jueves, 27 de agosto de 2020
domingo, 2 de agosto de 2020
GRATUIDAD DE LA VIDA CON JESUS
La gratuidad es quizás uno de los valores
menos apreciados entre nosotros. Desde niños aprendemos que las cosas
tienen un valor, que no son gratis, y que precisamente porque no son gratis, debemos
cuidarlas. Vamos afirmando así un pensamiento: lo gratis no es digno de
ser apreciado (¡Lo que nada nos cuesta, hagámoslo fiesta!). Recuerdo
que mi primera jefe laboral solía decirnos: “los errores se pagan con
dinero”. En nuestra sociedad, todo se ha monetizado. Iniciamos asignando
un valor a cada objeto, y después llevamos la misma lógica a nuestros conocimientos, a nuestro tiempo
(¡“el tiempo es oro”!, “Time is Money!”), a nuestro servicio a los
demás, a nuestras relaciones, a todos los ámbitos de nuestra vida.
Establecemos amistades calculando las ganancias que podemos tener,
valoramos los amigos por su grado de “utilidad”, porque nos pueden
“servir” en algún momento de necesidad. De hecho, muchas veces la única
forma de buscar a los amigos y de manifestarles nuestro afecto es cuando
necesitamos de ellos “un favor”. Nuestra lógica es siempre la de ganar, y el motor principal es siempre el interés. En
un mundo así, ¿qué espacio hay para la gratuidad? ¿existen aún las
acciones completamente desinteresadas? ¿o debemos simplemente
resignarnos y aceptar que la vida es así, que cada uno busca su propio
interés y que lo mejor que podemos hacer es tener intereses al menos
honestos y compartir nuestros intereses con otros?
Yo quiero creer que aún es posible la gratuidad; que todavía se
encuentra en medio de alguna bulliciosa plaza de la capital, o en un
callejón estrecho de algún pueblo, aquel hombre que ofrece sonrisas a
quienes encuentra por el camino, sin el interés de recibirlas a cambio,
sin esperar favores de aquellos a los que llena de luz con su saludo
cada mañana. Quiero creer que si me fijo con atención, me encontraré con
aquella joven que inicia su trabajo como secretaria, y reserva parte de
su salario para comprar algo de comida a la anciana viuda que vive en
su mismo edificio, viuda que no podrá jamás pagarle, de la que no
recibirá ninguna ganancia. Quiero creer que todavía discurren por
nuestras calles aquellos que ofrecen gratuitamente sus bienes, sus
conocimientos, su tiempo, sin esperar ser reconocidos por nadie, y sin
levantar los ojos al cielo con un guiño, esperando ser recompensados ni
siquiera por Dios. Para que sea “gratis”, no debemos esperar ni siquiera
que Dios nos devuelva lo que damos, porque de lo contrario, no sería
más que una transacción egoísta, que busca ganancia en un trato con el
Altísimo. ¡Renunciar a toda búsqueda de interés para entrar en la lógica
de la gratuidad! He ahí el reto… ¿y qué ganamos? ¡nada! Precisamente de
eso se trata.
Es
famoso el pasaje del Evangelio en el que Jesús multiplica los panes
para más de cinco mil personas. Muchas veces la atención la centramos
únicamente en la acción sobrenatural, descuidando el
intercambio de palabras que dio inicio al famoso milagro. Se hacía tarde
y los discípulos estaban preocupados porque la gente llevaba todo el
día con ellos sin comer. Así que se acercan a Jesús con la solución más
evidente: “Envía a la gente a los pueblos cercanos para que se compre
comida para sí” (el texto griego enfatiza la idea de comprar para ellos mismos: ἀγοράσωσιν
ἑαυτοῖς βρώματα- Mt 14,15; Mc 6,36). Ya los discípulos de Cristo, en
una sociedad con niveles de consumo infinitamente más bajos que la
nuestra, piensan en términos de comprar, y sobre todo de una “compra para sí”. A nadie se le ocurre que muchas de las personas que están allí no tienen con qué comprar.
En realidad sí, sí hay uno a quien se le ocurre esto, hay uno que está pensando según la lógica de la gratuidad. La
respuesta de Jesús fue: “Denles ustedes de comer” (Mt 14,16; Mc 6,37).
En el texto griego está enfatizado el pronombre ustedes (ὑμεῖς). Jesús
no sólo está dando la contrapropuesta del dar contra el comprar, sino
que está haciendo recaer en sus discípulos esta responsabilidad. Son
ellos, y no otros, los que deben iniciar la dinámica del dar. Darlo
todo, aunque parezca una utopía que cinco peces pueden saciar el hambre
de la multitud. No se trata de hacer sumas y cálculos, para quedarnos
con la frustración de lo imposible que es saciar el hambre del mundo, y permanecer tranquilos porque no podemos hacer nada. En esta tentación sucumbieron los discípulos quienes respondieron a Jesús: “doscientos denarios de pan no alcanzaría para alimentar a tantos” (Mc 6,37).
Jesús rechaza esta excusa, y al final los discípulos renuncian a sus
cinco panes, que de todas formas no hubieran podido saciarlos ni
siquiera a ellos… cinco panes entre doce no quitan el hambre… Ofrecen lo
poco que tienen, y ya sabemos lo que pasa. Jesús es el salto que se
necesita para que lo poco alcance para todos. Incluso aquellos que
renunciaron gratuitamente a lo que tenían quedaron saciados, recibiendo
más de lo que habían dado.
Ahora bien, para alcanzar a vivir esta
lógica de la gratuidad se requiere tener los mismos sentimientos de
Cristo; el relato de la multiplicación inicia narrando el cansancio de
Jesús y sus discípulos, y el deseo que tenían de “descansar un poco” (Mc
6,31); cuando llegan al lugar del “descanso” se encuentran con una
muchedumbre que los espera; Jesús no siente desesperación por aquella
gente que interfiere con su vida privada y no le deja descansar, al
contrario, siente “compasión” de todos ellos, necesitados de un guía,
necesitados de él. Es este sentimiento de compasión la clave de una vida
en lógica de gratuidad, de una vida volcada hacia los demás. Sin
compasión, nuestra lógica será la de los discípulos: sálvese quien
pueda, que cada uno se compre lo suyo… Con compasión, este mundo tiene
esperanza de no morir de hambre, la esperanza de ser totalmente saciado.
Imagen de Pixabay.com licencia cc
Etiquetas:
gratuidad,
multiplicación de los panes,
san mateo,
solidaridad
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