña la Madre del Señor, reconocida como bienaventurada porque creyó en el
cumplimiento de lo que el Señor le había dicho (cf. Lc 1,45). Lo
recuerda un gran discípulo y maestro de la Sagrada Escritura, san Agustín:
«Entre la multitud ciertas personas dijeron admiradas: “Feliz el vientre que te
llevó”; y Él: “Más bien, felices quienes oyen y custodian la Palabra de Dios”.
Esto equivale a decir: también mi madre, a quien habéis calificado de feliz, es
feliz precisamente porque custodia la Palabra de Dios; no porque en ella
la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, sino porque custodia la
Palabra misma de Dios mediante la que ha sido hecha y que en ella se hizo
carne» (Tratados sobre el evangelio de Juan, 10,3).
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